A diferencia del rey y todos los demás miembros de su corte, Phillippe Chabot no era aficionado al arte, la cultura o el tenis, sino a la gloria de Francia.
Desde que el pobre Rombaud se había apersonado en sus habitaciones con una cuarta pella hecha con el pelo de la Bolena, pensó en los beneficios que un objeto como ése podría rendir si se colocaba en las manos correctas durante la circunstancia adecuada.
Una pella hecha con el pelo de la reina decapitada era el regalo perfecto para ablandar al de por sí flexible Giovanni Angelo Medici, por entonces gobernador de los Estados Vaticanos y pieza clave en las negociaciones con Su Santidad en torno a la urgencia de forzar la sucesión del Marquesado de Fosdinovo en Lunigiana, en el que un Pietro Torrigiani Malaspina, patrón de artistas mediocres y matones magníficos, estaba bloqueando el embarco de mármol para las naves francas en el puerto de Carrara.
La bola no se podía ir así nada más a Roma, por lo que mandó hacer un cofrecillo de láminas de madreperla remachadas en oro que, además de ser acorde con la realeza y suntuosidad de su contenido, tenía le ventaja de reclamar un demorado trabajo de orfebrería. Eso le permitió al ministro, que además de aficionado a la gloria de Francia lo era –siempre en segundo lugar– a las golosas prácticas sexuales de las cortesanas de rango bajo y tetas altas, poner en práctica algún juego de cama con la pelota bajo cuyo corpiño de cuero latían las trenzas incendiarias de Bolena.