Mellors recuperó el conocimiento atado a una silla de la sala de estar.
Cuando logró fijar la mirada en Murphy y Rix sentados delante de él, trató de liberarse de las ataduras. Parecía a punto de gritar.
—Chis —dijo Murphy—. Cualquier cosa más alta que un susurro, Jack, y te corto la lengua.
—Esto no puede estar pasando.
—¿Eso crees? —intervino Rix—. Una larga e ilustre carrera como detective hasta llegar a superintendente, ¿y esto es todo lo que se te ocurre decir? Que esto no puede estar pasando.
—¿Estoy muerto?
—Todavía no —respondió Murphy—. Pero está claro que lo mejor de tu vida de escoria ya ha quedado atrás, ¿no crees, jefe?
—Estáis muertos —afirmó Mellors—. Los dos estáis muertos.
—¡Bingo! —exclamó Rix—. Por fin has acertado una.
—Lleváis muertos treinta años.
—Un nuevo acierto.
—Estáis jóvenes. Como entonces. ¿Sois fantasmas?
—Ahora has vuelto a perder el norte —le aclaró Rix—. No somos fantasmas. Somos de carne y hueso, como tú. Bueno, quizá no olemos muy bien. Mira, huele un poco. —Se inclinó hacia delante y le pasó el antebrazo bajo la nariz.
Mellors puso cara de asco y los ojos como platos.
—¿Qué edad tienes ahora? —le preguntó Rix.
Mellors no respondió.
—Diría que ochenta y cinco u ochenta y seis —calculó Murphy—. ¿Tú qué crees, Jason? Probablemente se retiró ocho o diez años después de que nosotros la palmásemos. Unos buenos veinte años de jubilación. Con una buena pensión de superintendente para complementar toda la pasta que trincó durante sus años de poli corrupto. Una bonita casa junto al mar. Probablemente irá de copas con los colegas en el bar local. Pero no veo un toque femenino. ¿Vives solo, Jack? ¿Tu mujer te dejó?
—Cáncer —murmuró Mellors.
—Una tragedia —dijo Murphy.
—Que te jodan —gritó Mellors.
Murphy se levantó y le dio un puñetazo en la cara.
—He dicho chis, ¿no es cierto? Como vuelvas a levantar la voz, lo lamentarás.
Mellors escupió sangre en la alfombra.
—Cuesta un montón limpiar estas manchas en una alfombra beis como esta —comentó Murphy—, aunque debo decir que no ha sido una de nuestras principales preocupaciones durante estas tres últimas décadas.
—Decidme de qué va esto —pidió Mellors—. Decidme cómo podéis estar aquí si estáis muertos. Estuve en vuestros putos funerales. Decidme cómo es que no habéis envejecido.
—Te diré una cosa —propuso Rix—. Vamos a dar un paseo por las calles de la memoria. Vamos a revivir un pequeño episodio de nuestras vidas en el que es probable que no te hayas ni molestado en pensar desde 1984. Después de darnos ese paseo, te lo contaremos todo, te explicaremos todos los misterios del universo, te incorporaremos al grupo.
Jack Mellors se abrió camino por el concurrido pub hasta la mesa del fondo, lo bastante cerca del lavabo como para notar el olor a desinfectante cada vez que alguien abría la puerta. El hombre grueso de sienes canosas se sentó y dejó la pinta sobre el posavasos.
—Disculpad el retraso —dijo.
—No pasa nada, jefe —respondió Murphy.
—Te equivocas —le rectificó Mellors—. Sí que pasa, vosotros dos tenéis un problema bien jodido.
—Tranquilo, Jack —intervino Rix.
—No me llames Jack —estalló Mellors—. Soy tu jodido superintendente. Mis amigos me llaman Jack. Vosotros no.
—Iba a decir que este problema es nuestro problema —matizó Rix.
—Oh, no, muchacho —replicó Mellors—. No intentéis esto conmigo. Soy vuestro puto superior. Cuando vais por el buen camino, soy vuestro superior. —Bajó la voz y miró a su alrededor—. Cuando os metéis en ciertas actividades ilegales, sigo siendo vuestro superior. Si sois polis corruptos, yo soy un jefe corrupto. ¿Lo entendéis?
—El paquete pesaba poco, jefe —dijo Murphy—. Espero que no creas que estamos sisando.
Mellors dio un trago a su cerveza.
—Yo no hablaría de sisar cuando resulta que faltan dos kilos. Eso no es sisar, eso es robar a lo grande.
—Escucha, la culpa es nuestra por no pesarlo —replicó Rix—, pero es que ellos insistieron en hacer el intercambio en King’s Cross, en plena calle. Nunca nos habían pasado menos cantidad.
—Bueno, pues esta vez resulta que sí, ¿no es cierto? Faltan veinticinco mil putas libras. ¿Lo vais a solucionar, o voy a tener que enviaros a un colega con malas pulgas? De hecho, os echaré encima a Nicky a vosotros y a vuestras mujeres. Nicky, una vez que le has quitado la correa, se lanza a devorar kilos y kilos de carne, ¿entendéis lo que os digo?
—Deja a nuestras mujeres al margen de esto —se enfureció Rix.
Mellors se apoyó en el respaldo de la silla.
—Tranquilos, muchachos, ya sé que ahora mismo no tenéis la pasta. Pero os propongo un modo de ganarla rápido y con facilidad, para ahorraros mi mala leche y la de Nicky.
—¿Cómo? —preguntó Murphy.
—Hay un trabajo muy sencillo en Knightsbridge. Un puto banquero rico. Tenéis que llevaros algo que le pertenece. Os pagará encantado cincuenta de los grandes para que se lo devolváis. Nicky recupera sus veinticinco, yo me quedo diez puesto que soy vuestro superior y demás, y vosotros os repartís cinco cada uno. Todo el mundo sale ganando.
—¿Qué es lo que hay que llevarse? —preguntó Rix.
—A su hija.
—No voy a participar en un secuestro.
—Oh, sí que lo vas a hacer, machote. Imaginaos a vuestras mujeres perdiendo todos esos kilos de carne. Joder, haced que os ayuden. Las mujeres son perfectas para secuestrar a una niña.
—Hay cinco de los grandes que no están contados en el reparto —dijo Murphy de pronto.
—¿Eh?
—Si se reparten cincuenta, quedan cinco sin repartir.
—Oh, se te dan muy bien las matemáticas —ironizó Mellors—. Vais a tener que llevar con vosotros a uno de los hombres de Nicky. Él también se llevará cinco. Ya conocéis a Lucas, ¿verdad?
—Sí, conocemos a Lucas Hathaway —dijo Rix.
Mellors pidió un vaso de agua.
Murphy trajo uno de la cocina y se lo sostuvo pegado a los labios ensangrentados mientras bebía.
—¿Sabías que la pequeña Jessica Stevenson padecía de asma? —preguntó Rix—. Asma grave.
—Claro que no —respondió Mellors.
—La matamos igual que si le hubiésemos clavado un cuchillo en el corazón.
—Son cosas que pasan. Hay que pensar rápido, no dejarse dominar por el pánico. Aun así, podríais haber obtenido el rescate. Todo hubiera quedado zanjado. Pero ¿qué hicisteis vosotros dos? Os vinisteis abajo como una maleta de mala calidad que no aguanta el peso.
—No podíamos vivir con lo que hicimos —explicó Murphy.
Rix se levantó y empezó a pasear por la sala.
—Íbamos a entregarnos, cumplir la condena, hacer lo que fuese para intentar enmendar el error. Íbamos a hacerlo, pero Lucas te llamó y tú le dijiste que nos liquidase. Admítelo, Jack. Diste la orden de que nos quitasen de en medio.
—¿Os creíais que iba a cargar con vuestra cagada? Debéis estar de broma. Sí, le dije a Hathaway que os liquidase y después me aseguré de que la policía se lo cargase a él. Esa noche pasé silbando junto a vuestras tumbas y aquí estoy. Ochenta y cinco años, sano como un potro, todavía follando de vez en cuando y con un asesor bancario encantado con mi patrimonio, que además es uno de mis colegas del bar. ¿Y dónde habéis estado vosotros todos estos años, putos fracasados?
—¿Nosotros? —masculló Rix—. Nosotros hemos estado en el lugar al que vas a ir tú.
Hacía días que Ben no salía de Dartford. Se sentía tan prisionero como los intrusos del Infierno encerrados en sus celdas. Había pasado tantas horas interrogando a Molly y Christine que bromeaba diciendo que las conocía mejor que a su infeliz esposa.
Hacía tiempo que usaba el despacho de John Camp y allí estaba, revisando las grabaciones de los interrogatorios, intentando descubrir alguna pista sobre el paradero de Murphy y Rix. Rebobinó el vídeo hasta el punto en el que les pedía a las dos mujeres que le hablasen de la noche del secuestro de Jessica Stevenson. Su instinto le decía que desenmarañar esa horrible historia le conduciría hasta ellos. No disponía de mucho tiempo. El reinicio del MAAC era inminente.
Uno de los agentes de Ben llamó al teléfono del despacho.
—Sí, tengo la pantalla delante —dijo Ben.
—Rápido, conéctese con las cámaras de videovigilancia de South Ockendon —le instó el agente.
—Hace casi un mes que allí no hay ninguna actividad —masculló Ben mientras lo hacía.
—Cámara seis. Rápido.
Clicó en el icono y aparecieron Murphy y Rix mirando directamente a la cámara desde la misma casa de la urbanización en la que habían aparecido por primera vez.
—¿Habéis avisado a Ben Wellington? —dijo Rix a la cámara.
—Estoy aquí —respondió él.
—¿Nos echas de menos? —le preguntó Murphy.
—Desesperadamente. ¿Por qué estáis ahí?
—Porque queremos que nos lleves con nuestras mujeres —repuso Rix.
—No os mováis. Enseguida mando a alguien a recogeros.
—Perfecto. No hay prisa. Todavía tenemos que zanjar un asunto.
Desapareció y volvió arrastrando una silla. Un anciano fornido de cabellos blancos estaba atado a ella.
—Jason, ¿quién es ese hombre? —preguntó Ben, alzando la voz.
—Ben, este es el cabrón responsable de que nosotros y nuestras mujeres acabásemos en el Infierno. No es que nosotros no tengamos nuestra parte de culpa, pero el superintendente Jack Mellors también se merece ir al Infierno. Nos queríamos asegurar de que cuando llegue allí lo podremos encontrar. Cuando nos envíes de vuelta, regresaremos a nuestro poblacho en Ockendon. Y cuando lleguemos allí nos vamos a encontrar con Jack Mellors y lo vamos a meter en el peor pudridero del Infierno.
Murphy le puso un cuchillo en el cuello a Mellors.
—¡No lo hagas! —gritó Ben.
Murphy hizo caso omiso.