Con motivo del premio Carl Sandburg,
Chicago (Illinois), 12 de octubre de 2001
El autor de Indiana elogia a algunos ciudadanos autodidactas
del Medio Oeste que alcanzaron una gran celebridad. De joven, Vonnegut consideró la posibilidad de dedicarse al sindicalismo, pues admiraba y honraba a quienes lucharon en cualquier lugar por los derechos de los trabajadores. Como miembro del PEN Internacional, él mismo combatió por los derechos de los escritores a escala mundial. 5
Somos gente de los Grandes Lagos de América, personas de agua dulce, un pueblo no oceánico, sino continental. Cada vez que me baño en el mar me siento como si nadase en un caldo de pollo.
Os agradezco mucho este honor, aunque me haga recordar que no soy un artista tan apasionado y eficaz como lo fue Carl Sandburg. Y todos le estimamos en gran medida gracias a esa niebla que llegó con pasitos de gato.6 Pero esta noche parece la ocasión adecuada para celebrar lo que durante la primera mitad del siglo pasado él y otros socialistas americanos hicieron con arte, elocuencia y habilidad organizativa, para elevar la propia estimación, la dignidad y la perspicacia política del asalariado norteamericano, de nuestra clase trabajadora.
Que los asalariados, carentes de posición social, educación superior o riqueza, poseen un intelecto inferior es algo que contradice a todas luces el hecho de que dos de los mejores escritores y oradores centrados en los temas más profundos de la historia de América sean trabajadores autodidactas. Me refiero, claro está, a Carl Sandburg, de Illinois, y a Abraham Lincoln, de Kentucky, más adelante de Indiana y finalmente de Illinois. Ambos, proclamo, eran personas continentales y de agua dulce como nosotros.
¡Viva nuestro equipo!
Conozco a licenciados de la Universidad de Yale que no saben hacer la o con un canuto.
Socialismo no es una palabra más malvada que Cristiandad. El socialismo dio origen a Iósif Stalin y su policía secreta y clausuró iglesias, del mismo modo que la cristiandad dio a luz la Inquisición española. De hecho, tanto el socialismo como el cristianismo promueven una sociedad basada en la propuesta de que todos los hombres, niños y mujeres nacen iguales y nadie debe morir de hambre.
Adolf Hitler, por cierto, iba a por todas. Bautizó a su partido como los Nacional Socialistas, los Nazis. Pero también hizo pintar cruces en los tanques y en los aviones. La esvástica no era un símbolo pagano, como cree mucha gente, sino una cruz cristiana para uso del trabajador: por eso estaba hecha de herramientas, de hachas.
Sobre las iglesias cerradas por Stalin y las que hoy se clausuran en China: esa supresión de la religión obedecía, teóricamente, a la frase de Marx según la cual «La religión es el opio del pueblo». Marx dijo eso en 1844, cuando el opio y sus derivados eran los únicos analgésicos eficaces al alcance de la gente. También él los tomaba. Y agradecía el alivio momentáneo que le habían procurado. Lo único que hizo fue constatar el hecho, seguramente sin condenarlo, de que la religión también podía ser un lenitivo para quienes pasaban penurias económicas o sociales. Se trataba de una perogrullada informal, no de una severa afirmación.
Cuando Marx escribió esas palabras, por cierto, nosotros ni siquiera habíamos liberado a los esclavos. En esos tiempos, ¿a quién creéis que miraba con mayor agrado un Dios compasivo? ¿A Karl Marx o a los Estados Unidos de América?
Stalin se mostró encantado de elevar la perogrullada de Marx a la categoría de decreto, y los tiranos chinos también, dado que su poder parecía crecer a medida que iban dejando sin trabajo a predicadores tal vez propensos a hablar mal de ellos o de sus objetivos.
Ese comentario de Marx ha permitido también a mucha gente de este país proclamar que los socialistas están en contra de la religión y de Dios, y que por tanto resultan deleznables.
Nunca conocí a Carl Sandburg, pero me hubiese encantado. Aunque lo cierto es que me habría quedado mudo en presencia de semejante tesoro nacional. A quien sí llegué a conocer fue a un socialista de su generación, Powers Hapgood, de Indianápolis. Tras licenciarse en Harvard, el hombre se puso a trabajar en una mina de carbón, donde animó a sus hermanos obreros a organizarse para conseguir una paga mejor y unas condiciones laborales más seguras. También guio a quienes en 1927 protestaban por la ejecución de los anarquistas Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti en Massachusetts.
Otro de nuestros antepasados de agua dulce fue Eugene Victor Debs, de Terre Haute, Indiana. Aunque empezó como maquinista de locomotora, Eugene acabó presentándose a la presidencia de los Estados Unidos en cuatro ocasiones; la última, en 1920, mientras estaba en prisión. Dijo Debs: «Mientras haya una clase baja, yo formaré parte de ella. Mientras exista un elemento criminal, yo estaré ahí. Mientras quede un alma en la cárcel, yo no seré libre». Contundente afirmación.
Una paráfrasis de la Beatitudes.
Y una vez más: ¡Viva nuestro equipo!
Nuestro querido Carl Sandburg dijo lo siguiente sobre el vehemente evangelista Billy Sunday:
Apareces —rasgándote la camisa— bramando sobre Jesús. Quiero saber qué demonios sabes tú de Jesús.
Jesús hablaba bajito, pero a todo el mundo, salvo a algunos banqueros y cabecillas del hampa de Jerusalén, le gustaba estar con él porque nunca engañaba a nadie y porque asistía a los enfermos y proporcionaba esperanza a la gente.
Tú apareces gritando y llamándonos malditos locos —mientras echas espumarajos por la boca—, y siempre farfullas lo de que iremos todos al infierno y que tú lo sabes todo al respecto.
Yo he leído las palabras de Jesús. Sé lo que dijo. No me asustas lo más mínimo. Te tengo calado. Ya sé yo lo mucho que tú sabes de Jesús.
Dices a la gente que vive en chozas que Jesús lo arreglará todo dándoles mansiones celestiales cuando mueran y los gusanos los hayan devorado.
Dices a las dependientas que ganan seis dólares a la semana que tan sólo necesitan a Jesús. Tú agarras a un minero muerto sin haber vivido, encogido y gris a los cuarenta, y le dices que mire a Jesús en la cruz y se pondrá bien.
Dices a los pobres que no necesitan más dinero el día de cobro, y que aunque sea un espanto quedarse sin trabajo, Jesús lo arreglará todo, todo y todo… Lo único que tienen que hacer es encomendarse a él como tú les digas.
Jesús hacía las cosas de otra forma. Los banqueros y los abogados de la patronal de Jerusalén enviaron a sus asesinos tras Jesús porque Jesús no se prestaba a sus juegos.
Yo no quiero en mi religión las pamplinas de un charlatán.
¡Viva nuestro equipo!
Y ahora me aprovecharé de vuestra hospitalidad para definirme como un hijo del Renacimiento de Chicago, poderosamente humanizado no tan sólo por Carl Sandburg, sino también por Edgar Lee Masters, Jane Addams, Louis Sullivan, el lago Michigan y demás.
Y propongo un brindis por un personaje que no fue ni un artista ni ningún tipo de fiambre trabajador. Ni siquiera se trata de un ser humano. Damas y caballeros de Chicago, ¡brindo por la vaca de la señora O’Leary! 7