Era en momentos como ese cuando Geneva se preguntaba por qué se tomaba sus promesas seriamente. Después del abrupto rechazo de Wade la noche anterior, no merecía la pena.
Pero allí estaba, atada por una promesa, tomando champán mientras la flor y nata de Kinnon Falls inspeccionaba el nuevo adorno que colgaba del brazo de Wade… ella. Estaba empezando a arrepentirse de haber llevado a Jacob a casa de su madre. Al menos, podría haber usado a su hijo como excusa para marcharse del baile en cuanto fuera posible.
Considerando que se había dormido después de llorar durante horas y horas, no por el incidente con Cary, sino porque se sentía como una idiota por haber caído en los brazos del casanova del pueblo y haber sido rechazada por él, Geneva se alegraba de no haber gastado mucho dinero haciéndose el vestido. Considerando los malos recuerdos que le llevaría, dudaba que fuera a ponérselo de nuevo.
Pero la simplicidad del dibujo y la caída de la tela no disminuía el efecto. El estampado de hiedra sobre un fondo verde claro hacía que sus ojos parecieran de color caramelo.
Intentando no fijarse en la mirada oscura de Wade, Geneva resistió el deseo de tomarse el champán de un trago y se limitó a observar a los invitados que llenaban el salón de banquetes del club. Algunos rostros le resultaban familiares. Estaba el jefe de policía, algunos periodistas de la televisión local, algunos ejecutivos e incluso un par de deportistas. Y una mujer tan embarazada que parecía a punto de dar a luz. Afortunadamente para la mujer, también había varios médicos entre los invitados, lo cual no era una sorpresa dado que el baile benéfico se había organizado con objeto de recaudar fondos para el hospital infantil.
Con las elecciones a punto de celebrarse, varios políticos locales habían considerado conveniente acudir a aquella reunión de principales y todos parecían conocer a Wade. Especialmente las mujeres.
Un fotógrafo tomaba instantáneas del evento mientras una orquesta tocaba una canción que Geneva seguía con el pie.
–¿Quieres bailar? –preguntó Wade.
Ella vaciló un momento. Sería una tortura estar en los brazos de un hombre que quería bailar con ella solo para apartarse de otras mujeres más agresivas. Pues ella no sería una de esas patéticas mujeres que hacían pucheros cuando no se sentían queridas. Bailaría con él un par de canciones y después alegaría un imperioso dolor de cabeza y le pediría que la llevara a casa. Y tampoco sería mentira. Estar a su lado, respirar su aroma masculino, escuchar su voz y verlo tan guapo con aquel esmoquin hacía que le doliera la cabeza… y el corazón.
–No tienes que preocuparte –dijo él, tomando su mano–. Esto no es Cassidy y yo no soy Cary.
–No, eso es verdad.
Pero eso no la consolaba. Aunque estaba segura de que Wade no haría lo que Cary había hecho, tenía razones para temer estar entre sus brazos. Porque Wade tenía su corazón en la mano. Y si no tenía cuidado, se arriesgaría a que lo rompiera.
A pesar de sus iniciales dudas, unos segundos después estaban bailando, pegados el uno al otro. Y le gustaba.
Le gustaba cómo la miraba, con una mirada posesiva y hambrienta, y le gustaba estar en sus brazos, cálidos y protectores.
–¿Estás pensando en mí?
¿Por qué parecía leer sus pensamientos?
–Estaba pensando en una casa que he visto a la venta cuando veníamos al club.
–¿La de la avenida Kagle?
–Esa. Parece un sitio perfecto para Jacob. Ojalá pudiera comprarla –suspiró Geneva. Wade se puso rígido y ella pensó que lo preocupaba tener que buscar otra persona que cuidara de su hermano–. Pero no puedo hacerlo por ahora.
Era una forma de asegurar que seguiría en el apartamento durante un tiempo, pero tras ese comentario estaba también la aterradora certeza de que no quería marcharse. Aún no. Aunque llevaba poco tiempo en su apartamento, le parecía su casa. Y Jacob parecía sentir lo mismo.
–No mientras yo pueda evitarlo.
Wade acercó su cara como si fuera a besarla y Geneva no pudo evitar que su corazón se llenara de esperanza.
Estaba disfrutando demasiado. Disfrutaba de los brazos del hombre, de la atención que recibía de él. Aunque sabía que esa era una de las habilidades de Wade, una habilidad que había usado con docenas de mujeres, su corazón la obligó a levantar la cabeza.
Y entonces fue como si pasara una corriente entre ellos, haciéndole desear cosas que era mejor no desear. Cuando Wade deslizó la mano por su espalda para apretarla contra su pecho, Geneva se dio cuenta de que él deseaba lo mismo.
Entonces la besó, suave, tiernamente. Pero no era suficiente. Cuando Geneva se apartó, lo encontró mirándola con los ojos entrecerrados, como si quisiera ver dentro de su corazón.
Un movimiento distrajo a Wade y Geneva siguió la dirección de su mirada hacia la embarazada que había visto antes. Aunque estaba bailando con alguien, la mujer no dejaba de mirarlos.
Wade la llevó hasta el otro lado de la pista de baile, donde había menos gente.
–¿Aquí mejor?
–Sí, mucho mejor.
Apartada de los demás, sentía que tenía a Wade solo para ella. No quería compartirlo con nadie.
–Imagino que no querrás asustar a un potencial pretendiente. Como tú misma dijiste, si te ven conmigo…
Aunque lo decía de broma, sus palabras estaban teñidas de dolorosa verdad.
–No quería decir eso.
Quizá había pensado eso unos días antes, pero… las cosas habían cambiado entre ellos. Algo había ocurrido la noche anterior que le hacía ver las cosas de otra manera. Y la nueva perspectiva la emocionaba y la asustaba al mismo tiempo. De repente, su reputación no la importaba. Lo más importante era estar en compañía del hombre que la hacía sentir bella, exótica y deseada. El plan era estar un rato en el club y después volver a casa a la primera oportunidad, pero la verdad era que quería quedarse con él. Pasar la noche bailando con Wade Matteo, sabiendo que la mayoría de las mujeres la envidiaban.
Era absurdo, pero su corazón parecía tener sus propias ideas.
El foco que había ido pasando entre la multitud se paró en ella en ese momento, como esperando que terminara la frase. Un flas la cegó entonces y Geneva se quedó callada.
A Wade no parecía molestarlo la atención y siguieron moviéndose por la pista, como si fueran uno solo.
–No prestes atención –murmuró él–. Después de un rato, ni te darás cuenta.
¿Cómo podía ignorar el foco que los iluminaba? Quizá Wade se había acostumbrado a llamar la atención. Como hombre de negocios y mujeriego reconocido, se había acostumbrado a vivir bajo los focos. Al fin y al cabo, su fotografía solía aparecer en el periódico local.
Geneva se puso nerviosa y lo pisó sin querer.
–Lo siento –murmuró–. La luz me está cegando.
Aunque había admitido ante sí misma sus sentimientos por Wade, aquello le recordaba lo diferentes que eran. Mientras su idea de la felicidad era estar en casa, pasando el tiempo con su familia, a él parecía gustarle estar rodeado de gente. A Geneva no le gustaría vivir así. Aunque eso daba igual. Wade había dejado claro que no estaba interesado en mantener una relación con ella. Desgraciadamente, eso no le impedía desearlo.
Otro flas la cegó y Geneva empezó a ver estrellitas.
Wade se volvió hacia el fotógrafo y le ofreció su mejor sonrisa. Si el reportero conseguía lo que quería, quizá los dejaría en paz.
Pero cuando miró a la mujer que tenía en los brazos, vio que parecía mareada.
Geneva estaba fuera de su elemento, pero hacía un noble esfuerzo por estar a la altura. No había querido ir con él aquella noche y solo lo había hecho para cumplir una promesa. Wade se alegraba de que hubiera ido. Y eso lo ponía nervioso. Como el hecho de que quisiera protegerla de las miradas y los cuchicheos que los seguían a todas partes.
La canción lenta terminó y la orquesta empezó a tocar un rock, dándole la oportunidad de salir de la pista. Wade la tomó por la cintura y la llevó hacia la mesa.
–¿Quieres marcharte?
En ese momento, la mujer embarazada apareció a su lado.
–He ganado una apuesta. Deanna insistía en que no vendrías, pero yo le dije que Wade Matteo nunca se perdía estas fiestas.
Wade tomó a Geneva de la mano.
–Hola, Renee –la saludó, intentando alejarse. Desgraciadamente, el hinchado vientre de Renee se interpuso en su camino.
–¿Quién es? ¿La última en tu lista de…?
–Me alegro de volver a verte –la interrumpió él. Wade estaba agitado y dispuesto a escapar como fuera. Y no parecía dispuesto a presentársela. Eso despertaba la curiosidad de Geneva.
–Hola, soy Geneva Jensen.
–Renee Austin –sonrió la mujer, estrechando su mano–. Deja que te advierta… Si estás pensando seriamente en este hombre, será mejor que te olvides. Solo busca una cosa y, cuando la consigue, desaparece –añadió, tocándose el vientre.
Geneva había recibido una advertencia parecida una semana antes. Por su sonrisa, cualquiera diría que era la cajera de un supermercado advirtiéndola de que no comprara zumo de fruta porque estaba caducado.
Pero Geneva vio miedo en los ojos de Wade.
–Ten cuidado, Renee –dijo, intentando sonreír–. Vas a dañar mi reputación.
Cuando Geneva iba a decirle a la mujer que buscaran un sitio más tranquilo para charlar, Wade la interrumpió recordándole que tenían «planes». Planes de los que ella, por supuesto, no sabía nada.
–Otro día hablaréis. Yo contaba con esa cena a la luz de las velas que me habías prometido.
–¿Qué cena?
–¿Se te ha olvidado? ¿La cena en una manta, bajo las estrellas?
Geneva se quedó sin aliento cuando Wade empezó a acariciar su cuello. El recuerdo de la noche anterior la envolvió y, a pesar de que estaban rodeados por cientos de personas, su cuerpo respondió como si estuvieran solos.
–¿Sigues con tus jueguecitos, Wade? –rio Renee, guiñándole un ojo–. Encantada de conocerte, Geneva. Recuerda lo que he dicho. No le entregues tu corazón a este casanova. Él nunca se comprometerá con nadie.
Después de eso, la mujer se despidió con un gesto.
Las palabras de Renee fueron un jarro de agua fría para Geneva. ¿En qué había estado pensando? ¿Cómo había podido enamorarse de un hombre como Wade Matteo, un hombre que era todo lo contrario de lo que ella buscaba? Bueno, quizá no todo lo contrario. Al fin y al cabo, tenía un cuerpo como para morirse y el rostro más atractivo que había visto nunca. Pero unos músculos fuertes no eran lo que ella estaba buscando. Y en cuanto a su cara, solo tenía que recordar cómo usaba Wade aquellos penetrantes ojos verdes para seducir a las mujeres. Y, según lo que había dicho Renee, todas quedaban tan hipnotizadas que eran incapaces de enfadarse aunque las hubiera dejado por otra.
Aunque no lo había dicho claramente, Geneva estaba segura de que el niño era de él. ¿Por qué si no se había puesto Wade tan nervioso? ¿Por qué había querido escapar? Estaba claro que no quería saber nada del niño y, curiosamente, Renee no parecía furiosa por ello. Era increíble el poder que tenía aquel seductor.
Pero a ella no iba a seducirla. Geneva no quería saber nada de un hombre así. Apartándose, se acercó a la mesa y tomó su chaqueta.
Wade se acercó, pero no dijo nada, no volvió a mencionar el asunto de la cena bajo las estrellas. Y eso le recordó dolorosamente que Wade Matteo no quería nada con una mujer como ella. No quería nada con una mujer que deseaba permanencia, compromiso y fidelidad.
Una mujer con estrías.
–¿Pasa algo, Geneva?
No había razón para enfadarse con él. Había sabido desde el principio cómo era, qué buscaba de la vida. Había sabido que no quería una relación estable. Y tampoco ella deseaba una relación con un hombre de su talante. Sabía que Wade la había elegido como pareja esa noche para apartar de sí la atención de otras mujeres… y lo había conseguido.
La había usado. Pero podría haber sido peor. Podría haberla usado como había usado a Renee. Y si no hubiera sido por las estrías, podría encontrarse en la misma situación.
–No pasa nada –mintió. Nada que no pudiera resolverse con el tiempo. Una vez que ahorrase para comprar una casa, Wade Matteo desaparecería de su vida–. Pero siento curiosidad sobre una cosa.
–¿Qué cosa?
–¿Es la primera mujer a la que dejas embarazada?
No era asunto suyo y Renee no parecía preocupada porque el padre de su hijo no quisiera aceptar su responsabilidad. Era el niño por el que Geneva estaba preocupada. Ningún niño debería crecer sin un padre, especialmente cuando el hombre no aceptaba la responsabilidad porque carecía de sentido del deber.
–¿De qué estás hablando?
–No te hagas el tonto. No hace falta ser detective para saber qué ha pasado.
Wade abrió la puerta del salón que conectaba con el aparcamiento.
–Tienes una imaginación muy calenturienta. ¿Nunca se te ha ocurrido escribir novelas de misterio?
Pero Geneva no pensaba abandonar. No era asunto suyo, pero la curiosidad y quizá su deseo de comprobar que era un canalla, para matar la fascinación que sentía por él, la obligaban a insistir.
Tenía que olvidarse de él para ofrecerle su corazón a alguien que lo mereciera.
–No has respondido a mi pregunta.
En ese momento, un hombre muy atractivo de unos treinta años entraba en el salón.
–Sigue gustándote la oscuridad, ¿eh, Matteo?
Wade levantó la cabeza y al ver al hombre su expresión se suavizó. Los dos se saludaron amistosamente, con apretones de manos y golpecitos en la espalda.
–¡Dan! ¿Dónde has estado metido?
–En Tennessee, trabajando en la empresa de mi tío –contestó el joven–. He venido a visitar a mi familia y ellos me dijeron que habías organizado otro de tus bailes para recaudar fondos. ¿Cómo es que este año no te has ofrecido a ti mismo en la subasta de solteros? ¡Eso era una tradición!
Geneva se aclaró la garganta. No le apetecía nada escuchar aquella conversación tan típicamente masculina.
–Geneva, te presento a Daniel Etheridge. Dan, te presento a… mi vecina, Geneva Jensen.
Geneva se percató de que no se refería a ella como su «amiga» porque, de hacerlo, quizá Dan creería que era su novia. Excepto por el breve momento en la pista de baile, parecía decidido a librarse de ella. De acuerdo, tenía estrías. Pero tenía que haber razones más serias para que él pareciera tan poco interesado.
Entonces se le ocurrió algo. Pero no podía ser. Otra vez, no.
–Perdonadme un momento mientras voy a buscar algo de comer –se disculpó Dan sonriendo–. Estoy muerto de hambre.
–¿Qué te pasa? –le preguntó Wade cuando el joven desapareció–. Estás pálida como un fantasma.
–No vas a hacérmelo otra vez –afirmó Geneva. Aunque debía buscar un hombre más adecuado que Wade, no tenía deseo alguno de volver a sufrir la tortura de una cita a ciegas.
Él la tomó por la muñeca cuando intentó darse la vuelta. Y Geneva no podía soltarse sin montar una escena.
–¿A qué te refieres?
–A tus planes de emparejarme con cualquiera. Soy perfectamente capaz de encontrar un hombre sin la ayuda de alguien que se vende a sí mismo en una subasta.
–Solo lo he hecho unas cuantas veces –protestó Wade–. Además, nunca encontrarías a nadie mejor que Dan. Le confiaría a mi propia hermana… si la tuviera.
–Eso es lo que dijiste las dos últimas veces –replicó ella, intentando soltarse.
–Dan es todo lo que tú buscas en un hombre. Es serio, formal, un hombre de familia y… una persona que controla sus sentimientos.
Geneva parpadeó, sorprendida por aquello último.
–También me dijiste que Ellis y Cary eran perfectos para mí. Y no funcionó.
–Dan es diferente. Somos amigos desde la universidad…
En ese momento, Dan volvió a acercarse con una servilleta llena de canapés.
–¿Un canapé de gambas?
–No, gracias –murmuró Wade, que aparentaba estar arreglando la correa del reloj de Geneva–. Ya está. Así no volverá a caerse.
En ese momento, Renee llegó a la puerta del brazo de un atractivo caballero, al que presentó como su marido.
–Buena idea. Te irá mucho mejor con Dan –le dijo a Geneva al oído.
Pero desapareció antes de que ella pudiera replicar.
–Le estaba diciendo a Geneva que éramos compañeros de universidad –dijo Wade entonces.
–Desde luego. Éramos completamente opuestos –rio su amigo–. Yo creo que la misión de Wade era corromperme. Y la mía, dar buen ejemplo. Ninguno de los dos consiguió nada.
–Ya te lo advertí.
Había algo que no tenía sentido. Geneva sentía que Wade y ella estaban conectados de alguna forma, que deseaban lo mismo. Pero todos los signos, incluso la confirmación del propio Wade, la hacían ver que se equivocaba. Sin embargo, estaba convencida de que Wade Matteo tenía dos caras. Una que daba a los demás y otra, de la que Geneva había visto un pequeño reflejo, cuando estaban solos.
Diciéndose a sí misma que no debía seguir por ahí, volvió a concentrarse en la conversación. Para entonces, Wade estaba hablando del último estreno cinematográfico que había llegado a Kinnon Falls.
–Tengo ganas de ver esa película –dijo Dan.
–¿De verdad? –sonrió Wade. A Geneva casi le pareció que estaba frotándose las manos–. ¿Y por qué no llevas a Geneva? Le encantan las películas de misterio.
–¿Y tú cómo lo sabes? –preguntó ella, irritada.
–Lo sé, simplemente –sonrió él, haciéndole un guiño–. ¿Qué dices, Dan?
–Pues yo… –el hombre la miró, un poco sorprendido–. ¿A ti te apetece?
Geneva suspiró. Tenía que salir de aquel absurdo carrusel de citas y buscar algo que fuera realmente prometedor.
A pesar de todo, miró a Wade a los ojos para comprobar si eso era lo que de verdad quería. Y no pudo evitar una punzada de desilusión cuando él le hizo un gesto, como diciendo, «vamos, ¿a qué esperas?».
Tenía razón. ¿A qué estaba esperando? ¿Al príncipe encantando en su blanco corcel? Los únicos corceles que había por allí eran los caballos del club de campo y no recordaba haber visto ninguno de color blanco. En cuanto a Dan Etheridge, ¿quién sabe?, se preguntó. Podría ser el hombre perfecto para ella.
Se sentía peligrosamente cerca de Wade, sobre todo después de la noche anterior. Y él era un peligro para su corazón, como un cable eléctrico era un peligro para su hijo. Cada vez que Jacob quería jugar con algo que podría ser peligroso, ella lo distraía con otra cosa. Quizá Dan sería una distracción… y la haría olvidar aquella locura de sentimientos por Wade.
–Claro –dijo por fin, obligándose a sí misma a parecer entusiasmada–. Me apetece mucho.
–Estupendo –dijo Wade–. Perfecto.
Dan parecía un hombre agradable. Y su vena frívola agradecía el atractivo rostro y el físico atlético.
Le dolía que Wade la dejara de lado como algo que no se deseaba, pero quizá fuera mejor así. Quizá él tenía razón. Quizá Dan era el hombre que esperaba.
Pero, si era así, ¿por qué estaba tan segura de que iba a volver a equivocarse?