Capítulo 11

 

 

 

 

 

QUIERO tu corazón» era lo que Hannah habría querido decir.

Era curioso que lo único que no había incluido en su lista, el amor de un hombre, fuera lo que añoraba cuando casi había cumplido todo lo demás.

Pero no podía culpar a Akin. Sus padres le habían hecho creer que no se merecía una vida plena, que no podía luchar por conseguir la felicidad. Y ella no podía cambiar eso. Solo podía confiar en que el paso del tiempo lo ayudara a cicatrizar las heridas. Y, si no tenía su amor, sí tenía su plena dedicación física.

Hacían el amor siempre que podían, pero solo tuvo la confirmación de que Akin quería compartir la cama con ella completamente una noche que llegó a su dormitorio y en tono contrariado preguntó:

–¿Por qué te has ido?

–Qaswar estaba inquieto y no he querido despertarte –dijo ella adormecida, al tiempo que él se metía en la cama y la acomodaba en sus brazos.

Estaba preocupadísimo. En cuanto pase la ceremonia de coronación, nos cambiamos de ala.

Akin lo dijo en un tono que sonaba a amenaza y que hizo sonreír a Hannah en la oscuridad, antes de quedarse dormida.

 

* * *

Faltaban pocas semanas para la ceremonia y solo quedaban por ultimar algunos detalles. Akin había aprobado todas las sugerencias de Hannah y había alabado su capacidad de organización.

Estaba en medio de una reunión decidiendo el menú definitivo cuando su ayudante le anunció que tenía una llamada urgente de su marido.

–Mi padre ha fallecido –dijo Akin abruptamente–. Acabo de decírselo a mi madre. Tengo que hacer algunas llamadas. ¿Puedes ir con el bebé a visitarla? Está preguntando por él.

–Claro. Lo siento, Akin.

Él se despidió y colgó. Hannah sintió una heladora premonición. Sin anunciar nada al personal porque pensaba que no le correspondía, llamó a la niñera para que se reuniera con ella en la cámara de la reina. Pero no dejaba de pensar en lo que había dicho un día Akin sobre cómo la coronación cambiaría las cosas, que si su padre lo reconocía, podría empezar a sentirse aceptado y no un lastre.

Los siguientes días fueron difíciles. Hannah apenas vio a Akin excepto cuando permanecía a su lado para recibir a las visitas que acudían a presentar sus condolencias, una procesión inacabable de caras largas y voces sofocadas. Entremedias, a veces había que tranquilizar a la reina. La pérdida había empeorado seriamente su estado

Además, Hannah tuvo que cancelar la ceremonia. En su lugar, el día después del funeral del rey, recibieron a los representantes del Parlamento.

–Por unanimidad lo hemos ratificado como Regente de Baaqi hasta la mayoría de edad del príncipe –dijo uno de ellos a Akin. O así se lo habían traducido a Hannah.

La formalidad duró diez minutos. Cuando se fueron, Hannah pudo quedarse por fin a solas con su esposo. Parecía exhausto.

–¿Eso es todo? Creía que la coronación pretendía demostrar… algo –dijo ella, encogiéndose de hombros.

–Así era –dijo Akin en tono apagado–. Habría demostrado que mi padre quería que yo ocupara ese puesto, que confiaba en mí como hijo y como líder. Era pura vanidad por mi parte –concluyó con amargura.

–No digas eso –su desánimo rompió el corazón de Hannah–. Es normal que quisieras recibir un reconocimiento. No es vanidoso, es humano.

–Desear ser amado de niño es algo natural. En un adulto, es inmadurez.

–¡No es verdad! Yo quiero ser amada. Todo el mundo lo quiere –la ansiedad atenazó a Hannah y una voz interior le advirtió de que Akin sufría demasiado en aquel momento como para estar en disposición de escuchar, pero continuó–: siento que tus padres no te dieran el amor que mereces y sé que no sirve de compensación, pero… Yo te amo.

Le dolió decirlo como si se arrancara el corazón y se lo entregara para que hiciera con él lo que quisiera, pero lo hizo igualmente.

Akin contuvo el aliento, paralizado, aislado en sí mismo.

«No», protestó ella en silencio.

Hannah, no puedo… Te dije que te daría lo que quisieras, pero no puedo darte la vida que anhelas –dijo Akin con amargura–. No soy ese hombre.

«¿Cómo lo sabes si no lo has intentado?», habría querido decir Hannah.

–¿Quién me lo va a dar sino tú, Akin? ¿Tengo que buscarlo en otra persona…?

La mera idea era inconcebible.

–Sí –dijo él fríamente–. Búscate a otro.

Y se fue.