Capítulo 6

 

 

 

 

 

AKIN dejó caer los brazos y Hannah entró apresuradamente. Él la observó a través de cristal y oyó su voz tranquilizadora y su gesto cariñoso al tomar al bebé en brazos. El primogénito, pensó Akin con envidia, desviando la mirada. Y al instante se dijo que nunca le daría otro hijo a Hannah porque no estaba dispuesto a que su propio hijo pasara por la agonía de ser el segundón.

«No soporto separarme de él».

La reina todavía sentía eso mismo respecto a Eijaz, pero jamás había expresado nada parecido sobre Akin.

Este se había quedado mirando fijamente la piscina y no se dio cuenta de que Hannah se sentaba de nuevo hasta que oyó al bebé. Al volverse vio que ella se había puesto un chal e intentaba poner a mamar al niño.

–Sí, sí. Ya estoy –lo intentó calmar–. Ya sé que tienes hambre, pero no hace falta que montes semejante escándalo. Si ser rey no se te da bien, tienes una carrera como actor.

El llanto cesó bruscamente. Hannah suspiró y bebió agua.

–Amamantar me da sed.

–¿Quieres que te deje sola? –preguntó Akin.

–¿Te incomoda estar aquí mientras mama?

¿Era eso lo que le pasaba? Akin se dio cuenta de que nunca tenía momentos de intimidad. Y fue tan revelador como el día que había descubierto que Hannah leía novelas románticas y tenía una lista de deseos.

–¿Puedo decirte algo antes de que te vayas? –preguntó ella con la mirada fija en el bebé y las mejillas encendidas.

Akin asumió que iba a reprenderlo por besarla. Sabía que debía arrepentirse, pero no lo hacía, y menos con la dulzura con la que ella había respondido y que todavía lo mantenía excitado. De hecho, ansiaba explorar los límites de aquella pasión, aunque sospechaba que ella iba a acusarlo de sobrepasarse.

–Estoy esforzándome, pero no es fácil. Ser madre es complicado, Akin. Pero cada vez que abrazo a mi hijo pienso que existe gracias a tu hermano, aunque no fuera deliberadamente. Tienes razón en que no puedo negarle sus derechos hereditarios. Quiero ayudar a prepararlo para sus deberes y mantenerlo a salvo. Me siento muy afortunada por tenerlo –alzó la mirada con los ojos humedecidos.

No dijo nada del beso. Akin, uno de los hombres más poderosos del mundo, se sentía inerme ante Hannah. En cualquier otra circunstancia se habría sentido furioso por esa habilidad para desconcertarlo, pero la facilidad con la que ella lo conseguía lo fascinaba.

Suspiró y se pasó la mano por el cabello.

–Mi hermano era impredecible, Hannah. No debería criticarlo, pero era temperamental y siempre disfrutó de una libertad total. Nunca rindió cuentas ni tuvo que reparar las consecuencias de sus actos –ese era su trabajo–. Afortunadamente, tenía un buen corazón. Quería que Baaqi progresara, pero no era realista y no trabajaba para ello.

Akin miró hacia el interior y bajó el tono para evitar ser oído.

–Cuando mi padre necesitó que asumiera responsabilidades, él quiso creer que podía delegar en el Parlamento y seguir con su vida. Convocó unas elecciones sin haber trazado un plan. Fue como lanzar una piedra a un avispero, y huyó a un viaje desde el que mandaba fotografías escalando glaciares. Yo tuve que recoger los pedazos –concluyó Akin.

–Temes que Qaswar sea como él y haga cosas impredecibles.

–Así es. Cada cosa que haces me sorprende –y aunque suponía que debía irritarle, era lo que le gustaba de ella.

–No quiero ser una vergüenza para mi hijo. Ni para ti –dijo ella con expresión vulnerable.

«No quieres que vean a tu espantosa mujer». La autoestima de Hannah había sido vapuleada y Akin no sabía cómo restaurarla. No la habría besado de no encontrarla atractiva, pero se arrepentía de haber roto su palabra. Si se enorgullecía de algo en su vida era de tener más dominio de sí mismo que su hermano.

–¿Te quedas a comer con nosotros para que podamos hacer las paces?

Cada vez que Akin pensaba que Hannah ya no podría sorprenderlo, descubría que se equivocaba. Siempre había otro lado de la moneda. Hannah era generosa y compasiva, y él se sentía atraído hacia el extraño fuego de su interior como un viajero en una noche de tormenta.

Se sentó diciéndose que era la solución más práctica: tenía hambre y la comida estaba preparada.

–¿Visitas a Qaswar cuando está con tu madre porque no tienes otro momento?

Akin podría haber asentido, pero la complejidad de la relación con su madre era tal que negarla solo empeoraba las cosas.

–Necesita que le recuerde que Qaswar no es Eijaz. Es capaz de creer que es su reencarnación –Akin temía que si no ponía límite al tiempo que pasaba con él, su madre lo reclamaría como suyo.

–¿Sufre demencia o algo parecido? –preguntó Hannah con tacto.

Akin asintió.

–Es confidencial. La muerte de Eijaz ha empeorado su estado. Tener ante sí una perfecta réplica puede causarle delirios. Y yo no tengo el valor de hacer que se enfrente a la realidad. Su dolor es real. Su estado mental, irreparable. No hay solución.

¡Qué terrible! Debes de estar muy preocupado por tus padres. Lo siento –Hannah apretó la muñeca de Akin.

Akin bajó la mirada a su menuda y delicada mano, perplejo ante sus palabras de consuelo y afecto.

Hannah la retiró rápidamente.

–Mi abuela tenía artritis y un corazón débil, pero mantuvo siempre una mente clarividente. Puedo imaginar lo duro que tiene que ser para ti.

Akin sintió una emoción que le atenazaba la garganta. Tragó.

–Uno hace lo que debe –para eso existían las frases hechas, para usarlas en momentos como aquel.

–¿Serviría de algo que yo visitara a tu madre cuando Qaswar va a verla? Pensaba que le caía mal, pero ahora lo entiendo mejor.

–Puedo arreglármelas solo –dijo él.

–Pero no es necesario –contestó Hannah con dulzura–. Ojalá supiera más árabe. No puedo ayudarte con la lectura de las leyes, y eso que tengo fama de ser una trabajadora incansable y muy quisquillosa en mis revisiones.

–No lo dudo –dijo él.

–Ya has visto lo bien que hago lazos. Si quieres que corte alguna cinta de inauguración, dímelo.

–No es necesario, Hannah.

La expresión risueña del rostro de Hannah se desvaneció, aunque intentó ocultarlo mirando hacia el otro lado del jardín.

–¿Intentas dejarme de lado amablemente? Prometimos ser sinceros, Akin. Si no soy adecuada para representar al palacio, por favor, dímelo.

«Tu espantosa mujer».

A Akin le indignaba que alguien hubiera sido grosero con ella y hacía que quisiera protegerla de todo mal.

–No estoy acostumbrado a aceptar ayuda. Nunca la he tenido. Cuando nos casamos pensé que solo era por el bien del niño –desvío la mirada cuando Hannah separó al bebé de su pecho–. Mi madre renunció a sus deberes hace tiempo. No me había planteado que estuvieras dispuesta a asumirlos tú.

–Me sentiría honrado de poder hacer cualquier cosa que necesites –Hannah le tendió el bebé. Cuando Akin la miró sin comprender, dijo–: ¿Puedes sujetarlo?

Akin no había querido admitir que no había tomado al niño en brazos nunca. Parecía tan frágil que temía romperlo. Pero en aquel momento sintió su peso, ligero pero firme, sus puñitos apretados y el ceño fruncido, y sonrió.

–Las cosas buenas no duran, ¿verdad? –dijo.

–Tampoco las malas –Hannah terminó de ajustarse la ropa–. Al menos eso es lo que siempre me he dicho –concluyó, colocando el chal sobre los hombros de Akin–. Para que no te manche. Frótale la espalda hasta que suelte un eructo.

Akin tenía asuntos mucho más urgentes de los que ocuparse que hacer que su sobrino eructara, pero por una fracción de segundo se dejó envolver por una burbuja de calma y bienestar.

Hannah suspiró.

–Estaba deseando ver esto –dijo con una dulzura que conmovió a Akin.

Sostener a Qaswar con tanto placer era una debilidad. A él le correspondía darle al niño, no recibir de él. Alzó la mirada y una niñera que estaba al otro lado del cristal acudió a tomar al niño.

Hannah puso cara de tristeza.

–No quieres que seamos amigos, ¿verdad?

–He dicho «aliados» –le recordó Akin.

–¿Nada más? –preguntó ella, escrutando su rostro.

Era el momento de mencionar el beso y admitir que quería un matrimonio más convencional y compartir con ella su cama; pero el sexo significaba tener hijos, y permanecer como amigos era más seguro.

–Puedes celebrar la Navidad –dijo Akin bruscamente–. Y reflexionaré sobre tu papel en palacio. Si te gusta cumplir con las tradiciones, puede que te guste organizar la ceremonia de abdicación de mi padre, tras la que yo me convertiré en Regente.

–¿De verdad? –Hannah sonrió entusiasmada–. ¡Me encantaría! No te desilusionaré. En cuanto a otros deberes, haría encantada cualquier cosa relativa a la educación y enseñanza, sobre todo de niñas. Podría…

Akin alzó una mano.

–Hay un dicho respecto a mantenerse ocupado. Ya veo que si no te doy tarea eres capaz de organizar un concurso de camisetas mojadas.

–Es parte de la fiesta de Navidad. Estoy segura de que voy a ganar.

Akin contuvo la risa.

–Hablando así no vas a poder ser representante de la familia real.

–Pero está en mi lista de deseos.

–¿Ganar una competición de camisetas mojadas? –Akin tuvo la tentación de tirarla a la piscina.

–No, pero debería añadirlo, ¿no crees? –dijo Hannah con un brillo risueño en los ojos–. Lo que sí está en mi lista es hacer bromas. A la gente le gustan las personas divertidas, así que no hay nada que perder.

–El día que el tamaño de tu sujetador sea noticia, cerraré tu puerta con llave.

–¿Ves? Me gusta que hagas bromas. Te hace más humano.

–No bromeo –Akin se puso en pie.

–¿Dónde vas?

La forma en la que Hannah alzó el rostro hacia él hizo que Akin quisiera besarla.

–Ya he estado suficiente rato ocioso.

–Pues solo ha sido el aperitivo.

Precisamente. Como tener en brazos al niño y bromear con ella empezaba a resultarle el inicio de algo más.

–Mi personal se pondrá en contacto contigo para hablar de la ceremonia.

Akin rodeó la piscina hacia su ala del edificio para alargar los minutos de sentir la mirada de Hannah fija en él.

 

 

Hannah estaba absorta en su novela cuando algo le hizo alzar la mirada.

Akin había aparecido de la nada y la estaba observando.

Una corriente eléctrica la sacudió. Había estado pensando incesantemente en él y en su beso, en cómo había sido delicado y devastador a un tiempo. De hecho, había sido tan perturbador que había usado a Qaswar como un escudo para poder mantener la conversación alejada del beso. En aquel momento, sin embargo, fue lo primero en lo que pensó y, sonrojándose, bajó la mirada.

–¿Dónde está tu doncella? –preguntó él mientras se acercaba a ver a Qaswar, que dormía en la cuna.

–He dado unas horas libres a todo el personal.

Akin se tensó.

–¿Porque es Navidad? –miró hacia el árbol y vio que ya solo quedaban tres paquetes pequeños.

–Los guardas cuidan la puerta. Tienen un sentido del deber aún más marcado que el tuyo. Toma algo –dijo Hannah, indicando una bandeja con distintos tipos de pastas.

Luego tomó el sobre de entre las ramas del árbol, sintiéndose súbitamente avergonzada del regalo que iba a hacerle. En el momento le había parecido una buena idea, pero ya no estaba segura. Carraspeó.

–Feliz Navidad –dijo. Y se lo dio.

Akin lo tomó con la mano libre. Solo entonces se dio cuenta Hannah de que en la otra sostenía una caja pequeña envuelta en papel plateado.

–Tú no celebras la Navidad –dijo ella.

Por pura diplomacia, participo en el intercambio de regalos si me parece apropiado.

–Ah, entonces debe de tratarse de un alfiler con la bandera del país –dijo ella, bromeando al tiempo que la tomaba de manos de Akin.

–¿Y esto algunos apuntes de tu constitución? –dijo él, tomando el sobre.

Akin tenía que saber hasta qué punto la desarmaba cuando mostraba su sentido del humor. De hecho, sospechaba que lo hacía a propósito. Igual que la forma en que la miraba, como si quiera hacerla consciente de sí misma como mujer, desde su postura al tamaño de su sujetador, o de cómo le temblaban las manos al empezar a abrir su regalo. Entre tanto, miró de soslayo a Akin. Vio que sacaba los papeles del sobre y, como sabía que tardaría un poco en darse cuenta de qué eran, se concentró en el suyo. Se trataba de un precioso par de pendientes a juego con un colgante.

–¿Cómo sabías que entre mis deseos estaba hacerme agujeros en las orejas?

–No me había fijado en que no los tuvieras –Akin miró su lóbulo.

Bastó esa mirada para que Hannah se sintiera arder, y se preguntó qué le pasaría si alguna vez llegaba a mirarla con deseo.

–Bueno –balbuceó–. Esto me ayuda a decidirme. Gracias. Son preciosos.

–De nada –dijo él ausente, volviendo a concentrase en el guion que tenía ante sí–. ¿Me has regalado una biografía?

Hannah había creído que era una idea tan buena… pero en ese momento se sintió como la irritante fan de unas estrella del rock.

–Te dije que había estado leyendo sobre tu historia –explicó–. Hay una biografía de tu madre, cuatro de tu padre y nueve de tu hermano, aunque solo dos autorizadas. Todo lo relativo a ti está disperso en artículos en una docena de lenguas, aun cuando…

Hannah no quería criticar al padre de su hijo ni a su abuelo, pero parecía claro que la paz tentativa alcanzada en Baaqi y la creciente prosperidad eran más un logro de Akin que del rey.

–Bueno, me parecía que faltaba una pieza del puzle. El bibliotecario del palacio me ha dicho que solo hacía falta que alguien liderara el proyecto y contara con la financiación. Yo tengo una asignación exorbitante, así que he contactado con el departamento de historia de tu universidad. Un catedrático accedió y ha reunido a un grupo de estudiantes para hacerlo. ¿Te gusta la idea? ¿Te molesta?

Akin dejó caer la mano.

–Hannah, no necesito halagos.

–¡No se trata de eso! Quiero saber más de tus actos y de tus logros. Piensa en ello como una crónica para Qaswar y sus descendientes. No puedes tener un vacío de veinte años en la historia de Baaqi que diga: «Su tío defendió el fuerte durante un tiempo».

Akin esbozó una sonrisa y finalmente asintió.

–Supongo que si es un recuento de hechos, puedes proceder. No me dibujes como un héroe. Solo cumplo con mi deber.

–Por supuesto –Hannah fue a añadir algo pero, calló. Akin frunció el ceño.

–Di lo que piensas.

Hannah se mordió los labios.

–Pensaba que una de tus heroicidades sería haber salvado a Qaswar de convertirse en el hijo de una bibliotecaria.

–No hables mal de ti misma.

No fue un comentario, sino una orden que Hannah recibió como un golpe en medio del pecho que se expandió hasta romper viejas concepciones y dejar sitio a nuevas. Se cruzó de brazos al darse cuenta de que seguía cometiendo el error que se había jurado evitar. Más perturbador aún era que Akin no quisiera que lo hiciera.

–¿Lo ves? –dijo Akin, adoptando un tono más cálido–. Protejo a Qaswar de cualquiera, incluso de los insultos de su madre cuando olvida que debe respetarse a sí misma.

Hannah tuvo ganas de llorar. Parpadeó.

–A veces es más fácil bromear que sentir lo que se siente –dijo, intentando sonreír.

–A veces es más fácil no sentir absolutamente nada –dijo él con una solemnidad que reverberó en el aire.

Por un momento Akin le miró los labios y Hannah creyó que iba besarla, pero luego miró hacia el niño y fue hacia la puerta.

–He pedido al cocinero que ase un pollo por si quieres cenar conmigo –dijo Hannah.

–El helicóptero me espera.

A Hannah se le desplomó el corazón.

No sabía que te marcharas. ¿Cuánto tiempo estarás fuera?

–Dos semanas.

Una eternidad.

–¿Iras con Qaswar a visitar a mi madre? –añadió Akin.

La petición tomó a Hannah por sorpresa, pero asintió.

–Si es lo que quieres, por supuesto.

–Gracias –Akin se giró, bajó la mirada al papel que sujetaba en la mano, volvió hacia Hannah y posó una mano en su rostro.

Ella alzó una mano a su pecho y Akin acercó su boca a la de ella. Se detuvo.

–Tenemos que hablar de algunas otras cosas, pero ahora no tengo tiempo.

–¿Tiene que ver con que ahora seamos dos personas que se besan?

–Sí –Akin esperó un segundo, como si quisiera darle la oportunidad de mostrar su oposición.

Ella se limitó a mirarle los labios y a ver cómo agachaba la cabeza con el corazón tan acelerado que temió que se le saltara del pecho. Cerró los ojos y se deleitó en la forma en que él hizo cautivos sus labios. Inconscientemente, arrugó la túnica con sus dedos, ofreciéndose a él. Akin la estrechó entre sus brazos y ella se derritió contra su pecho. Él la apretó con fuerza, levantándola prácticamente del suelo.

Demasiado pronto, aflojó el abrazó y la ayudó a estabilizarse. Hannah estaba jadeante y con los párpados tan pesados que apenas podía abrir los ojos.

Akin asintió como si era fuera la reacción que buscaba y, sin mediar palabra, se fue.