Tiempo de preparación: 60 minutos
Mi padre siempre comía alcachofas como entrada o primer plato. Desde que era muy chiquita lo vi prepararlas y comérselas con un gusto que ni yo me puedo explicar. Claro está que para mí eran una cosa rara, pero desde el día en que me las dio a probar y me permitió conocer el arte que es comerlas… desde ahí quedé enamorada. Mi enamoramiento aumentó cuando aprendí de sus beneficios y todos los poderes que tiene este maravilloso vegetal.
Pon a sancochar las alcachofas en agua hirviendo, el agua debe cubrirlas completamente. Tapa la olla y espera por lo menos una hora a que se cocinen. Las alcachofas son muy duras por lo que necesitan estar bien cocinadas. Aparte, en una cacerola a fuego muy lento, coloca el ghee junto con el limón bien exprimido, el truco está en no dejar de revolver hasta que los dos ingredientes queden perfectamente mezclados. Agrégale un poco de sal marina y ya, pon la salsa en una salsera.
Cuando la alcachofa ya esté cocinada la escurres muy bien en un colador. Luego, con un cuchillo con sierra, pártela a la mitad. Debes retirarle la parte del centro que es como peluda, dejándole intacto su corazón. Cada hoja de la alcachofa tiene carne en su parte inferior. Mi papá me enseñó a untarla con la salsa y luego morderla retirándole la carne con los dientes, el resto de la hoja no se come. Por eso les decía que es un arte comerla… su corazón es la mejor parte. Estoy segura de que por eso es lo único que te puedes comer hasta el final.
El agua de la alcachofa la puedes dejar reposar para luego mantenerla en la nevera y consumirla, es excelente como diurético natural.