Capítulo 12

 

ERA la primera vez en su vida que Meredith se había planteado siquiera dejar un trabajo a medias. Su empleo de investigadora corporativa tenía muchas facetas, y aunque por lo general no era una espía o «agente de información sobre la competencia», en ocasiones había realizado ese tipo de tarea.

Mientras se sintiera cómoda con las razones de su investigación, y considerara que no vulneraba su ética y sus valores personales, era capaz de realizar un buen trabajo. Sin embargo, en esa ocasión las cosas se estaban volviendo un poco confusas.

Le había dicho a la persona que la había contratado que quizás tendría un conflicto de intereses, y la persona en cuestión había adivinado a la primera que la razón era su relación con Evan. A Meredith le resultaba difícil de explicar, ya que era algo que había sucedido hacía mucho tiempo.

¿Cómo podía confesar que acababa de enterarse de que él había tenido una vez la oportunidad de hacer algo muy parecido al trabajo que ella estaba realizando, pero que Evan había optado por no hacerlo?

Sonaba muy… poco profesional, así que había optado por explicar que nunca había realizado aquel tipo de trabajo en una compañía con la que estuviera relacionada, aunque la conexión fuera tan obsoleta y tangencial como la que tenía con los Hanson.

Meredith había afirmado que por esa razón le resultaba más difícil de lo previsto cumplir con sus obligaciones, sobre todo teniendo en cuenta que el resultado final sería la absorción de la compañía de Evan.

Para su sorpresa, le habían asegurado que no se estaba planeando ninguna acción hostil, sino que lo que se pretendía era conseguir una fusión; el objetivo era que dos compañías fuertes se unieran para que ambas ganaran en poder. Hanson Media no iba a perder nada en aquel trato, sino que iba a salir beneficiada.

Meredith suponía que aquello era bastante creíble; Hanson podía aceptar una oferta de asociación, en vez de someterse a una absorción hostil que no le concedería siquiera la opción de poder elegir.

–¿Estás preparada para acabar el trabajo que has empezado? –le había preguntado su superior.

Era la pregunta del millón de dólares. Meredith lo había pensado por unos segundos; su instinto le decía que le estaban diciendo la verdad, y en los últimos años su sexto sentido había sido bastante fiable.

–Sí –había dicho al fin–, lo estoy. Puedes confiar en mí.

 

 

Evan empezaba a tener dificultad para pensar con claridad. Estar en casa de los padres de Meredith la otra noche había resultado demasiado extraño. ¿Cuántas horas había pasado allí, disfrutando de la compañía de la chica que él había creído con una certeza absoluta que iba a ser su esposa?

Era raro volver y verla convertida en una mujer adulta, una mujer que se había ido alejando de él durante más de una década, pero rodeada del mismo ambiente. Le causaba una extraña sensación, una mezcla de inquietud y melancolía.

Por no hablar del deseo renovado que sentía hacia ella mientras la mujer encajaba en su nueva vida y en su mente. Era increíble cómo había manejado a Lenny Doss, y la forma en que se desenvolvía en el trabajo era asombrosa. Era una profesional perfecta, siempre conservadora, pero siempre acertada.

Era irónico que la cualidad que lo había sacado de sus casillas cuando salían juntos, su negativa a arriesgarse, fuera lo que más apreciaba de ella en ese momento.

Después de pasar la noche en la habitación de huéspedes, Evan se había levantado temprano, había escrito una nota de agradecimiento y había llamado a un taxi para que lo llevara de vuelta hasta su coche en Navy Pier.

Había pensado que sería mejor así, sin conversaciones embarazosas ni silencios incómodos de por medio.

Llevaba tres horas y media en la oficina, sin ver ni rastro de Meredith, cuando al fin decidió dar un paseo para buscarla disimuladamente.

Pero no estaba en relaciones públicas, y David le dijo que no la había visto en todo el día, así que se sintió perplejo cuando la encontró en un solitario ordenador del departamento de finanzas.

La observó durante unos minutos a distancia mientras ella tecleaba, entornaba los ojos, se inclinaba hacia delante y tomaba notas en un bloc.

¿Qué estaba haciendo?

Evan quería ver mejor lo que ella tenía entre manos, así que se acercó un poco, pero intentó evitar que su presencia fuera obvia, para poder alegar que acababa de llegar si ella lo pillaba. Con mucho cuidado, se acercó tras ella e intentó ver lo que había en la pantalla del ordenador. Eran ingresos, créditos y balances generales; Meredith estaba estudiando el perfil económico de la compañía… ¿por qué?

Evan se alejó de nuevo sin que ella se diera cuenta de su presencia, y en el pasillo reflexionó sobre lo que iba a hacer. ¿Acaso era una especie de espía corporativa? No, aquello era demasiado absurdo, ¿cómo podía pensar algo así?

Meredith era una mujer de principios demasiado sólidos para ser deshonesta, y mucho menos para mentirle a alguien a la cara; si aquello fuera cierto, ella tendría que engañar a David, a Helen, a él mismo y a todas las personas con las que entrara en contacto en la oficina.

Era imposible.

Era mucho más probable que la siempre responsable y previsora Meredith estuviera comprobando las estadísticas de la empresa porque estuviera interesada en alguna inversión personal, no porque fuera a informar a alguna fuente secreta.

Si alguien tenía el valor suficiente para invertir en una compañía que había tocado fondo, esa era Meredith; sabría, como él, que Hanson Media iba a salir a flote de una forma o de otra.

Aquello concordaba mucho más con la personalidad de la mujer, y sin embargo… Evan no estaba seguro del todo, había algo que no acababa de encajar. Un inversor tendría muchas formas de comprobar el balance de gastos e ingresos, y la viabilidad de la compañía como una inversión potencial. Había libros, páginas web, carteras de inversiones, personas que se dedicaban a proporcionar aquel tipo de información.

Aun así, la idea de que Meredith estuviera recabando información sobre la compañía por algún oscuro propósito era muy poco probable. Tendría que estar pendiente del asunto; la mantendría cerca e intentaría descubrir lo que pasaba sin tener que preguntar.

 

 

Habían pasado varios días desde que Evan se había quedado a dormir en su casa, pero no habían hablado de ello.

Meredith se alegraba de ver que el corte estaba sanando con bastante rapidez; probablemente, él había tenido razón, y se había mostrado demasiado paranoica al sugerir que tenía que ir a urgencias de inmediato para coser la herida. Pero lo extraño era que Evan apenas le dirigía la palabra.

Después de contratar a Lenny Doss, él había conseguido llegar a acuerdos con tres locutores famosos más, pero a pesar de aquellos grandes avances, sus conversaciones con Meredith eran breves y directas al grano.

Ella no podía cuestionar las decisiones profesionales de él, de modo que Evan no tenía que preocuparse por eso; además, las nuevas incorporaciones no eran tan potencialmente problemáticas como Doss. Era cierto que la psicóloga radiofónica a la que había contratado tenía la reputación de ser muy conservadora, pero eso siempre aumentaba las audiencias, ya fuera por los oyentes que llamaban para discrepar con ella o por los que estaban de acuerdo con lo que decía.

Así que la sección de radio estaba tomando forma; a pesar de lo arriesgado que resultaba, el fichaje de Doss sería provechoso. Evan había creado de forma inteligente una mezcla interesante pero sólida de talento, ya que todos los nuevos fichajes eran locutores de éxito con unos resultados sólidos que los respaldaban.

No había duda de que aquello alentaría los planes de fusión de la persona que la había contratado.

–¿Qué tal va la nueva página web? –le preguntó a David por la tarde; era casi la hora de irse, y Meredith esperaba que el hombre no le diera demasiada importancia a la pregunta.

–De hecho, las cosas van muy bien –dijo David–. Todo va cuadrando, Hanson Media va a recuperarse.

–¿De veras?, ¿a qué se lo atribuyes?

David dudó un momento, y al fin contestó:

–Supongo que es por una combinación de varios factores; la familia ha intervenido y está trabajando muy duro para salvar la empresa, y creo que eso se nota en todas las secciones. Aún no estamos fuera de peligro, claro, pero vamos por el buen camino.

Meredith sonrió.

–¿Así que crees que la compañía puede sobrevivir por sus propios medios?

–¿Qué quieres decir? –dijo él, mirándola con atención.

Meredith sabía que se había precipitado al hablar, e intentó arreglarlo.

–Me refiero a que no habrá que pedir un préstamo.

–¿Te preocupa conservar tu empleo? –David la miró con los ojos entornados.

Ella se sintió aliviada de que el hombre lo hubiera interpretado así. Se encogió de hombros y dijo:

–Soy una mujer soltera que trabaja para pagar su casa y salir adelante –sonrió, y continuó–: y eso no es nada fácil. Apreciaría cualquier garantía que pudieras darme sobre la estabilidad de mi empleo.

No le gustaba nada mentir a David… la estabilidad de su puesto de trabajo era la menor de sus preocupaciones, pero necesitaba saber su opinión sobre la situación de la compañía. La palabra de David Hanson era oro en el mundillo de las comunicaciones, y Meredith tenía que informar a su jefe de aquellas nuevas noticias tan esperanzadoras. Sin embargo, las palabras de David la decepcionaron:

–No puedo garantizarte nada; este negocio es muy poco seguro, y los tiempos están cambiando con rapidez. Pero puedo decirte que la programación de Evan está generando mucho interés en el público; el muchacho tiene buena mano, como vaticinó Helen.

–Es un poco temerario –dijo Meredith, sintiéndose un poco culpable al decir algo potencialmente negativo sobre él.

–Yo diría que la palabra es «ambicioso» –dijo David con tacto–; ha estado trabajando contra una situación adversa y contra la oposición de muchos dentro de la empresa, pero ha formado una alineación que le gusta, y todo indica que la gente apuesta por él –se encogió de hombros, y añadió–: en estas circunstancias, ¿cómo podemos criticarlo?

–Esperemos que los resultados le den la razón –asintió Meredith; era una buena recomendación de Evan y de su trabajo, y ella sabía que David era un profesional demasiado serio para decir algo que no sentía solo para alabar a su sobrino–. ¿Así que las cosas van bien? –insistió, con cuidado de parecer interesada, pero no demasiado–; ¿no crees que la empresa vaya a hundirse del todo?

–Todo va bien –se limitó a contestar David, con tono confiado–. No te preocupes.

–Genial –dijo ella con una sonrisa–. Me alegra saber que tengo un empleo seguro a largo plazo.

–Puedes contar con ello –dijo David, mirándola directamente a los ojos.

Meredith ya sabía que tenía un puesto de trabajo asegurado; la cuestión era cuántas personas en Hanson Media podían decir lo mismo… no eran demasiadas.

 

 

Evan se percató de que ella hacía muchas preguntas; en aquel tipo de negocio, eso podía llegar a ser algo normal, pero se dio cuenta de que las cuestiones que Meredith planteaba parecían un poco alejadas de los límites de sus funciones.

Aunque no podía dedicar mucho tiempo a seguirla para ver lo que hacía, claro, ya que él tenía que hacer su propio trabajo.

Además, se había pasado la última década matando el tiempo durante el día hasta que llegara su turno de noche para ocuparse del bar; por eso, no tenía ni idea de cómo descubrir por qué alguien querría saber los índices de audiencia de los últimos tres años, cuando su principal preocupación debería ser asegurarse de que los próximos tres años tuvieran más éxito.

Y, de alguna manera, tenía que conseguir hacerlo junto a Meredith Waters, que podía distraerlo solo con respirar.

Nunca la había olvidado, y ni siquiera intentaba engañarse a sí mismo al respecto; pero lo más asombroso era lo mucho que se estaba volviendo a interesar en ella. No se trataba solo de la sombra del pasado: Meredith había crecido hasta convertirse en una mujer fascinante y excitante, con una extraña combinación de profesionalidad y sentido del humor absurdo.

Ella tenía un sinfín de facetas distintas, y Evan quería conocerlas todas. ¿Era solo por lo que habían compartido en el pasado?, ¿se debía la química que compartían a la relación apasionada que habían mantenido? Quizás lo que había visto una vez en ella era algo que aún necesitaba, algo que complementaba su alma con una intensidad que jamás desaparecería.

Evan le dio vueltas a la idea y se planteó cómo podrían estar juntos en ese momento, teóricamente hablando. Él no iba a quedarse allí demasiado tiempo, Chicago no tenía nada que ofrecerle. Solo Dios sabía adónde iría, pero era casi seguro que Meredith no querría ir con él. Ella tenía su vida y su trabajo allí, y algo que al parecer no había cambiado era la personalidad hogareña de la mujer.

De modo que, probablemente, no había nada más que decir; el pasado era el pasado, y Evan tendría que controlarse y dejar de fantasear con la chica que se le escapó de entre las manos. Había renunciado a ella, y ya no podía recuperarla.

Tanto Meredith como él debían mirar hacia el futuro… de Hanson Media, claro. Y nada más.

 

 

¿Por qué no podía dejar de pensar en él?

Meredith estaba sentada en su despacho, intentando hacer el análisis publicitario que David le había pedido, pero solo podía concentrarse en Evan, aunque él ni siquiera estaba por allí.

Bueno, estaba en algún lugar del edificio, pero apenas lo había visto, excepto una vez que se había encontrado con él por casualidad en la sala de las fotocopiadoras, y otra cuando ella volvía de comer. En ambas ocasiones, Evan se había mostrado cordial y amable, pero básicamente se había comportado como si fueran desconocidos. ¿Acaso estaba enfadado con ella?

La última vez que habían hablado, él había admitido conocer los planes de su padre para sabotear el periódico de la familia de Meredith, o al menos que había sospechado algo así; para ella, aquello era suficiente. Evan había tenido una idea de lo que iba a suceder, pero se lo había insinuado apenas, no la había avisado abiertamente.

Debería sentirse furiosa con él, pero no era así; todo aquello ya era agua pasada, y a pesar de que él era culpable de no revelar lo que sabía, George Hanson había querido utilizarlo en sus planes y, de hecho, tras alertarla de aquella forma demasiado sutil, Evan se había marchado del país. Así que ni siquiera el mayor de los cínicos podría acusarlo de ser parte activa en la conspiración.

De modo que Meredith no estaba enfadada, no con él ni por aquella razón; ya no. En vez de eso, esperaba verlo cada vez que oía pasos en el pasillo, y cuando entraba alguien se apresuraba a levantar la cabeza, con la esperanza de que fuera él; sin embargo, cuando descubría que no era así, se sentía decepcionada. ¿Qué le estaba pasando?

Finalmente, cuando eran ya casi las cinco de la tarde y estaba a punto de ir a verlo para preguntarle si la estaba evitando, Evan asomó la cabeza por la puerta de su despacho.

–¿Tienes un minuto?

Debería haberse mostrado fría y profesional, pero se sintió tan contenta de verlo, que no pudo evitar la entusiasta sonrisa que apareció en sus labios.

–Claro.

Él entró y dijo:

–Me gustaría que saliéramos a comer, hay algo… –dudó un momento, y continuó–: hay algo de lo que quiero hablar contigo.

Meredith frunció el ceño.

–Parece serio –comentó.

–No es nada grave, pero he pensado que estaría bien salir de la oficina; no estoy acostumbrado a estar atrapado bajo iluminación artificial todo el tiempo.

–Supongo que no puede compararse con el sol mediterráneo –la voz de Meredith tenía un ligero matiz cortante, pero esperó que Evan no se diera cuenta.

La rápida mirada del hombre reveló que lo había notado; Evan comentó:

–Deberías probarlo alguna vez.

–Quizás lo haga.

Él enarcó una ceja.

–¿En serio?

–¿Por qué pareces tan sorprendido?

–No lo estoy, es solo que… antes nunca mostraste demasiado interés en viajar.

–Nunca he tenido el tiempo para hacerlo –contestó ella, encogiéndose de hombros–; primero el colegio, después el trabajo, y ahora es como una costumbre patológica. Creo que es tiempo de romper con ella.

Evan esbozó aquella sonrisa que siempre hacía que el corazón de Meredith diera un vuelco.

–Muy bien, entonces empezarás esta misma noche; iremos a un pequeño restaurante griego que conozco en las afueras.

Ella estaba dispuesta a ir mucho más lejos; en ese momento, se habría subido a un avión en dirección a Grecia sin más equipaje que el bañador y la crema bronceadora.

La imagen era tan impropia de ella que resultaba casi risible, pero de pronto, de forma totalmente inesperada, Meredith se sintió hambrienta de algo nuevo, de algo que Chicago no le ofrecía. Quizás esa noche consiguiera al menos catarlo un poco.

–¿Me cambio de ropa? –preguntó; su invitación la hacía sentir como una adolescente.

Evan la miró de arriba abajo, y la piel de la mujer cosquilleó como si la hubiera tocado.

–No, estás bien –dijo él.

De acuerdo. No era un gran piropo, pero con eso bastaba, sobre todo teniendo en cuenta la forma en que él la estaba mirando.

–Vale –Meredith apagó el ordenador y tomó su bolso–; estoy lista, cuando quieras.

Bajaron hasta el garaje en el ascensor, y se dirigieron hacia el coche de Evan; cuando él fue a abrirle la puerta, Meredith comentó:

–Hace mucho tiempo que nadie me abría una puerta.

–La caballerosidad ha muerto, ¿verdad?

–Sí, o eso, o se ha quedado dormida –entró en el coche y se acomodó en el asiento de cuero–, completamente dormida.

–¿Sales con hombres muy a menudo? –preguntó Evan mientras arrancaba.

–¿Que si salgo con hombres muy a menudo? –repitió ella, muy sorprendida por la pregunta.

Él asintió, con la mirada fija en la carretera.

–A lo mejor es una pregunta poco apropiada.

–Bueno, no sé si lo es –tras pensar en ello durante unos segundos, Meredith dijo–: y tú, ¿sales con mujeres muy a menudo?

Él lanzó una carcajada y la miró de soslayo.

–Déjalo, esa es una pregunta difícil de contestar –dijo.

–¿Porque han sido muchas? –no pudo evitar preguntarlo.

–En absoluto.

Ella no estaba segura de si lo creía o no; tras unos segundos, él dijo:

–Deja que vuelva a intentarlo. ¿Has estado casada?, ¿prometida?

–Estuve prometida una vez –dijo Meredith, aunque por alguna razón, parte de ella no quería confesárselo. Era muy extraño hablar de aquello con Evan–. Pero no funcionó.

–¿Por qué no?

Ella miró por la ventana y rio sin ganas.

–Él no tenía ambición, ni planes sólidos para el futuro. Temí que no fuera… fiable.

El instante que pasó antes de que Evan respondiera fue tan tenso, que Meredith no tuvo ninguna duda de que él entendía perfectamente la ironía de aquella relación fallida.

–Quizás esperabas demasiado de él.

–Ciertas expectativas son tan básicas, que considerar que son «demasiado» es absurdo –ella mantuvo la mirada fija en la carretera, viendo cómo las líneas sobre el asfalto desaparecían bajo el coche. Pero en su interior, Meredith pensaba: «por favor, dame una explicación convincente para lo que hiciste, haz que lo entienda».

–A veces, las personas tienen buenas razones para no poder cumplir las expectativas más básicas –dijo Evan–. A veces, las cosas no son como uno cree.

–Solo sé lo que veo –respondió ella; deseaba que fuera suficiente creerlo, pero sabía que necesitaba algo más, algo concreto–. Es difícil especular con la teoría, cuando los hechos te están golpeando de lleno en la cara.

Él respiró hondo y contestó:

–Sí, si realmente son los hechos; en nuestro caso, yo solo… –sacudió la cabeza, sin palabras–; no importa, no estamos hablando de nuestra relación.

Meredith tenía que recordar aquello de inmediato.

–Claro que no, ya hace mucho tiempo de eso, no tiene nada que ver con el presente.

–Exacto.

–A pesar de lo defensivo que te pones a veces, al hablar del pasado –no pudo evitar aguijonearlo un poco.

Durante más de un kilómetro, Evan condujo en silencio; finalmente, dijo:

–Mira, Meredith, lo siento. Estábamos hablando de tu prometido, y yo he convertido la conversación en mi defensa post mórtem. No ha sido algo apropiado, y me disculpo por ello. Solo estaba… recordando.

–Yo también recuerdo a veces, Evan –«por favor, haz que lo entienda, que sea comprensible».

Tras entrar en un aparcamiento bastante destartalado y aparcar, él se volvió hacia ella y dijo:

–¿De verdad?

–No estoy senil –Meredith esbozó una sonrisa.

–¿Te arrepientes de algo?

–No –contestó ella con firmeza.

Sus ojos se encontraron, y Evan se acercó a ella lentamente. Meredith permaneció inmóvil en su asiento, sin retroceder, aunque su mente le gritaba que saliera corriendo. «De acuerdo, no hace falta que consigas que te crea, solo bésame y hazme olvidar».

Los labios masculinos rozaron su boca, insinuando su capacidad para saciar un deseo ignorado durante demasiado tiempo. Por un segundo el mundo se detuvo, y entonces la boca de Evan volvió a descender, con un fervor aún mayor. Los labios del hombre se movían con voracidad, casi con urgencia, arrastrándola con la fuerza de su pasión. Sus lenguas se tocaron, y el sabor de él inundó con una oleada de recuerdos el cuerpo femenino.

Meredith subió las manos por la espalda de él y las entrelazó alrededor de su cuello, mientras sus brazos descansaban sobre aquellos anchos hombros. Él la acercó aún más, acariciando su cuerpo y explorando su boca apasionadamente. El sonido de sus respiraciones entremezcladas se hacía más fuerte conforme su ardor se intensificaba.

Cuando Evan acarició la base de su espalda, Meredith se arqueó hacia él y golpeó la dura consola que había entre ellos, pero no le importó. El placer era cien veces mayor que el dolor. Los dedos de Evan se introdujeron ligeramente por debajo de su ropa interior, y la explosión de excitación hizo que Meredith arqueara la espalda y jadeara contra la boca de él.

–Te deseo –susurró él.

–Yo también –contestó ella, haciendo caso omiso de la voz de su conciencia, que seguía insistiendo en que aquello era un error.

Los besos de Evan se profundizaron, y Meredith sintió unas palpitaciones en la boca del estómago, que se extendieron hacia su mismo centro. Era un dolor que solo él podía calmar, y ella estaba medio dispuesta a permitir que lo hiciera allí mismo, en ese mismo momento.

Evan introdujo las manos bajo su camisa, las deslizó por la piel desnuda de su espalda y volvió a moverlas hacia abajo; Meredith contuvo el aliento. Lo deseaba… ¡oh, cómo lo deseaba! Y se lo había dicho claramente.

Horrorizada, de pronto se dio cuenta de la locura que estaba cometiendo; se echó hacia atrás, y estuvo a punto de golpearse con la ventanilla.

–No podemos hacer esto –jadeó.

–Sí que podemos –él volvió a tomarla en sus brazos y la besó.

Ella se sometió por un lánguido momento, pero volvió a separarse.

–No, no podemos, no quiero.

–No te creo.

–Tienes que hacerlo –Meredith tomó aire con dificultad, en un gesto que la desmintió.

–Tengo que respetar el «no» –dijo él–, pero no tengo por qué creer que seas sincera. Incluso si no te conociera, Meredith, lo que acabamos de compartir habla por sí mismo. Tu cuerpo me dice todo lo que no quieres admitir.

–Eso –hizo un gesto vago con la mano–, lo que ha pasado, ha sido… algo sin importancia; curiosidad, nada más –tragó saliva, y añadió–: ahora que nos hemos desahogado, no debe volver a suceder.

–No nos hemos desahogado, ni mucho menos –dijo Evan–. De hecho, desde que volví a verte, cada vez pienso más en ti. Es casi como…

–No lo digas –Meredith levantó una mano; no quería oír que era como en los viejos tiempos, o como si nada hubiera cambiado o, peor aún, como si acabaran de conocerse–. No lo digas. No hay manera de que acabes esa frase sin parecer el personaje de un melodrama barato.

–Gracias –rio Evan.

–Sabes lo que quiero decir, ¿verdad? –dijo ella mientras sentía que se sonrojaba.

–Quizás. Lo que no sé es por qué estás tan decidida a ignorar lo que te dice el corazón.

–¿Quién dice que mi corazón tenga nada que ver en esto?

–Vale, tu cuerpo –él sonrió con descaro–; te lo acepto.

«No vas a aceptar nada, porque no pienso volver a ofrecértelo», pensó Meredith, y contestó:

–Ni hablar, no vamos a conseguir nada al meternos en algo que ambos sabemos que no va a funcionar.

–Eso no lo sabes.

–Sí que lo sé. Evan, me dejaste una vez sin decir ni una palabra; no fui suficiente para ti entonces, y no hay razón para pensar que esta vez sería diferente.

Él se enderezó y miró hacia delante.

–No te dejé porque no fueras suficiente para mí; no tuvo nada que ver con eso.

–Entonces, ¿por qué fue?

Él la miró, con el rostro ensombrecido por el crepúsculo, y finalmente contestó:

–Fue algo complicado.

–¿Demasiado complicado para explicármelo?

–¿Para qué?

–No lo sé –Meredith no quería admitir que deseaba encontrar cierta paz interior al saberlo, sonaba demasiado patético–. Quizás no haya ninguna razón específica.

Por unos segundos se quedaron mirándose a los ojos, y Meredith sintió que varios escalofríos recorrían su espalda. Evan parecía querer besarla de nuevo. Para ser exactos, ella quería besarlo de nuevo, quería estar en sus brazos otra vez, quería sentir la aspereza de su barba incipiente contra su propia mejilla. El deseo pulsaba entre ellos.

Evan se movió hacia ella, y Meredith se inclinó hacia él ligeramente, hasta que solo los separaba el más mínimo espacio. De repente, sonó su móvil, y la mujer dio un respingo de sorpresa; ¿quién querría llamarla a aquella hora? Su primer pensamiento fue que se trataba de una emergencia, algo relacionado con su madre.

–Perdona –le dijo, mientras se apresuraba a buscar en su bolso–; tengo que contestar, podría ser mi madre.

Meredith contestó, y la voz al otro lado de la línea dijo:

–Perdona por llamar tan tarde, pero dentro de poco salgo para Japón y debo saber si has terminado de reunir la información sobre Hanson Media.