Capítulo 17

 

EVAN jamás había experimentado un silencio similar al que reinaba en las oficinas de TAKA; le daba escalofríos. En casa, las oficinas de Hanson siempre bullían de actividad, aunque aquellos días hubiera muchos puestos desocupados. Pero la empresa japonesa funcionaba como un mecanismo de precisión; no había rastro de actividad ruidosa y frenética, solo un zumbido sordo.

Evan y Helen estaban sentados en la sala de juntas con Richard Warren, el abogado de la mujer, mientras discutían los detalles de la fusión. Cuando le pidieron a Evan que explicara todo lo concerniente a la sección de radio, él contestó sin problemas todas las cuestiones que se le plantearon; jamás habría imaginado que podría sentirse tan cómodo en aquel tipo de negociaciones.

Cuando la reunión terminó, Richard y Evan se quedaron hablando en el pasillo.

–Me preocupa que mencionaran la palabra «absorción» –dijo Evan–; ¿forma parte del lenguaje normal en estos casos, o están pensando en quedarse con la empresa, en vez de buscar una fusión?

Richard respiró hondo, y contestó:

–No lo sé; a mí también me preocupa lo mismo.

Aquellas palabras no consiguieron que Evan se sintiera mejor.

–Me pregunto lo que piensa Helen de todo esto –la vio con el rabillo del ojo, y la llamó–: Helen…

La mujer que se detuvo y lo miró no era Helen; además de tener el cabello cobrizo, era varias décadas más joven que su madrastra. Evan reaccionó tardíamente y dijo:

–Perdone, la he confundido con otra persona.

Finalmente, Helen apareció; aliviado al verla, Evan le preguntó:

–¿Es que TAKA pretende conseguir una absorción en vez de una fusión?

–Lo que yo quiero es una fusión –dijo ella con firmeza–; y el que hayas venido y les hayas hablado del potencial de Hanson ha sido de gran ayuda en ese sentido. Gracias.

–Espero que haya servido de verdad –dijo él con cierto tono de duda.

–Ha sido así, de veras –Helen se mostraba completamente confiada–; créeme, las cosas van exactamente como yo quería.

 

 

Llegaron a las oficinas de Hanson Media bastante tarde; como Evan se había detenido para comprar algo para comer por el camino, Helen había llegado al edificio antes que él. Cuando el hombre llegó, se dio cuenta de que su madrastra parecía ser la única persona que quedaba en la oficina.

Helen lo detuvo cuando Evan se dirigía hacia su despacho.

–Tienes que hablar con Meredith.

–¿Qué?

–Está aquí, y quiere dimitir.

–¿Dimitir? –repitió él, paralizado–; ¿por qué?

–Porque se considera un impedimento para que te sientas a gusto aquí; me ha estado hablando de lo bien que lo estás haciendo, y me ha dicho que no quiere ser un estorbo para ti.

–Pero ella tiene mucho que ver con lo bien que lo estoy haciendo –contestó Evan.

Helen asintió.

–Ha sido una gran suerte tenerla con nosotros, eso está claro.

Algo en el tono de la mujer hizo que Evan vacilara por un segundo; finalmente, dijo:

–Tú lo sabías, ¿verdad?

Helen adoptó una expresión inocente… demasiado inocente.

–¿Qué es lo que sabía? –preguntó.

–Lo que hubo entre Meredith y yo; conocías nuestro pasado, por eso nos pusiste a trabajar juntos.

–Tanto Meredith como tú sois buenos trabajadores, y lo habéis hecho muy bien juntos –contestó ella.

Sin embargo, la rápida mirada que la mujer dirigió hacia el suelo le dijo a Evan todo lo que necesitaba saber.

–No puedes compensarnos por lo que nos hizo mi padre –dijo con voz suave.

Ella se encogió de hombros y sonrió ligeramente.

–Pero puedo arreglar en parte las cosas.

Él sacudió la cabeza y la abrazó.

–Eres increíble. Desearía haberte conocido hace años.

Helen pareció complacida por aquellas palabras, y contestó:

–Yo también. Y ahora, ve al despacho de Meredith y evita que se vaya; yo tengo que irme, y el servicio de limpieza ya ha hecho su trabajo, así que estaréis completamente solos –su tono estaba cargado de intención–; así que acuérdate de cerrar con llave cuando salgáis, si es que lo hacéis.

Helen no esperó a que Evan respondiera, se limitó a mirarlo con una sonrisa pícara y a guiñarle el ojo, y se fue.

Él se apresuró a ir al despacho de Meredith; se detuvo frente a la puerta, y la observó mientras ella transfería sus cosas de su mesa a una caja. Los movimientos de la mujer eran tristes, pausados.

–¿Qué crees que estás haciendo? –le preguntó él.

–Tengo un nuevo trabajo.

–Eso no es verdad; lo que pasa es que quieres dejar este.

–Estás muy equivocado.

–Helen me lo ha dicho –Evan caminó hacia ella, y continuó–: de hecho, me ha dicho muchas cosas. ¿Sabías que conocía lo nuestro antes de contratarnos?

El rostro de Meredith reflejó una sorpresa tan genuina, que él supo de inmediato que ella no había tenido ni idea.

–¿Nos tendió una trampa?

Él tomó las manos de la mujer en las suyas, y admitió:

–Eso me temo; y, aún peor, predijo exactamente lo que iba a ocurrir.

–¿El qué? –preguntó ella, mirándolo a los ojos.

–Volvimos a enamorarnos.

–¿Tú…? ¿Estás diciendo que me quieres?

–Cariño, siempre te he amado; lo que estoy diciendo es que por fin me he dado cuenta.

Meredith contuvo la respiración.

–¿Así que no quieres que me vaya?

–Si lo haces, yo también me iré –Evan sonrió–; y ya sabes lo difícil que es mantenerme apartado del mundo de los negocios.

Meredith soltó una carcajada.

–Entonces, ¿qué hacemos ahora?

–Me alegro de que me hagas esa pregunta –dijo él, y sus labios descendieron sobre la boca de la mujer.

En cuanto sus labios se tocaron, Evan sintió como si un latigazo eléctrico saltara desde su cuerpo hacia ella. Sus dedos se tensaron sobre los hombros femeninos, y la acercó aún más hacia sí. Quería que ella se quedara con él, que no se apartara de él diciendo que aquello era un error.

Evan se cernió sobre ella unos segundos, rozando apenas los labios de Meredith; su aliento se entremezcló, y la mujer empezó a temblar.

–¿Qué te parece mi plan de momento? –preguntó él.

–Por ahora, me parece perfecto.

Evan jamás había sentido una oleada tan poderosa de deseo; el beso pasó de ser voraz a destilar dulzura, y después volvió a transformarse en una apasionada caricia. Durante un largo instante se separaron ligeramente, rozándose apenas con los labios, provocándose, incitándose a ir más lejos.

A una distancia tan corta, el aroma de Meredith era embriagador… dulce y floral, con unos matices que él conocía bien.

Ella levantó una mano hasta la mejilla del hombre, que estaba áspera por una barba incipiente, y sus dedos acariciaron el contorno del rostro masculino. Ninguno era capaz de encontrar las palabras adecuadas; la única forma que tenían para expresarse eran sus movimientos.

Cuando Evan bajó las manos por la espalda de ella, Meredith se arqueó contra él, y su pelvis presionó contra la erección creciente del hombre. Él la deseaba.

Con un rápido gesto, Evan barrió todas las cosas que habían sobre la mesa de Meredith, sin importarle que todo cayera al suelo. Lentamente, colocó a la mujer sobre la superficie despejada y se colocó sobre ella.

Meredith permitió que su cuerpo se amoldara bajo el de él, y dejó que Evan dictara el camino a seguir, respondiendo a cada movimiento de él con uno complementario. Los brazos del hombre se tensaron alrededor de su cintura, y él continuó besándola; tras salpicar de besos su mandíbula, fue bajando hasta los hombros de la mujer.

–¿Significa esto que me perdonas por haberte mentido? –preguntó ella, sin aliento, contra el cuello de él.

–Solo si tú me perdonas a mí por todas las estupideces que he hecho.

–Eso podría llevarme mucho tiempo –respondió ella con una risita–. Espero que lo tengas.

–Tengo todo el tiempo del mundo –la acercó aún más.

Ella levantó los brazos para que descansaran sobre sus hombros, y enredó los dedos en su cabello.

–Prométeme que no volveremos a separarnos.

–Te lo prometo.

Él deslizó las manos por todo su cuerpo, y la besó con dulzura; los labios de Meredith se abrieron bajo los suyos, y Evan profundizó el beso, excitado por el sabor de ella, que aún recordaba.

Había pasado mucho tiempo, y era obvio que ella había ganado experiencia con los años y, sin embargo, había algo en ella que no solo le resultaba familiar, sino que además hacía que Evan sintiera una sensación de completa plenitud.

Tras bajar lentamente las manos por los costados de la mujer y rodearla por la cintura, Evan la apretó aún más contra su propio cuerpo, contra la evidencia de su propio deseo hacia ella.

 

 

Meredith deslizó las manos hacia abajo por sus hombros y sus costados, poco a poco, como si supiera que cada milímetro avivaba el deseo del hombre; ciertamente, Evan daba la impresión de estar cobrando vida bajo sus caricias. Ella no había disfrutado de aquellas sensaciones en años.

De hecho, ni siquiera estaba segura de haberlas sentido en el pasado.

Meredith solo sabía que, en cuanto había visto a Evan de nuevo, había sentido que algo la atraía hacia él, a pesar de que habían transcurrido doce amargos años. Y en ese momento, sospechó que él había sentido lo mismo. Deslizó las manos por el estómago del hombre, y finalmente las posó sobre su pecho; la piel masculina era cálida contra la suya, parecía a punto de arder en llamas.

Evan acarició la parte baja de su espalda, y Meredith se sintió hermosa; el cuerpo femenino se amoldaba suavemente contra el de él, y el hombre desprendía calor, a pesar de que el aire acondicionado estaba funcionando al máximo.

Cuando Evan se deslizó por fin dentro de su cuerpo y sació su deseo, la mujer sintió como si acabaran de darle un vaso de agua después de pasar cuatro días sedienta. Aquello ya no era solo un acto para obtener placer, se había convertido en una cuestión de supervivencia; y, al menos por aquel momento, ella había encontrado con Evan la forma de sobrevivir a aquella vida loca que le había tocado vivir.

Con Evan, Meredith sabía que podría sobrevivir a cualquier cosa.