Se deslustran los verdes al borde
de la bruma y un vapor errabundo
traspasa la arboleda y deja un rastro
de figuras inciertas, discontinuas,
en el declive cereal del frío.
Por las lindes fluviales se atenúa
el religioso rojo de los álamos,
y las piedras de legendarias pátinas
emergen de los secarrales
por donde hay sombras que se hacinan
al filo del crepúsculo
y un sedicente tránsito de aves
inocula al viajero sus antiguas
contradicciones y melancolías.
Ninguna tradición me asocia a este paisaje,
pero he roto sus sellos, lo he vivido
como si mutuamente nos reconociéramos,
como si al fin me hubiese reencontrado
no a la vida, al amor, cerca del Duero.