Las grúas de los puertos se comportan
como alimañas, como basiliscos,
como andamiajes que rezuman óxidos,
como jaulas cubiertas de osamentas de pájaros,
como redes rasgadas por uñas de metal.
La mirada aborrece esas grúas infectas,
aún sigue aborreciéndolas a trechos, se parecen
a las contrapartidas del terror, tienen algo
de hierro carcelario y de instrumento
de tortura, degradan el paisaje
y ensucian los diseños navales de la luz
con una repulsiva herrumbre mortuoria.
¡No compartas con ellas ni un instante
indemne de tu tiempo, no las mires siquiera
cuando vuelvas a puerto después de haber vivido!