Esa hendidura esquiva, ese boquete
matinal por donde van vaciándose
las presumibles culpas, los dispendios
de la nocturnidad,
no es ya sino una grieta
más grieta cada vez, un lastre impuro
de convaleciente, la huella
de algún brusco estupor de la memoria.
Qué lejos ya la noche y cuántas
persecutorias marcas de sospechas
siguen surgiendo más allá
de toda razonable presunción.
Descreimiento, último verosímil
linaje de la historia,
líbrame
de desoír al infractor
con quien pacto de grado cada noche.