DESVENTURAS DE LA VIRTUD

Si estuviese aquí ahora Genoveva Propincua,

muerta probablemente del mal de Agamenón

en el cuarto de baño de un hotel de Lisboa,

si ella estuviese aquí aunque nunca del todo,

¿podríamos volver a convencernos de que ya somos justamente

lo contrario de quienes quisimos haber sido,

de que el día de mañana era entonces como una anomalía

aviesamente inscrita en el tramo final de las interjecciones,

de que en vano quisimos una y otra vez sobreponernos

a la pesadumbre de los trenes nocturnos,

al terror de las gasolineras perdidas en caminos vecinales,

a las declamatorias contingencias etílicas

de ese paisaje apenas ya fluvial donde el parpadeo de las balizas

se parecía cada vez más a los ojos de un tigre?

Ésa fue nuestra pequeña historia inmotivada,

nuestro precario reino de preguntas, cuando

en los parques comparecían adolescentes de perversa fragilidad,

cuando el estertor de las ambulancias amputaba

el dulce advenimiento del amanecer

y los cementerios marinos se llenaban de barcos

con los costillares pudriéndose adecuadamente bajo el sol,

cuando Iván Almatesta se batió en duelo a primera sangre

con quien ahora trata de contarlo...

Ésa fue nuestra historia, olvídala si puedes,

olvídala enseguida como si fuese un sueño, nadie

podrá inculcarnos un pasado distinto al que vivimos,

nadie corregirá ya nunca esa incredulidad.

Ven, aunque sólo sea para poder decirme

que en absoluto piensas acudir a esta cita.