Los suicidas suelen practicar
el arte del modelado con fines razonablemente terapéuticos.
Eligen para ello la víspera de algún festejo cuaresmal
y a menudo prefieren ciertos distritos suburbiales
convenientemente alejados de los guardagujas que confunden a sabiendas el paso de los trenes,
justo en esa hora equívoca del lubricán
donde se incuban las taimadas argucias de la autocompasión.
He conocido a esos suicidas y he tratado
de disuadirlos sin ningún convencimiento
y hasta pacté de vez en cuando con sus acólitos tribales y sus seres queridos.
Juntos se llaman como yo algún día me llamaré también
cuando desista finalmente de la impudicia de sobrevivirme.