Se amotinan los días extramuros
del tiempo,
pasan veloces por aquí,
no se confunden nunca
de sentido, son
mortecinos preferiblemente:
un aluvión de vida y de anhelantes
indicios de poder.
Hay que sacar a flote
un remanente antiguo de alegría, esa feble
coartada de que se valen los intrusos
entre tan redundantes discordias con los años.
Aceptaré de grado sus mentiras,
me dejaré engañar, no diré nada,
y al fin sabré que indefectiblemente
me sigo equivocando de destino.