En la otra banda reverberan
los apilados vértices
de Argónida, las dunas,
sus renglones antiguos,
la amalgama de abrojos
de los ventisqueros,
y un tenue
vaho añil mitiga cada tarde
el esplendor de la ensenada,
corrige el rango de los ornamentos
deficitarios del paisaje.
La memoria es ya un rastro sobre el mar,
mientras lima la luna el cáustico
salitre de los malecones
y la humedad se aferra
a los verdes rebordes del poniente.
Espejo judicial de la naturaleza:
quien en su faz se mira
corrobora también sus propias subversiones.