La lenta, la alevosa medusa del insomnio
se arrastra por un túnel de estopa
y asperón, tiende sus flecos
por los atolladeros
extenuantes de la noche, anida
en los yertos boquetes de las horas.
Entonces,
cuando ya la memoria es una espesa
maraña visceral
y los sueños acaban sepultados
en su propia codicia,
cuando los péndulos del pulso
retumban en los derredores
como oleajes, como truenos,
entonces
ya es inútil monologar con la almohada,
tratar de aproximarse intempestivamente
hasta la aurora de rosados dedos.
Mejor pasar la noche fingiendo que uno es otro.