Como el cautivo que escucha desde su celda el paso de los trenes,
como quien busca cada noche empecinadamente algún rastro
perdido que no conduce a ningún sitio,
como el que se pasa media vida intentando atravesar la frontera
entre dos zonas igualmente prohibidas,
como el acróbata que piensa en sus últimos descalabros mientras
se esfuerza por mantener el equilibrio,
como el navegante que altera deliberadamente el rumbo
para poder naufragar sin temor a equivocarse,
así pretendo ahora ordenar los olvidos, elegir únicamente aquellos
que no afecten apenas a los turbios litigios del pasado.
La transparencia, Dios, la transparencia.