Esmeralda y cemento en los estribos
urbanos de la playa, el verdegrís
de la vegetación y las paredes,
la textura marina compitiendo
con tantas detestables argamasas
veraniegas.
Paisaje que detesto
tanto como ese sol de los domingos
que esparce en derredor sus prolijas miasmas
y deja junto al mar la taimada noticia
de una felicidad a plazos compartida con nadie.