Jeremías 39:1–10; 2 Crónicas 36:15–21
Nabucodonosor rodeó Jerusalén. El pueblo estaba atrapado, hambriento y enfermo.
Finalmente, los soldados de Babilonia derribaron el muro.
Todos los tesoros del templo y los palacios fueron arrasados. Los soldados quemaron el templo y todas las casas, y arruinaron el muro de Jerusalén. Los que permanecieron fueron hechos siervos de Nabucodonosor. El rey babilonio asesinó a los hijos de Sedequías ante sus ojos. Él mató a los príncipes de Judá y le sacó los ojos a Sedequías.
El último rey de Judá fue arrastrado a Babilonia en cadenas.
Jeremías fue liberado y le dieron a escoger: ir a Babilonia o permanecer en la tierra que Dios le había prometido a Abraham. Pero cuando el remanente decidió ir a Egipto, Jeremías se fue con ellos. A Jeremías se le conoce como el profeta llorón, porque lloró por los pecados del pueblo.
El rey Nabucodonosor regresó a Babilonia con los tesoros de Jerusalén. El pueblo de Dios eran sus cautivos.
Cuatrocientos años habían pasado desde el primer rey de Judá, Roboam. La ciudad de David era escombros sombríos.
El templo de Salomón era un montón de cenizas.
Preguntas: ¿Qué le sucedió al último rey de Judá? ¿Cuántos años existió el reino de Judá?