Nathan salió y esperó a que se le acostumbraran los ojos al fino haz de luna. La puerta trasera chirrió a su espalda. La cerró y escuchó pacientemente.
Un golpe sordo.
Rodeó la casa hacia el origen del ruido. Al pie de la puerta del garaje se filtraba un resplandor, tenue pero suficiente para alterarle la visión. Se acercó despacio, diciéndose que era una tontería, pero intentando no hacer ruido. Reconoció enseguida la cabeza por detrás. Estaba parcialmente metida en un armario bajo y tenía encima un farol a pilas que resaltaba mucho las sombras.
—Y yo pensando que era mi oportunidad de pillar con las manos en la masa al ladrón de Lo... —dijo Nathan, apoyándose en la puerta.
La cabeza se giró. Era Xander.
—¿Qué pasa? —Nathan señaló con un gesto el armario en el que estaba buscando—. ¿No podías dormir?
—No. —Xander se levantó y se limpió las manos en los vaqueros—. No paro de pensar en lo que ha dicho Lo de que el tío Cam buscaba algo.
—Según Sophie, es posible que esté confundida.
Xander se pasó el dorso de la mano por la frente, dejando un rastro de polvo.
—¿Qué ha dicho Ilse?
—No lo sé. La verdad es que no ha hablado conmigo del asunto.
—Ah, vale. Pensaba que igual sí.
Nathan acercó una silla de plástico resquebrajada y se sentó. El garaje tenía toda la pinta de haber sido un refugio para Cameron, con superficies de trabajo y un vetusto escritorio en un rincón.
—¿Qué, has encontrado algo?
—No. Tampoco es que ayude no saber qué buscar... Podría ser cualquier cosa. O nada, supongo.
Nathan miró a Xander. Últimamente, cada vez que lo miraba lo veía mayor, aunque en ese momento, con los hombros y la espalda en primer plano, y las manos llenas de polvo, parecía un hombre.
—¿Dónde has buscado?
—De momento sólo aquí.
Xander señaló un lado del garaje con un gesto de la mano.
—¿Calculas que estarás mucho más tiempo?
Se encogió de hombros.
—No sé, supongo que hasta que encuentre algo. O hasta que me canse.
—Pues entonces será mejor que te ayude.
Nathan se incorporó y abrió el armario que tenía más cerca, estaba lleno de herramientas bien amontonadas.
—En ése ya he mirado. Prueba en éste —señaló Xander.
—Vale.
Nathan se acercó, sin esperar encontrar nada; ignoraba si Lo tenía razón en que Cam echaba algo en falta, pero, incluso en caso de que así fuera, le resultaba inconcebible que a su hermano no se le hubiera ocurrido buscar en su propio garaje. Sospechaba que Xander pensaba lo mismo, pero también sabía que a veces ayudaba hacer algo, cualquier cosa, aunque fuera curiosear por cajones llenos de polvo. Trabajaron codo con codo, creando una especie de ritmo con sus desplazamientos por el garaje. Abrir, mirar, cerrar... Siempre, eso sí, prestando atención a dónde metían las manos y los pies, porque en esa zona había muchas serpientes a las que no le apetecía nada pillar por sorpresa.
Aunque el esfuerzo pareciera inútil, si a Xander le sentaba bien, Nathan lo hacía encantado. Después de casarse, Jacqui había tenido que insistir en que tuvieran hijos, y a pesar de que Nathan no había llegado a dar su beneplácito, tampoco había ejercido su derecho a resistirse, así que al final había ocurrido. Al margen de sus diferencias, eso aún se lo agradecía. A veces pensaba que, si las cosas hubieran salido de otra manera, no le habría importado tener un par de críos más.
Había vivido el embarazo con bastante indiferencia, implicándose sólo cuando había que salvar al bebé de alguna de las absurdas propuestas de Jacqui sobre el nombre. «Xander» no es que lo volviese loco, ni entonces ni ahora, para ser sincero. Ni siquiera era «Alex», que al menos sonaba bien gritado de un extremo al otro de un prado. Sólo se había mostrado plenamente partidario de ponerle a su hijo «Alexander» cuando Jacqui había empezado a valorar el potencial de Jasper.
Ahora pensaba que al final había tenido razón ella: «Xander» encajaba bien en la forma de vida que había acabado por llevar su hijo.
—Vas ir a la universidad, ¿eh? —dijo.
Xander levantó la vista de la caja en la que estaba buscando.
—Eso está muy bien.
—Ah... Sí. Gracias.
—Supongo que se necesitan buenas notas.
—Sí.
—Ya, tu madre me dijo que a partir de ahora las vacaciones igual tendrás que pasarlas en Brisbane, para tener más tiempo de estudiar y hacer bien los deberes.
Silencio.
—Sí, igual sí.
—Lo digo porque si te tienes que quedar... —Nathan se obligó a decirlo— por mí perfecto, chaval. A mí me va bien todo lo que tengas que hacer. Bueno, siempre podrías traerte aquí los libros, para estar tranquilo... Yo no te molestaría.
—Lo hacemos casi todo por internet. Necesito una conexión rápida.
—Ah, claro. Sí, entonces mejor en Brisbane. Tiene lógica.
—Lo siento.
—Que no, de verdad, que no hay ningún problema.
—No es que no me guste venir...
—Ya lo sé.
—Sí que me gusta, lo que pasa...
—Ya lo sé. Necesitas concentrarte. Lo entiendo. Es lo mejor. Saca las notas que hagan falta y entra en la universidad. Cabeza te sobra.
—Gracias. —Xander sonrió un poco—. ¿Tú nunca quisiste ir?
Nathan negó con la cabeza.
—No es lo mío.
En realidad, nunca se lo había planteado. Siempre había dado por supuesto que acabaría en la propiedad, donde el ganado no pedía currículum a nadie. Luego, para su sorpresa, Cameron había solicitado plaza en un curso universitario en Adelaida, de donde había vuelto a los tres años con un grado en gestión agroempresarial, muchas ideas para hacer las cosas a lo grande y unas cuantas amistades que de vez en cuando acudían a mancharse de polvo su calzado de ciudad, no apto para el campo, y mirarlo todo con los ojos muy abiertos, como si les hiciera gracia.
—Es raro —dijo Xander con las manos dentro de una caja abierta—, rebuscar entre las cosas de alguien que sabes que está muerto. Piensas en lo importante que era todo esto para el tío Cam, y ahora alguien tiene que quitárselo de encima o lo que sea.
—Ya. De todos modos, muchas de estas cosas aún las necesitarán —contestó Xander—. Aún hay que llevar la propiedad.
—¿Tú?
—Bastante me cuesta llevar la mía.
—Entonces, ¿quién?
—Lo más seguro es que contraten a un administrador. Me imagino que lo decidirá Ilse, que es la que se quedará con la parte de Cam.
Xander pasó un dedo por la fina capa de polvo de la tapa de una caja abollada.
—¿Cam no le ha dejado a Bub una parte más grande? ¿Y tampoco le ha dejado nada a Harry?
—Se ve que no, pero, bueno, Bub aún tiene su tercio.
—Ya, pero el resto lo tenéis Ilse y tú.
Nathan levantó la cabeza, sorprendido por la forma en que lo había dicho.
—¿Y?
—No, supongo que nada, pero la mitad de ella y tu sexta parte suman mayoría. No sé a Bub qué le parecerá eso...
—No tiene por qué parecerle nada. Es exactamente el mismo reparto que había con Cam.
—Ya, pero igual no es, ¿verdad? Cuando Cam estaba vivo, los que lo controlaban todo eran él y Bub...
—No estoy seguro de que Bub lo viera así.
Nathan se acordó de la mala cara que había puesto su hermano al mirar el calendario del despacho.
—Bueno, pero lo que está claro es que antes tú estabas en minoría, mientras que ahora el control lo tendréis más bien tú e Ilse. Es una dinámica diferente.
—Qué va. No hay nada que...
—Papá, tío, que sí —dijo Xander, sonriendo a medias.
Nathan notó que empezaba a sonrojarse por el cuello y no contestó.
—Tranquilo —dijo Xander, leyéndole el pensamiento—, que no creo que se haya dado cuenta nadie más, pero deberías pensártelo. Si en un momento dado hay que tomar alguna decisión, ¿de qué lado te pondrás, del de Ilse o del de Bub?
—Del de ninguno de los dos. Haré lo que sea mejor para la propiedad. —Nathan vio la expresión de su hijo—. En serio.
—Vale, vale, pero ¿Bub lo sabe? ¿Ilse también?
—Pues claro.
Nathan frunció el ceño. Pues claro que lo sabían, porque era la verdad.
—Bueno, pues entonces perfecto.
Xander abrió otro armario. Nathan bajó otra caja de una estantería. No parecía contener más que cables viejos. Se aguantó un bostezo. Le empezaba a entrar sueño, pero no quería ser él quien parase. Hizo la criba con desgana, ojeando el rectángulo de noche negra al otro lado de la puerta. No había nada que ver, pero sabía que estaba mirando hacia el sur. Lejos, más allá, quedaba la tumba del ganadero, y más lejos aún, su propiedad.
Sobre el horizonte invisible, su casa estaría vacía, pero casi se sintió arrastrado hacia ella. A decir verdad, la casa no estaba nada mal, tenía unos muebles muy bonitos. Al irse, Jacqui no se había tomado la molestia de llevarse nada más que a Xander. El problema eran las tierras que la rodeaban; unas tierras que, pese a los incesantes quebraderos de cabeza que daban, eran de lo que vivía Nathan. Por eso no podía permitirse el menor descuido, pero en ocasiones, por no decir siempre, tenía ganas de marcharse a algún otro sitio. Odiaba aquella casa. Era como un agujero negro que se tragaba cualquier atisbo de luz de su vida.
Había barajado varias veces seriamente la opción de abandonar la propiedad: dejar las herramientas y alejarse en coche, sin preocuparse de cerrar la puerta siquiera. Podía buscar trabajo en las minas del oeste, aunque temía estar un poco viejo ya. Lo que no podía abandonar eran las deudas, que se quedarían en el estado de cuentas del banco y que de alguna manera tendrían que saldarse. Menos mal que Liz y Harry lo habían convencido de que se quedara con su sexta parte de Burley Downs. Descontando los gastos, los ingresos de su parte no bastaban para mantenerlo a flote, pero algo eran.
«Véndele tu casa a Cam —le había dicho Harry hacía dos Navidades, después de un año especialmente malo que a Nathan lo dejó blanco de estrés—. Tú solo vas a estar siempre con el agua al cuello. Deja que te compre las tierras, hombre. Aprovecha los beneficios de escala.»
Nathan le había contestado que se lo pensaría. Para entonces ya se lo había propuesto tres veces a su hermano, de tú a tú, y Cam, después de prestar la debida atención a la hoja de datos que le había preparado Nathan, siempre le había hecho preguntas y se había acariciado la barbilla mientras intentaba encontrar respuestas positivas donde no las había. La reacción de Cam era siempre la misma, tanto si Nathan le pedía que estudiase una hoja de datos como si le suplicaba, como años atrás, que intercediera por él en el pueblo.
Hacía una pausa muy breve, infinitesimal, como la de Nathan aquel día ante la dura mirada de su padre, cuando la situación era la inversa, y era Cameron, adolescente, quien necesitaba ayuda. A Nathan aún lo sorprendía la de cosas que podía transmitir una porción tan nimia de silencio.
La respuesta de Cameron siempre era un no.
Mientras Nathan miraba hacia el sur fue despuntando un nuevo pensamiento, hasta que acabó saliendo a flote. Tenía razón Xander. Y Bub también, por cierto. Sin Cam, las cosas eran diferentes. Entendió que sin él tenía muchas posibilidades de cerrar la venta, a condición de lograr el consentimiento de Ilse o de Bub. Se permitió imaginar un instante las posibles consecuencias y de pronto, por primera vez desde que, pasada la cresta, había visto el cadáver de Cameron bajo la lona, le costó un poco menos respirar.
—Papá...
Hizo un esfuerzo para centrarse de nuevo en el garaje. Xander sujetaba en la mano algo rectangular, de aspecto pesado, parcialmente envuelto en plástico de burbujas. A sus pies había una bolsa de papel vacía.
—¿Qué es?
Nathan se limpió el polvo de las manos y se acercó. Vio que en la bolsa Cameron había escrito de forma cuidadosa el nombre de Ilse en mayúsculas.
Xander se situó debajo de la luz, para que Nathan viera lo que sostenía. Era uno de los cuadros de Lo, con un marco profesional. Representaba a una familia de cuatro miembros, en la que se reconocía perfectamente a Cameron al lado de su mujer y sus dos hijas. Por una vez, en el cuadro de Lo sonreían todos.
—También hay una tarjeta.
Xander se la enseñó.
Era un rectángulo pequeño, con la foto de unos lirios por la parte de delante. Por la cara de Xander, Nathan supo que ya había leído lo que ponía dentro. La abrió y leyó la letra inconfundible de su hermano.
«Perdóname.»