Nathan se encontraba delante de la puerta del despacho, con una mano en el pomo, debatiéndose entre si volvía a entrar o no. Si entraba, no estaba seguro de lo que le diría a Ilse, pero algo quería decirle. Tal vez «gracias».
Seguía indeciso cuando oyó una tos conocida en la penumbra y se volvió hacia el pasillo. Era Liz, de pie en la entrada de su habitación. Iba descalza y se apoyaba en la puerta. Al notar que Nathan la observaba, dio un respingo.
—Durante un momento me has parecido tu padre. —Se acercó con la mirada desenfocada—. Siguen todos aquí —dijo sorprendida.
—No has dormido mucho.
—Ah. Creía que ya se habría terminado.
—No, aún no —contestó Nathan, que se preguntó distraído qué medicación le habría dado el enfermero—. No sé si sería mejor que volvieras a acostarte.
—No puedo. Cuando cierro los ojos pienso en Cameron, y cuando me despierto, lo mismo. Mejor me quedo levantada.
Alguien cruzó el otro extremo del pasillo, proyectando una sombra alargada. Tom padre. Levantó la mano al ver a Liz.
—Debería ir a saludar a la gente —dijo ella.
Pero no se movió.
—No creo que nadie se moleste si no vas.
—A Cameron le molestaría. —Se volvió hacia Nathan ya con la mirada despejada—. ¿Has hablado con Steve? ¿Te ha dado cita?
—Todavía no.
—Me lo has prometido, Nathan.
Lo agarró por el brazo con una fuerza insólita en los dedos.
—Ya lo sé. Y se la voy a pedir.
—Venga, vamos a...
—¿Abuela?
Al fondo del pasillo estaba Xander, acompañado por la chica con quien Nathan lo había visto hablar fuera. Le apretó ligeramente el codo.
—Ahora voy.
Ella puso cara de decepción, pero asintió. Mientras se marchaba, Xander se volvió.
—¿Estás bien, abuela?
—Vamos a buscar a Steve.
—Está fuera.
—¿Bub también está fuera? —preguntó Nathan, notando que en su interior empezaban a formársele palabras sobre cierto perro.
—No. —Xander vaciló—. Estaba un poco borracho. El tío Harry lo ha hecho entrar para que descansara.
—Vamos a buscar a Steve, Nathan.
—Abuela, ni siquiera te has puesto zapatos —le dijo Xander con un toque acusatorio que Nathan intuyó que iba dirigido a él.
—Ah... —Liz bajó la vista—. No sé...
Se quedó mirando el suelo, aturullada, como si fueran a aparecer de repente.
—Estarán en tu cuarto —añadió Nathan—. Xander, ayuda a tu abuela, que voy a hablar con Steve.
—¿Vas a hablar con él de verdad? —preguntó Xander mientras Liz volvía a su habitación con paso vacilante—. ¿O sólo lo has dicho para que se calle?
—No, voy a hablar con él de verdad. ¿Te parece suficiente?
—Pues lo cierto es que no.
Xander no lo miraba. Nathan suspiró.
—¿Piensas seguir así hasta que te vayas? Porque yo no estoy seguro de poder aguantarlo tres días más.
—¿Y tú, piensas reflexionar sobre lo que te dije?
—¿Qué me dijiste, lo de irme a vivir a otro sitio? Oye, eso ya lo hemos hablado...
—No, no lo hemos hablado. Ni siquiera te lo has pensado, pero, bueno, da igual, es lo que dices: dentro de tres días me habré ido, y volverás a estar solo y a poder hacer lo que te dé la gana. Volverá a ser todo como tú quieres.
—Oye, que yo no quiero que las cosas sean así.
—¡Venga ya! Pero si...
De la habitación salió un ruido como de zapatos chocando con el suelo. Se volvieron. Nathan se dirigió hacia la puerta del dormitorio.
—Ya voy yo. —Xander le cerró el paso—. Tú se supone que tienes que ir a que te arreglen la cabeza.
Entró en el dormitorio. Nathan se quedó un momento en el pasillo.
Cuando se alejó pensó que tenía suerte. Durante años, Xander no le había dado ni un disgusto. Iba al colegio, era educado con la gente mayor y no bebía ni se drogaba, al menos que Nathan supiera. Tenía tan buen fondo que le sorprendía que fuera hijo suyo y de Jacqui. Si ahora le daba por rebelarse, ya le tocaba.
De todas formas, cuando Xander era pequeño parecía todo más fácil. Nathan aún recordaba perfectamente el momento en que Jacqui le había dicho que estaba embarazada, hacía dieciséis años. Le brillaban los ojos de felicidad, y durante una temporada habían conseguido fingir que su vida conyugal no estaba en la cuerda floja.
Oyó la cadena del aseo del pasillo. Seguía saliendo un murmullo de voces de la sala de estar, pero el tono había cambiado un poco. Pensó que la gente estaba a punto de marcharse. En la mesa de al lado del teléfono había una bandeja abandonada de sándwiches a medio comer, que amenazaba con caerse. La cogió y la llevó a la cocina.
A Jacqui no le había durado mucho la sonrisa. El embarazo había sido difícil, con unas náuseas matinales tremendas y arcadas sólo de ver cualquier cosa que no fuera arroz blanco. Estaba casi todo el día así, incluso mucho después de cuando prometían los libros que se le pasaría. En pleno calor, se tumbaba en el sofá, con un cubo en el suelo, y rechazaba con un gesto de la mano todo lo que se le ocurría a Nathan para ofrecerle.
Cuando pasó al lado del aseo oyó el pestillo y vio salir a Katy con la cara pálida y un pañuelo de papel arrugado en la mano.
—¿Cómo te encuentras...?
Se calló al ver que enfocaba los ojos, inyectados en sangre, en la bandeja de sándwiches que llevaba él en la mano y sufría una arcada como las que había visto Nathan dieciséis años atrás.
—Vaya...
Soltó un breve resoplido y se quedaron un buen rato mirándose. La expresión de Katy le reveló que había acertado.
—¿Enhorabuena?
Katy se llevó el pañuelo a la boca sin decir nada.
—Ve a sentarte —le dijo Nathan—, que voy a buscar a Simon.
—No, espera.
De repente, Katy levantó la mano y lo agarró por el brazo, a la altura de la muñeca. Lo apretaba tanto que casi le dolía.
—A Simon no.
—¿Por qué no?
Se limpió las comisuras de los labios con el dorso de la mano.
—Pero, por Dios, ¿por qué va a ser?
• • •
Al principio, Nathan intentó convencerse de que podía tratarse de Bub, o incluso de Harry.
—¿Cameron? —dijo finalmente.
Ella asintió con la cabeza.
—¿Seguro?
—Segurísimo.
—¿No hay ninguna posibilidad de que sea de Simon?
Le temblaron los labios.
—Con Simon ya hace tiempo que no estamos bien.
Tenía la frente perlada de sudor.
—¿Cameron lo sabía?
—Sí.
Detrás del marco de la puerta de la sala de estar, la gente se movió, y Nathan vio la coronilla oscura del mochilero. El ruido de las risas y las conversaciones fluctuaba.
—¿Quieres hablar con el enfermero? —preguntó por fin.
Katy negó con la cabeza.
—¿O con otra persona?
Su risa fue sardónica.
—¿Quién, por ejemplo? ¿Quién hay que pueda hablar conmigo? Nadie.
Tras un momento de vacilación, Nathan la cogió del brazo y se la llevó por el pasillo.
—Entra. —Abrió la puerta del cuarto de Xander—. Cuéntamelo a mí.
Katy se sentó en la cama, mientras él se apoyaba en la pared y esperaba a que acabara de manosear la colcha de flores desteñida.
—Simon está endeudado —confesó Katy—. Tiene una empresa de fontanería en Inglaterra. Yo ya sabía que le iba mal, pero resulta que es peor de lo que pensaba, o de lo que me había contado él. Debe bastante dinero a bastante gente, y no sé cómo lo resolverá. —Negó con la cabeza, contrariada—. La cuestión es que nos hace mucha falta el dinero. Bueno, a él, en todo caso.
—Vale.
—Yo no quería venir a trabajar aquí. —Los dedos de Katy seguían pellizcando la colcha—. Lo siento, pero esto está demasiado aislado, y en las propiedades del oeste me harté. Quería volver, pero Simon dijo que teníamos que ahorrar lo máximo posible, porque si no, cuando regresáramos, no tendríamos nada. —Hizo una pausa—. No sé si es verdad. Lo cierto es que ya no sé qué creerme de todo lo que dice.
—O sea que quien quiso aceptar el trabajo fue Simon.
—Sí. A Cameron lo conocimos en el bar del pueblo, como os explicamos, pero... —Katy se miró las manos, sin dejar de retorcer la colcha—. Lo siento, ya sé que es tu hermano, pero me dio mala espina.
—¿En qué sentido?
—Bueno, es que... —Katy frunció el ceño—. Supe que no estaba contratando a Simon. Me miraba de una manera... Ni siquiera soy maestra. —Levantó la cabeza—. A Cameron ya se lo dije. Luego Simon se enfadó conmigo. Según él, debería haber mentido para conseguir el trabajo, pero a Cameron le dio igual. Dijo que era un trabajo fácil, que costaba mucho encontrar a alguien, que necesitaban ayuda con las niñas y que si se lo preguntaba alguien, su mujer o quien fuera, él diría que tenía el título. —Cerró las manos, para tratar de no moverlas—. Total, que aún no había ni empezado y ya le debía un favor.
Nathan pensó en su hermano y en lo que sentía cuando necesitaba algo de él.
—¿Y Simon? ¿No puso pegas? —preguntó.
—Simon necesita el dinero como el comer, y Cam ofrecía buenos sueldos, mejores que los que habíamos cobrado. Encima en negro. Total, que dijimos que sí, y yo pensé que a lo mejor iba bien. Al ser una propiedad familiar, con su mujer y sus hijas en la casa... De hecho fue bien, durante unas tres semanas. Que ya era más de lo que me esperaba, la verdad.
—¿Y luego? —Nathan frunció el ceño—. ¿Cam se te insinuó?
—No, no exactamente. Fue muy inteligente, eso debo reconocérselo. Siempre era amable. Me hacía preguntas y prestaba atención a las respuestas. Pensé que quizá me había equivocado, pero el caso es que acabó sabiendo todo tipo de cosas sobre mí: qué me gustaba, qué me hacía gracia... Mis puntos débiles, como que echaba de menos mi país... Pasábamos mucho tiempo a solas. Siempre había alguna justificación, y tampoco es que pasara nada, pero, bueno, a mí no acababa de cuadrarme.
—¿Se lo contaste a alguien?
—A Simon, obviamente, pero Simon...
—Necesita el dinero como el comer. Sí, ya lo he entendido.
—Dijo que procurase no quedarme sola con Cameron y que, si me ceñía a lo estrictamente profesional, no habría problemas. En el último sitio del oeste en el que trabajamos pasó algo. Algo... —Katy se quedó callada— un poco peor que lo de aquí, supongo. Había un tipo que insistía demasiado, y cuando me quejé nos despidieron a los dos. Por eso esta vez Simon no quiso que dijera nada. En el fondo no se daba cuenta del problema, y yo tampoco se lo sabía explicar. Al final ya no le dije nada, y él no me hizo más preguntas.
—Ya.
—Cameron empezó a tontear, haciendo comentarios. De tipo sexual, me entiendes, ¿no? Si me veía incómoda, se hacía el sorprendido, como si fueran imaginaciones mías. O como si yo estuviera viendo sólo lo que quería ver. —Negó con la cabeza—. Pero no, no eran imaginaciones mías. Y tampoco era lo que quería.
Los dedos de Katy empezaron a pellizcar otra vez la colcha. Muy lejos de casa, pensó Nathan. Con pocos conocidos en la zona, o ninguno. Aunque los mochileros se beneficiasen de la flexibilidad que daban los trabajos eventuales, lo pagaban siendo vulnerables en más de un aspecto. Lo sabía todo el mundo, y Cameron también. Involuntariamente pensó de nuevo en la mochilera de hacía veinte años, con el parpadeo de las llamas naranja de la hoguera reflejado en su trenza a medio hacer. De repente, los contornos borrosos del recuerdo habían adquirido una nitidez afilada, que amenazaba con cortarlo si no los manejaba con cuidado y se le resbalaban.
—Cuando le dije a Cameron que no me interesaba, se rió —explicaba Katy—. Como si estuviera exagerando y no tuviera sentido del humor. O como si estuviéramos jugando a algo y ya supiéramos cómo acabaría.
Los bordes cortantes del recuerdo resbalaron un poco, muy poco. «Tú esto ya lo has visto.» Una hoguera. Un tonteo. Un aire cargado de posibilidades.
—Le rogué a Simon que nos fuéramos —continuó Katy—, pero no quiso. Me planteé marcharme sola, pero el coche y la caravana son suyos, y no podía dejarlo aquí plantado. Llevamos tres años juntos. Él me quiere. Lo que pasa es que no entendía que le diera tanta importancia. Cam le parecía muy buen jefe. ¿Que era amable? Mejor. ¿Por qué no podía tomármelo como un cumplido? —Negó de nuevo con la cabeza—. Simon no es consciente de lo que he pasado. Era agotador. Tenía a Cameron cerca todo el día, y a él ya no le hacía gracia. Seguía haciendo bromas, pero yo ya notaba que se estaba cansando, como si hubiéramos llegado al punto que él quería y yo no estuviera cumpliendo mi parte del trato.
«Tú esto ya lo has visto.» No exactamente, se respondió Nathan. Se quedó en suspenso. No exactamente, pero sí una versión. Más inmadura, mucho menos refinada, pero con los mismos elementos básicos. Un coqueteo subido de tono al lado de la hoguera. Paciencia y persistencia. Una mochilera contenta de poder hablar con alguien entre tantos desconocidos. La suave manipulación y la atención exclusiva que hacían que al cabo de unas horas, al levantar la cabeza, ella no hubiera hablado con nadie más, y en toda la noche hubiera establecido una sola relación. El peso aplastante de la expectativa. «Tú esto ya lo has visto.»
—Lo siento. —No estaba seguro de a quién se lo había dicho.
Katy bajó la vista, y él se dio cuenta de que tenía los ojos llorosos.
—Echaba de menos mi país. Estaba sola, a kilómetros de cualquier sitio. Me sentía totalmente sin fuerzas. Todo el mundo quería algo de mí: Simon, que tuviera contento a Cameron, y Cameron, que lo tuviera contento a él. Estaba tan harta que al final... —Se restregó la cara con el dorso de la mano—. Al final era más fácil decir que sí que decir que no, y fue lo que hice. Me dejé follar en el puf de bolas del aula de sus hijas. En total, seis veces.
Se hizo un largo silencio. Nathan oyó un murmullo de voces en el pasillo.
—Lo siento —volvió a decir.
Esta vez era a Katy a quien se lo decía, no tuvo la menor duda.
—No es culpa tuya. Es culpa mía, por haber cedido. —Los hombros de Katy se encorvaron—. Y el caso es que eso ni siquiera mejoró las cosas. Cameron parecía asqueado, de mí o de sí mismo. No le impidió volver a por más, pero yo creo que pasaba cinco minutos de vergüenza y que me echaba la culpa a mí. Y luego... —Hizo un gesto para referirse a su barriga plana, y negó con la cabeza—. Si no estaba contento, con esto te aseguro que aún lo estuvo menos.
—¿Cuándo se lo dijiste?
—En cuanto me di cuenta, unas dos semanas antes de que... —Tragó saliva—. De que muriera. Se enfadó. Me dijo que tenía que abortar. Por mí perfecto, porque tampoco quería tenerlo. Fue de lo que me habló la mañana de su desaparición. Me había pedido cita a la semana siguiente en el centro médico grande. —Ya se le habían aclarado un poco los ojos—. Por eso estoy segura de que pensaba volver. Me insistió en que no faltara a la cita. Yo ya tenía previsto ir, pero si Cameron estaba a punto de desaparecer, ¿por qué iba a importarle?
Buena pregunta, pensó Nathan, aunque al menos respondía a otra.
—¿Te refieres al centro médico de St. Helens?
—Sí.
—¿Ya teníais alojamiento?
—Dos noches en uno de los hoteles.
—¿Y la reserva la hizo Cameron por teléfono?
Al ver que Katy asentía, Nathan visualizó la factura telefónica del despacho. Dos llamadas a St. Helens la semana antes de que muriera.
—¿Y seguro que Simon no lo sabe? —preguntó.
—Todavía no. —Katy apretó tanto los labios que los convirtió en una línea—. Espero.
—¿Qué le dirás sobre la cita?
—Nada. Ya me inventaré alguna excusa. Él es muy aprensivo, y no querrá saber nada. Tengo que hacerlo, eso sí. Tonto del todo no es, y como se entere, cortará conmigo.
Nathan abrió la boca, pero la cerró al instante. La cara de desesperación de Katy hizo que la volviera a abrir.
—¿Tan malo sería?
Ante su cara de sorpresa, se encogió de hombros.
—Es cosa tuya, pero yo no estoy seguro de que le debas nada.
—Llevamos tres años juntos. —Katy levantó la mano izquierda—. Estamos comprometidos.
—¿Y qué? La gente cambia de opinión. Cuando se fue mi ex mujer, llevábamos más de tres años casados. —Nathan le sonrió un poco—. Y por lo que cuenta todo el mundo, ahora está encantada. Nunca había sido tan feliz.
—No sé, ya me lo pensaré —dijo Katy tras vacilar.
Nathan se apartó de la pared.
—Bueno, en todo caso, a partir de ahora tómatelo con calma, ya nos las arreglaremos sin ti.
—Gracias, en serio. No sé cómo ha pasado, de verdad. Estaba tan desorientada y tan sola... —Katy respiró—. Gracias por creerme.
Mientras abría la puerta del dormitorio, Nathan supo en el fondo, allí donde era totalmente sincero consigo mismo, que podría no haberse creído esa historia. Sin embargo, se lo impedía la desazonadora familiaridad de lo que acababa de oír. Quizá hubiera hecho bien en prestar más atención a las señales de advertencia, cuando aún podía. Pero eso ya no tenía remedio. En ese momento, en cambio, sí que podía hacerles caso.
Era hora de ir a buscar a Steve.