El Land Cruiser de Cameron continuaba aparcado donde lo habían dejado Nathan y Xander varios días atrás.
Duffy seguía muy de cerca a Nathan, entusiasmada por subir de nuevo al vehículo que tanto conocía. Cuando Nathan se sentó al volante, notó la precisión con que el asiento se había amoldado al cuerpo de su hermano. Esta vez se encontraba a la distancia correcta de los pedales. Nathan se sacó las llaves del bolsillo. El motor se puso en marcha enseguida, como en todas las ocasiones anteriores. El coche de Cameron funcionaba perfectamente, pensó con un dejo amargo, recordando el estado tan poco cuidado en el que se hallaba el coche de Ilse. Esperó a que el aire acondicionado estuviera funcionando a tope para salir y dirigirse a la parte de atrás, bajo la atenta mirada de la perra.
Sacó las botellas de agua, las conservas y la nevera. Luego cogió el kit de primeros auxilios, lo vació y comprobó que no se palpara nada en forma de sobre por los bordes. También descolgó los neumáticos de repuesto y los tocó por dentro. El coche ya había sido registrado dos veces por la policía, que no sabía qué buscar, se dijo al repasarlo todo de manera metódica.
Deslizó las manos por las esterillas e introdujo los dedos en las rendijas por si se había quedado algo dentro. También palpó la tapicería del techo y de los asientos, para asegurarse de que no hubiera costuras escondidas. Después de registrar el juego de herramientas, se metió debajo del chasis y lo examinó con una linterna. Por último, abrió el capó y comprobó que no hubiera nada pegado con cinta adhesiva en los laterales o debajo.
Una hora después abría los paquetes de comida y miraba dentro de las botellas de agua. Al cabo de media hora más, abrió una de las cervezas de Cam, se sentó en el asiento del conductor y se enfocó el aire acondicionado hacia la cara, mientras le daba a Duffy unas galletas del alijo de su hermano.
Miró todo lo que había ido dejando tirado a su alrededor. Nada. Si habían desenterrado algún sobre de la tumba del ganadero y lo habían guardado allí, él no era capaz de encontrarlo. Por otra parte, si entonces había habido alguien más aparte de Cameron dentro del coche, a Nathan no se le había manifestado su presencia. Quizá... Hizo una mueca al probar la cerveza, caliente como el café. Quizá nunca hubiera habido nada que encontrar.
Seguía meditando, y dando sorbos, cuando oyó unos pasos. Una silueta apareció en el parabrisas sucio de polvo: Bub.
—He oído el motor. —Se sentó al lado de Nathan—. Te estaba buscando.
—¿Ah, sí?
Nathan le ofreció una de las cinco cervezas que quedaban del pack de seis de su hermano.
—Bueno, vale, si insistes... —Bub la cogió mientras miraba el coche—. ¿Qué estás haciendo?
—Ni idea, la verdad.
—Ya. Bueno, oye, que... —Abrió la cerveza caliente y ni se inmutó cuando dio el primer trago—. Nada, tío, que quería pedirte perdón.
Nathan lo miró, sorprendido.
—¿En serio?
—Por lo de Kelly. Ya sé que fue culpa mía, pero te juro que fue un accidente. Me tienes que creer. Yo no quería, de verdad. Kelly era una perra estupenda. Cuando me enteré de que se había muerto, me quedé hecho polvo. Nunca se lo habría hecho aposta.
—Ya lo sé.
Nathan lo decía en serio. Bub miró la lata que tenía en la mano.
—Me sentí fatal. No debería haber puesto cebos, pero no sabía que estarías por la zona. Creía que los había recogido todos. Al enterarme de lo de Kelly, quise explicártelo, pero Cam me dijo que ya lo arreglaría él. Me dijo que había hablado contigo y que estabas cabreado, pero que sabías que había sido un accidente y que al estar tú tan... Ya me entiendes... —Bub se dio unos golpes en la cabeza—. Que era mejor dejar que se te pasara, que no sacara el tema.
Nathan bebió un trago largo de su lata.
—Pues conmigo no habló en ningún momento.
—¿No? Bueno. A mí ya me extrañaba, y ayer, cuando me lo soltaste todo de golpe, me entró pánico. Lo siento, tío. No sé qué decirte. La cagué a lo bestia y me da una vergüenza de narices. Debería haber ido a hablar contigo en lugar de fiarme de Cam, joder.
Nathan pensó que Ilse tenía razón: perdonar o no a su hermano no le devolvería a Kelly.
—Gracias por explicármelo, Bub. —Suspiró—. De todos modos, el que tendría que sentirlo soy yo. Debería habértelo dicho hace años, pero, tío, me sabe fatal no haberte ayudado mucho más con papá...
—Qué va, Nathan, qué dices, si no es culpa tuya... Lo intentaste. Y la verdad es que Cam también.
—Ya, pero deberíamos haber...
—¿Qué? Con un tipo así, ¿qué se podía hacer? —Bub se volvió—. Además, vosotros lo pasasteis igual de mal.
—No, eso no es verdad —repuso Nathan—. Cam y yo siempre nos teníamos el uno al otro.
Se quedaron un rato bebiendo y mirando por el parabrisas. Se había acumulado tanto polvo que apenas se veía nada.
—No me gusta vivir aquí —señaló Bub finalmente—. Me recuerda demasiado algunas cosas. Por eso les ponía cebos a los dingos, para ganar algo de dinero e irme a Dulsterville, ya que Cam no quería ayudarme. Y por eso me he puesto en plan tan cabrón acerca de la propiedad. —Suspiró—. No es nada personal, tío, pero sólo de pensar en quedarme y pasar diez años más rindiendo cuentas a uno de mis puñeteros hermanos, me dan arcadas. Necesito salir de aquí.
—Para ir a cazar canguros a Dulsterville, ¿eh?
—Sí. —La mirada de Bub se volvió distante—. Allí sí que estaría bien. Con casa propia, conociendo a gente... ¿Sabes que en Dulsterville hay tías? Un montón más que aquí.
Nathan le sonrió un poco.
—Eso dicen.
—Con la muerte de Cam, pensé que había llegado mi oportunidad. Si no podía irme, igual no estaba tan mal llevar la propiedad. Podría cambiar algunas cosas. Pero claro... —Se le rompió la anilla de la cerveza—. Noté enseguida que nadie me veía capaz. Están todos rezando por que vuelvas tú y ayudes a Ilse. Por eso estaba de tan mala leche.
Nathan frunció el ceño.
—Dudo que eso sea lo que quieran. Ilse se buscará a un administrador o algo así.
—Sí que es lo que quieren, tío, hazme caso —contestó Bub—. Se lo he oído decir a Harry y a mamá. Creo que Ilse piensa igual. Sólo están esperando a que digas que te interesa.
—No, en serio, que a mí nadie me ha dicho nada.
—Ya, porque después de lo que... ya sabes, de lo que le pasó a Cam, les da un miedo que se cagan presionarte demasiado. Y como a veces tú también te pones...
—¿Qué?
—Lo que te he dicho antes.
Bub se dio unos golpes en la cabeza.
—Eso es mentira.
De repente, Nathan fue muy consciente del estado en el que se encontraba el coche.
—Bueno, es medio mentira —se corrigió—. En todo caso, a duras penas puedo gestionar mi propiedad.
—Porque es una maldita mierda. Con esas tierras es imposible que alguien gane dinero. Harry siempre lo dice. Lo decía incluso Cam. Ya es un milagro que hayas durado tanto.
Nathan estuvo un buen rato sin hablar. Cogió otra cerveza y la abrió. Gracias al aire acondicionado, ésa estaba un poco más fría. No mucho, un poco por encima de la temperatura ambiente.
—¿Y tú? —dijo al final.
—Yo no quiero llevar nada, Nate. Demasiado papeleo. Entiéndeme, no me habría importado que me lo pidiesen; habría sido lo mínimo, un gesto de buena educación, joder, pero, en fin, da igual. Sólo quiero juntar un poco de dinero e irme a Dulsterville.
—Canguros y tías, ¿eh?
—Exacto, tío, exacto.
Nathan sonrió.
—Bueno, está bien tener un sueño.
—Pues sí. Entonces, ¿qué? ¿Se lo comentarás a Ilse, a ver si me compra mi parte, aunque no sea toda?
—Podrías hablar tú con ella. Le interesa saber lo que piensas.
—Ya, ya lo sé, pero es que esta noche, cuando he pasado al lado de la sala de estar, serían las tres más o menos, me ha dado la impresión de que tu saco de dormir no estaba muy usado. —Bub miró a Nathan de reojo y enseñó los dientes—. Vaya, que me parece que se puede decir que a ti se te da mejor que a mí hablar con ella.
Nathan se aguantó una sonrisa, pero no dijo nada.
—Pero, oye —añadió Bub—, ¿y si mi parte me la compras tú? Si es a plazos, por mí ningún problema. Tampoco es que necesite mucho para empezar. Eso contando con que te pongas alguna vez las pilas y averigües lo que quieres.
Nathan miró por el parabrisas cubierto de polvo. A duras penas distinguía algo detrás.
—Bueno, ya veremos —dijo—. En todo caso, alguna solución encontraremos, ¿vale?
—Qué bien. Gracias, tío. —Bub lo miró—. Ah, por cierto, también me sabe mal lo de tu cara.
—No te preocupes. ¿Tú estás bien?
—Sí. —Bub se rió—. Ni me rozaste, y eso que llevaba una buena cogorza...
—Me alegra saberlo.
—Entonces, ¿estamos en paz?
—Sí, estamos en paz.
—Genial. Gracias, tío. —Bub abrió la puerta para bajar—. Vuelvo a casa. ¿Tú has acabado?
Nathan echó un vistazo al interior del coche. No había nada que encontrar.
—Sí. —Abrió la puerta—. He acabado.