LUCIEN prefirió no pensar en qué tipo de hombre se enamoraría de Audrey, no porque no quisiera que encontrara la felicidad, sino porque no quería analizar la incomodidad que le causaba imaginársela con otro.
Con alguien que no fuera él.
Lo cual no tenía ningún sentido puesto que él no quería tener una relación duradera, y menos aún una basada en el amor. Él ni había estado enamorado ni pensaba enamorarse. El amor solo creaba complicaciones cuando las circunstancias se enturbiaban, tal y como inevitablemente sucedía. Él todavía estaba teniendo que resolver los problemas económicos a los que se había visto arrastrado su padre cada vez que supuestamente se había enamorado.
A él le gustaba su vida. Las relaciones eran sencillas cuando los términos estaban claros. Y él siempre se ocupaba de aclararlos. Aunque tenía que admitir que los límites de lo que había entre Audrey y él resultaban borrosos. No concebía pasar un fin de semana con ella y luego olvidarla. Menos aún cuando había sido la primera vez de Audrey. No volver a verla sería una crueldad para ella y para sí mismo, porque nunca había experimentado un sexo tan excepcional; un sexo físicamente intenso pero con una profundidad emocional que lo había sorprendido.
Audrey no había compartido solo su cuerpo con él. Los dos habían compartido confidencias que habían mantenido en secreto hasta entonces. Habían hablado con la misma intimidad con la que habían hecho el amor. Sin barreras ni muros de contención.
Le había sorprendido que Audrey cambiara de opinión respecto a la boda de su madre con su padre. ¿Se habría cansado de buscarlos cuando ellos querían evitar ser encontrados? También él estaba harto, pero tenía la convicción de que su padre se encontraba cerca. No solía moverse por instinto. Él era un hombre de datos y cifras. Pero desde que habían llegado a San Remy percibía la presencia de su padre, y no pensaba marcharse hasta hacer alguna averiguación que los pusiera tras su pista.
Lucien observó a Audrey comer su religieuse de chocolate y al instante sintió el deseo de besar no solo su boca, sino todo su cuerpo. Bastó que pensara en ello para sentir que se endurecía.
Ella alzó la mirada súbitamente y lo encontró observándola. Tomó la servilleta y se limpió los labios, avergonzada.
–Supongo que ahora entiendes por qué no tengo el tipo de mi madre.
Lucien sonrió.
–A mí me gusta tu tipo tal y como es. De hecho, estoy teniendo fantasías obscenas con él ahora mismo.
Audrey se sonrojó y sus ojos brillaron como luces de Navidad.
–¿No querías dar un paseo después de cenar?
A Lucien le inquietaba la facilidad con la que Audrey lo distraía de su misión; y de no ser por su inexperiencia, la habría llevado de inmediato al hotel y le habría hecho el amor repetidamente.
Pero si quería controlarse no era solo por ella, sino por sí mismo. Estaba comportándose como un adolescente enamorado, todo hormonas y ningún sentido común. Y él no tenía intención de ser como su padre, que dejaba un rastro de destrucción a su paso.
–Paseo primero y luego cama –dijo, suavizando sus palabras con una sonrisa.
Audrey puso cara de desilusión.
–Pero si llevamos todo el día en marcha…
Lucien le tomó una mano y se la besó.
–Un paseo corto. Recuerda que estamos aquí por algo.
Audrey desvió la mirada.
–¿Cómo podría olvidarlo? Ya sé que no estás aquí conmigo por gusto. Solo soy un entretenimiento añadido mientras tú consigues impedir la relación entre mi madre y tu padre.
Lucien frunció el ceño por su tono y la obligó a mirarlo tomándola por la barbilla.
–Hasta hoy, también esa era tu misión. Y estoy aquí contigo porque es lo que quiero.
«Porque ahora mismo no concibo estar con ninguna otra mujer».
Audrey hizo un mohín que despertó tal deseo de besarla en Lucien que tuvo que pegar el trasero a la silla para no levantarse.
–¿Lo dices en serio? –susurró ella.
Lucien le acarició la mejilla.
–Tan en serio que me asusta.
Y aún más le asustó verbalizarlo.
Los ojos de Audrey se humedecieron como si fuera a llorar, pero, tras parpadear un par de veces, sonrió.
–Perdona. Sé que es solo una aventura de fin de semana y no pienso ponerme pegajosa ni a mirar las joyerías con cara de cordero degollado, pero por una vez en la vida quiero ser especial para alguien, aunque sea brevemente.
Lucien se llevó su mano una vez más a los labios y, sin apartar la mirada de ella, susurró
–Tú eres especial, cariño –tanto que le costaba recordar por qué aquella relación debía durar lo menos posible–. Increíblemente especial.
–Tú también –Audrey retiró la mano y sonrió con picardía–. Aunque no lo bastante como para que me enamore de ti.
¿Por qué aquel comentario le dolió como un dardo si no quería que Audrey se enamorara de él?
Por primera vez en su vida, en lugar de alivio sintió una extraña sensación de vacío, un agujero en su interior al imaginarse que Audrey le dijera a otro hombre que lo amaba. Él jamás se lo había dicho a otra mujer que no fuera su madre. Y se arrepentía de no habérselo dicho muchas más veces antes de perderla.
Audrey se mordió el labio inferior.
–Perdona, te he ofendido.
Lucien cambió su expresión consternada por una sonrisa de indiferencia.
–¿Por qué habría de estar ofendido?
–No lo sé, pero tenías gesto de enfado y he pensado que te había molestado.
–Es que estaba pensando en mi madre –dijo Lucien–. No conseguía recordar la última vez que le había dicho que la quería antes de que muriera. Hace años que esa idea me perturba.
–Seguro que lo sabía aunque no se lo dijeras –afirmó Audrey–. Se lo demostrarías de distintas maneras.
Lucien sonrió con tristeza.
–Es posible.
Tras un breve silencio, Audrey preguntó:
–¿Le has dicho a tu padre alguna vez que le quieres?
–No.
Lucien solo se había dado cuenta de cuánto le importaba su padre hacía unos años, tras su última ruptura con Sibella, cuando había temido perderlo.
Aun así, no le había dicho que lo quería.
No sabía si era porque estaba enfadado con su padre por haberlos abandonado a su madre y a él, por su temerario estilo de vida, porque no maduraba…
Audrey se estremeció.
–Quizá deberías decírselo… antes de que sea… tarde, o lo que sea.
Lucien suspiró.
–Puede que tengas razón –tamborileó con los dedos sobre el mantel antes de separar su silla de la mesa–. Vamos, señorita. Es hora de marcharnos.
–¿Puedo ir al cuarto de baño primero?
–Claro. Te esperaré fuera.
Audrey entró en el cuarto de baño y miró el teléfono. Su madre todavía no había leído su mensaje, lo que significaba que lo tenía apagado, algo que no hacía jamás. ¿Por qué no le habría preguntado dónde se alojaba con Harlan?
Cuando se encontró con Lucien en la puerta del restaurante, él la recibió con una sonrisa que le aceleró el corazón. Durante la cena habían charlado como una pareja de verdad, compartiendo sus penas y desilusiones como ella jamás, y sospechaba que Lucien tampoco, lo había hecho con nadie.
Pero no eran una pareja. Y eso, hasta hacía unos días, cuando ella no tenía el menor interés en el matrimonio, no habría tenido la menor importancia.
Sin embargo, tras el encuentro con su madre y ver la angustia que la poseía por temor a perder al amor de su vida, Audrey había sufrido una transformación que la aterrorizaba y sorprendía a partes iguales. Se había prometido no enamorarse de Lucien, pero sospechaba que quizá ya había sucedido.
¿No le había abierto ya su corazón tanto literal como figuradamente? Al compartir con él su cuerpo y convertirlo en su primer amante, casi era imposible no enamorarse de él. Lucien había sido tan considerado y cuidadoso… Había antepuesto las necesidades de ella a las de él. Hacía que se sintiera especial. Hasta se lo había dicho… y no parecía mentir.
¿Tener la esperanza de que llegara a amarla era un sueño imposible?
Había refrescado, pero seguía habiendo muchas parejas en la calle. Audrey rezó para no encontrarse con Harlan y su madre, pero puesto que podían ser los últimos días de este, cabía la posibilidad de que se arriesgaran a ser reconocidos y quisieran salir a disfrutar de una cena romántica, o de un paseo por el precioso pueblo.
En la manzana siguiente encontraron el restaurante que frecuentaban en sus visitas a San Remy.
–Es este –dijo Lucien–. Han cambiado el nombre, pero es el mismo local –miró por la ventana hacia el interior.
A Audrey se le aceleró el corazón.
–Nada –dijo Lucien con un suspiro, volviéndose hacia ella.
–Porque están en Barcelona –Audrey odiaba mentirle y cada vez le pesaba más la promesa que le había hecho a su madre de guardarle el secreto.
Por primera vez creyó ver un brillo de duda en la mirada de Lucien.
–Puede ser –Lucien le pasó el brazo por los hombros–. De todas formas, se está haciendo tarde.
Volvieron al hotel en silencio. Audrey estaba mortificada por ocultarle la enfermedad de su padre, especialmente después de que él le hubiera contado cómo le afectó la muerte de su madre. ¿Y si pasaba algo y no tenía la oportunidad de hablar con su padre? Audrey abrió la boca un par de veces, pero volvió a cerrarla. Se lo había prometido a su madre, y era Harlan quien debía darle la noticia a su hijo.
Por otro lado, sabía lo decidido que estaba a que la relación de su padre y de Sibella concluyera, igual que lo había estado ella hasta hacía un par de días. ¿Qué mal podía hacer darles una breve extensión de tiempo? Su madre le había pedido tres días. Uno estaba a punto de acabar. Solo quedaban dos.
–Estás muy callada –dijo Lucien cuando entraron en la villa.
Audrey sonrió.
–Solo estoy un poco cansada.
Lucien la atrajo hacia sí y le retiró el cabello de la cara con una ternura que la emocionó. Deslizando la mirada de sus ojos a sus labios, él dijo:
–Me había prometido no besarte cuando llegáramos.
–¿Por qué no? –preguntó Audrey.
–Porque si empiezo no puedo parar –le pasó los dedos por los labios lentamente–. Has socavado seriamente mi autocontrol.
Audrey se inclinó hacia delante, abrazándose a su cintura y presionando sus caderas contra las de él.
–Lo mismo digo.
–Por eso no te besé en la boda hace tres años.
Audrey parpadeó.
–¿Ibas a besarme? ¿De verdad?
–Sí, pero sabía que un beso no sería suficiente –Lucien sonrió y se inclinó para rozar con sus labios los de ella.
Audrey se puso de puntillas para besarlo.
–Este es el primero. Te reto a que me des el segundo.
Lucien bajó las manos hasta su trasero y la apretó contra el bulto de su erección al tiempo que susurraba.
–No sé si debo…
–Atrévete –dijo Audrey–. ¿O vas a rechazar un reto?
–Estás jugando con un fuego que está ya fuera de control.
Audrey se frotó contra él y se estremeció de deseo.
–Quiero que tomes el control, que me hagas el amor.
Lucien la miró con preocupación.
–Es demasiado pronto. Necesitas tiempo para…
–Te necesito a ti –Audrey tomó el rostro de Lucien entre las manos–. Te necesito ahora.
Lucien le dio un beso sensual que activó cada célula del cuerpo de Audrey. Con la lengua imitó la íntima penetración de su cuerpo, entrelazándola con la de ella en un erótico combate que endureció el núcleo femenino de Audrey. Lucien gimió contra sus labios y sus manos la presionaron aún con más fuerza contra su erección.
–Te deseo tanto…
–Y yo a ti –dijo Audrey, y fue plantando besos en sus labios–: A ti, a ti, a ti.
Lucien la llevó al dormitorio, deteniéndose cada dos pasos para besarla. En cuanto llegaron, ella se desnudó y se deleitó en la visión de Lucien mientras él hacía lo mismo. Volvieron a abrazarse, piel contra piel, y Audrey suspiró.
–Si alguien me hubiera dicho hace dos días que me desnudaría ante ti sin la menor vergüenza, le habría dicho que estaba loco.
Lucien sonrió pícaramente.
–¿Quieres decir que ya no vas a volver a sonrojarte?
–¡Odio ponerme roja!
–A mí me parece encantador. Basta con que te mire de cierta manera para que te pase. ¿Ves? Como ahora mismo.
Audrey hizo una mueca.
–Porque me estás mirando como si fueras a comerme.
Lucien tiró de ella hacia la cama.
–Eso es precisamente lo que voy a hacer.
Audrey se estremeció al sentir su mano bajar hacia sus muslos al saber el placer al que estaba a punto de llegar. Lucien la abrió con sus dedos como si fuera una orquídea que exigiera ser tratada con cuidado. Luego sustituyó sus dedos con su boca, recorriéndola con la lengua y provocando en ella una descarga eléctrica que la recorrió desde la pelvis hasta los pies con intermitentes y palpitantes contracciones. Lucien continuó con su sensual tortura hasta que Audrey se sintió caer en un espasmo de sublime placer.
–¡Oh, Dios mío…!
Lucien fue ascendiendo, dejando un rastro de besos por sus caderas, sus costillas y sus senos, hasta alcanzar sus labios. Probar el sabor de ella misma en sus labios fue intensamente erótico e hizo que otro muro del corazón de Audrey se derrumbara como pintura que se despegara de una pared.
–Eres tan sexy cuando llegas al orgasmo… –susurró él.
Esa era una palabra que Audrey jamás habría usado para describirse. Sonriendo y pasándole un dedo por los labios, preguntó con sorna:
–¿Sexy?
Lucien le atrapó el dedo y se lo succionó. Luego dijo:
–Extremadamente sexy.
Audrey bajó la mano para acariciarlo.
–También tú.
Lucien exhaló lentamente cuando ella empezó a deslizar la mano por su miembro viril.
–Puedes seguir tocándome si quieres.
–¿Y no tenerte dentro de mí?
Lucien posó una mano en el vientre de Audrey y la miró con preocupación.
–No quiero hacerte daño.
Audrey le atrajo la cabeza hasta que sus labios estuvieron a unos milímetros de los de ella.
–No te preocupes, no vas a hacerme daño.
Por un instante pensó que Lucien se echaría atrás, pero finalmente sonrió y dijo:
–¿Ves lo peligrosa que eres? Logras que me salte todos mis límites.
«No todos».
Habría sido una estúpida si creyera posible que Lucien le abriera su corazón, pero ¿quién decía que no pudiera comportarse estúpidamente? Lo habían hecho cuando se conocieron. El problema era que la fascinación adolescente de entonces se había transformado en algo mucho más peligroso, porque Audrey sabía que ya no le bastaba con una aventura. ¿Cómo no se había dado cuenta de que se parecía más a su madre de lo que creía, de que necesitaba la seguridad de un compromiso formal?
Necesitaba ser amada, no solo deseada.
Lucien le besó el cuello y el cosquilleo que le causó su barba incipiente hizo que olvidara sus reservas sobre su relación. Lo que había entre ellos en el presente era aquel anhelante deseo que sentían el uno por el otro y todo lo demás perdía importancia.
Los labios de Lucien atraparon los suyos en un profundo beso que hizo vibrar todos sus sentidos. Audrey se estremeció cuando sus lenguas se entrelazaron en una sensual danza. Lucien fue bajando por su cuerpo, besando y acariciando sus senos, mordisqueando sus pezones hasta endurecerlos.
La dejó un segundo para ponerse un preservativo y luego se colocó sobre ella.
–Avísame si voy demasiado deprisa.
–Estás yendo demasiado despacio –dijo Audrey, alzando las caderas para recibirlo, suspirando cuando él la penetró decidida pero suavemente. Al instante sintió su cuerpo abrazándolo y las placenteras sensaciones que recorrieron sus músculos más íntimos.
Lucien se meció dentro de ella, lentamente en un principio, asegurándose de que Audrey estaba cómoda antes de incrementar el ritmo. Audrey percibía el control que estaba ejerciendo, cómo la trataba con el máximo cuidado y respeto al tiempo que aguijoneaba sus sentidos deliciosamente. La acarició íntimamente para proporcionarle la fricción añadida que necesitaba para finalmente volar. El orgasmo la arrastró en un remolino que le hizo olvidarlo todo, hasta que solo fue consciente de que las olas expansivas del éxtasis se apoderaban de todo su cuerpo. Lucien llegó un instante después. Totalmente laxo, atrajo a Audrey hacia sí, jadeando contra su cuello.
Audrey le acarició la espalda, deleitándose en el dulce abrazo postcoital. Pero su mente volvió a viajar al futuro… el que Lucien no prometía compartir con ella. ¿A qué otro hombre podría ella amar? ¿Con quién iba a querer hacer el amor y luego yacer así, con su cuerpo todavía vivificado por sus caricias? No se podía imaginar un futuro sin él y, sin embargo, ese era un sueño imposible. A no ser que Lucien se enamorara tan profundamente como ella lo estaba de él.
Lucien alzó la cabeza y dio un prolongado suspiro.
–Debía haber supuesto que hacerlo contigo iba a ser distinto –la miró a los ojos antes de desviar la vista–. En el buen sentido, claro.
–¿Porque teníamos una relación previa? –Audrey hizo una mueca–. Bueno, ¿porque nos conocíamos de antes?
Lucien sonrió y le retiró un mechón de cabello de la cara.
–Nunca me había planteado que, debido a la fama de nuestros padres, tuviéramos tanto en común. Además, he peleado con la atracción que sentía por ti más tiempo de lo que estoy dispuesto a admitir.
–Se te da bien disimular. Creía que me odiabas.
Lucien sonrió pícaramente.
–Creo que lo que odiaba era cómo me hacías sentir.
–¿Qué te hacía sentir?
A pesar de que temía desilusionarse, Audrey no pudo evitar hacer la pregunta. Pero antes de que Lucien contestara, oyó sonar su teléfono en el bolso.
–¿Quieres contestar? –preguntó él.
–Pueden dejar un mensaje.
Lucien frunció el ceño.
–¿Y si es tu madre?
Audrey suspiró.
–Tienes razón.
Antes de que llegara a la puerta, el teléfono dejó de sonar. Audrey se puso un albornoz y salió a buscar su bolso. Al sacar el teléfono, vio que la llamada era de su madre. Antes de que presionara el botón de rellamada, volvió a sonar. No podría ocultar a Lucien de quién se trataba porque él la había seguido y estaba a su lado. Audrey tomó aire y contestó.
–¿Hola?
–¡Gracias a Dios! –exclamó su madre en tono angustiado–. Harlan ha colapsado. No puedo despertarlo. Ayúdame. Por favor, ayúdame, no sé qué hacer.
Audrey miró la expresión preocupada de Lucien. Antes de que contestara, él tomó el teléfono de su mano.
–Sibella, soy Lucien. ¿Has pedido una ambulancia? ¿Dónde estás?
Audrey tragó en estado de pánico. Pánico por Harlan, por su madre, por Lucien. Oyó decir a su madre que estaban en una granja a las afueras de San Remy.
–Muy bien. Escúchame –dijo Lucien con una tranquila autoridad–. Dame la dirección. Yo llamaré a la ambulancia. Permanece junto a él y comprueba su pulso y su respiración. ¿Sabes cómo hacer RCP? Bien. Intenta estar tranquila. Llegaremos tan pronto como podamos.
Colgó y llamó a una ambulancia. Audrey le escuchó dar la información necesaria con una calma envidiable, y se preguntó si Lucien alguna vez la perdonaría si su padre no recuperaba el conocimiento.
–Vístete –dijo él en cuanto colgó de hablar con el servicio de urgencias.
Audrey se vistió con las piernas y las manos temblorosas, y más tarde se preguntaría cómo había podido llegar al coche.
Lucien condujo a toda velocidad.
–¡Maldita sea! Sabía que estaban aquí –dijo, asiendo el volante con tanta fuerza que le palidecieron los nudillos.
Audrey se preguntó si debía decirle que ella lo sabía, y se avergonzó de confiar en que nunca se enterara. Su madre no había dicho nada que indicara que estaba al tanto de su secreto. Tal vez su participación en la mentira nunca llegaría a salir a la luz.
–Lucien… –se humedeció los labios e intentó que le saliera la voz, pero fracasó.
–¡Sabía que tu madre le haría esto! –exclamó él, golpeando el volante con una mano–. Sabía que acabaría matándolo. Seguro que llevan días bebiendo o haciendo cosas peores.
Audrey habría querido protestar por el juicio equivocado que estaba haciendo de su madre, pero supo que no valía la pena. Permaneció callada, sin tan siquiera encontrar las palabras de consuelo que sabía que Lucien necesitaba en un momento tan angustioso.
Él la miró de soslayo.
–Perdona, sé que es tu madre, pero si me entero de que ha tenido algo que ver en que mi padre… –Lucien dejó la frase en suspenso y apretó los dientes.
–No importa…
Para cuando alcanzaron la granja, la ambulancia ya había llegado. Lucien y Audrey corrieron al interior a tiempo de ver que colocaban a Harlan, todavía inconsciente, en una camilla. Lucien le tomó una mano.
–¿Papá?
Al oírle decir esa palabra, Audrey sintió que se le encogía el corazón. Nunca había oído a Lucien referirse a su padre como «papá».
Su madre estaba de pie, retorciéndose las manos y llorando incontrolablemente. Audrey se acercó a ella y la abrazó, intentando proporcionarle un consuelo que sabía imposible.
–Tranquila, mamá. Cuidarán de él. Cuanto antes llegue al hospital, mejor.
Sibella se soltó de su abrazo.
–Tengo que ir con él en la ambulancia.
–No –dijo Lucien, interponiéndose en su camino.
Sibella se irguió como un mástil enfrentándose a una tormenta.
–No puedes impedírmelo, Lucien. Soy su familiar más cercano, soy su esposa. Nos casamos ayer.