Capítulo 9

 

 

 

 

 

AUDREY no había visto nunca a nadie tan furioso como estaba Lucien en aquel momento. Aun así, se dominó lo bastante como para hacerse a un lado y dejar que su madre subiera en la ambulancia. Luego tomó a Audrey de la mano para volver al coche.

–Habrán estado de celebración desde la ceremonia. El alcohol puede producir una inflamación en el cerebro y causar convulsiones.

Audrey cerró los ojos brevemente, rezando para que, al abrirlos, solo hubiera sido una pesadilla.

–Lucien… tengo que de…

–¿Sabes lo que me sienta peor? –continuó él sin dejarle completar la frase–, que se jacte de ser su mujer. ¿Qué es eso de ser su familiar más cercano? Lo soy yo, soy su único hijo. Ella no es más que una más de las esposas a las que ha amado y que lo han abandonado.

Audrey tomó aire.

–Legalmente, es su familiar más cercano. Por eso uno se casa con quien ama, para que pueda acompañarle en los momentos más importantes de la vida. Harlan quería casarse con ella y lo ha hecho. Tienes que aceptarlo. Se aman y quieren pasar juntos el tiempo que les quede.

Audrey sintió la mirada de Lucien como un dardo. El silencio se prolongó como un elástico estirado al máximo.

–Tú sabías que estaban aquí –Lucien golpeó el volante violentamente–. Lo sabías, ¿verdad?

Audrey bajó la mirada.

–He intentado decírtelo, pe…

–¿Cuándo te enteraste? –Lucien usó un tono tan crispado que a Audrey le extrañó que no hiciera estallar la ventanilla.

–Hoy.

–¿Hoy? –repitió Lucien. Audrey prácticamente podía verle pensar–. ¿Antes o después de que nos acostáramos?

Audrey se llevó una mano a la frente.

–No hagas esto, Lucien, por favor. Ya tenemos bastante con…

Has elevado la prostitución a un nuevo nivel –las palabras de Lucien fueron tan brutales como flechas envenenadas–. Encontraste a tu madre en el mercado, ¿verdad? Luego me mentiste y te ofreciste a mí para que abandonara la búsqueda.

Audrey tragó saliva. El odio y el desprecio que contenían las palabras de Lucien la dejaron sin habla.

–¡Contéstame, maldita sea!

–Hice una promesa… –empezó ella con ojos llorosos.

–¿Qué promesa? –el desdén de Lucien fue como ácido corrosivo.

–Me encontré con mi madre y me suplicó que no te dijera que tu padre tenía un tumor cerebral –declaró Audrey–. Quería convencerlo de que se operara. Harlan se negaba a hacer ningún tipo de tratamiento y mi madre quería hacerle cambiar de idea. Lo ama, Lucien; y él a ella. Quieren permanecer juntos el tiempo que les quede. Les preocupaba que tú insistieras en separarlos. Accedí a guardarles el secreto… porque pensé que ojalá alguien me quisiera a mí tan profundamente.

Sus palabras resonaron en un silencio cavernoso.

–A ver si lo entiendo… ¿sabes desde esta tarde que mi padre está críticamente enfermo y no te has dignado a decírmelo?

¿Cómo podía explicarle sus motivos cuando Lucien lo expresaba de aquella manera? ¿Cómo decirle que su padre no había querido que él lo supiera antes de poder casarse con Sibella?

–Se lo prometí a mi…

–Me da igual lo que le prometieras a tu madre. Estamos hablando de mi padre, no de ella. Tenía derecho a saber que estaba mal.

–Lo sé… Lo siento. Debería habértelo dicho, pero no quería hacerle daño. Había confiado en mí y quería hacer honor a esa confianza.

–¿Y qué hay de la confianza que ha surgido entre nosotros? –Lucien clavó sus ojos en Audrey como si fuera un taladro–. ¿Eso no contaba para nada?

–Lo nuestro es una aventura, Lucien. No es lo mismo que tener una relación basada en la confianza.

Lucien detuvo el coche delante de la entrada del hospital con un chirrido de frenos. Antes de bajar, y manteniendo la vista al frente, preguntó:

–¿Habrías tenido un affaire conmigo si no te hubieras encontrado hoy con tu madre?

Habló con tal frialdad que le heló la sangre a Audrey.

–Sí, claro que sí.

Lucien la miró como si le clavara un alfiler.

–Lo siento, pero no te creo. Te ofreciste a mí porque sabías que así me distraerías de seguir buscando.

Audrey tomó aire.

–Eso no es verdad. Quería hacer el amor contigo. Me conformé con que fuera una aventura, pero creo que podríamos tener algo más, Lucien. Y creo que tú también lo sabes. Tú mismo has dicho que entre nosotros hay algo distinto a lo que tienes con otras…

–¿Has pensado que esto tenía algún futuro? –el tono de desdén de Lucien fue tan afilado como una navaja–. Así que también me has mentido sobre eso. Dijiste que no querías casarte, pero en el fondo quieres tener el cuento de hadas. Pues entérate: se acabó. Hemos acabado. Debería haber seguido mi intuición y no acercarme a ti.

Aunque Audrey creía que estaba preparada para aquel momento, le resultó más devastador de lo que había pensado. Lucien tenía toda la razón del mundo para estar enfadado. Ella también lo estaría. Necesitaba tiempo para asimilar la noticia de la enfermedad de su padre. Cabía la posibilidad de que cambiara de opinión una vez hablara con su padre… si es que tenía la oportunidad de hacerlo.

–¿Podemos continuar esta conversación cuando hayas tenido tiempo de…?

–¿No me has oído? –la rabia contenida de Lucien le erizó el vello a Audrey–. He dicho que hemos acabado.

Audrey se agachó para recoger su bolso.

–Voy a ver a mi madre y luego tomaré un taxi para ir a recoger mis cosas al hotel –dijo–. Me quedaré con ella hasta que… pase la crisis de tu padre.

–Bien.

«¿Bien?». ¿Eso era todo lo que tenía que decir después de lo que habían compartido? Nada de lo que estaba pasando estaba «bien». Audrey sentía el corazón aprisionado entre dos losas; cada respiración intensificaba la presión. Le ardían los ojos, pero se resistía a llorar delante de Lucien. No podía soportar la humillación de que viera que tenía el corazón destrozado.

Lucien la siguió al hospital, pero apenas la miró. Fue directo al mostrador de recepción para averiguar dónde estaba su padre y Audrey fue en busca de su madre.

La encontró en la sala de espera fuera de Urgencias. Fue directa a ella y la abrazó.

–Mamá, cuánto lo siento. ¿Sabes algo?

Sibella la miró con ojos llorosos.

–Van a hacerle un escáner –dijo con labios temblorosos–. Creen que el tumor ha producido una hemorragia intracraneal. Van a trasladarlo en avión a París para operarle porque aquí no tienen los medios para hacerlo. No puedo soportar la idea de perderlo.

–Lo sé –dijo Audrey, parpadeando para contener las lágrimas–. Pero has pasado los últimos días con él y le has hecho feliz. Aférrate a eso.

–La ceremonia de la boda fue maravillosa –dijo Sibella, tomando el pañuelo de papel que Audrey le tendió y secándose los ojos–. La celebramos en el jardín de la granja. Siento no haberos invitado a Lucien y a ti, pero Harlan quería que esta vez estuviéramos solos él y yo.

–Hiciste lo que debías –dijo Audrey–. Me alegro de que hayáis vuelto a casaros. Si no fuera porque Harlan está mal, sería muy feliz por vosotros.

Su madre la miró con los ojos enrojecidos.

–Lo dices en serio, ¿verdad?

Audrey sonrió.

–Puede que Harlan y tú estéis hechos el uno para el otro. Habéis sido muy afortunados de experimentar un amor apasionado, no una, sino tres veces. Ojalá supere esta crisis y podáis demostrar a quienes desconfían de vuestros sentimientos que se equivocan.

–Hablando de desconfiar –dijo Sibella, mirando a su alrededor por si veía a Lucien–. Espero no haber complicado las cosas entre Lucien y tú.

Audrey no pensaba cargar a su madre con su propio dolor. Ya tenía bastante.

–No, todo está bien. Aunque, como es lógico, saber que su padre está mal le ha afectado mucho.

Sibella escrutó el rostro de Audrey.

–No te habrás enamorado de él, ¿verdad?

Audrey intentó reírse, pero solo logró emitir un ruido seco.

–Hemos tenido una aventurilla, pero la hemos dado por terminada. Ni yo soy su tipo, ni él el mío.

Sibella se mordió el labio inferior y frunció el ceño.

–Cariño, no siempre se trata de ser el tipo de persona adecuado, sino de sentir el tipo de amor adecuado por la otra persona. A mí me ha costado tres veces encontrar ese amor con Harlan, y ahora pienso aferrarme a él cueste lo que cueste.

–Lucien no me ama, mamá –dijo Audrey con voz queda–. No creo que sea capaz de amar a nadie de esa manera.

–¿Señora Fox? –un médico se acercó a ella–. El transporte aéreo está listo, así que pronto nos llevaremos a su marido. Aunque está inconsciente, si quiere pasar unos minutos con él antes del vuelo, puede entrar a verlo.

Oh, gracias –dijo Sibella, y siguió al médico.

Audrey volvió a la sala de espera para esperarla, preguntándose si Lucien habría podido pasar algo de tiempo con su padre.

 

 

Lucien salió del hospital después de hablar con el médico de su padre y se detuvo un instante para intentar dominar sus emociones. Su padre tenía un tumor cerebral. Aunque era operable, era muy probable que sufriera daños irreparables. Su divertido, irresponsable y temerario padre podía convertirse en un vegetal. Lucien no comprendía por qué su padre no le había dicho que estaba enfermo. Él le llevaba todos sus asuntos y resolvía todos sus problemas, y sin embargo, su padre lo había mantenido al margen de aquella crisis de salud. ¿Qué tipo de padre le hacía eso a un hijo? ¿Acaso no sabía hasta qué punto era importante para él?

Pero lo que lo torturaba más era el papel que Audrey había jugado en ello. Solo se había acostado con él para impedir que diera con su padre y con Sibella. Él había pensado… Se negaba a pensar que su relación había sido diferente a todas sus relaciones anteriores. Solo era un affaire que había acabado mal. Pero solo porque ella lo había engañado, haciéndole creer que…

«No, no, no. Olvídalo».

Tenía que dejar de pensar que Audrey podría haber sido la mujer de su vida. La única con la que se veía construyendo un futuro que incluía la confianza y hasta el amor. Pero todo había sido una mentira.

¿Habría estado trabajando en su contra todo el tiempo?

Lucien repasó mentalmente los dos últimos días, preguntándose cómo podía haber dejado que el deseo lo cegara hasta ese punto. Porque solo era eso: deseo. Se negaba a considerar cualquier otra posibilidad. Él la deseaba y ella había aprovechado esa circunstancia para manipularlo.

Respiró profundamente el fresco aire de la noche para liberarse del nudo que sentía en el pecho. La cirugía de su padre podía durar varias horas. Tal vez pasarían días hasta que supieran cuál era el pronóstico de su enfermedad. No pensaba volver a ver a Audrey en toda su vida. Verla solo le recordaría cómo había caído en su red hasta enamorarse de ella.

¡No! No era amor, solo lujuria. Eso era todo. ¿Qué sentido tenía admitir que Audrey había conseguido lo que ninguna otra mujer? Por ella había perdido la cabeza y todo aquello por lo que había luchado tanto. Que lo hubiera traicionado le resultaba doloroso, pero más aún descubrir que él le había hecho un hueco en su corazón. Debía haber sido más cauteloso. Debía haberse resistido.

«Deseo, no amor. Deseo, no amor». Se lo repetiría como un mantra hasta creérselo.