Diez meses más tarde…
Lucien estaba sentado junto a Audrey a la mesa de Bramble Cottage. Ella le tomó la mano por debajo de la mesa y le sonrió. Como siempre que sus preciosos ojos marrones lo miraban, Lucien sintió que el corazón le daba un salto de alegría. Le guiñó un ojo y Audrey se ruborizó.
–Eh, tortolitos, que ya se ha acabado la luna de miel –dijo Harlan desde el otro lado de la mesa.
Todavía no le había vuelto a crecer el pelo después de la quimioterapia, pero la cicatriz de la operación apenas se notaba y los médicos estaban muy satisfechos con cómo estaba evolucionando. Y aunque no les prometían nada respecto al futuro, Lucien había convertido en una prioridad que fuera feliz.
Y nadie lo hacía más feliz que Sibella.
–Mira quién fue a hablar –dijo Lucien, sonriendo a su padre, que pasaba el brazo por los hombros de Sibella mientras ella lo miraba con tanto amor que Lucien se avergonzaba de haberla juzgado mal en el pasado.
Aunque ni su padre ni ella fueran perfectos, Lucien había aprendido a aceptarlos tal y como eran, y no pretendía cambiarlos.
–Mamá, papá, tenemos que deciros una cosa –declaró Audrey, que parecía a punto de explotar con el secreto que había esperado a anunciar a que se cumplieran las doce semanas de embarazo.
Cada vez que la oía llamar «papá» a su padre, Lucien se emocionaba. Era una muestra más del profundo afecto que sentía por él. Y sus cuidados y atenciones durante los meses precedentes habían logrado que Lucien, y su padre, por supuesto, la quisieran aún más.
Pronto él también sería padre y habría una personita que lo llamaría «papá».
–¿Se lo dices tú o se lo digo yo? –le preguntó Audrey sonriendo.
Lucien le tomó la mano y se la llevó a los labios.
–Digámoslo al unísono.
Y eso hicieron.