COMENTARIOS FINALES

La tecnología contribuyó a la estandarización de la puntuación y supuso un paso hacia delante en la industrialización, el crecimiento económico, la construcción de naciones, el desarrollo lingüístico y la democratización de la sociedad. La difusión de libros con puntuación y tipografía estandarizadas trajo consigo una mayor individualización del ser humano, ya que ahora cada lector podía desarrollar su particular universo de ideas. Los pensamientos que se propagaron no solo permitieron un mayor conocimiento en todos los ámbitos, sino que la distribución masiva de información preparó el terreno para la llegada de nuevos saberes que repercutirían directamente en el crecimiento y en la evolución de las sociedades.

Cada persona —con las limitaciones que imponían tanto los recursos económicos como la competencia lectora— podía permanecer en su cámara secreta, leer textos nuevos y antiguos, e interpretarlos libremente sin tener que someterse al dedo admonitorio de las autoridades, fuesen estas clericales o seculares. Asimismo, la red social en torno a la palabra escrita se transformó. La cultura autoritaria de la era de la transmisión oral y de la producción de libros aislados desapareció para, con el paso del tiempo, dar lugar a la esfera pública burguesa. El espacio para las observaciones libres e ilimitadas se amplió bruscamente, lo que no siempre fue del gusto de los poderosos. La respuesta llegó en forma de una brutal censura. En los siglos XVI y XVII, el derecho a la libre expresión del pensamiento condujo a una persistente lucha contra la opresión y la represión.

En los años sesenta del siglo pasado, el investigador e historiador canadiense Marshall McLuhan describió la transición de la palabra escrita a la impresa como la «puerta a la era Gutenberg», una época que llega hasta nuestros días, aunque sea bajo la presión digital. McLuhan decía que el libro supuso para el ojo lo mismo que la rueda para los pies. Una de sus observaciones más conocidas fue que el medio es el mensaje; es decir, las consecuencias sociales derivadas de las reformas en el sistema de transmisión de la información son mayores que las consecuencias de las modificaciones en el propio mensaje. Para McLuhan, por tanto, la creación de una puntuación común tuvo más repercusión que lo que fuera que se pretendía transmitir con el texto escrito. Puede que esta afirmación sea algo exagerada, porque no se puede obviar el potencial explosivo de aquello que la palabra impresa puede sugerir. Martín Lutero (1483-1546), el gran reformador de la Iglesia, supo sacarle buen partido a la innovación que implicó la llegada de esta nueva tecnología, hasta el punto de poder afirmar que la ética protestante, junto con la economía de mercado, fue el principal motor del desarrollo de Europa Occidental y Septentrional.

Me permito una pequeña digresión para decir que los signos de puntuación son poderosos en muchos aspectos. Este libro trata sobre la puntuación, aunque sea esta una descripción algo vaga, ya que, en realidad, habla de los signos de puntuación empleados en la escritura occidental. Existen otros sistemas de puntuación en otras partes del mundo. Algunos de ellos son parecidos al nuestro; otros no. La escritora estadounidense Jennifer DeVere Brody defiende en su obra Punctuation: Art, Politics, and Play la idea de que aquellos que poseen la fuerza militar más poderosa determinan cómo debe ser el lenguaje escrito, y escribe también sobre el concepto occidental de que nuestro alfabeto fonético resulta superior y sobre la puntuación como un artículo de exportación a muchos países asiáticos bajo el rótulo del poscolonialismo, estableciendo una relación entre tinta y sangre.

Aldo Manuzio, como ya ha quedado dicho, insertó la primera coma impresa en 1494, dos años después de que su compatriota Cristóbal Colón descubriese América. Podría decirse que estos dos acontecimientos representan un gran paso para Europa. Las maneras de pensar, vivir y producir estaban cambiando, y Europa se hizo con el mando. ¿Qué estaba sucediendo en China? Durante miles de años, los chinos fueron tecnológicamente superiores a los europeos. Comenzaron a usar el papel mil años antes que en Europa y ya imprimían libros en el siglo VII, pero en el mismo momento en que Europa tomó impulso, China se estancó. Este hecho puede deberse a varios motivos. El sociólogo Manuel Castells apunta al papel del Estado chino, que durante mucho tiempo estimuló el desarrollo, pero a partir del siglo XV el deseo de aferrarse al poder y mantener el statu quo condujo a un frenazo tanto del Estado como de las élites sociales que deseaban estar a bien con los dirigentes del país. La fuerza motora del cambio desapareció al mismo tiempo que China se aislaba de las ideas procedentes del mundo exterior y entraba en un periodo de estancamiento que duró varios siglos. Mientras tanto, Europa experimentaba una enorme metamorfosis económica, tecnológica y sociocultural.

A una escala menor, al final del milenio pasado, el sociólogo francés Pierre Bourdieu se convirtió en una celebridad de la cultura popular a raíz de sus investigaciones basadas en conceptos como el capital económico, social y cultural. Sostenía que los gustos y la percepción de la realidad son desiguales en las distintas clases sociales, y que estas diferencias cimentan y reflejan el control. Resulta indiscutible que, en nuestro contexto, el dominio de la puntuación es una especie de capital cultural que puede transformarse en pequeños cambios sociales: la coma de aquellos que ponen las reglas es la coma dominante. Sobre las protestas de Mayo del 68 en París, Bourdieu escribió que las clases vanguardistas estaban dispuestas a morir por defender el idioma francés, ¡a morir por la ortografía!, y también que hay «técnicas maestras» que demuestran que aprender las reglas de la coma no es suficiente para ser aceptado entre las élites. A modo de ejemplo, Bourdieu citó al expresidente francés Valéry Giscard d’Estaing, que, pese a pertenecer a las clases más acomodadas, a veces cometía faltas ortotipográficas intencionadas en las terminaciones de los verbos a fin de distanciarse de la hipercorrección de las clases medias bajas. Bourdieu afirma en su obra más emblemática, La distinción, que cuando los intelectuales rompen las reglas deliberadamente lo hacen para impedir el acceso a la élite de aquellos que piensan que pueden convertirse en intelectuales solo por seguir esas reglas.

La puntuación es una de las cosas más magníficas que ha producido nuestra civilización, en un desarrollo glorioso que se remonta a la Antigüedad, pasa por el Renacimiento y llega hasta nuestros días. La posibilidad de tener éxito con lo que escribimos es mayor para aquellos que dominan las reglas de la coma que para los que no desean aprendérselas o hacer uso de ellas. La autora británica Lynne Truss es una defensora a ultranza de la puntuación correcta, como veremos más adelante. Su respuesta a aquellos que afirman que las reglas de la puntuación son una manera de oprimir a las personas sin educación es un simple ¡bah! Truss escribe que la puntuación es un asunto de clase en el mismo grado que el aire que respiramos, y ha constatado el hecho de que incluso entre las propias clases existe división en cuanto a la habilidad y el deseo de puntuar correctamente. Su propuesta es que, en vez de criticar la puntuación, deberíamos celebrar con regocijo lo que esta ha aportado a nuestra cultura durante medio milenio.

Así que es posible que lo que mantiene Bourdieu sea cierto; colocar las comas en el lugar adecuado no te abre necesariamente las puertas a los círculos más distinguidos.

A las puertas del siglo XVII, los signos ya estaban establecidos. Lo que ocurrió después no fueron más que modificaciones y variaciones, según gustos, así como una expansión de la puntuación a nuevas zonas lingüísticas. Durante mucho tiempo, el inglés fue una lengua germánica occidental insignificante, entremezclada con elementos del francés, del nórdico antiguo y del celta. Sin embargo, a medida que se producía la expansión política y económica de Gran Bretaña y su constitución como punto neurálgico de un gigantesco imperio colonial, el inglés se fue convirtiendo en la lengua dominante del mundo occidental.

El actor, poeta y dramaturgo Ben Jonson (1572-1637) fue el primero en tomarse en serio la puntuación en el Renacimiento inglés. Vio la grandeza en lo pequeño. Cambió «Johnson» por «Jonson» y colocó dos puntos entre su nombre y su apellido, tal y como hacían los arzobispos y catedráticos de la época. En su English Grammar (Gramática inglesa), escrita en 1617 y publicada en 1640, describe una puntuación en inglés inspirada en los humanistas europeos. El análisis gramatical lógico es su punto de partida, aunque en ningún caso pasa por alto la función retórica de la puntuación o las posibilidades que los signos de puntuación brindan a la hora de hacer más comprensible el texto.

En los años siguientes, la puntuación se fue desinhibiendo, y si había un elemento sintáctico o una oración a la que se le pudiese colocar una coma, tanto antes como después, se ponía. Durante los siglos XVIII y XIX, esta espesa forma de puntuar era la aceptada, y no fue hasta los albores del siglo XX cuando se instauró una puntuación más ligera. Por su parte, la comunidad lingüística germánica mantuvo una puntuación fundamentada en la gramática, que también fue adoptada por los daneses. Noruega mantuvo durante mucho tiempo la puntuación danesa, plagada de reglas y de excepciones. Hasta 1900, los alumnos noruegos de primaria tuvieron que sufrir las treinta y cuatro páginas de normas para el uso de la coma en el libro Kommaregler. Udgave for børn (Reglas para el uso de la coma. Edición infantil). Por suerte, siete años después se instauró el principio de la puntuación retórica, aunque las reglas basadas en la gramática siguieron estando vigentes. Aun así, el resultado fue una puntuación más libre y ligera, como sucedió en la mayor parte de los países.

¡Y qué decir del español! Nos permitimos citar a Juan Martínez para describir la evolución de la ortografía:

La ortografía ha tenido un lugar destacado en los estudios de lingüística española, como lo prueban la calidad y la cantidad de las obras realizadas sobre tal materia a lo largo de los siglos, desde que Nebrija consagrara a ella una de las partes de su Gramática. De ahí el esplendor que alcanza la ortografía española ya en los primeros siglos de existencia del castellano. […] Resulta impresionante, por la brillantez e inteligencia con que realizan sus tratados y otras obras, el nutrido grupo de autores que se ocupan de ella durante nuestro Siglo de Oro. Especialmente significativo es que supieran darse cuenta de que la ortografía no es un problema que atañe solo a la representación de las palabras mediante letras y acentos, sino que incluye también otras cuestiones importantísimas como la puntuación.

Martínez termina afirmando que «la historia de la ortografía española ha consistido en una pugna entre quienes han defendido el principio de la pronunciación como esencial y los que al lado de este sitúan el etimológico y el del uso»2.

Y luego llegó Internet. Puedes leer más sobre su aparición en la tercera parte del libro, «Filosofía para un mundo en movimiento».