UNA AYUDA Y UN ESTORBO

No me queda más remedio que comenzar con una declaración de amor:

— La coma crea un respiro en un día a día repleto de palabras.

— La coma transforma el caos de pensamientos en una secuencia organizada de ideas.

— La coma te llena de fuerza para llegar al cerebro y al corazón del lector.

— Lleva funcionando desde 1494 para aquellos que escriben.

— Dale una oportunidad a la coma.

Ningún otro signo de puntuación ocasiona tantos quebraderos de cabeza como la coma. ¿Cuándo colocarla? ¿Cuándo omitirla?

Tampoco hay otro signo que genere tantos conflictos. Y ningún signo es más dado a confundir o a crear situaciones curiosas si se omite o se emplea de manera errónea. Ya conoces la anécdota: Vamos a comer niños. Pero comencemos por el principio.

«¡Eureka! ¡Lo he descubierto!». Esta exclamación proviene supuestamente de Arquímedes (287-212 a. C.), que acababa de descubrir el principio de empuje hidrostático y salió corriendo por las calles, desnudo y gritando: «¡Eureka!». Arquímedes era una de las estrellas de la Biblioteca de Alejandría y colaboraba estrechamente con el bibliotecario jefe Eratóstenes, por lo que es probable que los sucesores de este conociesen la anécdota. En cualquier caso, Aristófanes también tenía motivos para proferir su propio ¡eureka! por todo el mundillo cultural de la época. Como vimos, él descubrió el primer sistema de puntuación, y entre sus distinctiones se encontraba la media distinctio, que indica una pausa breve. Es decir, nuestra coma moderna había sido concebida, aunque su nombre no proviene de la pausa que señala este signo, sino del término griego komma, que significa «parte de la oración».

Por desgracia, el sistema de puntuación de Aristófanes cayó en desgracia, y aunque en los siguientes siglos aparecieron indicios de puntuación en diferentes lugares, el verdadero avance de la coma llegó de la mano de Alcuino y de Carlomagno en Aquisgrán, la capital del Imperio carolingio. Habían transcurrido mil años desde los puntos colocados por Aristófanes en Alejandría, y Alcuino optó por unificar la puntuación, ya que en esa época se usaban diversos sistemas. El punctus flexus llevaba una tilde sobre el signo de la coma de Aristófanes y se empleaba para indicar pausas breves en el interior de una oración. Más tarde se usó el punctus elevatus como la coma actual, aunque visualmente parecía un punto y coma invertido. Quien más se acercó a la coma actual fue el profesor Boncompagno, en Bolonia, cuando en los albores del siglo XIV introdujo su virgula suspensiva: /

¿Estás confuso? Seguro que sí, y motivos no te faltan. La evolución de la coma fue compleja durante los mil setecientos años que siguieron a la semilla que plantó Aristófanes. Avanzó, retrocedió y se desvió, hasta que llegó la hora de poner orden en el sistema de puntuación.

La posibilidad de imprimir libros en lugar de escribirlos a mano fue un impulso para la estandarización de la puntuación. Y fue entonces cuando apareció nuestro héroe, Aldo Manuzio, que nos explicó cuál debía ser el aspecto de la coma y cómo debía aplicarse. La primera vez que los signos se usaron de esta manera fue en el ya citado De Aetna, de Pietro Bembo, en 1494. En realidad, la historia podría haber acabado con éxito en Venecia hace más de quinientos años, ya que la coma moderna se convirtió con el tiempo en el estándar europeo. Pero la polémica que siempre ha existido en torno a este signo pasa por si debe aplicarse según principios retóricos o gramaticales. La mayoría de las comunidades lingüísticas emplean ambos principios, y en diferentes proporciones, por lo que son muchos los que creen que las reglas de la coma son inescrutables.

Como decíamos más arriba, el uso incorrecto de la coma puede generar confusiones que desvirtúen la correcta compresión de una frase o de un texto. Según Judith González, de la Fundación del Español Urgente (Fundeu), «hay comas que no son obligatorias. [Otras] pueden cambiar el sentido de la frase o simplemente son incorrectas». Y aquí retomamos el clásico ejemplo que apuntábamos antes. No es lo mismo decir Vamos a comer niños que Vamos a comer, niños.

En español existe un ejemplo que ayuda a comprender la importancia de colocar bien este signo. Tiene por protagonista al famoso escritor Jacinto Benavente y a su no menos famosa obra Los intereses creados:

DOCTOR: Mi previsión se anticipa a todo. Bastará con puntuar debidamente algún concepto… Ved aquí: donde dice… «Y resultando que si no declaró…», basta una coma, y dice: «Y resultando que sí, no declaró…». Y aquí: «Y resultando que no, debe condenársele», fuera la coma, y dice: «Y resultando que no debe condenársele…».

CRISPÍN: ¡Oh, admirable coma! ¡Maravillosa coma! ¡Genio de la justicia! ¡Oráculo de la ley! ¡Monstruo de la jurisprudencia!

Otras tres historias curiosas que tiene a la coma de protagonista son las siguientes:

1. El rebelde irlandés que fue ahorcado

Existe una historia que habla de un hombre que fue ahorcado a causa de un desacuerdo sobre la colocación de una coma. Se llamaba Roger David Casement (1864-1916) y fue un nacionalista irlandés, activista y poeta. En abril de 1916 fue detenido por la Policía británica bajo sospecha de traición, sabotaje y espionaje, y cuando el caso fue llevado a los tribunales, el quid de la cuestión resultó ser si las actividades de Casement en Alemania podían enmarcarse en la ley que la Fiscalía esgrimía: el Treason Act medieval de 1351.

El defensor del encausado alegaba que la ley solo podía aplicarse en territorio británico, mientras que la fiscalía sostenía que también seguía vigente si el supuesto delito de sedición había tenido lugar en el extranjero. El núcleo de la disputa fue la supuesta existencia de una coma. Según la base de datos de textos jurídicos británicos, el texto reza así:

… if a Man do levy War against our Lord the King in his Realm,

or be adherent to the King’s Enemies in his Realm, giving to

them Aid and Comfort in the Realm, or elsewhere…

Si la tercera coma existiese en el texto jurídico original, la sedición en el extranjero también estaría contemplada, pues elsewhere no abarcaría solo la ayuda y el apoyo a los enemigos del rey, sino también la guerra contra el rey.

En caso de que esa coma no figurase, el encausado sería puesto en libertad, pues la ley solo afectaría a la «guerra contra el rey» y al vínculo con los enemigos del monarca en el propio reino, mientras que el efecto de la ayuda podría ser la asistencia y el apoyo a los enemigos del rey con independencia de dónde se hallasen estos.

No facilitó precisamente la labor del tribunal que el texto original hubiese sido redactado en francés normando. En cualquier caso, el tribunal sostuvo que la polémica coma existía y condenó a Casement a muerte. Durante el proceso de apelación en el Tribunal Supremo, algunos afirmaron que lo que podría parecer una coma en el texto original francés no era más que una marca producida al doblar el manuscrito. El Supremo no consideró creíble esta explicación y mantuvo la condena a muerte.

Roger David Casement fue ahorcado en la prisión de Pentonville, en Londres, en agosto de 1916.

2. La intervención de la zarina rusa

La princesa Dagmar de Dinamarca se convirtió en la zarina María Fiódorovna de Rusia cuando contrajo matrimonio con el zar ruso Alejandro III en 1866. La leyenda dice que, en cierta ocasión, la zarina salvó la vida a un delincuente que su marido Alejando había decidido enviar a una muerte segura en Siberia. El zar había escrito: Indulto imposible, enviar a Siberia. Pero María cambió la coma: Indulto, imposible enviar a Siberia. Finalmente, el hombre fue puesto en libertad.

3. La decisión del rey de Prusia

Los tipógrafos de Christiania (antiguo nombre de Oslo) imprimieron y publicaron en 1873 la revista sindical Guttenberg —¡redactada a mano!—, donde el editor menciona una historia sobre el rey Federico el Grande de Prusia, que tenía su propia imprenta en la corte, dirigida por su confidente Martin. En una ocasión, el rey se dio cuenta de que faltaba una coma en una resolución impresa y decidió demostrar al jefe de la imprenta lo importante que podía ser este signo: un delincuente político había sido condenado a muerte, pero se le había concedido la posibilidad de un indulto. El tribunal preguntó al rey cuál debía ser el desenlace final, y este envió lo siguiente al jefe de la imprenta:

Colgarlo no indultarlo.

FEDERICO R.

Incluso un matrimonio puede consolidarse o destruirse por una simple coma:

Mientras me desvestía, María, mi esposa, entró en el dormitorio.

Mientras me desvestía María, mi esposa entró en el dormitorio.

LA GUERRA DANESA DE LA COMA

En general, los daneses no tienen fama de ser especialmente belicosos, pero hay un ámbito en el que existe una auténtica guerra civil entre ellos: ¿es preciso poner una coma antes de una oración subordinada?

Históricamente, los daneses han seguido el sistema alemán del uso de la coma: es preciso colocarla entre oraciones a partir del análisis gramatical. Este sistema se mantuvo tras la reforma de la coma de 1918, aunque al mismo tiempo se introdujo la coma rítmica como una alternativa posible y permitida. La idea era que la coma rítmica se colocase donde resulta natural hacer una pausa al hablar. Sin embargo, este sistema se usó muy poco.

La coma gramatical siempre ha prevalecido. Se asemeja bastante a las reglas de la coma en noruego, pero se distingue de esta en un aspecto fundamental. En danés siempre hay que usar coma delante de las oraciones subordinadas:

Vi forventer, at det bliver regnvejr. (Esperamos, que llueva).

Jeg gik, for at hun kunne være alene. (Me marché, para que ella pudiera quedarse sola).

Spis, så længe du er sulten. (Come, siempre que tengas hambre).

Así debían escribir los daneses hasta 1996 y así ha estado permitido escribir desde entonces. Sin embargo, con las nuevas reglas de la coma introducidas en 1996, los daneses tienen libertad para elegir. Si uno lo desea, puede omitir la coma delante de las oraciones subordinadas. Con las nuevas reglas, las oraciones mencionadas quedarían así:

Vi forventer at det bliver regnvejr. (Esperamos que llueva).

Jeg gik for at hun kunne være alene. (Me marché para que ella pudiera quedarse sola).

Spis så længe du er sulten. (Come siempre que tengas hambre).

Pero estas nuevas reglas han vuelto a crispar los ánimos y la guerra ha continuado incluso después de que los daneses volvieran a cambiarlas en 2004, que fue cuando se introdujo un nuevo sistema para este signo, aunque manteniendo la libertad de elección. Así, los usuarios de la lengua pueden elegir si poner coma delante de las oraciones subordinadas o bien omitirla. El Dansk Språknævn (Consejo de la Lengua Danesa) es partidario de omitir la coma inicial, pero cuentan con pocos apoyos. Los profesores se oponen, así como los periodistas y los editores, y el ministro de Educación ha admitido que pueden surgir problemas cuando los alumnos se trasladan de un colegio donde se utiliza la coma gramatical a otro que enseña su uso según las nuevas reglas. La mayoría ha decidido mantener las antiguas reglas, lo que se traduce en un 40-50 % más de comas que en el sistema vigente para el noruego, el sueco, el islandés, el inglés, el neerlandés, el italiano y el francés.

Aun así, hay algunos que deciden omitir la llamada coma inicial delante de las oraciones subordinadas. En el periódico danés Kristeligt Dagblad, Niels Davidsen-Nielsen escribió un artículo sobre las comas en la obra (de seis tomos) Mi lucha, del escritor noruego Karl Ove Knausgård. La traductora de la versión danesa, Sara Koch, había optado por no colocar la coma inicial delante de las oraciones subordinadas. ¿El resultado? Para aquellos que prefieren las reglas tradicionales danesas faltan 37.332 comas, lo que supone 37.332 caracteres ahorrados. Davidsen-Nielsen propone: «Quizá la editorial debería publicar un volumen suplementario con todas esas comas para su libre disposición».

Los daneses discuten sobre la coma, pero es posible que el conflicto pueda darse por acabado. Esa es, al menos, la esperanza del presidente del Dansk Språknævn, Jørn Lund. Según el diario Politiken, Lund ha sugerido que las viejas reglas deben seguir empleándose, pero propone que se introduzca un nuevo sistema basado en los métodos de Noruega y de Suecia, denominado el «sistema de la coma libre», que permitiría limpiar los textos de los daneses de comas superfluas y llegar a un acuerdo con quienes no están interesados en las reglas gramaticales fijas. Con la «coma libre» no se pondría coma delante de todas las oraciones subordinadas.

Pero todavía queda bastante para que los daneses dispongan de un nuevo sistema y pasará aún más tiempo antes de que la gente comience a usarlo. Hasta que esto suceda, los traductores de textos daneses de la mayor parte de Europa pueden alegrarse de no tener que teclear casi la mitad de las comas que figuran en los originales redactados según el rígido sistema danés.

Visto desde fuera, es fácil opinar que la tradicional coma inicial danesa entorpece la fluidez y la comprensión cuando leemos, pero ¿quizá funcione para los que la usan? En un estudio realizado en 2018 se concluye que, desde 2014, los alumnos daneses han mejorado a la hora de colocar la coma. Los alumnos deben indicar, en los exámenes sobre ortografía, si emplean la coma inicial o no. La gran mayoría lo hace, y los informes de los examinadores de la escuela danesa apoyan la conclusión del estudio: la capacidad de los alumnos de usar correctamente la coma tradicional ha ido en aumento.

LA SITUACIÓN EN ALEMANIA

El crítico cultural Andreas Hock describe así la situación de la lengua alemana: «Caos, anarquía y conflicto». En el superventas Bin ich denn der Einzigste hier, wo Deutsch kann? («¿Soy el único aquí que sabe alemán?»), Hock discrepa de las reformas ortográficas de la lengua germana. Algunos calificarán su desacuerdo de despiadado e innecesario. Otros opinarán que el autor está anticuado y que, definitivamente, saca los pies del tiesto cuando escribe que la coma ha desaparecido del alemán como resultado de las reformas realizadas en nuestro milenio.

Hock defiende la reforma ortográfica prusiana de 1901, y en una cosa tiene razón: las reglas que aparecen en ella sobrevivieron a dos guerras mundiales, a la reconstrucción de la posguerra —con unos resultados económicos asombrosos—, a una guerra fría, a una política de reunificación y a la caída del Muro de Berlín. Y entonces empezaron a moverse los filólogos. Admitieron que la lengua alemana era conocida internacionalmente por sus perifollos ortográficos y por una intricada sintaxis. ¡Había que hacer algo!

Y lo hicieron. En 1995, una comisión presentó una propuesta de reforma ortográfica. Visto desde fuera no parecía algo dramático. El objetivo era simplificar y adaptar las reglas a sus lenguas vecinas, por ejemplo, limitando sustancialmente el empleo de la letra gótica ß para la «s doble» (scharfes S = ß). También arremetieron contra las reglas de la coma y se sugirió reducir su número de cincuenta y dos a nueve. Las modificaciones lingüísticas fueron aprobadas durante una conferencia en Viena, en 1996, con la intención de que se aplicasen en Alemania, Austria y Suiza a partir de agosto de 1998.

Transcurrieron casi diez años antes de que las reglas se implantaran. Hubo numerosas e intensas protestas entre políticos, profesores y padres. En la cruzada de los autores alemanes contra aquella reforma lingüística destacó como portavoz la revista Der Spiegel. El escritor Hans Magnus Enzensberger declaró lo siguiente sobre los actos vandálicos que estaba sufriendo su lengua:

[…] Obviamente, la llamada reforma es tan necesaria como un brote de difteria. Solo unos neuróticos obsesivos podrían formar parte, año tras año, de toda clase de consejos y comisiones en los que se traga y digiere el dinero de los contribuyentes de forma completamente inútil.

La reforma de la ortografía no fue implementada por completo. El Rat für deutsche Rechtschreibung (Consejo para la Ortografía), con cuarenta miembros de seis naciones distintas, trabajó para buscar soluciones y alcanzar un consenso. El 1 de agosto de 2006 finalmente entró en vigencia la reforma.

Desde el punto de vista histórico, la puntuación alemana está basada en los principios gramaticales. Y lo sigue estando, pero se han hecho modificaciones que pretenden facilitar, clarificar y adecuar aún más el uso de la coma a la lengua hablada. Un cambio importante de las nuevas reglas es que es opcional colocar una coma entre oraciones principales unidas mediante und, oder, entweder-oder, nicht-noch, beziehungsweise o weder-noch: Ich fotografierte die Berge, und meine Frau lag in der Sonne (y, o, o-o, no-ni, o, ni-ni: Yo fotografiaba las montañas, y mi esposa tomaba el sol). Así, puede colocarse coma en estos contextos si contribuye a esclarecer el significado.

No obstante, la última reforma de 2006 convirtió en obligatorio el uso de la coma en casos donde originalmente era optativo. Una regla que se presta a complacer a muchos de los que escriben en alemán es el nuevo párrafo 78 de la ortografía alemana: «Con frecuencia queda a discreción del escritor si desea o no indicar con una coma un elemento añadido o la adición de información complementaria».

¿A discreción del escritor? ¡Eso quiere decir que el que escribe debe utilizar su propio criterio a la hora de considerar si pone una coma o no!

«La coma ha desaparecido del alemán», alegan los críticos. No es cierto. El número completo de reglas relativas a la coma se ha reducido a nueve, pero existen numerosos subapartados. El cuaderno que contiene las reglas de la coma todavía consta de dieciséis páginas.

LOS DESPREOCUPADOS

A algunos no les preocupan en absoluto las reglas y colocan comas donde se lo pide el cuerpo. Unos lo hacen por falta de conocimientos y en sus textos la coma se ubica de manera aleatoria e inconsistente. Otros violan las reglas a propósito, a menudo porque emplean el potencial musical que tiene la coma para enfatizar el ritmo del texto y con él el significado de las palabras.

El escritor noruego Knut Hamsun ganó el Premio Nobel de Literatura en 1920, pero no por su habilidad a la hora de poner comas, pues no la tenía. Al contrario, Hamsun mantenía una relación inconsecuente y poco sistemática respecto a las reglas de la coma, aunque las colocaba en sus textos, y era consciente de ello. En Hambre habla de una mosca molesta que se niega a abandonar la hoja de un manuscrito y «tensa los talones sobre una coma».

Cuando hace unos años se volvieron a publicar sus obras completas, se modificó la puntuación. Se eliminaron las comas delante de las oraciones subordinadas, sobre todo delante de at y som (conjunción «que» y pronombre relativo «que»), donde Hamsun sí las había utilizado en sus primeros libros de acuerdo con las reglas del danés de la época. Tor Guttu, asesor ortográfico de la nueva edición, ha descubierto que la puntuación de Hamsun fue cambiando con los años, aunque jamás alcanzó un uso coherente de la coma, el punto y coma, el punto o la raya. Por tanto, la puntuación en la nueva edición no difiere demasiado de aquella tan libre que a menudo encontramos en la literatura de nuestros días.

Pese a esta confusa relación con el uso de la coma, como decimos, Hamsun consiguió el Premio Nobel de Literatura (algunos vaticinan que Noruega tendrá pronto un nuevo ganador). De momento, Jon Fosse debe conformarse con el Premio de Literatura del Consejo Nórdico. Sin duda, la novela Alguien va a venir es una obra maestra, pero ni mucho menos su genialidad se debe a la presencia de las comas. Fosse declara que se interesa por la ortografía y trata de escribir muy correctamente, pero con una excepción: las reglas de la coma. Le parece bien que la editorial estandarice su lenguaje, pero si le sugieren seguir dichas reglas, se rebela. «Entonces paso de publicar el libro. Tal y como escribo, la coma debe ser rítmica, no correcta», afirma. Una antología de ensayos sobre su obra se titula Å erstatte lykka med eit komma («Sustituir la felicidad por una coma»).

Fosse es el típico defensor de la coma rítmica. Llama la atención el gran número de entrevistas y reseñas de sus libros que contienen pasajes en los que el uso de la coma se convierte en un tema con entidad en sí mismo. Un reportaje del diario Dagbladet en 2009 es un buen ejemplo. Bajo el subtítulo komma-krakilsk («coma-irascible»), el periodista escribe que Fosse, posiblemente junto a Dag Solstad, debe de ser el peor enemigo de los guardianes de la regla de la coma. Aunque más adelante permite que Fosse se defienda:

Uso/empleo la coma para crear el aliento y el movimiento y la música que deseo, y si alguien lo manipula/ altera, me ocasiona cólera y beligerancia. Pueden estandarizarme todo lo que quieran, pero que se mantengan lejos de las comas, porque estas son la esencia de mi arte. Me dedico a las comas rítmicas, no a las comas gramaticales/ ortográficas.

En 2015, NORLA (Literatura Noruega en el Extranjero) convocó un concurso de textos informales entre los traductores extranjeros de literatura noruega. Éva Dobos ganó con su pieza Sobre la coma, la música y algunas cavilaciones, donde relata sus quebraderos de cabeza durante la traducción al húngaro de la novela de Jon Fosse Morgon og kveld («Mañana y noche»). Al final, se atrevió a reunirse con el autor en un bar del centro de Oslo. Tenía una única pregunta: «¿Cómo demonios voy a trasladar sus comas al texto húngaro?». Fosse respondió:

No pienses tanto en las comas. Debes pensar que mi texto es música, y las palabras, notas. Debes usar la puntuación para mostrar el ritmo de la melodía. Algunas cosas deben sonar débiles, quizá monótonas. Después el ritmo puede aumentar. Así es como piensa y siente la gente. La coma es la esencia de mi arte. Lee en voz alta delante del espejo. Entonces las oirás.

¿Qué hizo la traductora?

Y así fue. Tras un buen número de actuaciones en solitario delante del espejo en el cuarto de baño, donde permanecía de pie recitando, a veces también cantando, las comas de Jon Fosse ocuparon su lugar. El texto húngaro despegó. Yo sentía una atracción cada vez mayor hacia su estilo narrativo repetitivo y silencioso, hacia su perseverancia y precisión, sus pianos, crescendos y decrescendos, y su musicalidad. Y lo extraño es que, cuando un traductor se acostumbra a las comas de Fosse, el camino de vuelta al uso de la coma según las reglas resulta extremadamente difícil. Es como si fueran notas falsas.

La actitud de Fosse es la habitual entre quienes mantienen una relación intensa y consciente con el lenguaje, incluida la puntuación. Muchos firmarían el claro mensaje emitido por el filósofo Søren Kierkegaard (1813-1855) hace casi doscientos años. Dijo que se dejaba guiar y corregir en lo que a la ortografía de las palabras se refiere, si bien luego añadió: «Con la puntuación es distinto; aquí no cedo ante nadie».

Por lo visto, el escritor sueco Nils Ferlin (1898-1961) llevó una vida de bohemio, pero en lo que respecta a la puntuación era un maniático. En 1951 entregó un poema al diario Dagens Nyheter. Aquella noche apenas pudo dormir y a la mañana siguiente comprendió por qué: faltaba una coma. Ferlin removió cielo y tierra para corregir el error, pero fue inútil. La humillación ya estaba consumada y dio lugar a eso que los suecos llaman «el gran drama de la coma».

Fosse, Ferlin y Kierkegaard son muy conscientes del uso que hacen de este signo ortográfico. En el extremo contrario estaría James Joyce, que pertenecería al grupo de los «despreocupados». La editorial que en 1984 publicó una nueva edición de su obra maestra, Ulises, de 1904, se vio obligada a proceder con rigor. El manuscrito original había sido pasado a máquina por veinte mecanógrafas que habían añadido las anotaciones, correcciones y adiciones al texto escritas a mano por el autor. A continuación, la novela fue maquetada a mano por veintiséis trabajadores de imprenta en la ciudad francesa de Dijon, y ninguno de ellos sabía una sola palabra de inglés. ¿Y la corrección? Joyce añadió 75.000 palabras. Además, padecía de una enfermedad ocular que le iba dejando ciego poco a poco y, puesto que el manuscrito se encontraba en una imprenta francesa, las modificaciones tuvieron que hacerse de memoria. Cuando la edición corregida se publicó en 1984, se habían subsanado cinco mil errores, de los cuales mil eran faltas de coma. ¡Mil!

Existen circunstancias atenuantes, pero, al fin y al cabo, el autor es el responsable. Por ello colocamos a Joyce en el grupo de los «despreocupados». Es cierto que él recomendaba «leer con los oídos» e implicar a todos los sentidos en la lectura. De hecho, en uno de sus libros pretende recrear el sonido del trueno, y lo hace escribiendo las palabras como se hacía en la antigüedad:

Bababadalgharaghtakamminarronnkonnbronntonnerronntuonnthunntrovarrhiounawnskawntoohoohooardenenthurnuk!

El autor noruego Dag Solstad es otro «despreocupado», que, además, carece de conocimientos. Al menos así era hace cincuenta años, si damos crédito al estudio llevado a cabo en su colección de textos Svingstol de 1967. Aquí, Solstad comete cincuenta faltas de coma en veinticuatro páginas, tal como descubrió la estudiante de máster Tove Berg en la revisión que hizo de la puntuación de este autor. La mayoría de los errores se deben a una infracción de la regla número uno: coma entre oraciones coordinadas. Así, Solstad escribe, por ejemplo: Moren står bundet til oppvasken og inne i stuen sitter faren og leser avisen (La madre se ocupa de fregar los platos y en el salón el padre está leyendo el periódico). Berg rechaza que las trasgresiones de las reglas se deban a consideraciones estilísticas y sostiene que se atribuyen a las dudas del autor respecto a las reglas. Por el contrario, quedó bastante más satisfecha con la puntuación que encontró en los textos de Kjartan Fløgstad: «Las comas se atienen en general a las reglas y el uso que hace de ellas es bastante consecuente».

En 1953, el filólogo Asbjørn Sæteren comparó la puntuación en diversos textos de Knut Hamsun, Olav Duun y Tarjei Vesaas. Sæteren descubrió que Vesaas empleaba un estilo escueto con una media de solo diez palabras entre cada punto, mientras que Hamsun escribía dieciocho. El estilo de Duun se aproximaba más al de Hamsun que al de Vesaas, estilo que también afectaba a la colocación de las comas: mientras Hamsun solo ponía 1,1 comas de media entre cada punto, Vesaas se apañaba con 0,4. Sæteren consideraba que la colocación de la coma de estos tres autores era algo esencial para el ritmo del texto, como un recurso estilístico consciente. Si se coloca una coma donde otros no pondrían ningún signo, la velocidad se reduce. Si se coloca una coma donde otros pondrían un punto, el ritmo aumenta.

DEBATES EN LA RED PROFUNDA: ¿DENTRO O FUERA?

«Bergen es una ciudad hermosa» opina la mayoría de los noruegos.

¿Dónde colocamos la coma en este enunciado?

Si escribimos en noruego, la respuesta sería que la coma debe colocarse fuera de las comillas:

«Bergen er en vakker by», mener nordmenn fl est. («Bergen es una ciudad hermosa», opina la mayoría de los noruegos).

Sin embargo, no todo el mundo está de acuerdo. Algunos a quienes he preguntado insisten en que la coma tiene que colocarse delante de la última comilla. Y, en efecto, antes debía hacerse así. Sin embargo, el Språkrådet (Consejo de la Lengua) decidió en 2004 que debe colocarse después, y esta regla está vigente desde 2008. La colocación de la coma en casos como este es lo más importante que ha ocurrido en el ámbito de la puntuación en nuestro milenio. Esto muestra que, ante todo, existe poca polémica en cuanto a la colocación de la coma en noruego, aunque también es cierto que se han producido acaloradas discusiones sobre el asunto entre traductores en un foro cerrado de Internet denominado O-ringen. Es probable que nos hayamos adentrado en lo que se conoce como la red profunda u oscura, el lugar de los asuntos clandestinos.

En definitiva, las personas interesadas podrán continuar con este debate durante años. La eminencia de la ortografía noruega Finn-Erik Vinje escribió en 2014, bajo el pseudónimo Petter Blek, el libro Punktum, punktum, komma, strek («Punto, punto, coma, raya»), donde dedica cuarenta páginas a considerar los pros y los contras: ¿dentro o fuera?

La conclusión de Vinje es clara: lo lógico es que la coma se coloque fuera de las comillas, pues la coma no forma parte de la cita.

Así pues, la coma tiene una ubicación sensata respecto a las comillas, según Vinje, pero las reglas ortográficas noruegas siguen resultando extrañas en lo que a la colocación del punto se refiere. Según las reglas vigentes, el punto siempre debe colocarse delante de la última comilla. Es decir, según las reglas actuales, la ortografía correcta sería:

«Kongens Person», heter det i Grunnloven, «er hellig.» («La persona del rey», según la Constitución, «es sagrada.»)

Si esto te parece poco lógico, eres libre de iniciar un debate al respecto. Si prefieres usar tu tiempo en otros asuntos, también estará bien. Además, si eres angloparlante, seguro que encontrarás debates sobre este tema, pues en inglés también existe cierto desacuerdo sobre la colocación de los signos de puntuación respecto a las comillas. Tradicionalmente, los británicos colocan la coma y el punto detrás de la última comilla —fuera de ella—, mientras que los norteamericanos prefieren hacerlo dentro. En el caso del español, la Ortografía de la lengua española señala que el punto, la coma y el punto y coma se escriben siempre después de las comillas de cierre: «Constancio, sigues vivo entre nosotros».

LA ENFERMEDAD INGLESA: LA COMA DE OXFORD

Quisiera dar las gracias a mis padres, Angela Merkel y Boris Johnson.

Aunque pocos se crean que la excanciller alemana y el primer ministro británico sean mis padres, la oración merece una coma aclaratoria:

Quisiera dar las gracias a mis padres, Angela Merkel, y Boris Johnson.

Esta coma se emplea para aportar claridad, por tanto, también puede usarse en noruego. En español, sin embargo, esta norma va en contra de las reglas de la coma. La Fundeu es tajante: «En las enumeraciones de elementos separados por comas no se escribe coma delante de la y que precede al último de ellos. […] A menudo, en textos de diversa índole, se escribe coma delante de la y que introduce el último elemento de una enumeración:

En la época republicana trabajó en los ferrocarriles, se convirtió en líder sindical, y viajó por Centroamérica.

En español esa coma no es apropiada porque la y sustituye precisamente a la coma del último elemento de la enumeración. De este modo, en el ejemplo anterior lo adecuado habría sido:

En la época republicana trabajó en los ferrocarriles, se convirtió en líder sindical y viajó por Centroamérica.

No obstante, muchos de los que escriben en inglés colocan comas en estos casos y, además, siempre la ponen delante del último elemento en una enumeración:

Comí queso, carne, y salchichas.

Pasamos la noche en el cine, en el teatro, y en la discoteca.

Más allá de la comunidad lingüística anglosajona, la última coma nos parece superflua. La conjunción y une los últimos dos elementos, y la coma ofrece una pausa extra innecesaria en la lectura. Sin embargo, los que escriben en inglés aman esta curiosa puntuación, que se denomina «coma de Oxford» o serial coma (coma de enumeración). El nombre se debe a que fue identificada por primera vez en una guía de escritura publicada por Oxford University Press en 1905, aunque los defensores de la coma de Oxford alegan que su origen se remonta a nuestro amigo Aldo Manuzio y su imprenta Aldine en la Venecia del siglo XVI. Afirman, además, que el hecho de que ya no esté tan extendido su uso se debe única y exclusivamente a la necesidad de ahorrar gastos en la impresión. El profesor Harvey R. Levenson, de la universidad norteamericana California Polytechnic State University, sostiene que los editores del diccionario Webster’s Third New International Dictionary se ahorraron ochenta páginas cuando omitieron la coma de Oxford. Levenson ha sido asesor de numerosos grupos editoriales y mediáticos que desean reducir costes, y afirman que la omisión de esta última coma en enumeraciones implica un importante ahorro.

Karsten Steinhauer, catedrático de Neurociencia Cognitiva en Canadá, y otros colegas han estudiado la función que la coma de Oxford desempeña en el cerebro, para lo cual realizaron diversos ensayos con lectores alemanes. La conclusión a la que llegaron es que esta coma adicional no facilita la lectura, aunque tampoco la perjudica. No obstante, Steinhauer está de acuerdo en que esta coma puede colocarse cuando contribuya a evitar malentendidos, como en este ejemplo clásico:

Hemos invitado a los strippers, John F. Kennedy y Joseph Stalin.

Es poco probable que Stalin hiciese alguna vez un striptease, aunque la oración anterior pueda insinuarlo. Y tampoco estuvo involucrado cuando la coma crispó los ánimos en la Rusia de 1905, sino uno de sus predecesores, el zar Nicolás II. En septiembre de 1905, los tipógrafos de la editorial Iván Sytin, en Moscú, iniciaron una huelga. Exigían ser remunerados no solo por las palabras, sino también por los signos de puntuación. Este fue el preludio de lo que más tarde se denominó The Comma Strike, esto es, «la huelga de la coma». Los tipógrafos recibieron enseguida el apoyo de los trabajadores de otros sectores: panaderos, trabajadores del ferrocarril, abogados, empleados de banca e incluso bailarines de ballet. El efecto dominó fue enorme y dio como resultado una de las huelgas generales más exitosas de la historia. El zar Nicolás II tuvo que prometer que instauraría la primera Constitución de la nación. Y sí, todo empezó con una coma.

LAS REGLAS PARA EL USO DE LA COMA

Entonces ¿cómo debe colocarse la coma? Las reglas son muy numerosas y a menudo ocasionan dudas. Sin embargo, la mayoría de nosotros colocará la coma sin apenas cometer faltas si conocemos sus principios básicos y unas pocas normas. El autor del libro que estás leyendo ha revisado las comas de los principales periódicos de Noruega, y la conclusión es clara: la infracción de las tres primeras reglas del uso de la coma es responsable del 90 % de todos los errores que los periodistas noruegos cometen.

La colocación de la coma se basa en el principio rítmico (coma para indicar pausa), es decir, lo que denominamos puntuación retórica. Las reglas, sin embargo, están basadas en la gramática. El principio rítmico y el principio gramatical nos ofrecen, en conjunto, una buena solución, pero no siempre es así. ¿Cuál es el criterio que debe prevalecer cuando existe un desacuerdo entre lo rítmico y lo gramatical? La regla general dice que debes escribir de manera que el lector comprenda fácilmente cómo deseas que tu texto sea interpretado. Ante todo, lo que tiene que primar es la búsqueda de claridad.

La coma debe marcar límites entre los contenidos que no estén estrechamente relacionados entre sí, pero sin que la oración se dé por finalizada. Por tanto, no resulta adecuado utilizar un signo de conclusión, como el punto, el signo de interrogación o el de exclamación. Tampoco se debe colocar una coma entre dos elementos que tienen que leerse como un todo para proporcionar al lector un sentido completo. Y, por último, la coma se debe poner donde resulte natural hacer una breve pausa en la lectura.

LA COMA EN ESPAÑOL

A continuación enumeraremos las reglas más importantes del uso de la coma en español4:

— La coma (,) indica una pausa breve que se produce dentro del enunciado.

— Se emplea para separar los miembros de una enunciación, salvo los que vengan precedidos por alguna de las conjunciones y, e, o, u.

Es un chico muy reservado, estudioso y de buena familia.

— Cuando los elementos de la enumeración constituyen el sujeto de la oración o un complemento verbal y van antepuestos al verbo, no se pone coma detrás del último:

El perro, el gato y el ratón son animales mamíferos.

— Se usa coma para separar miembros gramaticalmente equivalentes dentro de un mismo enunciado, a excepción de los casos en los que medie alguna de las conjunciones y, e, ni, o, u.

Antes de irte, corre las cortinas, cierra las ventanas, apaga las luces y echa la llave.

— Se coloca una coma delante de la conjunción cuando la secuencia que encabeza expresa un contenido (consecutivo, de tiempo, etcétera) distinto al elemento o elementos anteriores:

Pintaron las paredes de la habitación, cambiaron la disposición de los muebles, y quedaron encantados.

— También cuando esa conjunción está destinada a enlazar con toda la proposición anterior, y no con el último de sus miembros. Por ejemplo:

Pagó el traje, el bolso y los zapatos, y salió de la tienda.

— Siempre será recomendable su empleo cuando el periodo sea especialmente largo:

Los instrumentos de precisión comenzaron a perder su exactitud a causa de la tormenta, y resultaron inútiles al poco tiempo.

— En una relación cuyos elementos están separados por punto y coma, el último elemento, ante el que aparece la conjunción copulativa, va precedido de coma o punto y coma:

En el armario colocó la vajilla; en el cajón, los cubiertos; en los estantes, los vasos, y los alimentos, en la despensa.

— Se escribe una coma para aislar el vocativo del resto de la oración:

Julio, ven acá.

He dicho que me escuchéis, muchachos.

— Cuando el vocativo va en medio del enunciado, se escribe entre dos comas:

Estoy alegre, Isabel, por el regalo.

— Los incisos que interrumpen una oración, ya sea para aclarar o ampliar lo dicho, ya sea para mencionar al autor u obra citados, se escriben entre comas:

• Aposiciones explicativas:

En ese momento Adrián, el marido de mi hermana, dijo que nos ayudaría.

• Proposiciones adjetivas explicativas:

Los vientos del sur, que en aquellas abrasadas regiones son muy frecuentes, incomodan a los viajeros.

• Cualquier comentario, explicación o precisión a algo dicho:

Toda mi familia, incluido mi hermano, estaba de acuerdo.

Ella es, entre mis amigas, la más querida.

Nos proporcionó, después de tantos disgustos, una gran alegría.

• La mención de un autor o de una obra citados:

La verdad, escribe un político, se ha de sustentar con razones y autoridades.

En cuanto al uso incorrecto de la coma, debemos destacar uno de los errores más habituales: una coma separando el sujeto del predicado de una oración:

Un desgraciado incidente, ocasionó la dimisión de la junta directiva.

Y, POR ÚLTIMO, LAS RECOMPENSAS

¿Todavía sufres de comafobia? Si es así, te aconsejo que recurras a la mejor regla para el uso de la coma que existe: pon orden en tus oraciones. Coloca puntos.

Cabe añadir que puedes contar con una sólida recompensa si dedicas unos veinte minutos a aprenderte las reglas del uso de la coma. Inspirándome en Comma Project («El proyecto coma»), del norteamericano Miles Maguires, de la Universidad de Wisconsin, añado que las recompensas son las siguientes:

1. Serás uno entre un millón (o casi).

2. Es mejor que pasar el resto de tu vida entre tinieblas.

3. Impresionarás a tus amigos (y a tus profesores, si los tienes).

4. Dispondrás de una frase muy original para ligar: ¿Quieres venir a mi casa a repasar las reglas del uso de la coma?

5. Recibirás muy pocas correcciones en bolígrafo rojo en los trabajos que entregues.

6. Tu revisión de los textos de otros llamarán la atención, y con razón.

7. No está garantizado que a todos les guste que corrijas sus faltas de coma, pero descubrirás quiénes son tus amigos de verdad. Ellos sabrán apreciar tu perfeccionismo en lo que a la coma se refiere.

8. Siempre tendrás algo que hacer. Si te aburres, puedes ponerte a leer el periódico en busca de esas comas que no están.

9. Y lo más importante: tu expresión escrita mejorará. Si colocas bien la coma, escribirás lo que tenías intención de escribir. Tus textos resultarán más legibles y, como consecuencia, aumentarán las posibilidades de que tus palabras surtan efecto.

El profesor Johan L. Tønnesson ha escrito en una de sus obras sobre la necesidad de mejorar la comunicación en todos los ámbitos de la democracia, la vida laboral y cultural. Considera que esto no afecta a las apariciones televisivas de los políticos más conocidos, sino más bien a las miles y miles de páginas de texto que se generan cada día. Menciona la creación de palabras compuestas con guion y el uso de expresiones incomprensibles como ejemplos de áreas en las que resulta necesario mejorar, y nos alerta: «Que la gente viole las reglas de la coma no es una cuestión banal».