Pero el ser humano no vive solo de religión. También necesita pan. ¿Cómo podía organizarse un sistema avanzado de cooperación y compraventa? Con el aumento del comercio surgió la necesidad de plasmar acuerdos, compromisos y deudas de manera más tangible que la que se conseguía con los pactos orales. Por ello, alguna lumbrera en Mesopotamia, alrededor de tres mil quinientos años antes de nuestra era, creó unos signos que representaban palabras y objetos. ¡La primera lengua escrita! Pero ¿fue realmente la primera? Los historiadores no están seguros, pero hay buenas razones para pensar que la escritura nació más o menos en esa misma época también en China y Egipto.
Ese enorme salto que se produjo cerca de las orillas orientales del Mediterráneo —en el pueblo semítico— constituyó la transición hacia un sistema en el que el signo de escritura ya no mostraba o representaba un objeto, sino un sonido. Más tarde apareció el alfabeto, que supuso un gran paso tanto para quienes tuvieron la idea como para la humanidad en su conjunto. Como bien señala el sociólogo Manuel Castells, el alfabeto es una infraestructura imprescindible para la comunicación acumulativa basada en el conocimiento, que es el fundamento de la filosofía y la ciencia occidentales.
El alfabeto hizo posible emplear muchos menos signos (conocidos como letras). El primero que vio la luz fue el semítico, que tan solo incluía consonantes. Los griegos dieron otro paso de gigante al añadir las vocales, lo que permitía leer y escribir palabras desconocidas hasta entonces e incluso términos en lenguas extranjeras.
El catedrático norteamericano Walter J. Ong dedicó su vida a investigar la relación entre el lenguaje y nuestra capacidad de pensar. En Oralidad y escritura, Ong sostiene que fue precisamente el alfabeto el que dio una ventaja a la cultura griega en la Antigüedad. Al añadir las vocales, la escritura se democratizó y cada vez más personas pudieron aprender a leer y a escribir. Numerosos estudios neurolingüísticos concluyen que un alfabeto fonético con vocales favorece el pensamiento analítico abstracto. El alfabeto griego guarda un gran parentesco con el latino, que es el más usado hoy en día.
El ser humano juzgó conveniente empezar a escribir. Fue un acto inteligente y muy bien pensado. Posteriormente se fueron realizando cambios en el sistema lingüístico que supusieron una mejor y más rápida comunicación. El libro que tienes entre tus manos contempla la puntuación como la culminación del lenguaje escrito en Europa, como la guinda del pastel, el punto sobre la «i», pues la puntuación recoge una serie de convenciones que aportan aún más precisión y profundidad a las letras y a las palabras, más colorido y sentimiento, más tono y ritmo. Y aún más: la puntuación no solo es una parte fundamental de nuestro código lingüístico, sino que podemos afirmar que un avanzado sistema de puntuación fue el motor de la evolución de nuestra civilización occidental. Ni más ni menos.
Los primeros signos de puntuación se utilizaron en Alejandría, la capital cultural de la Antigüedad, hace dos mil doscientos años. Pero resultaban extraños y rápidamente fueron descartados por las civilizaciones situadas a orillas del Mediterráneo. Cuanto más difícil fuese leer, más poder adquirirían quienes supiesen hacerlo. Aun así, siglos después, los signos se reinventaron y durante la Edad Media comenzó a tomarse conciencia de que era necesario modernizar las lenguas escritas para que estas alcanzasen todo su potencial. De este modo, en España, en Alemania y en Irlanda, un grupo de eruditos concibió y desarrolló un sofisticado sistema de signos de puntuación que permitió que se sentaran las bases para la explosión lingüística que tuvo lugar con los humanistas italianos.