Reflexiones sobre Richard Feynman

 

 

 

 

 

 

Parece que existe un insaciable apetito público para sentir una proximidad con la mente y la personalidad gigantes de Richard Feynman. Dicha curiosidad trasciende generaciones, cruza a través de disciplinas y culturas. Más de un cuarto de siglo después de su muerte, sigue vivo en la consciencia pública, sus libros todavía se publican, sus clases legendarias son accesibles vía internet, los científicos continúan forcejeando y enredándose con muchas de las teorías que propuso hace décadas.

¿De dónde proviene, pues, la longevidad de su aura? Solo puedo ofrecer un atisbo de instantánea.

Hace unas tres décadas, yo solía ver a Richard entre bastidores en los conciertos. Acudía no porque le gustaran particularmente los conciertos de violonchelo, sino porque tocaba su amada hijita, Michelle, y, naturalmente, ¿qué padre amantísimo no querría agradar a su hija? A veces pasábamos el tiempo en animada charla sobre qué verdad hay en la ciencia y en el arte, y Richard siempre decía: «En ciencia, tienes que demostrarlo». Y después nos entretenía con los relatos de sus aventuras cuando tocaba los bongos. Una vez fuimos a su casa y me enseñó sus bellos dibujos de la figura humana. Nos explicó que su deseo de ir a Tuvá[2] se originó al jugar a un juego de geografía. Siempre era enérgico y estaba atento y presente.

Uno de mis héroes, en mi juventud, era el gran violonchelista Pau Casals. Me impresionó en particular cuando explicaba que ante todo era un ser humano, después un músico y en tercer lugar un violonchelista. Me sentí igualmente conmovido cuando leí una de las citas de Richard: «No puedes desarrollar una personalidad únicamente con la física; tienes que hacer hueco para el resto de tu vida».

He aquí una pista para la longevidad de Richard Feynman. Sí, fue uno de los grandes físicos de todas las épocas, pero también prestó atención a la vida y al amor, a sus hijos, a su familia, a la sensualidad de la figura humana, a las complejidades primarias de tocar el tambor, a todo su entorno. Al tiempo que prestaba gran atención a los problemas que generamos y a los que nos enfrentamos, también sabía que los humanos son un subconjunto de la naturaleza, y la naturaleza tenía para él la mayor fascinación; porque la imaginación de la naturaleza es muchísimo mayor que la imaginación del ser humano, y la naturaleza conserva celosamente sus secretos.

Así, para Richard, valían la pena los años de trabajo para extraer algunos de dichos secretos con el fin de transmitirlos al resto de nosotros de la forma más directa y comprensible. Debido a que introdujo toda su vida en su personalidad, podemos identificarnos con su humanidad, y por lo tanto, permanecer a su lado cuando nos hizo participar en el viaje más espectacular de todos, la interminable búsqueda para comprenderlo todo.

¡Con toda seguridad sigue estando usted de broma, señor Feynman!

 

YO-YO MA

Violonchelista