ESTABAN tumbados sobre la enorme cama, respirando agitadamente, piel con piel, el poderoso cuerpo de Lucas sobre el de Caroline. El mundo fue recuperando lentamente la forma.
Caroline suspiró, giró la cabeza y lo besó en el hombro. Él murmuró algo que no comprendió, pero daba lo mismo, porque le bastaba con entender que estaba con él, sintiendo el latido de su corazón contra el suyo.
Lucas le besó la sien y se apartó un poco de ella.
–Esto ha sido –murmuró–. Ha sido…
–Sí –contestó Caroline–. Lo ha sido.
Él se rió y le besó el alborotado cabello.
–Siento que haya sido tan rápido, pero…
–Ha sido perfecto.
–Somos perfectos los dos –la corrigió–. Perfectos juntos.
A Caroline le bailó el corazón de alegría. Inclinó la cabeza y observó su rostro. Tenía un rostro hermoso y sexy. Sonrió, y Lucas le devolvió la sonrisa y la besó con tal ternura que se le formó un nudo en la garganta.
–¿De verdad estás bien? –le susurró él–. Porque sé que ha sido demasiado rápido…
–Lucas, ha sido maravilloso. Ha sido todo lo que yo… yo…
Él apoyó el peso del cuerpo sobre un codo.
–¿Todo lo que tú qué?
Caroline sintió cómo se sonrojaba.
–Todo lo que he soñado desde… desde…
–Desde aquella noche.
Ella asintió.
–Sí.
Lucas no dijo nada durante un largo instante. Luego le trazó la línea de los labios con la yema del dedo índice.
–Entonces, ¿por qué huiste de mí?
–No huí. Me marché.
–Huiste, Caroline. En mitad de la noche. Sin dejarme tu número de teléfono, sin dejarme nada más que unos recuerdos que no podía borrar.
Ella le puso la mano en la mejilla, sintió la aspereza de su barba incipiente. Lucas giró la cara y le besó la palma de la mano.
–Yo me llevé mis recuerdos conmigo –susurró ella.
Aquello le hizo sonreír.
–¿Sí?
A Caroline le encantó aquel «sí» cargado de arrogancia. No le gustaban los hombres arrogantes, eran el tipo de su madre, no el suyo. Pero Lucas era diferente. Su arrogancia formaba parte de él. No era una actuación encaminada a impresionar a los demás, era pura seguridad en sí mismo.
Y resultaba increíblemente sexy.
–Esta vez no vas a salir huyendo.
Ella lo miró a los ojos. Estaban más oscuros que nunca y le hicieron contener el aliento.
–¿No? –susurró.
–No –repitió Lucas.
Tenía razón. No iba a ir a ninguna parte. Aquella noche no. Enseguida llegaría el día siguiente, y con él la razón, pero ahora sólo existía aquello. La boca de Lucas en la suya. El sabor de su lengua. Su mano sobre su seno, su pierna entre los muslos…
Caroline sonrió.
–¿Y cómo vas a detenerme? –murmuró.
Lucas se rió. Le levantó una pierna, se la subió a la cadera. Jugueteó con la plenitud de su erección contra su repentina humedad hasta que ella gimió. Entonces la penetró con más fuerza. Más profundamente. Caroline se arqueó de placer.
–¿Te gusta? –preguntó él con voz ronca.
–Sí
–Caroline le agarró el rostro entre las manos–. Sí, oh, sí.
–Bien. Porque a mí también me gusta. Me encanta sentirte dentro de mí. Abriéndote a mí.
–Por favor –susurró ella–. Lucas, por favor…
Él gruñó, se hundió más profundamente hasta que formaron un solo cuerpo sin principio ni fin. Y se la llevó con él al paraíso.
La despertó el gato.
–Miau –maulló Oliver, y Caroline suspiró.
Le había llamado así por el niño hambriento y maltratado de la novela de Dickens. Seguramente tenía hambre.
–De acuerdo –susurró acariciándole la oreja–. Voy.
Lucas estaba dormido a su lado con un brazo sobre sus hombros. Caroline se apartó lenta y cuidadosamente de él. Lucas se estiró dormido, murmuró algo en portugués y ella se quedó paralizada. No quería despertarlo.
Eso era lo que había sucedido aquella primera noche. Se había despertado de pronto en la oscuridad y con miedo de despertarlo, pero esto era diferente. Ahora no le daba miedo despertarlo, sólo quería que durmiera un poco más. Ni tampoco se había asombrado al encontrarse en su cama.
Bueno, un poco sí. Volver a acostarse con él era lo último que imaginaba que haría. Y eso que no había parado de pensar en Lucas, en cómo le hacía sentirse.
Pero venían de mundos muy distintos. El hecho de que esos mundos se hubieran encontrado había sido cosa del destino. Y luego, cuando el destino volvió a unirles en casa de Dani, Lucas estaba muy enfadado, muy frío con ella, como si hubiera hecho algo terrible. Sí, se había escapado de su cama aquella primera noche, pero sin duda eso no era suficiente para…
–Miau, miau, miau –maulló el gato con obvia impaciencia. Caroline se puso de pie, improvisó un pareo con el cubrecama de seda y salió descalza de la habitación.
El gato se le enredó en los tobillos mientras bajaba las escaleras. Había suficiente luz para ver por dónde pisaba y recordó los cristales rotos de la cocina justo a tiempo de evitarlos.
Oliver también los evitó antes de saltar a la encimera de piedra blanca, desde donde observó a Caroline con sus ojos almendrados.
Lo primero era lo primero, pensó buscando la escoba y el recogedor en el armario y barriendo los cristales antes de tirarlos a la basura.
–Ahora ya no te cortarás –le dijo al gato, que respondió lamiéndose una pata.
Caroline vio que el cuenco del agua de Oliver estaba todavía lleno, pero lo vació, lo enjuagó y volvió a llenarlo. Como imaginaba, el cuenco de la comida estaba vacío.
–Lo siento, cariño –dijo sintiéndose culpable y llenándolo de galletitas.
–Miau –maulló el gato educadamente y bostezando.
Caroline sonrió y lo tomó en brazos.
–¿Te sentías solo, cariño? ¿Por eso me has despertado?
El gato ronroneó y cerró los ojos. Caroline le besó la cabeza, salió de la cocina y se dejó caer en la esquina de uno de los sofás blancos del salón.
–No pasa nada –dijo con dulzura–. Ahora ya estoy contigo. No volverás a sentirte solo.
Sintió como si Oliver se hiciera más pesado. Su ronroneo disminuyó. Se estaba durmiendo en sus brazos.
Caroline echó la cabeza hacia atrás. Así era como ella se había dormido en brazos de Lucas aquella primera noche. Se había sentido a salvo por primera vez en su vida.
Caroline dejó caer las pestañas. Lucas tenía razón, había huido. La realidad de lo que había hecho le resultaba demasiado vergonzosa. Y ahora había vuelto a hacerlo, se había ido a la cama con él aunque seguía siendo un desconocido, un desconocido que la confundía hasta lo inexplicable porque primero le hablaba con una furia tremenda en casa de Dani y luego acudía a su rescate, tranquilizando su miedo…
El frío le atravesó los huesos. ¿Sería después de todo como su madre?
Hacía años que no excavaba en aquellos recuerdos enterrados, pero ahora le cruzaron por la mente. Su madre en su pequeña casita de las afueras de la ciudad con un nuevo hombre. Su madre feliz y emocionada, convencida de que aquél era el definitivo.
Y unas semanas, o en ocasiones meses más tarde, las inevitables señales de que la aventura estaba tocando a su fin. Para el hombre, nunca para su madre. El príncipe azul de su madre se dejaba caer con menos frecuencia. Llamaba menos. Ponía excusas cuando su madre le invitaba a cenar.
Lo único bueno de aquellos momentos era que, durante un breve espacio de tiempo, Caroline tenía a su madre para ella. No tenía que fingir que quería ver la televisión cuando ella y su amante de turno salían, o todavía peor, desaparecían en el dormitorio de su madre.
Ocurría una y otra vez. Y sin embargo, cuando cada aventura llegaba a su predecible final, su madre siempre se quedaba destrozada. Sorprendida de haber sido rechazada. Caroline no. Aprendió a leer las señales cuando tenía ocho o nueve años. Al menos había aprendido algo de valor.
No había que tener una relación con un hombre que se creía el rey del mundo. No había que considerar el sexo como algo sin importancia. Y desde luego no había que entregarse completamente a un hombre. Nunca. Ya era bastante malo entregarle a un hombre tu cuerpo, pero nunca había que entregarle el corazón y el alma.
Caroline aspiró con fuerza el aire.
De acuerdo. Uno de tres no estaba tan mal. Tenía una relación con un hombre arrogante. Alguien podría pensar que no le daba importancia al sexo. Pero desde luego no le había entregado a Lucas nada más que su cuerpo. Su alma y su corazón estaban completamente a salvo.
–¿Caroline?
Se encendió una luz. Ella abrió los ojos. El gato bufó, saltó de su regazo y se marchó corriendo.
–¿Qué estás haciendo aquí sola en la oscuridad?
Lucas estaba en el centro del salón, desnudo de cintura para arriba y con un pantalón de chándal. Tenía el oscuro cabello revuelto, el rostro ensombrecido por aquella barba incipiente tan sexy.
El corazón le dio un vuelco.
Era muy guapo. Mucho más que guapo. El mero hecho de verle le borraba todas las dudas, le hacía pensar únicamente en cómo se sentía entre sus brazos.
–Creí que habías vuelto a dejarme –dijo acercándose a ella. Se inclinó para besarla. Sus labios tomaron los suyos con afán de posesión.
–Esta vez hubiera ido detrás de ti –aseguró con voz ronca.
Caroline alzó la vista para mirarlo. Quería decir algo inteligente y sofisticado. Pero al final dijo lo que tenía en mente.
–Entonces… ¿por qué no lo hiciste la última vez?
Él asintió, como si le hubiera pedido que le explicara alguna compleja fórmula matemática.
–Lucas, ¿por qué no me fuiste a buscar? Él volvió a asentir y se pasó la mano por el pelo.
Era una excelente pregunta. ¿Por qué no había ido tras ella la mañana que salió de su cama?
En primer lugar, por ego. Las mujeres no le abandonaban a él. Ir tras ella habría ido en contra de su orgullo. Estúpido, pero así era.
Después, cuando Jack Gordon le habló más a fondo de Dani Sinclair, después de que hubiera sumado dos y dos y llegara a la conclusión de que Caroline era…
Si es que lo era. Pero… ¿cómo iba a decírselo? No podía explicarle: «No fui detrás de ti porque me mata pensar que estés con otros hombres. Porque soy demasiado orgulloso como para imaginarse siquiera en esa situación. Porque incluso ahora, una parte de mí se pregunta si estás actuando, si el sexo es una actuación para ti, si dijiste la verdad cuando aseguraste que la noche que estuviste conmigo fue la primera vez que te vendiste…».
Tenía que serlo, se dijo con firmeza. Una mujer que vivía del sexo no gritaría de asombro cuando le abrieran las piernas, buscaran el delicado punto que había entre ellas y lo sedujeran con la lengua. No se sonrojaría bajo la intensidad de su mirada cuando él se echara para atrás y le dijera que quería ver su rostro mientras le hacía el amor.
–Lucas, no fuiste detrás de mí y sin embargo hoy has insistido en que viniera a tu casa contigo
–Caroline tragó saliva–. No tiene sentido.
No. No lo tenía. Lo único que Lucas sabía era que Caroline era suya. Que quería estar con ella. Se había dicho a sí mismo que iba a ir a su apartamento para poner fin a la situación, pero en realidad había ido a buscarla.
–Tal vez estemos buscando una lógica donde no la hay –aseguró él con dulzura tomándole de las manos para ayudarla a ponerse de pie–. Lo que importa es que he ido detrás de ti esta vez. Y ahora estamos juntos –sonrió al atraerla hacia sí con la esperanza de borrar la oscuridad de sus ojos–. Tú, yo y el gato que está sentado en una esquina planeando cómo librarse de mí.
Caroline se rió, como confiaba que haría.
–Entrará en razón, ya lo verás. No tardará más de un par de días. Para cuando me vaya de aquí…
–No te vas a ir.
–No, esta noche no. Quiero decir, cuando encuentre un apartamento…
Lucas se sentó en el sofá y la acomodó sobre su regazo.
–No hablemos de eso ahora –le pidió suavemente.
No. Ella tampoco quería hablar de ello.
–De acuerdo –sonrió–. Hablemos de ti.
Lucas pareció sobresaltarse.
–¿De mí?
–No sé nada de ti
–Caroline volvió a sonreír–. Bueno, sé que sabes leer un menú escrito con hipérboles.
Lucas se rió.
–Es más difícil que leer ruso, ¿verdad?
–Desde luego –ella batió las pestañas–. Mais monsieur, je peux lire un menu en français très bien.
–Muy bien
–Lucas sonrió y le deslizó los labios por los suyos–. Estoy impresionado.
Caroline suspiró.
–Yo también. No porque pueda hablar y leer francés y ruso, sino por haber tenido la oportunidad de aprender ambos idiomas.
–¿Qué quieres decir?
Ella se encogió ligeramente de hombros.
–Bueno, crecí en una ciudad pequeña. El típico sitio en el que tu vida está en cierto modo ya planeada –apoyó la cabeza sobre su hombro–. El hijo del banquero iba a ir a la universidad, volvería a casa y sería banquero. La hija del panadero estudiaría dos años repostería y…
–Volvería a casa para ser panadera.
Caroline dejó escapar una suave risa.
–Exactamente –le acarició la barba incipiente con un dedo–. En la ciudad había una fábrica de tractores de jardín. Mi madre trabajaba allí, en la cadena de ensamblaje. Cuando estaba en el instituto opté por la asignatura de francés. Y mi tutor me llamó a su despacho y me dijo que mejor escogiera cosmética porque el francés no me serviría de nada cuando me graduara y mi madre me consiguiera un empleo para trabajar con ella.
Lucas asintió en silencio mientras pensaba en ir a la ciudad natal de Caroline, encontrar a ese tutor y darle una buena paliza.
–Pero tú no tenías intención de trabajar en esa fábrica –dijo.
–Ni por un segundo. Yo quería algo… algo…
–¿Mejor?
–Algo más.
Lucas asintió.
–Así que le dijiste al tutor lo que podía hacer con su consejo y te apuntaste a francés.
Ella sonrió. Era una sonrisa que recordaba a la niña que debió ser: guapa, desafiante y decidida.
–Supongo que le diría algo parecido –su rostro adquirió una expresión más seria–. Algo que aprendí de niña fue que en este mundo tienes que aprender a cuidar de ti misma.
Aquello era algo que tenían en común, pensó Lucas lamentándolo por ella.
–Y entonces resultó que eras un genio para el francés –comentó manteniendo un tono ligero.
–Resultó que era una buena estudiante. Conseguí una beca, vine a Nueva York…
–Pero resultó que Nueva York no era lo que esperabas.
–Era más de lo que esperaba. Grande. Maravillosa. Emocionante.
–Y cara.
¿A qué se debería aquel sutil cambio en su tono de voz?
–Sí, muy cara. Pero entonces, volviendo a lo que decíamos…
–El dinero de la beca parecía mucho, pero cuando llegaste a la ciudad tuviste que buscarte un suplemento.
–Por supuesto.
–Y eso hiciste –afirmó Lucas. Ahora no quedaba duda del cambio de su tono de voz.
¿Sabía que trabajaba de camarera? ¿La tendría en peor consideración por ello?
–La gente hace lo que tiene que hacer –afirmó con voz pausada–. Puede que un hombre como tú no lo entienda, pero…
Lucas maldijo entre dientes, le colocó una de sus grandes manos en la nuca y le atrajo la boca hacia la suya. Al principio lo único que hizo fue recibir sus besos. Luego sus labios se suavizaron y se abrieron; Luca saboreó su dulzura y cuando hubo terminado de besarla la estrechó contra su corazón.
Él no era quién para sentarse a juzgar. En su infancia había hecho todo lo que pudo para sobrevivir. Pequeños robos. Comida de los puestos de los mercados. Carteras de los bolsillos de los turistas gordos. ¿Quién sabía hasta dónde habría llegado con el paso de los años?
Caroline tenía razón. La gente hacía lo posible por sobrevivir.
Además, todo aquello quedaría en el pasado. Nunca le permitiría volver a su antigua vida, ni siquiera cuando su tiempo juntos tocara a su fin. No sabía cuándo llegaría ese día, pero siempre llegaba. Y cuando eso sucediera, se encargaría de que estuviera a salvo. Un apartamento. Un trabajo. Conocía gente por todas partes que sin duda podrían ofrecerle un buen empleo a una joven tan brillante.
Tenía la impresión de que no sería fácil convencerla para que aceptara su ayuda, pero él encontraría la manera de hacerlo. Por el momento estaban juntos, y eso era lo único importante.
–¿Ves? –dijo alegremente–. Yo he aprendido algo nuevo de ti, y tú algo de mí.
–No –contestó Caroline mirándolo fijamente–. Yo no.
–Claro que sí. Has aprendido que soy un oso antes de tomarme el primer café.
Su tono era despreocupado, pero Caroline sabía que era una fachada. No quería hablar de sí mismo. Ella quería saber más, conocerlo mejor, pero por el momento se conformaba con estar con él. Así que sonrió y le dio un beso fugaz.
–En ese caso, preparemos café.
Caroline se puso de pie. El pareo de seda que había improvisado se le deslizó, dejándole al descubierto los senos. Trató de agarrarlo, pero Lucas le agarró las muñecas y se las sujetó a los costados.
Al instante cambió el humor del momento.
–Café. Me parece bien. Pero primero voy a saborearte a ti –se llevó uno de los rosados pezones de Caroline a la boca y ella contuvo el aliento.
Lucas le deshizo el nudo del cubrecama de seda. Le cayó a los pies y se quedó desnuda.
–Caroline, meu amor. Eres preciosa. Preciosa… –se puso de pie y la atrajo hacia sí. Ella sintió cómo se endurecía su piel. El hecho de ser capaz de provocarle algo así la emocionaba. Y saber que dentro de poco estaría moviéndose dentro de ella la emocionaba todavía más.
Colocó una mano entre ellos. Lucas emitió un sonido seco y gutural. Los dedos de Caroline recorrieron la longitud de su pene. Podía sentir su carne latir bajo los suaves pantalones de algodón del chándal.
–Caroline –su tono encerraba una amenaza–. Si sigues haciendo eso…
Ella le bajó despacio los pantalones. Observó su rostro, disfrutando del modo en que se le oscurecían los ojos.
–Caroline –murmuró él con voz ronca–. ¿Tienes idea de lo que…?
Ella cerró la mano sobe su erección. Lucas gimió. Estaba hecho de seda y acero. Nunca antes había tocado a un hombre de aquel modo, nunca había imaginado que llegaría a apetecerle. Pero quería saberlo todo sobre su amante. Si no hablaba de sí mismo, encontraría otras maneras de explorarle. Como aquélla.
Caroline se puso de rodillas. Le sostuvo con las manos. Lamió su virilidad. Llevó la punta de la lengua a su sexo henchido.
Lucas se estremeció. Le pasó las manos por el cabello. Se incorporó gimiendo, la tumbó sobre el sofá blanco de seda y se hundió en ella.
Caroline alcanzó el clímax al instante, y él también.
Mientras la abrazaba, Lucas pensó que lo que acababa de hacerle Caroline había sido maravilloso. Entonces se preguntó cuántas veces lo abría hecho con anterioridad.
Sintió un nudo en el estómago. Se puso de pie, agarró el cubrecama de seda de la alfombra y la cubrió con él.
–¿Lucas? –preguntó Caroline incorporándose.
Él sonrió, y fue una de las cosas más difíciles que le había tocado hacer jamás.
–Deja que te traiga un albornoz –sugirió alegremente–. Luego desayunaremos.
Creyó que había sonado alegre, pero cuando regresó con el albornoz vio que Caroline se había vuelto a envolver en el cubrecama. Eso y la expresión de su rostro le hicieron ver que no había logrado engañarla.
–Caroline, cariño….
–¿Qué ha pasado? ¿He… he hecho algo que…?
Tenía los ojos brillantes por las lágrimas y le temblaban los labios. ¿Cómo pudo haber pensado ni por un instante que le había hecho algo parecido a otro hombre? Maldiciéndose a sí mismo, la estrechó entre sus brazos y la besó.
–¿Qué te había dicho? Soy un oso antes de tomarme el primer café –volvió a besarla y siguió haciéndolo hasta que su cuerpo se suavizó contra el suyo y la duda desapareció de sus ojos–. Voy a hacerte el mejor desayuno que hayas probado en tu vida. Es el plato nacional de Brasil. Tortitas con beicon y sirope de arce.
La broma funcionó. Una sonrisa curvó los labios de Caroline.
–Las tortitas son el plato nacional de todas partes.
–Yo hago las mejores del mundo.
Ella alzó las cejas.
–¿De verdad?
–De verdad. Y el mejor café.
–Si tú vas a hacer el café y las tortitas, ¿qué me queda a mí?
–Tienes una tarea muy importante. Adornar mi cocina.
Ella se rió.
–Eso no me parce una tarea importante.
–Lo es, y mucho –aseguró Lucas con solemnidad–. Y estoy seguro de que vas a hacerlo muy bien.
Igual que él iba a hacer muy bien olvidar lo que sabía de su pasado. O preguntarse al respecto. ¿Acaso no había aprendido eso siendo niño? Lo que una persona era al principio de su vida no importaba. Lo realmente importante era en quién se había convertido al final.