Capítulo 9

 

La respiración de Jake formaba pequeñas nubes de vaho en la fría mañana de otoño mientras hacía tiempo en el aparcamiento de detrás de la tienda. Pronto llegaría Rowan de dejar a los niños en el colegio, pronto pero no lo bastante. La paciencia nunca había sido una de sus virtudes, aunque había conseguido aguantar sin verla dos días, durante los cuales había intentado desenmarañar el nudo de deseo y confusión que había provocado en él su último encuentro.

No estaba dispuesto a rendirse, pero tampoco estaba preparado para la casita de campo con dos perros y dos niños salvajes acechando detrás de cada arbusto. Necesitaba tiempo y a la vez quería darle una señal de que tenía la intención de adaptarse. Con un poco de suerte eso sería suficiente.

Rowan dio la vuelta a la esquina y se detuvo de golpe, tenía las mejillas sonrojadas y el pelo suelto como de costumbre. Se quedó mirándolo con la boca abierta.

—¿Qué le ha pasado a tu pelo?

—¿Te gusta? —respondió él pasándose la mano por la cabeza.

—¡No!

¡Dios! Parecía estar a punto de echarse a llorar. Bien por su maravilloso gesto simbólico. Mientras el peluquero paseaba las tijeras por su cabellera, Jake no había dejado de pensar en la reacción de Rowan; había imaginado que se reiría o, en el peor de los casos, que no le daría ninguna importancia. Pero nunca pensó que se pondría a llorar.

—No te pongas así, es solo pelo.

—Sé que solo es pelo, pero, ¿por qué lo has hecho?

A veces entender a las mujeres era como hacer un examen: las preguntas que parecían más sencillas en realidad eran las más peliagudas.

—Pues porque tú me dijiste que lo hiciera.

—¿Qué?

—Sí, hace un par de días… me dijiste que me cortara el pelo. ¿No te acuerdas?

Aquel resoplido de desesperación lo hizo entender que había vuelto a meter la pata.

—¡Pero te lo decía en sentido metafórico!

—Entonces yo me lo he cortado en sentido metafórico.

—¿No entiendes lo que trataba de decirte? —no le dio oportunidad de contestar; casi mejor, porque él no estaba preparado para responder a más preguntas con trampa—. El problema no es tu pelo, es el momento de tu vida en el que estás. Tú estás buscando diversión, y me parece muy bien, no digo que no lo merezcas. Pero yo tengo que recuperar el tiempo perdido, quiero ocuparme de mis hijos y construirme una carrera.

Jake tuvo la sensación de que todos sus planes caían sobre él como una guillotina. Podría darle el dinero que necesitaba para empezar su negocio, pero… entonces nunca sabría si lo quería por él o por su dinero.

—El problema es que vamos por caminos muy diferentes —concluyó Rowan agitando la cabeza.

—Entonces nos veremos en el próximo cruce —le dijo bromeando con tristeza—. Vamos, no lo hagas tan difícil.

—Solo estoy intentando ser realista.

Jake estuvo a punto de soltar una carcajada mezcla de frustración y perplejidad.

—¿Y por qué quieres hacer eso?

—Porque alguno de los dos tendrá que hacerlo.

—¿Por qué?

Rowan miró al suelo y luego alzó la vista a sus ojos.

—Porque así es como tienen que ser las cosas.

¿Quién demonios la había hecho creer eso? Seguramente ese cretino de Chip.

—¿Y por qué no seguimos siendo los dos un par de soñadores y vemos qué nos traen nuestros sueños?

—No voy a fingir ser alguien que no soy —respondió tajantemente—. Y más vale que aceptes cuanto antes que Abby y Mac siempre formarán parte de mis decisiones…

—Eso te prometo que ya lo he entendido y lo he aceptado. Te lo prometo.

—… tampoco quiero que tú intentes ser alguien que no eres. Eso nunca funciona, lo sé por experiencia. Yo intenté cambiar solo para tener contento a Chip y casi acaba conmigo.

Jake le pasó la mano por la mejilla.

—Chip era un idiota. Lo único que quiero es que seas lo que tú quieras ser.

En su rostro apareció una tímida sonrisa.

—Por eso no te preocupes, Albreight, he aprendido la lección. Ahora puedo decir que estoy contenta conmigo misma y estoy orgullosa de lo que he conseguido.

—Tienes motivos para estarlo —por algún motivo en el que prefería no indagar, él también se sentía orgulloso de ella—. En cuanto a mi pelo… a mí me da igual tenerlo largo o corto. La verdad es que me lo dejé tan largo solo para molestar a una antigua novia —se encogió de hombros algo avergonzado—. Y ahora me lo he cortado para demostrarte que estoy dispuesto a hacer algunos cambios. Pero creo que íbamos demasiado deprisa —le puso las manos sobre los hombros—. De verdad, comprendo que pienses en tus hijos —respiró hondo para encontrar las fuerzas necesarias para hablarle con total sinceridad, como a ella le gustaba—. Pero no puedes esperar que yo me convierta en su padre así como así. Lo que no creo que me haga ningún daño es pasar más tiempo con ellos. ¿Qué te parece?

Lo miró durante unos segundos como intentando descubrir un ápice de duda en él.

—De acuerdo —dijo por fin.

—¿Crees que volverán a intentar atarme a la acera?

—Por eso no te preocupes —respondió sonriendo—. Nunca repiten el mismo golpe.

—¿Y eso es bueno?

—Te prometo que en cuanto pases un poco de tiempo con ellos, te parecerán tan especiales como me lo parecen a mí.

Jake asintió sin saber qué decir, porque toda su vida había tenido muy claro que prefería enfrentarse a cualquier cosa antes que a un niño. Ahora no tenía alternativa, al menos ninguna que quisiera aceptar.

—La verdad es que me gustaba mucho tu pelo —admitió Rowan.

No pudo reprimir una sonrisa de orgullo.

—¡Ya veo! ¿Habías tenido alguna que otra fantasía sobre mi pelo?

—Que no se te suba a la cabeza.

—Mira —le dijo tomándole la mano y llevándosela a la cabeza—. Toca ahora. Sé que no es lo mismo, pero a lo mejor se te ocurre algo. Debe ser agradable sentirlo en contacto con la piel…

—Vale, vale, ya me hago a la idea —lo interrumpió retirando la mano.

—Bueno, pero solo para asegurarme —la agarró por la cintura y la acercó a su cuerpo. Sabía que quería que la besara, pero en su lugar le susurró una íntima fantasía al oído. Se quedó unos segundos en silencio disfrutando de su aroma y después, en un acto de autocontrol, se separó de ella—. Piensa en eso.

—Sí, tú también —respondió ella de lejos con una sonrisa que era la imagen de la tentación—. Y recuerda que en ese juego pueden participar dos.

—Y los dos pueden pasarlo bien —y él se iba a asegurar de que así fuera.

 

 

Pasaron volando dos semanas, y fueron las más felices de la vida de Rowan. Fueron los cuatro juntos a cenar, a jugar al parque o a patinar a la pista de hielo. Los gemelos se estaban portando tan bien, que había empezado a preguntarse si los verdaderos Abby y Mac no habrían sido abducidos y sustituidos por dos impostores mucho más tranquilos y educados. Los observó jugando en la trastienda y pensó que ojalá siguieran así las cosas.

—Vaya, bonito… payaso —dijo mirando la figura de arcilla que habían hecho.

—No es un payaso —respondió Mac—. Es nuestro verdadero papá.

Los psicólogos ya le habían advertido que la rabia y el enfado acabarían aflorando en sus hijos y, obviamente, un Chip que pudieran estrujar era una buena manera de liberar su enfado hacia él. Rowan se quedó mirándolos en silencio unos segundos.

—Hablando de papás… quiero preguntaros algo.

—¿El qué? —respondieron al unísono pero sin levantar la cabeza de su figurita.

—¿Cómo es que no le habéis hecho a Jake el juego del papá?

Ninguno de los dos dijo ni una palabra durante un largo rato.

—Porque nos dijiste que no lo hiciéramos —respondió Mac por fin.

—Hay un montón de cosas que os digo que no hagáis y aun así las hacéis. ¿Por qué ahora sí me habéis obedecido?

—Porque esto es importante —esa vez fue Abby la que contestó—. Además, Jake nos cae bien. Es estupendo.

—Eso está muy bien, yo también creo que es estupendo. Pero, de todos modos, os habéis estado comportando de una manera muy rara últimamente.

—Solo hemos sido buenos.

—Eso es precisamente a lo que me refiero. Sé que os dije que Jake no está acostumbrado a estar con niños, pero eso no quiere decir que tengáis que actuar como robots…

—Es que queremos gustarle —explicó Abby—. No queremos que se vaya como hizo papá.

Directo al corazón.

—Pero eso no fue culpa vuestra. Veréis, lo que quiero que hagáis es que os comportéis con normalidad, dejad que llegue a conoceros como realmente sois.

Mac soltó la arcilla un momento.

—¡Bieeeen! ¿Eso significa que podemos…?

Rowan levantó la mano para detenerlo antes de que fuera demasiado tarde.

—No, no podéis hacerle el juego del papá, ni atarlo, ni pintarle la furgoneta ni nada parecido. Solo… sed vosotros mismos. Pero con mejores modales. ¿De acuerdo?

—De acuerdo.

En ese momento sonó la campanilla de la puerta de la tienda.

—Debe de ser mi próxima clienta. Chicos, necesito que salgáis de aquí un rato para que pueda probarse el vestido. ¿Por qué no vais a jugar a casa un rato?

Mac y Abby aplastaron el Chip de arcilla y salieron de allí corriendo.

 

 

Jake miró con frustración la estantería que acababa de hacer. A pesar de haberla medido una y mil veces, seguía torcida.

Parecía que la galería comenzaba a tomar forma. Pero no quería gastar más dinero en el negocio, prefería dejarlo para hacer algún viaje, como por ejemplo a México, para pescar con sus amigos. También necesitaba saber que le resultaría fácil cortar los lazos con Rowan si decidía que había llegado el momento de volar.

Aunque parecía que esos lazos cada vez eran más fuertes. Durante el día escuchaba su máquina de coser, o la oía hablar con los clientes… Lo cierto era que estaba más pendiente de ella que del trabajo que tenía enfrente de sus propias narices. Tenía que admitirlo, había quedado atrapado en el mismo instante que cayó en la trampa de los gemelos.

—¿Nos haces algo?

Con el susto de oír aquella vocecilla de repente, Jake se pegó un martillazo en el dedo.

Los gemelos lo observaban con cara de inocencia, pero él no pudo sino devolverles una mirada de tremenda rabia.

—¡Maldita sea! ¿Es que nadie os ha enseñado que no podéis colaros en los sitios de esta manera?

—No —respondió Mac alegremente.

—De lo que estoy seguro es de que vuestra madre os ha dicho que no os metáis aquí sin permiso.

—¿Nos haces algo? —volvió a preguntar Abby como si Jake no hubiera dicho ni palabra—. Mamá nos dijo que habías hecho el árbol del que colgaban los globos, lo tiene al lado de la cama. A nosotros también nos gustan los globos.

Jake parpadeó para volver a concentrarse en esa alocada conversación, ya que se había quedado pensando en que Rowan tenía su árbol junto a la cama.

—Pero los globos no los hice yo.

—No importa. Entonces haznos otra cosa.

«¡Qué niños tan encantadores!»

Tuvo que hacer un gran esfuerzo para relajarse y no dar rienda suelta al mal genio que se estaba apoderando de él. Dado que parecía que iba a tener que tomarse un descanso, dejó el martillo sobre la estantería.

—¿Y por qué iba yo a querer haceros algo?

—Porque si lo haces, le diremos a mamá que nos caes bien.

Nada como un poco de chantaje.

—¿Y qué os parece si vuelvo a llevaros con vuestra madre y le digo lo que habéis venido a hacer?

—Tú no harías eso —advirtió Abby con total seguridad.

—¿Por qué no?

—Porque mamá se pondrá muy triste si se entera de que hemos vuelto a pasar por el túnel, y tú no quieres ponerla triste —añadió con una malévola sonrisa.

Aunque se tratara de un chantaje puro y duro, tenía que reconocer que lo que decía era cierto. No quería molestar a Rowan por una tontería así. Parecía que por fin estaba consiguiendo poner en orden su vida y eso era lo que él deseaba para ella. Y no solo porque ella fuera feliz.

—Tenéis razón. Vuestra madre me gusta mucho —y eso era quedarse corto—. Bueno, ¿y para qué habéis venido?

—Estaba demasiado ocupada como para controlarnos y hay otra mujer en ropa interior en nuestro cuarto de juegos, así que decidimos dejarla «en pirado».

—¿Cómo?

—Sí —empezó a explicarle Mac—. Mamá nos ha dicho que las clientas prefieren estar «en pirado» cuando se quitan la ropa.

—Probablemente quería decir en «privado» —corrigió Jake reprimiendo la risa—. A veces la gente quiere estar sola, a eso se le llama «estar en privado».

—Ya, como cuando tú miras a todos lados antes de besar a mamá.

Estaba claro que no había mirado con demasiada atención.

—Sí, más o menos como eso.

Entonces los gemelos empezaron a dar vueltas por la galería, justo como lo había hecho su madre unas semanas antes: tocándolo todo, probando cada uno de los instrumentos…. Y poniendo a Jake al borde de un ataque de nervios.

«Relájate. Déjalos que miren y que toquen lo que quieran. Prometiste que pasarías más tiempo con ellos. ¿Qué más da si se cae algo y se rompe en mil pedazos? ¿Qué importaría que hubieras tardado treinta horas en hacerlo?»

Justo cuando estaba intentando convencerse para tener paciencia, tuvo que dar un salto para atrapar, a ras del suelo, un instrumento de ébano que se le había escurrido a Mac de las manos.

—Ya que esa mujer quiere estar en privado, ¿podemos jugar aquí? —le preguntó Mac como si estuviera acostumbrado a que la gente tuviera que saltar para agarrar al vuelo las cosas que él tiraba.

—Chicos, hoy no es un buen día. Tengo muchas cosas que hacer.

—No tienes tiempo para estar con nosotros —resumió Abby con tristeza—. Igual que papá. Venga, Mac, vámonos —le dijo a su hermano—. Un papá de verdad nunca sería tan malo.

—Maldita sea —protestó Jake en cuanto hubieron salido de allí. Había vuelto a meter la pata. Ahora esos dos irían corriendo a decirle a su madre lo mal que se había portado con ellos. Tenía que hacer algo.

 

 

—Os encontraré tarde o temprano —amenazó Rowan mientras se alejaba a propósito de las risillas que salían de debajo de un escritorio—. Sé que estáis por aquí en algún sitio.

Cuando Abby y Mac habían aparecido pidiéndole que jugara con ellos al escondite, su primer impulso había sido decirles que no podía; pero enseguida se dio cuenta de que eso era lo que les había dicho últimamente cada vez que habían querido que jugara con ellos. Así que, allí estaba ella después de una dura jornada de trabajo, mirando debajo de todos y cada uno de los muebles de la tienda.

—¿Eso que veo debajo del sofá son vuestros pies? —preguntó dándoles la espalda y sabiendo que los gemelos la estaban viendo; por eso estaba de rodillas y moviendo el trasero cuando se oyó la campanilla de la puerta y entró alguien. Con un suspiro, Rowan se quejó de la casualidad de estar en tal posición justo enfrente de la puerta.

—¿No nos ha pasado esto ya antes?

La voz profunda y sexy de Jake hizo que un escalofrío le recorriera la columna vertebral. Se dio la vuelta inmediatamente y se puso en pie.

—Lo sé. Tenemos que dejar esta costumbre, ¿verdad? —notó que llevaba algo en la mano y sonrió. Jake la había acostumbrado a hacerle pequeños regalos, nada lujoso ni caro, solo pequeños detalles como jabones perfumados—. ¿Qué llevas en esa bolsa?

—Es una sorpresa.

Rowan se acercó con la mano extendida.

—Pero no es para ti —añadió él, sonriente—. ¿Dónde están Abby y Mac?

Aquello la dejó boquiabierta, era la primera vez que preguntaba por ellos por su nombre; normalmente eran los dos pequeños demonios o algún apelativo cariñoso como ese.

—Ahí los tienes.

Los dos niños salieron de su escondrijo sin decir ni palabra y esperaron sin moverse hasta que Jake estuvo a su lado.

—Hola, chicos. Os he hecho una cosa —anunció rebuscando en la bolsa—. Se llaman guairas.

Ambos empezaron a mirar su regalo por todos lados totalmente maravillados y llenos de respeto. En pocos segundos, acabaron por llevárselos a la boca y producir un sonido que a punto estuvo de reventarles el tímpano a su madre y a Jake. Rowan se puso las manos en los oídos.

—Regalos de abuela —murmuró.

—¿Qué? —le preguntó él, confundido.

—Así se les llama a los juguetes que hacen tanto ruido —tuvo que explicárselo aún más al ver que él seguía sin comprenderlo—: Solo a alguien que no vive con niños podría ocurrírsele regalar una cosa así.

—De todos modos, he debido hacer algo mal al montarlos porque normalmente no suenan tan alto. Te lo prometo.

De pronto, a Rowan ya no le importaba el ruido que hicieran, sino lo que significaban.

—¿Los has hecho tú?

Jake sonrió y a ella le pareció que estaba algo avergonzado. Le gustaba aún más por ser capaz de mostrar su lado más sensible, y eso hacía que confiara más en él. Si consiguiera aceptar a Mac y a Abby, ella podría dar rienda suelta a todo lo que sentía por él. Aunque lo cierto era que no estaba haciendo demasiado por controlarlo. Siguiendo un impulso, le pasó los brazos por el cuello y tiró de él para besarlo.

—¡Vaya! —su exclamación de sorpresa se acalló en cuanto sus bocas se tocaron. Fue un beso breve y tierno, era más bien una promesa. Después de besarlo, Rowan se quedó apoyada en su pecho.

—¿Qué haces, mami?

Al darse la vuelta se encontró con las miradas de sus hijos, que los escudriñaban como si fueran dos zoólogos estudiando una rara especie animal. Intentó separarse de Jake, pero él no la dejó.

—Creo que quieren estar en privado —dedujo Mac.

—Pues vámonos —convino Abby y, acto seguido, como si ya lo hubieran ensayado antes, desaparecieron en la trastienda.

—Ahora ya puedes soltarme —le dijo Rowan dándole un pequeño codazo.

—¿Por qué? Me gusta estar así. Además, Abby y Mac tienen que saber que no son los únicos con derecho a tenerte.

—¿Con derecho? ¿Qué pasa, estás marcando tu territorio? —le preguntó encogiendo la nariz ante tal idea, lo que provocó que él se echara a reír.

—Lo que quería decir era que a lo mejor va siendo hora de que vean que su mamá es algo más que una mamá.

Le hizo cosquillas y consiguió que por fin la soltara.

—¿Y qué tiene de malo ser una mamá?

—Bueno, no hago más que meter la pata. Será mejor que me largue antes de que me eches.

Haría falta mucho más que eso para que acabara echándolo, especialmente ahora que había visto que había mostrado interés por los niños.

—Jake —lo llamó con un susurro—, los gemelos tenían razón. Creo que ha llegado la hora de que nos busquemos un momento y un lugar para estar en privado tú y yo.

—Amen —respondió él con una enorme sonrisa.

Rowan sintió un escalofrío. Acababa de comprometerse.