Rowan no sabía si era a causa de su sangre escocesa, o simplemente el efecto acumulativo de observar la tensión en el rostro de Jake cada vez que estaba con los gemelos; el caso era que tenía un mal presentimiento.
Él había propuesto que fueran todos juntos a cenar a Papá Pizza y, aunque ella sabía que aquel era un lugar solo apto para expertos en niños, también pensó que era un buen gesto por su parte querer llevar a los gemelos a un sitio que les gustaba tanto…
—¿Alguna vez has estado allí?
—Vamos, tan malo no puede ser.
—Será mejor que no lo sepas —respondió ella.
—Sí que quiero saberlo. ¿Crees que no puedo enfrentarme a unos cuantos niños jugando y corriendo de un lado a otro?
—Está bien, pero recuerda que fuiste tú el que lo propuso.
Sí, lo había propuesto él, Jake no podía quitarse de la cabeza que él solo se había metido en aquella tremenda pesadilla. Rowan se había levantado a pedir pizza y hacía un buen rato que no veía a Abby y a Mac; tampoco habría sido capaz de distinguirlos entre las hordas de niños gritones que abarrotaban el local. Comparado con aquello, un concierto heavy era un remanso de paz.
—La pizza estará en un par de minutos —le dijo Rowan al llegar a la mesa.
—Creo que me habría venido mejor una aspirina —respondió él masajeándose las sienes.
—No exageres, no ha sido tan malo. Creo que hasta vamos a conseguir salir de aquí de una sola pieza.
—Imposible, yo ya he dejado aquí gran parte de mi capacidad auditiva.
Rowan se echó a reír.
—Tengo una noticia que te compensará. Mañana tenemos la tarde para nosotros… solos, Mel se lleva a los niños al cine.
Eso sí era algo por lo que merecía la pena vivir. Entre los niños y las horas que Rowan se pasaba en la tienda o cosiendo, apenas podían verse y mucho menos en privado.
—¿Y no tienes que trabajar? —le preguntó para asegurarse.
—Nada que no pueda hacer en otro momento. No sé tú, pero yo estoy harta de esperar.
En lugar de hablar, respondió dándole un rápido beso en los labios.
Y con un solo beso se sintió lo bastante fuerte para ir a buscar a los gemelos mientras ella iba a recoger la pizza a la barra. Pero se arrepintió de haberse ofrecido a hacerlo en cuanto se encontró a los pies del enorme castillo-laberinto-tobogán plagado de niños que aullaban como lobos.
—¡Jake, Jake! —dijo una vocecilla al tiempo que una manita se agarraba a sus pantalones—. ¡Abby se ha subido arriba del todo y ahora le da miedo bajar!
—Voy a buscar a tu madre.
—¡No! Eso tardaría demasiado, tienes que subir tú —le pidió con ojos angustiados—. Vamos, Jake, por favor.
—Está bien, dime dónde está.
Estupendo. Estaba justo en medio de todos los niños y en lo más alto de aquel extraño armatoste. Se fue acercando sin pensarlo dos veces.
—Abby, ¿puedes bajar hasta donde estoy?
—¡Noooooo!
Estupendo.
—¿Y el tobogán? ¿Por qué no bajas por el tobogán?
—¡Noooooo!
Bueno, estaba claro que iba a tener que subir. Se mordió la lengua para no decir todo lo que se le pasaba la cabeza y se dispuso a trepar por aquel estrechísimo agujero.
—No te muevas de ahí, Abby, ahora mismo estoy contigo.
Por si el número de niños que le gritaban y empujaban mientras iba subiendo no fuera suficiente, a eso había que unirle su terrible pánico a los espacios pequeños como aquel. No obstante, continuó sin detenerse y tratando de no pensar en el sudor frío que le cubría la frente. Un tramo más y ya estaría con la pequeña, un tramo más y…
Ni rastro de ella.
—¡Abby! —todos los niños de alrededor lo miraron riéndose. Estupendo, acababan de volver a tomarle el pelo.
Ahora tendría que bajar por el tobogán que seguramente había utilizado también Abby. Mientras se dirigía de vuelta a la mesa, ensayó su primer discurso paternal. Esos pequeños tramposos se iban a enterar. Pero cuando se asomó al comedor, vio que Rowan estaba sola. ¿Cómo iba a decirle que había perdido a su hijos? El enfado fue dejando paso al terror a medida que iba mirando por todos los rincones y no los encontraba.
—¿Estás bien, Jake? —le preguntó Rowan agarrándolo por detrás al tiempo que se preguntaba si estaría tan asustado como su aspecto parecía indicar—. Les he dicho a Abby y a Mac que te esperaran para empezar a comer.
—¿Están…?
—Muertos de hambre —completó ella tomándolo de la mano y dirigiéndose hacia la mesa—. Estás muy raro, ¿quieres contarme qué ha pasado?
—Creí que los había perdido. Subí a rescatar a Abby, pero cuando llegué ella ya no estaba, habían desaparecido los dos.
—Sí, Abby me ha dicho que los niños que la estaban molestando se fueron y ya se atrevió a bajar. Una vez la perdí en unos grandes almacenes; se había escondido entre unas perchas y apareció justo cuando estaba a punto de llamar a la policía y al cuerpo de seguridad de la tienda. No es un bonito recuerdo, la verdad.
Jake empezaba a darse cuenta de que aquello iba a ser más difícil incluso de lo que había previsto. No llegaba a entender cómo una persona sola podía hacerse cargo de dos niños y aun así dormir por las noches y conservar la cordura. Tenía que admitir que aquella era una tarea para la que no estaba capacitado. Se sentía como un verdadero cobarde preguntándose en qué demonios se había metido.
Celeste la miró con las manos en las caderas, en mitad de la entrega de mercancía que acababa de llegar de Seattle.
—Es la cuarta vez que tienes que subir corriendo a contestar al teléfono del apartamento —le dijo a su sobrina—. ¿Por qué no les das a tus clientes el número de la tienda? Si quieres hacer ejercicio, apúntate a un gimnasio.
—Es que no quería usar este teléfono sin pedirte permiso antes.
—Muy bien, pues ya lo tienes. Verás, Rowan, no espero que trabajes aquí toda tu vida, ni todo tu tiempo. Te quiero como a una hija, pero cuando llegue el momento te echaré de una patada para que hagas lo que tengas que hacer.
—¡Pero, tía! —exclamó sabiendo que lo decía con buena intención.
—Entiéndeme, ahí fuera hay todo un mundo que te has estado perdiendo y que ahora tienes que descubrir.
—Lo sé. Últimamente tengo la sensación de estar recuperándome de una terrible amnesia. Y creo que empiezo a recordar quién soy —entonces volvió a sonar el teléfono y tuvo que marcharse corriendo a contestar.
Después de fijar dos citas más, volvió a bajar y siguió ayudando a Celeste a desempaquetar cosas.
—Aquí hay de todo. ¿Es que no podías dejar nada atrás?
—Nunca se sabe dónde va a estar el tesoro que nadie espera. Además, cuanto más tiempo llevo en este negocio, más cuenta me doy de que no hay que limitarlo. No me gusta vender solo muebles o solo cuadros, prefiero que haya de todo.
Rowan sintió aquello como una segunda oportunidad y esa vez decidió que no iba a dejarla escapar.
—Tía…, ¿qué te parecería si yo utilizara un pequeño espacio de la tienda? Me encantaría poner aquí algunas de mis cosas; ya sabes, un par de vestidos de fiesta y algún bolso. No ocuparé mucho y tú darás tu aprobado a todo el material que esté expuesto, por supuesto. Si no te parece bien, lo entenderé…
—También podrías dejar de hablar un segundo y dejarme que diga que sí.
Rowan entró en la galería de Jake como una exhalación.
—¡Me ha pasado algo maravilloso! ¡Adivina!
Él la miró sonriendo con gesto burlón.
—Por fin te has dado cuenta de que soy perfecto.
Se acercó a darle un beso en esa sonrisa tan sexy y luego continuó hablando:
—¡Qué arrogancia, señor Albreight, qué arrogancia! La tía Celeste va a cederme parte del espacio de la tienda.
—¡Estupendo! Sabía que lo conseguirías —tiró de ella hasta estrecharla entre sus brazos y empezar a besarla.
Unos segundos después, se apartó un poco de él sin soltarlo del todo y lo miró muy seria. Como todo en la vida, esa oportunidad también iba a tener un lado negativo.
—Esto va a poner las cosas un poco peor para nosotros. Me va a resultar muy difícil tener veinte minutos libres durante el próximo mes.
—Lo sé, preciosa —aseguró acariciándole la cara—. No te preocupes. Cuando encuentres esos veinte minutos, yo estaré aquí esperándote.
Tenía la sensación de que tanta alegría no podía caberle en el corazón.
—Hablando de tiempo libre… ¿Tienes un poco ahora para dedicármelo? —le preguntó ella en tono travieso.
—¿No irás a regañarme?
—No, te lo prometo. Solo quiero que estemos un rato juntos… solos.
Jake lo comprendió inmediatamente.
—Pues ahora que lo dices…. Llevo unos cuantos días soñando contigo y ese sillón que hay en mi dormitorio…
Rowan sintió cómo se le sonrojaba la cara, pero no era de vergüenza, sino del más puro y salvaje deseo. Nunca habría pensado que hacer el amor podía ser tan divertido. Quizá se hubiera dado cuenta un poco tarde, pero pensaba recuperar el tiempo perdido.
—Pues yo también he estado soñando algunas cosas, ¿sabes? —le dijo agarrándole la mano.
Después de aquella delicia y de probar la bañera de Jake, Rowan se sentía con fuerzas suficientes para volver al trabajo. Pero antes había algunos planes que quería hacer con Jake.
—El viernes es el gran día.
—¿Qué gran día? —preguntó él, completamente despistado.
—Halloween, por supuesto.
—Ah, eso —lo que había en su voz no era entusiasmo precisamente—. ¿No serás de esas que se disfraza y va puerta por puerta pidiendo caramelos?
—¿Y si así fuera? —seguramente aquel no fuera el mejor momento para contarle que se estaba preparando un disfraz de Ana Bolena después de ser decapitada.
—Pues te diría que no vas a conseguir que yo me meta en un disfraz y te acompañe.
—Venga, solo será una hora o así y no hace falta que te disfraces. Aunque con la cara que tienes ahora mismo, te iría muy bien un disfraz de bulldog —le dijo riéndose a carcajadas.
—No, Rowan, de verdad —parecía estar convencido—. Entiéndeme, perdí a los niños en un restaurante, imagínate lo que podría pasar en mitad de la calle.
—Ya te dije que eso no fue culpa tuya, no debí dejarte tanto tiempo solo. De todas formas, te entiendo.
Y era cierto, lo entendía perfectamente y no quería presionarlo para que hiciera nada que no quisiera. Por mucho que ella quisiera que Jake fuera parte de la familia, él seguía viéndola como dos personas diferentes: Rowan la madre y Rowan la amante. Había tenido la esperanza de que se fuera integrando poco a poco, pero lo cierto era que lo que había hecho había sido ponerse aún más en tensión cuando estaban con los niños. No obstante, sabía que presionarlo no iba a ayudarla.
—Lo siento, Rowan —le dijo con sonrisa cariñosa.
—Está bien, Albreight. Compórtate como un aguafiestas, yo te quiero de todos modos.
De pronto se dio cuenta de lo que acababa de decir y se le quedó el corazón en vilo. Estuvo a punto de rectificar y decirle que estaba bromeando, pero entonces se acordó de Freud y se dio cuenta de que esas cosas no se decían en broma. Tenía que aceptarlo, sí que lo quería, aunque quizá no debería habérselo soltado de esa manera. Sí, lo amaba y no sabía cómo no se había dado cuenta antes. Jake la hacía reír, la animaba para que luchara por sus sueños y jamás se había burlado de ella, ni la había herido como lo había hecho Chip.
Pero no, no debería habérselo dicho así. Estaba claro que eso era lo último que él quería escuchar en aquel momento. Lo supo por la expresión de su rostro.
—Bueno, tengo que irme corriendo. Voy a… saltar por el precipicio más cercano —dijo saliendo de allí a toda prisa.
Estaba claro que ella misma seguía siendo su peor enemigo.