Capítulo 6

 

Con los ojos todavía medio cerrados, Rowan echó un vistazo al calendario.

—Hoy no hay colegio. ¡Maldita sea!

Había olvidado por completo que era día festivo, con todo el lío del día anterior era raro que no hubiera olvidado hasta su nombre. Tenía que pensar un buen plan para tener entretenidos a los gemelos si no quería que hicieran alguna de las suyas. Se hizo un café extrafuerte con el fin de tomar fuerzas para el día que se le avecinaba. El tipo de al lado había trabajado hasta bien entrada la noche; desde su apartamento, Rowan había oído cómo serraba, limaba y golpeaba diferentes materiales. Como dichos sonidos no habían ido dirigidos a ella, no lo había tomado como un ataque personal.

Pero después de aquello, ya de madrugada, había comenzado la música; Albreight se había trasladado al dormitorio, que estaba separado del de ella solo por una pared, y había comenzado a tocar un instrumento parecido a una flauta. Lo cierto era que la melodía resultaba agradable, incluso sexy, y Rowan había tenido que admitir que se había quedado como hipnotizada hasta caer dormida. Una vez en brazos del sueño, Jake había acaparado su mente y había sido… delicioso. A lo mejor tenía que agradecérselo al vecino.

Solo pensar en Jake le devolvía la sensación de nerviosismo y deseo que estaba empezando a conocer tan bien. Pero también la hizo sospechar que había algo más que tenía que hacer aquella mañana, lo malo era que no conseguía recordar qué era.

Les dio el desayuno a los gemelos y, después de ducharse, vestirse y aprovisionarse de juguetes para todo el día, bajó a abrir la tienda. Acababa de entrar por la trastienda cuando oyó que alguien llamaba a la puerta principal.

¡Jake! «¡Tenía que desayunar con Jake!»

—Hola —dijo en cuanto lo dejó entrar. Llevaba una cazadora de cuero que se veía muy usada, gastada de verdad y no como esas que vendían para los que querían dar imagen de tipos duros. Jake Miller era auténtico. Rowan sintió el impulso de acercarse a él y besarlo.

—Hola —respondió en lugar de seguir sus impulsos.

—Habías olvidado lo del desayuno, ¿verdad?

—Lo siento. Es que ayer fue una verdadera locura —explicó intentando no sonrojarse al recordar la locura del día anterior—. También había olvidado que…

—Mira, Abby, es el señor que atrapamos en la calle —gritó Mac.

—… los niños hoy no tenían colegio.

Los gemelos se acercaron a él y se quedaron observándolo entre extasiados y confundidos, mientras que él los miraba como si fueran dos diminutos marcianos. Rowan rezó para que no le hicieran el jueguecito del papá. A juzgar por la fría expresión que se había dibujado en el rostro de Jake, seguramente no le apetecía que lo nombraran papá del día.

—Abby, Mac, este es el señor Miller —dijo Rowan.

—Hola —saludaron los dos al unísono. Él respondió sin demasiada efusividad y entonces Abby dio una vuelta a su alrededor, sin duda estaba examinándolo como papá potencial.

Rowan tenía que hacer algo inmediatamente antes de que los niños entraran en acción ya que, al haber llegado por sorpresa, no había podido soltarles el discurso típico para que no molestaran a los adultos.

—Si quieres, podemos olvidarnos de lo del desayuno —le dijo para que no se sintiera incómodo—. Además, yo ya he comido algo.

—Mami, tú no has desayunado —intervino Mac en el momento más oportuno—. Y a nosotros solo nos has dado cereales de esos para mayores, así que tampoco hemos comido mucho…

Le lanzó a su hijo una mirada de advertencia.

—De verdad, Jake, no pasa nada.

Pero él prefirió no aceptar la escapatoria que Rowan había puesto a su disposición.

—Hay un sitio estupendo cerca de las vías del tren. ¿Por qué no vamos todos? —añadió después de una breve pausa.

—¿Estás seguro? —se sentía obligada a comprobar que no se había vuelto loco.

—Sí —respondió él, pero el modo en el que miraba a los gemelos decía algo muy distinto. Parecía no estar solo viendo a Abby y a Mac, sino una mesa llena de zumo de naranja derramado y sus caritas llenas de mermelada.

—¡Sí, sí, mami, por favor! —suplicaron los niños pegando botes.

Rowan sabía que lo más sensato era rechazar la invitación, sin embargo… quizá era una buena ocasión para comprobar si Jake podía estar a la altura, o si era como todos los otros hombres con los que había salido.

—Está bien. Vas a ver que no es tan terrible —intentó tranquilizarlo sin que la oyeran los pequeños—. Para tener cinco años son bastante civilizados.

Pero él siguió teniendo la expresión de alguien a quien fueran a ejecutar.

—¿De que civilización hablamos? ¿Los hunos, los bárbaros…?

—Bueno, algo parecido, me temo —dijo ella riéndose.

 

 

Se trataba de un sitio cálido y acogedor, la camarera hablaba sin parar con los clientes fijos que abarrotaban el local. Rowan la observaba fascinada viendo cómo se movía a toda velocidad sin interrumpir la conversación. Ya habían pedido el desayuno cuando se oyó el primer tren. Abby y Mac corrieron a la ventana desde la que pudieron verlo pasar. Unos segundos después, se abrió el paso para los peatones y a Rowan no la sorprendió que decidieran lanzarse a su juego preferido: encontrar un papá… y no cualquiera servía.

—¿Qué te parece ese? —dijo Abby.

—No, demasiado viejo —respondió Mac—. A lo mejor ese, tiene pinta de ser divertido.

—Sí, pero a mamá no le gustaría cómo lleva el pelo. Demasiado rosa y demasiado de punta.

Rowan hizo un esfuerzo por reprimir la carcajada al ver al tipo del que hablaban.

—¿Crees que me gustaría saber qué es lo que hacen? —le preguntó Jake con cierto miedo.

—Seguramente no.

Abby le dijo algo al oído a su hermano y, acto seguido, ambos se volvieron a mirar a Jake. Después siguieron mirando por la ventana con gesto satisfecho.

—Confío en ti —admitió el observado sin querer preguntar nada más.

No hacía falta mucha sabiduría maternal para saber que no estaban tramando nada bueno. Tendría que volver a hablar con ellos sobre lo poco adecuado que era intentar atrapar un padre entre desconocidos.

Entonces notó la mano de Jake en el brazo.

—¿Podemos hablar un momento mientras están entretenidos?

—Claro —accedió ella, aunque el tono de su voz no le dio buenas vibraciones.

—Intenté decírtelo ayer… Hay algo de lo que tenemos que hablar. Yo…

La mente de Rowan se puso a elucubrar a la velocidad del rayo. ¿Estaría casado? ¿Se había escapado de una prisión de alta seguridad?

Jake se frotó los ojos mientras murmuraba algo entre dientes.

—Todo está yendo muy deprisa entre nosotros. Mucho más rápido de lo que yo había pensado y no quiero estropearlo. Me importas mucho.

Los ruidos del local desaparecieron a medida que ella fue metiéndose en la conversación. ¡De verdad le importaba! No era solo ella la que estaba sintiendo algo muy especial. Menos mal que no eran solo las hormonas. Lo único peor que no tener ningún romance, es tener uno no correspondido.

Jake le tomó las manos.

—Deberíamos empezar bien y para eso necesito hablar contigo en algún sitio tranquilo.

Gracias a los niños y a su escandaloso vecino, en su vida no había en aquel momento nada parecido a un lugar tranquilo. Pero le ofreció lo más parecido que se le ocurrió.

—¿Por qué no vienes a casa esta noche a eso de las nueve? A esa hora Abby y Mac ya estarán durmiendo —dudó unos segundos si debía decir aquello, pero lo dijo—: Jake, tú a mí también me importas mucho.

Su mirada se hizo aún más profunda al oírla decir eso.

—Eres muy especial. Lo sabes, ¿verdad?

El corazón empezó a pegar botes dentro de su pecho. Hacía tanto tiempo que ningún hombre la consideraba especial. Ni siquiera estaba segura de que eso hubiera ocurrido alguna vez.

—Mami, ¿te va a besar o algo así? —le dijo de pronto la niña tirándole de la camisa.

—¿Qué? Claro que no, Abby.

Pero la pequeña no parecía muy convencida.

—Entonces, ¿por qué…?

—¡Mira! Aquí está vuestro desayuno —exclamó Rowan, profundamente agradecida.

En cuanto probó lo que había pedido no le importó lo más mínimo la cantidad de calorías que se iban a alojar en los lugares menos apropiados de su cuerpo. De hecho, se le escapó un suspiro de placer.

Jake la miró riéndose.

—Parece que los huevos revueltos te hacen sentir verdadero placer —le dijo con una sonrisa inequívocamente sexual. Pero al ver que se ruborizaba, decidió tener piedad de ella y no dijo nada más.

Después del desayuno volvieron paseando hasta la tienda y se despidieron allí:

—Entonces nos vemos luego —le dijo ella cuando los niños hubieron entrado, no sin antes darle las gracias a Jake por el desayuno.

—Espera, no huyas —la detuvo poniéndole una mano en la cintura.

Un beso, solo un beso. Rowan se inclinó hacia él, pero cuando sus bocas estaban a solo unos centímetros, vio por el rabillo del ojo dos caritas que los observaban desde dentro. Se movió lo justo para besarlo en la mejilla.

—Has fallado —le dijo él riéndose.

—Tenemos espectadores.

Jake soltó una carcajada, le agarró la mano y se la llevó a los labios.

—¿Esto es más adecuado para nuestro público?

—Es adecuado hasta para una princesa —respondió ella con una sonrisa de complicidad—. Hasta esta noche.

—Sí —al verlo marchar, se dio cuenta de que lo hacía cabizbajo. Afortunadamente, esa misma noche se enteraría de qué era lo que lo tenía tan preocupado.

—Espero que no sea nada grave —murmuró con cierta aprensión. Por una vez en la vida se merecía un final feliz y quería que fuera con Jake.

 

 

Después de comer estaba cosiendo por quinta vez el dobladillo del vestido de la señora Hammacher cuando se dio cuenta de que empezaba a perder la paciencia con aquella clienta.

Justo entonces, el tipo de al lado empezó con sus sonidos tribales.

—¿Qué es eso? —preguntó la señora Hammacher, alarmada.

—Es… música, o algo parecido —respondió Rowan desabrochándole el vestido.

—A mí me gusta.

—Bueno, pues ya hemos acabado por hoy —continuó Rowan sin querer entrar en el tema de las dotes musicales. Les pidió a los niños que salieran de la trastienda para que la señora pudiera cambiarse.

Diez minutos después su clienta se había marchado, los gemelos habían vuelto a sus juegos y ella le estaba dando los últimos retoques al vestido de su cita de las tres. Como si hubiera notado que necesitaba tranquilidad, el vecino había adaptado la música y había comenzado a tocar una suave melodía que consiguió que Rowan la tarareara con total relajación. Por algún motivo, aquella música le traía a la mente imágenes de días primaverales en la granja en la que había crecido.

Aquello la hizo recordar que debería haber hecho su llamada semanal a su madre para asegurarle que la gran ciudad la trataba bien y que todavía no había sucumbido a sus peligrosos atractivos… Bueno, no a todos al menos, tuvo que matizar pensando en Jake. Se puso en pie para pedir a Abby y a Mac que la acompañaran a llamar a su abuela.

Al acercarse a la trastienda, oyó una voz que hizo que se le pusieran los pelos de punta.

—Calla o nos va a oír —era Abby.

—No, está muy ocupada cosiendo —respondió Mac con total tranquilidad.

Se asomó justo a tiempo de verlos desaparecer por las escaleras que conducían al sótano.

¡Por fin una oportunidad de pillarlos in fraganti! Rowan fue corriendo a cerrar la puerta de la tienda y les siguió los pasos hacia el sótano. Allí estaba todo lleno de cajas, trastos y mucho polvo acumulado a lo largo de los años, pero ni rastro de los niños. Llegó a un lugar con el techo muy bajo donde era evidente que alguien acababa de mover algunos ladrillos. Se asomó por el hueco y pudo oír dos vocecillas que conocía muy bien.

—Solo un poco más. Y no seas tan gallina, te prometo que aquí no hay arañas.

—¡Eso dijiste la última vez!

Rowan hizo caso a su instinto maternal y, retirando un par de ladrillos más, se metió por el hueco. Deseó que Mac tuviera razón sobre las arañas. Una vez dentro, se dio cuenta de que las paredes eran de metal; aquello debía de haber sido un conducto de calefacción o algo parecido. Afortunadamente, parecía lo bastante fuerte para aguantar su peso.

El hueco estaba bien para un niño de cinco años, pero para una mujer hecha y derecha era bastante claustrofóbico. No obstante, continuó reptando hasta llegar a lo que identificó como el sótano del vecino. Ahora se encontraba en territorio prohibido. Le resultó más fácil salir del conducto que entrar en él. Se puso en pie y se sacudió el pelo sin pensar en lo que podía haberse quedado enredado entre sus rizos.

—Hola, niños —les dijo en voz baja cuando los hubo alcanzado nada más salir del estrecho túnel—. Bonita manera de visitar al vecino.

—¡Ssshhhh! —respondieron los dos antes incluso de identificar su voz. Después se quedaron mirándola sorprendidos.

—Habéis tenido mucha suerte —empezó a decirles en tono reprobatorio—. ¿Sabéis lo que podría haberos pasado ahí dentro?

—¡Calla, mami! Nos va a oír —la avisó Mac como si fuera ella la que estaba haciendo algo mal.

—Yo no me preocuparía tanto por él. Vuestro verdadero problema soy yo —Rowan empezó a oír la música del señor Albreight, que ahora estaba muy cerca.

—¿Por qué no volvemos ya? —sugirió Abby.

—No tan deprisa —los niños se quedaron paralizados—. Vamos a subir a explicarle al vecino lo que habéis estado haciendo.

—Es una broma, ¿verdad, mami?

—Nunca he hablado tan en serio —aseguró señalando las escaleras—. Vamos, subid.

Según subían, Rowan iba ensayando qué le iba a decir a aquel tipo, cómo iba a explicarle el comportamiento de sus hijos. Al menos podría enterarse de qué demonios estaba haciendo con tantos ruidos. Una vez arriba, los tres se detuvieron frente a la cortina que conducía al local de al lado de la tienda.

—Empieza el espectáculo —murmuró ella descorriendo la cortina.

Entonces se dio cuenta de que tampoco esa vez iba a conseguir su final feliz.