Jake.
Por una décima de segundo, además de la sorpresa, Jake notó una tremenda alegría al oír aquella voz junto a él. Cierto era que algo en su mente le decía que Rowan no debía estar allí, pero al mismo tiempo era un placer tenerla a su lado.
Se volvió sonriendo, pero cuando vio la expresión de su rostro, una expresión llena de enfado y dolor que le encogió el corazón, se le vino encima todo el peso de las mentiras que le había contado.
—Puedo explicártelo…
Ella levantó la mano para detenerlo.
—No te molestes. Creo que puedo imaginármelo yo solita.
Rowan parpadeó varias veces y Jake no supo si era para retirarse el polvo de los ojos, o por algo mucho peor que había provocado su estúpida broma.
—¿Te lo has pasado bien a mi costa? —le preguntó acercándose a él, los niños sin embargo permanecieron pegados a la cortina, haciéndolo sentir aún más culpable si eso era posible—. ¿Te ha parecido divertido engañarme de esta manera?
Él negó con la cabeza, incapaz de articular palabra.
—Jake… Miller. Bueno, el apellido hay que cambiarlo, ¿no es así, Jake Albreight? ¿O también me has mentido con el nombre?
—No, no. Sí que me llamo Jake —respondió odiándose a sí mismo como nunca lo había hecho en su vida.
Rowan echó los hombros hacia atrás y lo miró fijamente; él reaccionó de manera inconsciente, dando un paso atrás.
—Muy bien, Jake Albreight, al menos tengo un nombre que ponerle al muñeco de vudú al que voy a torturar en cuanto llegue a casa. ¿Por qué no te portas bien y me das algún objeto personal que pueda utilizar? ¿Un mechón de cabello o algo así como regalo de despedida?
Se estremeció al ver el brillo sanguinario de sus ojos; tenía la impresión de que ese «algo así» que había dicho no se refería a algo tan inocente como un mechón de pelo. Aunque prefería verla enfadada que dolida.
—Rowan…
—No. No digas nada —lo miró de arriba abajo y lo hizo sentir aún más pequeño que sus hijos—. No me llames, no trates de disculparte y, si me ves por la calle, ni se te ocurra intentar hablar conmigo. ¿Entendido?
El nudo que tenía en la garganta se hizo aún más grande. ¿No podría volver a reírse con ella? ¿Ni tocarla? ¿Ni verla jamás?
—No puedo prometértelo.
Ella soltó una gélida carcajada.
—Tampoco te creería aunque lo hicieras. Parece que no tienes una buena relación con la verdad —añadió dándose media vuelta—. Abby, Mac, vámonos de aquí —los niños corrieron y se le agarraron uno a cada mano sin dejar de mirarlos con preocupación—. Te lo digo en serio, Jake. Déjanos en paz.
Salieron de allí dejándolo rodeado de silencio y lleno de rabia.
—¡Maldita sea! —exclamó dando un puñetazo al aire.
Necesitaba romper algo, gritar; tenía que deshacerse de la tremenda impotencia que había provocado su estupidez. Pero no quería hacer nada que ella pudiera oír desde el otro lado, no quería manchar aún más la imagen que tenía de él. Ya lo consideraba mentiroso, irresponsable y egoísta, no le iba a hacer ningún bien que a eso añadiera también la violencia.
No podía dejar de pensar en el modo en que Rowan había pronunciado su nombre sin dejar de mirarlo a los ojos. Acababa de conseguir lo que quería: distancia. Aquello lo hizo recordar una vieja maldición alemana que solía decir su abuelo: «que consigas todo lo que pidas».
No podía ni creer que él mismo hubiera cometido tal estupidez precisamente con una mujer como Rowan. Pero no podía dejarse vencer por su propia torpeza, ahora solo necesitaba un plan, porque no pensaba renunciar a ella. Eso sí, tendría que idear el mejor plan de la historia.
Pasaron dos semanas sin que Rowan supiera nada de Jake, ni oyera ni un solo ruido procedente de su apartamento. Tuvo que recordarse que eso era exactamente lo que ella le había pedido que hiciera. Estaba mejor sin él. Al menos eso era lo que se esforzaba en decirse a sí misma mientras se arreglaba para ir a una de las citas a ciegas que le preparaba Melanie. Al menos esa vez iba a contar con la presencia de su amiga y su marido. Solo había accedido a ir porque tenía la esperanza de que le sirviera de antídoto contra Jake. No podía quedarse allí una noche más, con los cinco sentidos puestos en averiguar si él estaba en casa y diciéndose que en realidad no le importaba.
Quizá sí que le siguiera importando un poco, pero aquello era como un virus: en un par de días se habría deshecho de él por completo.
—Estás muy guapa, mami —le dijo Abby desde la puerta de su dormitorio.
Rowan se alejó del espejo y levantó a la niña en brazos.
—Gracias, cariño. Tú eres guapísima —«pero no crezcas muy rápido», continuó diciéndole en silencio, «los cuentos de hadas no existen, la vida real es mucho más difícil».
—¿Podemos pintar con las manos cuando estemos con la niñera? —le pidió Abby sin saber por qué su mamá la apretaba tanto pero no decía nada. Rowan pensó que los niños parecían saber cuándo estaba en baja forma para así pedirle algo.
—No, solo con los lápices.
Justo entonces sonó el timbre de la puerta y Rowan acudió a abrir convencida de que sería la mencionada niñera. Pero en lugar de una adolescente mascando chicle, se encontró con un montón de globos atados a una curiosa escultura en forma de árbol. Los globos eran transparentes y cada uno de ellos tenía dentro un papelito doblado.
¿Sería un regalo para los gemelos?, se preguntó mientras rebuscaba en la base de la escultura hasta encontrar un sobre. La tarjeta solo contenía dos palabras: «La verdad», y la firmaba Jake. Rowan pinchó el primer globo mientras pensaba que le iba a hacer falta algo más que una oferta de paz como aquella para conseguir que lo perdonara. Era una rata y no iba a obtener clemencia solo porque le hubiera preparado una bonita sorpresa. Le había mentido y se había reído de ella. Aún más, se había quedado con el lugar destinado a ser su tienda.
—¿Qué crees que es? —preguntó Mac mirando el papelito que se había quedado en el suelo después de que el globo explotara.
Rowan lo miró unos segundos antes de agacharse y desdoblarlo. Era un certificado de nacimiento, el de Jake. Allí figuraban todos los detalles de su nacimiento. Explotó el siguiente globo.
«Nunca fui a la universidad, pero me gustaría haberlo hecho», decía la tarjeta. Algo peligrosamente parecido a las lágrimas empezaba a agolpársele en los ojos. No quería que aquella treta la ablandara, pero sabía que no servía de nada luchar esa batalla. Siguió leyendo con tanto interés, que ni siquiera se enteró cuando los niños le abrieron la puerta a la niñera.
Una vez hubo leído todos los mensajes de los globos, estaba en posesión de todos los sueños y lamentos de Jake: su madre había muerto cuando él tenía solo ocho años y todavía seguía hablando con ella en sueños. Nunca había estado enamorado, pero había alguien a quien deseaba ver con todas sus fuerzas.
Todavía le quedaba una última nota que se había guardado en el bolsillo. Salió de allí después de darle las instrucciones pertinentes a la niñera y se marchó hacia una cena en la que no tenía el menor interés.
Consiguió llegar hasta el coche sin leer la nota, tenía mucho miedo de volver a creer en él. Cuando estaba metiendo la llave en la puerta del coche, oyó una voz profunda de alguien que se encontraba a su espalda.
—Te echo de menos.
Allí estaba, apoyado en el capó de su camioneta, que estaba aparcada detrás de su coche. Rowan lo miró sin saber qué decir, incapaz de pronunciar una palabra.
—Sé que lo estropeé todo. Iba a contártelo aquella noche. De verdad.
—Te creo —respondió ella en un susurro. Pero ya no importaba porque lo que realmente le dolía era que se le hubiera ocurrido hacerle algo así.
—¿Podemos hablar unos minutos? —le pidió acercándose a ella.
—No, me están esperando. Tengo una cita —añadió, pero se arrepintió inmediatamente de ser tan vengativa.
—Te desearía que lo pasaras bien, pero te estaría mintiendo —dijo con tensión en la voz. Espero que vuelvas pronto a casa y que cuando te metas en la cama, pienses que yo estoy justo al otro lado de la pared. Quiero que pienses en mí, en nosotros.
Volvió a meter la llave y esa vez abrió la puerta.
—No hay ningún «nosotros» —la puerta chirrió y él puso un gesto de dolor, quizá por el ruido de la puerta, quizá por su comentario.
—Yo podría arreglarte eso —le ofreció apoyándose en la puerta.
Rowan suspiró y se metió en el coche.
—Puede ser, pero no puedes arreglarlo todo.
Jake se inclinó y le hizo una caricia en la cara que la hizo temblar como una hoja a punto de caer.
—Pero podría intentarlo, preciosa. Te aseguro que lo intentaría.
No había dejado de temblar cuando llegó al restaurante y eso que había conducido varios kilómetros desde donde había dejado a Jake… y parecía que también había dejado su corazón.
Aquella noche Rowan intentó no pensar en Jake cuando estaba en la cama, pero parecía estar en cada rincón de su cerebro. También había estado con ella en la cena, por eso se había ido en cuanto le había sido posible sin parecer grosera.
—No pienses en Jake… No pienses en Jake —se dijo a sí misma con la mirada perdida en la blanca pared que la separaba de él. Intentó enumerar todas las esposas de Enrique VIII, pero se perdió cuando iba por la tercera.
Como si Jake pudiera percibir su debilidad, empezó a tocar una música suave y melancólica que no la ayudó en absoluto. Las dulces y sexys notas de la melodía le acariciaban la piel como si fueran manos. Estaba haciéndole el amor sin ni siquiera tocarla. Entonces paró la música.
—Piensa en nosotros, Rowan —dijo él desde el otro lado.
Rowan se revolvió en la cama con impotencia.
—Como si pudiera pensar en otra cosa.