Amigo Cócaro:256
Sé que llamó usted por teléfono pidiendo datos bibliográficos míos. Ahí van:
Nací en 1914, en Bruselas.
Publiqué Los reyes en 1949.
Escribo ensayos y cuentos. Un tomo de cuentos debería aparecer pronto. Se llama Bestiario.257
Su amigo
Julio Cortázar
3 de enero de 1951
Mon cher Fredi:
Hace ya mucho que quería escribirle, pero esperaba un poco una carta suya en respuesta a la mía desde París. No me llegó, pero en cambio conocí su larga carta dirigida a Susana, y que también me estaba destinada. De esto ya hacen dos meses; ahora creo que es tiempo de que le escriba sin esperar más. Lo único que lamentaría es que usted no esté ahora en la dirección adonde mandaré esta carta, pero supongo que se la remitirán a cualquier otra parte.
Me cuesta encontrar palabras para decirle lo que significó para mí su carta a Susana. Si algo puede creer de mí, es que la leí con toda la pureza y toda la receptividad posible; con todo el deseo de que la carta hiciera por mí lo que usted deseaba que hiciera por todos nosotros. Sólo que, Fredi, estoy muy lejos, y no sé todo lo que sabe usted, y no merezco lo que merece usted. No tome esto como meras frases, no creo que entre nosotros las frases sean necesarias. Su experiencia, esa admirable experiencia que su carta cuenta como solamente un poeta puede hacerlo, es la experiencia que alcanza aquel que agotó plenamente los frutos previos, las etapas previas, los caminos que, finalmente, lo han llevado a su saber de hoy. ¿Y qué somos nosotros, los que recibimos su carta, los destinatarios de su carta? No puedo hablar por Susana ni por los demás; sólo por mí, sólo por este saco de huesos que ama la vida y le sale al encuentro en su pequeña medida sudamericana, en su mínima dimensión de literatura y de arte y de amor y de tiempo. Entonces, Fredi, su revelación me llega como la luz de la luna; usted es la luna, recibiendo directamente la luz; y lo que me toca a mí es su carta con sus palabras, la luz de la luna para leer su carta.
He tenido con todo una enorme alegría. Por usted, por saberlo tan en paz y tan sereno. Su carta transmite una impresión de serenidad como sólo lo dan los textos místicos extremos, ésos donde el lenguaje es como el suyo, ya casi no es lenguaje sino voz en estado de pureza, transmisión directa del balbuceo. Qué literario suena todo esto, Fredi. Perdóneme esta retórica que oculta lo que en verdad me gustaría poder decir.
Ha pasado mucho tiempo, y quizá usted esté en otras cosas, viviendo otra vida, ya realmente muy lejos de Julio Cortázar. Esta geografía inmensa que nos separa tiene un valor de símbolo, parece mostrar la otra geografía interior que también nos distancia. ¿Estuvimos realmente cerca alguna vez? Sí, por el cariño y por los gustos comunes; estuvimos juntos en una misma página de Pierre-Jean Jouve, en un mismo verso de César Vallejo. ¿Pero tendrán estos nombres algún sentido para quien quizá puede ahora prescindir de todo nombre?
El cariño queda, y la esperanza de algún encuentro en el futuro. Lo extrañé tanto en París, amigo. En mis largas andanzas con Sergio, usted era un nombre incesante en nuestro diálogo. También lo extraño en Buenos Aires, pero de algún modo me doy cuenta de que usted no perteneció nunca a esto, que estaba siempre de paso. Europa lo incluía a usted de una manera casi obsesiva. Me acuerdo de Firenze, de un domingo de tarde en que se me ocurrió ir a escuchar la Ofrenda musical que Scherchen dirigía en el Teatro Comunale. Cuando surgió el primer tema, cuando el aire fue Bach, usted ya estaba a mi lado, oyendo conmigo esa pura maravilla. Y por la noche, en el Lungarno, en el Ponte Vecchio, usted caminaba conmigo, y bebía de mi vino en una hermosa, sucia cantina del Borgo Sancto Spirito, a doscientos metros de los frescos de Masaccio.
Poco le puedo contar de mí, y en realidad hasta que no reciba algunas líneas suyas me estaré preguntando si esta carta no es más una molestia para usted que otra cosa. (El pasado debería quedarse quieto, pero no quiere, se mueve, crece y vuelve; yo también recibo cartas que quisiera no recibir, cartas escritas por muertos.) Lo sé sincero conmigo, y si las palabras del americano ya no tienen sentido para usted, dígamelo en dos líneas. Nada tiene el cariño que ver con esto. Una vez alguien se marchó por siempre de mi lado, y me dejó como despedida esta línea de Rilke: Il faut laisser seuls ceux qu’on aime. Es un buen consejo; dígame si debo seguirlo; la amistad se mantendrá del otro lado de las palabras, invariable.
De todos modos, aquí van noticias. Supongo que ya sabe el fracaso del viaje de Havas. No alcanzó a estar dos meses en las islas, y a fines de octubre llegaba nuevamente a B.A. No me parece justo abrir aquí hipótesis sobre lo sucedido; él me dijo que había tenido un desfallecimiento, una necesidad de volver junto a su familia, y que eso fue más fuerte que los inconvenientes materiales (que por otra parte eran muchos). Ya se imaginará usted que mi situación se presentó delicada y difícil. A los treinta y seis años, y en Buenos Aires, no es fácil salir a ganarse la vida de golpe. Con todo, Havas se apresuró a decirme que contaba conmigo, y me propuso inmediatamente constituir una sociedad. Acepté, y estamos trabajando juntos. Para mí la solución, aunque sin las ventajas del primer convenio en cuanto a dinero, me representa menos trabajo y una gran tranquilidad. Puedo dedicarme a mis cosas con bastante tiempo, escribo mucho, leo, y vivo en paz. Tengo la nostalgia europea, incesantemente; si pudiera irme por siempre allá lo haría sin vacilar. Pero ya imagina usted que un argentino no hallaría fácilmente con qué subsistir en Francia, aunque estuviera dispuesto a hacerlo pobremente. (Y sin embargo estoy un poco obsesionado; me elijo europeo, y me siento un cobarde por no cumplir mi elección. No quiero decir: tal vez un día… porque ésa es la más repugnante de las cobardías. Un día me iré, y eso será todo.)
¿Quiere noticias literarias, Fredi? ¿Realmente quiere noticias literarias? Mis últimos cuentos están en prueba de página; los edita Sudamericana, y saldrán en un par de meses. Durante el invierno escribí una novela, El examen; no se podrá publicar por razones de tema,258 pero me ha servido para escribir por fin como me gusta, en plena libertad. Yo le conté una vez algunas ideas que irían en esa novela, como aquello del barrido de los tranvías con todos los pasajeros dentro. Ya está escrito, y me gusta bastante. Y ahora, para pasar el verano, he reunido el mucho material que había juntado en varios años sobre Keats, y estoy haciendo de eso un libro.259 No quiero que sea cosa de scholar; lo escribo sueltamente, con toda clase de diversiones y digresiones, con relatos marginales y analogías. Será un libro escandalosamente anti-universitario; por eso, espero, les gustará a los buenos lectores de Keats.
Havas tuvo la gentileza de darme a leer una carta de Vd. a él, y otra de Natacha. Supe por esta última los detalles de su existencia en la India. Pero hace tanto de eso que me pregunto si verdaderamente ustedes están ahora en la India.
Fredi, Venecia era lo que usted me anunció en una carta: la vieja cortesana que ofrece un ramo de violetas marchitas. Un día, en la Giudecca, al pie de la Calcina, recordé de pronto que era en Venecia que ustedes se embarcaron para el Oriente. Durante todo el viaje tuve la obsesión de las miradas anteriores. Decirme: “Este Carpaccio –¡qué pintor, Fredi!– lo miraron ellos antes de marcharse”. O quedarme delante de un viejo palazzo, y decir: Byron miró, quizá tocó estas piedras. Y en Pisa, andando junto al Arno, me parecía ver el pelo suelto de Shelley, su risa aguda. Y cuando fui al cementerio protestante en Roma, y me detuve ante la tumba de Keats, y pensé en todos los que lo hicieron ya (imagino que también usted), y me pareció que Europa es eso: un lugar donde se encuentran indeciblemente las miradas de los seres que merecen vivir.
Susana se marchó a Europa hace dos semanas. Jorge se dispone a hacer lo mismo el 23; está muy bien, y juntos leímos su carta a Susana. No sé más de sus amigos, a Cuadrado no lo veo, Sergio no ha vuelto todavía. Me acuerdo de mi despedida con Sergio; en el Louvre, en las salas de escultura románica. No acabábamos de mirar, de darnos la mano, y en seguida quedarnos de nuevo delante de otra estatua… Entonces él me llevó a las salas egipcias, a mostrarme la imagen de una reina de la que se había enamorado. Se fue, y yo seguí mirando la estatuilla. Ahora que se lo cuento, todo eso es mucho más real y presente que esta oficina de Havas y esta máquina que golpeo. Ah, Fredi, por dónde andará usted viviendo y pensando, y qué absurdo me suena todo esto que le estoy contando.
No quiero comentar el sentido y los alcances de su carta; creo que en ella lo que menos importaba era, digamos, la metafísica, sobre todo la dialéctica; el sentido era de experiencia viva, de participación. Y creo, se lo repito, no alcanzar esa participación más que como un reflejo –que no basta. Tal vez me llegue el día en que acuda, con una muchedumbre, a sufrir la mirada de un iluminado; tal vez mi camino termine en un encuentro, en una oneness,260 como veía Keats el acto poético. Por ahora soy un hombre que vive de sus impulsos más que de sus ideas, y que cree en la autenticidad de una vida conectada con todas las fuentes, con todas las aguas profundas. Su carta me ha hecho mucho bien, me ha mostrado que siempre hay esperanza. La luna, al fin y al cabo, muestra el camino del sol. Vivo como un gran temblor, como un salto sin bailarín.
Mis muchos cariños a Natacha, mis deseos de leer alguna vez dos líneas suyas. Havas agrega aquí sus afectos para los dos. Yo lo abrazo muy fuerte, Fredi, y le agradezco de nuevo su mensaje,
Julio
Buenos Aires, 22 de Mayo de 1951
Señor Secretario de la Facultad de Filosofía y Letras,
UNIVERSIDAD NACIONAL DE CUYO.
De mi mayor consideración:
El que suscribe, JULIO FLORENCIO CORTÁZAR, se dirige a Ud. para solicitarle quiera tener a bien ordenar la expedición de un Certificado de los servicios prestados por él en la Facultad de su digna Secretaría.
Mueve este pedido la necesidad de presentar dicha certificación de servicios a la Embajada de Francia en Buenos Aires, en un expediente de solicitud de Beca.
Rogando quiera disponer que este pedido sea evacuado con la mayor diligencia posible, por ser urgente la necesidad de dicho Certificado de servicios, saluda a Ud. atentamente,
Julio Florencio Cortázar.
Profesor Interino en 1944 y 1945 en las siguientes Cátedras:
Literatura Francesa I
Literatura Francesa II
Literatura de Europa Septentrional.
Dirección del Seminario de Literatura de Europa Septentrional.
Domicilio: Lavalle 376, 12 O. Buenos Aires.
26 de julio de 1951
Mi querido Fredi:
Con un día de intervalo, llegaron sus cartas a manos de Havas y mías. La idea de que han llegado felizmente hasta aquí nos da una gran alegría, porque los dos estamos convencidos de que mucho correo a y de la India se pierde. Me alegra saber que recibió usted mi última, que le mandé con una extraña sensación de que también iba a perderse. En ésta de hoy, acudo a un procedimiento un poco pueril, pero que me parece eficaz; la estoy escribiendo con una copia carbónica, y remitiré dos cartas –con tres o cuatro días de intervalo, para que vayan en distintos aviones–; creo que así tengo la seguridad de que una de ellas le llegará. (Los globos, ¿no soltaban dos palomas? Las patrullas de reconocimiento, ¿no están formadas por dos? The postman always rings twice.)261
Hay una razón especial para que no quiera correr el riesgo de que se pierda esta carta, pero antes de hablarle de eso le voy a decir toda la emoción que encontré en su mensaje. Me pregunto, incluso, si este lenguaje mío no le llega ya a usted como un eco de pasado, una desconexión con algo que fue su realidad de antes. Usted me parece tan profundamente adentrado en esa verdad que le llegó en su hora, después de una vida previa llena de experiencias y de altas horas. Usted tiene ya le lieu et la formule. Pero el hecho de que encuentre palabras tan próximas a mi sensibilidad para escribirme, me prueba por otro lado que la distancia no es insalvable, que todavía nos tocamos –al menos en el afecto y el recuerdo. Y pienso que usted, en cierto modo, no se aleja de su antigua vida, sino que entra en un plano total de realidad, donde cada cosa se sitúa en su justa medida y vale en su justo valor. Esa oneness que tan desesperadamente buscó Keats en el panteísmo, en el animismo, la estará usted alcanzando en un plano trascendente. Sólo así se pueden decir las cosas que usted me dice, y el hecho de que sea yo quien provoca esas palabras me confirma que seguimos próximos en la distancia. Sin falsa modestia, comprendo de sobra que su realidad de hoy sobrepasa infinitamente la mía, pero que como hemos partido de un mismo centro –Occidente, nuestros poetas, nuestros valores–, hay una zona donde continuamos en contacto. Le confieso que cuando escribió usted su larga carta a todos nosotros, contándonos su revelación, me aterró pensar que ese ingreso a una realidad espiritual para mí inalcanzada, me separaría para siempre de usted. Ahora comprendo que el avance de su espíritu es menos un desasimiento que un asimiento, una comprensión final y profunda de esta realidad que yo comprendo sin finalidad y sin profundidad. Le repito que no es falsa modestia. Todo lo que he trabajado en este año pasado y lo que va del 51, sobre todo la tarea abrumadora de escribir el libro sobre Keats, me ha mostrado claramente cómo me sostengo precariamente en lo real, cómo las palabras me engañan y me dan una provisoria seguridad, cómo una buena dosis de lecturas me ayuda como si fuera morfina a sobrevivir y a creer –no siempre, por suerte– que tengo lo que la gente llama una “cultura” –eso que en la mayoría de los casos es un buen sistema de defensas, de límites, de nociones– es decir una barricada contra lo que empieza más allá, que es lo Real. Seguro estoy, después de seis meses de trabajar noche a noche sobre los textos keatsianos, sobre mis recuerdos, sobre mis “iluminaciones”, que no tengo de la realidad más que una idea provisoria y lamentable –como la tenía el mismo Keats, que se salvaba por su prodigioso don lírico, que iba más allá de él–. A veces, con lo que pueda yo tener de poeta, entreveo fulgurantemente una instancia de esa Realidad: es como un grito, un relámpago de luz cegadora, una pureza que duele. Pero instantáneamente se cierra el sistema de las compuertas; mis bien educados sentidos se reajustan a la dimensión del lunes o del jueves, mi bien entrenada inteligencia se ovilla como un gato en su cama cartesiana o kantiana. Y el noúmeno vuelve a ser una palabra, una bonita palabra para decirla entre dos pitadas al cigarrillo.
No importa, Fredi; mucho es ya saber que esa realidad está ahí, del otro lado. Quizá un día se rompan las compuertas, como se han roto en usted, que está andando por el camino largo. Le agradezco sus deseos de que me informe de la literatura del budismo a través de Suzuki, y también de la obra de Chuang Tzu. Aparte de pedir los libros, voy a preguntarle a Vicente Fatone si tiene el libro de Suzuki, ya que él es dueño de la mejor biblioteca sobre temas indios. Incluso, dados los pedidos que siempre hace de este tipo de libros, resulte más fácil obtener un ejemplar de Londres. Sólo por pereza, por esa fidelidad ciega a lo occidental, me he abstenido de leer las obras de los místicos y los pensadores orientales; sé de sobra que hago mal. Precisamente, esa “dislocación de todo el sistema psíquico” que usted menciona, es lo que uno resiste atávicamente con ese miedo casi orgánico que tiene el occidental de perderse en algo que no sabe si será una realidad más esencial, o simplemente la locura o la aniquilación. Entre nosotros, el long dérèglement de tous les sens262 no pasa de un programa literario o una excusa de las borracheras o la pederastia de los veinte años. (Cf. L’Enfance d’un Chef, de Sartre.) Es terrible como nos atrincheramos en las categorías lógicas. Sólo en la poesía cedemos a esa posibilidad-de-que-las-cosas-sean-de-otra-manera, y es por eso que las entrevisiones de la realidad suprasensible sólo se nos dan a nosotros en la poesía, ya sea leyéndola o sintiéndola nacer en lo hondo. ¿Y qué queda de todo eso? Un poema, un montoncito de ceniza en el sitio donde habíamos visto arder el Ojo del ser.
Veo por su carta que Natacha y usted están bien, y además que vuelven a la Argentina el año que viene. Bueno, ahora tengo yo que darle varias noticias que van a transformar bastante mi vida. El gobierno francés acaba de darme una beca para estudiar diez meses en París, de octubre a julio de 1952. Yo me había presentado hace ya mucho, sin mayores esperanzas de éxito, pero una serie de circunstancias favorables me han hecho ganar la beca. En primer lugar, mis “antecedentes”, esa estupidez en la que todos se fijan tanto; libros publicados, traducciones, docencia, etc. Luego, un jurado excelente, donde estaban Marril-Albérès y Marc Berest, dos franceses jóvenes a quienes les interesó mucho el plan de trabajo que yo había presentado, y que consiste en líneas generales en investigar la novela y la poesía francesa contemporáneas en sus conexiones con las letras inglesas, mostrando sobre todo el avance de la actitud poética sobre la estética: una vieja teoría mía que llamo “poetismo”, y de la que usted tendrá algún recuerdo, ya que le habré atormentado los oídos hablándole de ella.
La cosa es que anteayer me enteré de que me habían elegido entre ciento y pico de candidatos (¡ejem!). Hasta ese momento, y como no creía realmente que me tocara a mí, no le dije nada a Havas, pero apenas supe la novedad –que me tomó bastante de sorpresa–, conversé largamente con él. Por supuesto que, desde el momento que Zoltan no tiene por el momento intención alguna de moverse de Buenos Aires, el hecho de mi ausencia durante diez meses le pareció perfectamente factible, y me alentó de inmediato a que aceptara la beca y no dejara pasar una oportunidad semejante.
Me interesa, Fredi, detallarle bien esta situación mía con Havas, porque usted ha sido el parrain263 de ella, y porque tanto Havas como yo sabemos cómo se preocupa usted por estas cosas. En primer lugar, si la beca me hubiera sido ofrecida antes de irse Zoltan a Tahití, o durante su estadía allá, yo la habría rechazado de plano, ya que había dado mi palabra de atender el estudio y era responsable de que 1/3 de los ingresos fuera a las manos de Mrs. Havas. Pero ahora la situación es distinta. Havas ha vuelto, y no piensa volver hasta un plazo nebulosamente distante. Mi palabra queda, por tanto, liberada, y el hecho de que Havas, amablemente, me ofreciera continuar en sociedad, no altera el hecho de que él, prácticamente, NO NECESITA AHORA DE MÍ. Es decir que se basta y sobra para atender el estudio. Lo que tiene además otra consecuencia importante: Havas –conmigo a su lado– está ganando mucho menos que antes; concretamente, el 50% menos. Si yo me voy por diez meses, él se beneficia en por lo menos 20 o 25.000 pesos, lo cual no está nada mal para un eventual proyecto de irse otra vez a las islas, o para comprarse lo que le dé la gana. Es decir que, al irme, NO LO PERJUDICO. Muy al contrario. Usted sabe cómo es Havas de rutinario, y lo que antes parecía un afán de juntar dinero para irse, es ahora costumbre de trabajar, de pasarse el día en el estudio, de no vivir más que para su trabajo. Ha abandonado por completo el Yacht Club, va y viene de San Andrés todos los días, se niega a ver a sus amigos, y vive realmente encerrado en una misantropía peligrosa, que a mí me preocupa tanto como a usted, pero de la cual no creo que pueda sacarlo ningún homeópata, y mucho menos su junior partner.
En suma, que Zoltan ve con toda satisfacción que yo me vaya a la rive gauche, y me ha declarado que a mi retorno seré tan bienvenido como siempre, cosa que no dudo en absoluto, porque si hay un gentleman en este mundo, después de usted, ése es Zoltan.
Explicado ese aspecto (perdóneme el tono pedagógico, pero quiero ser muy claro, y además cuando uno ha sido profesor durante doce años, vaya a quitarse las mañas, maldita sea), pasaré a la segunda parte, en la que necesito de usted una vez más. La cosa se me plantea así: mi problema con mi madre y mi familia, a la que mensualmente paso dinero, espero arreglarla llevándome algún trabajo de uno o dos editores argentinos, haciendo de agente literario de ellos en París, buscándoles novedades, etc. Es decir que cobraría una cierta suma mensual en Buenos Aires, que mi madre retiraría directamente para ella. Ese asunto queda, por tanto, cubierto. Creo que no habrá dificultad por ese lado.
Pero en cambio, lo que me preocupa, es que el dinero de la beca no me va a alcanzar en absoluto para vivir en París. Me darán alojamiento en la Cité Universitaire –lo cual ya es bastante–, y 15.000 francos mensuales, lo cual es muy poco. Gente que viene de allá me ha dicho que la vida ha subido mucho más que cuando yo estuve, y ya entonces 15.000 francos no alcanzaban para mucho. Como usted ve, mi problema consistiría en encontrar algún trabajo (lo más rutinario posible, no hago cuestión de preferencias), que sin robarme el día entero, me diera, no sé… digamos otros 15.000 francos. Usted que conoce aquello mucho mejor que yo, ¿cree que es posible? Con toda franqueza le digo que este asunto es vital para mí; comprendo que si no me aseguro un trabajo en París, no podré irme en octubre. El truco habitual es que a los becarios les mandan dinero desde Buenos Aires; pero para eso hay que tener quién lo mande, lo que no es mi caso. De manera que necesito ese trabajo, y me confío abiertamente a usted. Por supuesto que trataré de hacer otras diligencias, ¡pero es tan difícil desde aquí!
Lo que le pido es que si le parece factible darme una mano en este asunto, lo haga inmediatamente, y sobre todo que me ponga dos líneas apenas se le ocurra algo, ya que en realidad no me queda más que agosto y septiembre, y es muy poco tiempo cuando uno se dispone a una aventura semejante.
Me he preguntado a mí mismo si en el fondo lo que estoy buscando es quedarme por siempre en París. Quizá sí, quizá mi deseo intelectual (yo vivo en realidad allá, usted lo sabe bien) es un deseo absoluto, que me abarca por completo. Si así fuera, decidiré de mi destino una vez que sea el momento. Mi plan es ahora aprovechar esta beca, y acercarme un poco más a las fuentes: poesía, plástica, vida humana, esa entrega que los argentinos negamos y retaceamos y postergamos siempre. No quiero escribir, no quiero estudiar (aunque lo siga haciendo); quiero, simplemente, ser de verdad; aunque ello me lleve a descubrir que no soy nada. Cuánto mejor saberlo que seguir esta vida por mensualidades en Buenos Aires. Y si todo esto le suena absurdo, a usted que está en un orden que incluye y supera a todos los Buenos Aires y los París, sé en cambio que comprenderá mi especial y menudo problema de hombre.
Cuando usted me conteste, le escribiré largamente sobre un montón de cosas, sobre todo lecturas que he hecho, cosas que he escrito, y sucesos que me han pasado. Ahora estoy nervioso y preocupado con este repentino viraje, y tengo plena conciencia del hermoso lío en que me meto. Pero nada hay más hermoso que elegir, como enseñan los del café Flore, y la verdad que es así. El hombre es ese animal que puede elegir. ¡Hurrah!
No le pido perdón por el problema y la molestia que le planteo. Sé que no debo disculparme con usted.
Un abrazo grandísimo de
Julio
Chère Natacha:
Siempre recuerdo su rostro cuando fue a visitarme a la Cámara del Libro y me dijo: “Me voy a París, pasado mañana me voy a París”. Todos los arcos de los puentes, todos los colores de Rouault giraban como nubes en sus ojos. Ese día usted ya estaba en París, viviéndolo. Por eso sé que comprenderá muy bien todo lo que le escribo a Fredi, y que me acompañará en mi decisión, con todo lo azarosa que pueda parecer. Diez meses allá, sin los apuros del turista, sin tener que ir a veinte sitios en el mismo día (el año pasado, cuando estuve allá, hubo días en que vi dos películas, una pieza de teatro y además galerías de cuadros, aparte de hablar tres horas seguidas con Sergio); ahora podré entrar más a lo hondo, sin las espuelas del tiempo. Natacha, me duele pensar que si yo me voy, volveremos a desencontrarnos, ya que ustedes hablan de regresar a la Argentina en 1952. Pero quizá –¿verdad que sí?– volverán vía París, quedándose un mes allá; y entonces qué admirable sería, estar juntos allá, realmente estar los tres allá y que no fuera mentira.
Espero que les llegue el Bestiario. Quisiera escribirle mucho más, pero hoy debe salir esta carta sin falta, por lo que usted ya ha leído. Le prometo otra mucho más larga, y contarle montones de cosas. Quiero agregar (no fui bastante explícito con Fredi) que la salud de Havas es buena, físicamente, pero está desanimado, sin planes ni deseos de nada. Ha renunciado a su vida de antes, y encara sus traducciones como lo único que le quedara por hacer. No sé cómo será su vida familiar, pero advierto que prefiere quedarse todo el día aquí. Evidentemente pasa por un climaterio físico y psíquico del que quizá su enorme fortaleza física lo libre. He’s a great fellow.264 Natacha, un abrazo fuerte de
Julio
Jorge está muy bien. Daré los saludos a todos los amigos.
Buenos Aires, 10 de agosto de 1951
Señor Director del Pabellón Argentino
de la Ciudad Universitaria de París
D. Horacio Jorge Guerrico
Boulevard Jourdan 27,
París, Francia
De mi más alta consideración:
Me es muy grato dirigirme a usted, adjuntando una solicitud para ser admitido en el Pabellón Argentino que usted tan dignamente dirige.
El Gobierno de Francia me ha acordado una beca para efectuar estudios de literatura durante el período 1951-1952, y es mi intención llegar a París en los primeros días de Noviembre; como es natural, tengo el mayor deseo de residir en el Pabellón Argentino de la Ciudad Universitaria.
En tal sentido, a los datos del formulario respectivo, deseo agregar otros de carácter personal y profesional, que entiendo serán del interés de Ud. en el momento de estudiar mi solicitud.
Soy escritor, y he publicado dos libros de ficción: Los reyes (Buenos Aires, 1949) y Bestiario (Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1951). Me interesan particularmente la poesía y la novela francesas, y estudiaré bajo la dirección del Profesor Jean Marie Carré algunas líneas de contacto anglo-francesas, sobre las cuales vengo trabajando hace algunos años. He publicado, en revistas, ensayos y notas sobre estos aspectos literarios.
Durante los años 1944-1946, tuve a mi cargo las cátedras de Literatura Francesa I y II, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo. Por razones de familia, renuncié a las mismas para radicarme en Buenos Aires, donde ejerzo la profesión de Traductor Público Nacional en los idiomas francés e inglés. Termino actualmente la revisión de un estudio integral de la obra de John Keats, y publicaré un nuevo libro de ficción en el curso de 1952.265
Si me he extendido un tanto, ha sido en el deseo de proporcionarle elementos de juicio sobre mi labor y mis propósitos. Sólo me resta agradecerle la atención que quiera dispensar a mi solicitud.
Lo saludo con mi más alta consideración,
Julio Florencio Cortázar
Lavalle 376, 12 C,
Buenos Aires.
Agosto de 1951
Querida Edith:
No sé si se acuerda todavía del largo, flaco, feo y aburrido compañero que usted aceptó para pasear algunas veces por París, para ir a escuchar Bach a la sala del Conservatorio, para visitar Versalles, para ver un eclipse de luna en el parvis de Notre Dame, para botar al Sena un barquito de papel, para usarle un pulóver verde (que todavía guarda su perfume, aunque los sentidos no lo perciban). Yo soy otra vez ése, el hombre que le dijo, al despedirse delante de usted en el Flore, que volvería a París en dos años. Voy a volver antes, estaré allá en Noviembre de este año. Y desde ahora pienso, Edith, en el gusto de volverla a encontrar, y al mismo tiempo tengo un poco de miedo de que usted esté ya muy cambiada, sea una parisiense completa, hablando el lenguaje de la ciudad, y los hábitos de la ciudad, y todo eso que yo tendré que ir aprendiendo poco a poco, con cuánto trabajo. Tengo además miedo de que a usted no le divierta la posibilidad de verme, que al contrario le fastidie este recuerdo de Buenos Aires –ya que yo soy un poco Buenos Aires, eso que usted dejó atrás–. Por eso le pido que desde ahora, y se lo pido por escrito porque me es más fácil, que no vaya a crearse problemas de “buena educación” cuando yo la busque en París. Si usted está ya en un orden satisfactorio de cosas, si no necesita usted este pedazo de pasado que soy yo, le pido que me lo diga sin rodeos. ¿Por qué no? Sería mucho peor disimular un aburrimiento.
Si le choca este tono un poco vehemente, le pido perdón. Sobre todo cuando nunca le escribí una sola línea, ni hice nada por comunicarme con usted. La verdad es que deseaba volver, no escribir; arreglar mis cosas para volver a París y allí, un buen día, encontrármela, y seguir siendo buenos camaradas como antes. A usted no le reprocho que no me haya escrito. Me parece perfectamente natural. Demasiado intensamente estará viviendo para dedicarse a las pálidas tareas epistolares. Pero me gustaría que alguna vez se haya acordado de mí, como yo me he acordado mucho aquí, cada vez que el recuerdo de aquel tiempo me volvía como un aire fresco.
Creo que estaré en París en la primera semana de Noviembre. Gané una de las becas del gobierno francés, y probablemente iré a alojarme a la Cité Universitaire. Por lo demás, estoy quemando aquí las naves, y tengo la firme intención de quedarme en París. Algunos amigos que tengo me buscan en estos momentos algún trabajo para completar mi presupuesto (las becas son miserables y no alcanzan para nada); espero que podré irme arreglando.
Le podría contar muchas cosas, pero tal vez sea más grato hacerlo allí. Con toda franqueza le digo que me fue bastante mal con sus amigos. Por supuesto que Miss Mayer fue gentilísima, pero Gerber y yo no sintonizamos, y mucho menos con Zubrisky. Cumplí sus encargos, repartí las postales y lo que usted me había dado, y me volví a mi rincón. Es evidente que no siempre se puede sintonizar con una persona por intermedio de otra. La simpatía es cosa directa y personal.
Por correo aparte le mando un libro de cuentos que he publicado en estos meses. Ya me dirá si le gusta. Jorge D’Urbano me dijo que la había encontrado en París, y que usted estaba bien. Pero como no agregó nada más, supuse que no había ningún mensaje especial para mí. (Esto explica un poco el tono inicial de esta carta, que me hace reír ahora que la releo.)
En fin, me gustaría verla y que usted esté igualita, y que todavía vaya al Chantecler a escuchar suites de Bach. Me gustaría que siga siendo brusca, complicada, irónica, entusiasta, y que un día yo pueda prestarle otro pulóver o que usted pueda prestármelo a mí –aunque esto último va a ser trágico, porque apenas me va a llegar al estómago.
Querida Edith, no se enoje por esta carta. O si se enoja, que sea un enojo bonito y que pase pronto. Me gustaría que le gustara –vea cómo repito las palabras, y eso que mi maestra de quinto grado se mataba corrigiéndome el vocabulario y enseñándome sinónimos–, me agradaría que le agradara alguno de mis cuentos. Si usted ya no está en la dirección donde le mando mi carta, y con todo se la hacen llegar, ¿será buena y me mandará su dirección para que yo, una tarde, lleno de alegría, pueda…? (¡Suspenso! Lo que quiero decir es que no me gustaría encontrar la casa vacía, o que usted se mudó a Burdeos, o a Lyon, o que vive en la tour d’Olivier de Clisson, que tanto me gusta.) ¿Verdad que me va mandar su dirección, si ha cambiado?
Edith, hasta dentro de poco, con el mucho afecto de
Julio
Julio Cortázar.- Lavalle 376, 12 C, Buenos Aires.
27 de agosto / 51
Querido De la Sota:
Muchas veces he lamentado que razones siempre un poco exteriores nos hayan mantenido distantes todos estos años. Distantes en el sentido físico de la palabra: sin vernos regularmente, sin cambiar esos menudos tráficos de la camaradería. La culpa ha sido más mía que suya; soy egoísta, defiendo mi tiempo hasta de aquellos que mejor podrían enriquecerlo. Créame con todo si le digo que usted está siempre cerca de mí, y que su obra –eso que tan perfectamente lo contiene y lo resume ya– me alcanza como la de pocos entre nosotros. Y eso puedo reiterarlo ahora (es la razón de esta carta) que salgo de Isla de luz y necesito acercarme con las dos manos a usted, y decirle: Julio, amigo, su libro es admirablemente hermoso.
Ojalá pudiera quedarme en esa afirmación y no decir nada más. Siento que explicar es siempre lastimar. Pero usted necesita mi explicación, y yo por mi parte desconfío de las exclamaciones admirativas que no van más allá de la boca abierta. Y además hay tanto para decir de Isla de luz; sólo que en su libro ocurre un poco lo que frente a una sonata o un cuarteto que se ama: no son exactamente ideas ni siquiera palabras las que se agolpan en uno después de la audición; se siente que habría tanto que expresar, pero no en el orden lógico, ni siquiera coherente; más bien eso que a veces halla su salida total en un sollozo, en un abrazo.
Después la inteligencia vuelve por sus fueros, y urde las razones. No me pido a mí razones para amar Isla de luz, ya que tampoco las tenía usted para escribirla. El libro todo se me da como un impulso necesario e irresistible, pero el artista que vigila en usted hizo de un aletear un vuelo. Todo estaba en eso, en razonar su libro, no novelizarlo, y al mismo tiempo darle esa razón estética que excede todas las obras, la estructura de caracol que tiene –oreja recogiendo su propio rumor de infancia. Todo el tiempo he sentido que su relato se escucha a sí mismo, no es un eco del recuerdo sino el recuerdo mismo. Yo, leyéndolo, recordaba eso que precede, coexiste y sobrevive a todo acaecer: el temblor incesante del cuerpo y el alma adolescentes, de pronto aquí de nuevo, en la piel de las manos, en la raíz del pelo. Conseguir eso, Julio, es el pequeño prodigio admirable de unos pocos libros: Tonio Kröger, Le Grand Meaulnes, Les Enfants Terribles, Dusty Answer. Ya ve que no dudo en acercar altas naves a su isla (no se me enoje por la imagen, salió solita al agua de la página); creo que los argentinos estamos en tiempo de acabar con falsos pudores, y que un hermoso libro se sitúa de inmediato con sus pares. Acepte esos que le nombro; habrá tantos otros, incluso sus preferidos.
Ocurre además que la materia de su narración me alcanza a mí de lleno. Destinos como los de Títere, Gastón y Serafín me devuelven a un clima que las hormas numeradas de la vida van retaceando y deshaciendo. Nada podía parecerme más hermoso que la luminosa limpieza con que usted revela y narra los episodios capitales de ese período de vida. En un momento en que el “argumento” de su libro hubiera dado, en otras manos, una novela “negra” al uso –con toda la gama de implicaciones y explicaciones, con sangre, mocos y esperma mezclándose con citas de Rimbaud–, me parece digno y ejemplar que su relato logre la misma carga afectiva e incluso directamente sensual (¡los retratos de Títere!) con tan desdeñosa dureza y tan nobles materias verbales. Conste que mis inclinaciones van francamente hacia la novela “negra”; que leo con delicia a Henry Miller, a Céline y al archimago del Café de Flore. Pero a la hora de los resúmenes, los libros que vuelven a mi corazón son esos donde una sequedad sin frío, una estética sin caperuzas, ciñen una obra, la despojan de todo exceso (en el doble sentido) y dan algo como L’Étranger o The Heart of the Matter. Algo, también, como Le Diable au Corps.
En algún momento (un cuento, después Narciso) sospeché y hasta verifiqué un preciosismo en su lenguaje que me llevaba a temer un debilitamiento de su fuerza narrativa. Si Narciso requería en buena parte esa forma llena de delicadeza, estaba por verse si usted no incurriría en su reiteración equivocada al aplicarla a otro género de relato. Con esa perplejidad me puse a leer Isla. Ya en el prólogo me saltó a la cara como una pelota: elástico, limpio, hondo. Después, cada página me fue asegurando que usted ya hace absolutamente lo que quiere hacer –en la medida que le es dado al escritor–, y que el lenguaje de Isla es el único capaz de convertir esa masa turbia, ese vidrio líquido de la adolescencia, en los cuerpos cristalinos y a la vez tan corpóreos y de la tierra que son Azulay, Serafín, los admirables mellizos… y el relator. (Sobre todo esto: su libro es vigoroso sin exhibición, vigoroso hacia adentro como un árbol. Usted dice por ahí que no es hombre de acumulación sino de expresión, y que aun lo más amargo se le transforma en canto. De acuerdo, y es algo que se ve. Pero también se ve que lo suyo es sublimación y no escamoteo; que el canto no cae como un antifaz sobre lo amargo. En este tiempo de salauds, me parece harto importante.)
Toda la segunda parte –qué bien contado el ingreso al amor, la noche con Ema!– no alcanza en mi opinión a imbricarse plenamente en el relato situado en la isla. Comprendo que para usted no hay ruptura entre esos episodios de tierra firme y los subsiguientes, pero yo –puesto a reconocer en su obra valores clásicos– siento como una fractura en el orden del relato, la presencia de otra narración interpolada. Así como un buen homerista olfatea las intrusiones en el texto original, y las denuncia, me hubiera gustado leer las historias de Ángel, Clarisa y Ema en un cuerpo aparte, quizá porque son ya –aun Ema– otro plano en el corazón del relator; son antes o después, pero nada tienen que ver con la isla.
Un amigo me negaba el otro día todo derecho a suponer que Serafín y Gastón se hacen expulsar deliberadamente, a fin de quedar en libertad para ir en socorro de Selva. Para mí la cosa es evidente, y si me equivoco frente a usted, que tiene las llaves, aún entonces me animaría a defender mi evidencia, prolongando las paradojas cervantinas de los héroes que acaban obrando por su cuenta. Hablando de Selva, qué logrado está ese retrato en ausencia, ese dibujo en el aire que la trae próxima al ansia de los chicos, que la hace más viva y hermosa que si hubiese ido aquel domingo a la isla, para bailar con ellos.
Para mí que ya no sé escribir (me explico: que ya no puedo escribir en una línea de orden estético, sometido a una especie de destrucción del lenguaje que parece ser mi necesario camino, y al que me abandono), la eficacia verbal de Isla de luz me devuelve a viejos ideales ya renunciados. Hace pocos años todavía, mi mejor deseo estaba en lograr una narrativa con las calidades de la suya. Pero precisamente porque me veo hoy separado e incapaz de ese logro, mido por ausencia su belleza, el equilibrio innecesariamente amenazado que hace posible esa relojería donde, por vías transparentes, se ve correr el agua y la sangre de la vida. Donde hasta la más espesa participación personal –ese tormento de todo lo autobiográfico en mayor o menor grado– está dada con un límite impuesto estéticamente, como una curva de seno que el pintor recorta, no de la nada (cosa que suele decirse) sino más bien de esa senidad o senitud universales, a la que la literatura de hoy se abandona en su mayoría, buscando una completación que usted prefiere en su forma elegida, en ese precioso seno o esa especialísima sonrisa. (Perdón por la mala metafísica, esto ocurre siempre a las dos de la mañana en Buenos Aires.)
Cuando me haya ido olvidando de los episodios de Isla de luz –porque eso ocurrirá, le ocurrirá aun a usted– espero que mi memoria me guarde el pasaje que, de una manera no explicable a nadie, me resume toda la belleza de su libro: el retrato de Títere, que empieza: “ Desde el estante más alto…” y que cierra uno de los momentos más tensos del relato. También quisiera acordarme de las páginas que empiezan: “Pero ya ha llegado la hora de Gastón…”, hasta el estallido de la pelea. Todo eso está en un tono tan extremo, tan casi insoportable, que comprendo –creo comprender– el rápido cierre del libro, la brutal caída de telón. No se podía hacer otra cosa. Yo, como usted en la última página, tenía esa fiebre que cierra los grandes ciclos. Hay que “sanar de la infancia”, pero qué dulcemente nos vuelven algunos libros a esa verde y fragante y terrible enfermedad.
No sé si estos garabatos le comunicarán mi cariño por su relato. Acéptelos junto con el gran abrazo de
Julio Cortázar
Sé por Eduardo hasta qué punto apoyó usted mi candidatura a la beca. Gracias. También quiero decirle que tengo conmigo dos libros de derecho que pueden ser útiles a su novia. Si quiere, podríamos encontrarnos una tarde en el centro y yo se los daría. Encontré en casa mis apuntes de derecho civil, pero no le servirán. Están llenos de claves personales, una especie de estenografía que me inventé entonces. Dígale que sigo a sus órdenes en todo sentido.
Me voy, creo, el 15 de octubre.
Buenos Aires, 5 de septiembre de 1951
Señor Director del Pabellón Argentino
de la Ciudad Universitaria de París
D. Horacio Jorge Guerrico
Boulevard Jourdan 27,
París, Francia
De mi más alta consideración:
En fecha 10 de agosto p. pdo., me dirigí a usted, adjuntando la solicitud pertinente para ser admitido en el Pabellón Argentino de su digna dirección.
No habiendo recibido aún respuesta a mi carta, y en el temor de que la misma haya podido extraviarse, me permito reiterar por la presente mi solicitud. En tal sentido, agrego copia de la carta enviada en esa oportunidad –acompañando entonces el formulario de solicitud–, y en la cual consigné algunos datos personales que entendía útiles para el estudio de mi pedido.
Dado que he de embarcarme el 15 de octubre y que llegaré a París en los primeros días de noviembre, me preocupa no haber tenido aún respuesta, por cuanto desearía partir de Buenos Aires con la seguridad de que podré alojarme en el Pabellón Argentino apenas llegado a Francia.
Si esta carta se cruzara con la respuesta de usted, le ruego quiera excusar mi insistencia, cuyas razones no dudo comprenderá.
Agradeciéndole la atención que conceda a mi pedido, lo saludo con mi más alta consideración,
Julio Florencio Cortázar
Lavalle 376, 12 C.
Buenos Aires.
8 de octubre de 1951
Mi querido Fredi:
Su larga carta llegó perfectamente, y ahora acabo de recibir su carta-sobre, en la que me pregunta extrañado por mi silencio. Reconozco plenamente mi culpa, pero quiero tranquilizarlo sobre su carta anterior, que me llegó con gran rapidez y que le agradezco mucho. No le escribí antes porque estoy envuelto en la maraña previa a las partidas, y ésta es una partida para un largo tiempo, de manera que tengo que dejar resueltos montones de cosas. Es en estos días en que uno, convencido siempre de su libertad, descubre hasta qué punto estaba metido en la tela de araña, atrapado por mil pequeñas y grandes cosas que hay que ir despegando cuidadosamente, y que duelen como una lastimadura cuando se empieza a levantar despacito la venda. Un día es un amigo del que debo despedirme; su casa, sus libros, el olor de ese ambiente donde viví tantas horas agradables; oír por última vez un disco querido (antes de venderlo, como en mi caso) o mirar las láminas de un libro que va a pasar a otras manos. Y después hay que leer cartas, tantas cartas que el fuego espera; y revisar fotografías, para no dejar a la espalda testimonios que a nadie interesan y que es mejor liquidar de una vez por todas. Y cuadernos llenos de poemas, de apuntes, de dibujos; y entonces aparece otra carta entre dos páginas, y la letra es de aquellas que lo devuelven a uno a un lugar preciso, a un amor, a un perfume, a todo el romanticismo de la una de la mañana. Y otra vez el fuego; pero después viene la mañana, y hay que pensar en el cambio del dólar y las visas… Usted, viajero por elección y vocación, sabe mucho más que yo de esto. Me perdonará entonces que se me haya pasado el tiempo sin escribirle, y que aun ahora lo haga al volar de la máquina, y por supuesto sin pensar nada de lo que digo, que es como se escriben las buenas cartas.
Le agradezco mucho todo lo que me dice y me aconseja sobre mi estadía en París. No se me escapa en absoluto el problema que enfrento, aun en el plazo limitado y relativo de un año, que es la duración de mi beca. Los cambios están totalmente desfavorables para nosotros, y una carta de Sergio me ha informado de cómo andan los precios en París. Habrá que ajustarse el cinturón hasta que haya más hebilla que cuero; pero esa técnica la conozco un poco, y la practiqué en París cuando estuve el año pasado. Sé de sobra que me espera un invierno difícil, y que me costará salir del paso. No tengo aún ningún trabajo en firme para compensar mis déficits, aunque por suerte he podido arreglar el problema de mi madre, pues traduciré libros para la editorial Sudamericana,266 los enviaré desde allá, y mi madre cobrará en Buenos Aires en pesos argentinos. De modo que por ese lado puedo irme tranquilo; trabajaré tres horas diarias en la máquina, y la cosa andará. En cuanto a mí, ya veré lo que ocurre. Le agradezco mucho su mención de posibles préstamos de dinero. Lo conozco de sobra para saber que puedo contar con usted en cualquier momento, y a su vez usted me conoce a mí como para sospechar que sólo en un caso absolutamente necesario acudiría a ese recurso. Espero que no será necesario, porque no es el sistema que prefiero, como es natural. Pero es siempre bueno saber que si a uno le tienen que hacer una trepanación de cráneo o extraerle el duodeno, se cuenta con el apoyo material necesario. Otra vez gracias.
Me voy el lunes que viene, 15, en el Provence. Llegaré el 1º de noviembre a Marsella, y el 2 o 3 estaré en París. Me han adjudicado una habitación en la Cité Universitaire, pero tengo pocas ganas de ir allí, sobre todo al pabellón argentino donde las cosas son una exacta prolongación del clima universitario argentino. Sergio me anduvo buscando una pieza en la rive gauche, y me encontró una a 7000 mensuales. A decir verdad, la Cité Universitaire vale ahora 6000, de manera que quizá valga la pena gastar la diferencia y vivir en paz. Pero creo que ése es un asunto a resolverlo en el terreno. Iré y veré.
Tiene mucha razón, Fredi, en lo que me dice sobre la vida material en París. Creo que se puede uno arreglar con una comida diaria, y una provisión de cosas comestibles que se tienen en la pieza y se comen de noche o cuando se tiene hambre. Ya lo hice en el 50, y me acuerdo que un puñado de dátiles y un vaso de vino y unos mordiscos de gruyère me dejaban perfectamente satisfecho. ¡Y las baguettes son allá tan ricas! (Menciona usted a Arden Quin.267 Lo conocí en París, en casa de Fernando de Szislo, un muchacho peruano que pinta muy bien. Me di cuenta de cómo vivía, y respeté su decisión de seguir adelante. Sólo los canallas pueden asustarse por razones de proteínas e hidratos de carbono.)
Hace tres noches estuve con Lozano, que se acuerda de usted con cariño y ha terminado por admitir que yo no soy tan nefasto como creo que se imaginó al principio –por meras razones de celos, que nuestro amigo Sergio compartía, que por suerte también se le han quitado. Lozano hizo una conferencia sobre temas de poesía que fue realmente digna de escuchar. Se va a publicar en Sur, y cuando usted pase por París, si ya ha llegado allá el número, se lo tendré guardado. Me parece magnífica la posibilidad de que nos veamos, aunque sea pocos días, allá. Yo estaré más o menos adaptado, y preveo ya con alegría las caminatas con Natacha y usted (y Sergio, claro).
Je m’incline devant Celui, par la Grace de Qui…268 Qué hermoso, Fredi, y cómo al decirlo usted, al escribirlo, lo incorpora a mi mundo y a mi deseo. Sí, cuánto quiero hablar con usted, cómo necesito medir desde mi ignorancia esa experiencia a la cual su alma está entregada. En el centro mismo de lo occidental, en París, su proximidad me será –no es una frase– preciosa. Ojalá nos veamos, lo deseo profundamente.
(Trataré de oír la voz de Apollinaire, a quien mucho quiero.) Hablando de discos, Sergio me escribió que gracias a la amistad de una persona, es ahora una especie de propietario del museo Guimet, y tiene acceso a la magnífica colección de discos de música oriental. ¡Vaya si pienso aprovechar de eso! En estos días he estado distribuyendo discos en manos de amigos. Me parecía cruel y estúpido dejar los discos guardados, silenciosos, inútiles. Tuve que vender íntegra mi discoteca de jazz (no sonría mefistofélicamente) y le aseguro que me fue un dolor grande, porque ese tipo de disco es irreemplazable. Yo la había empezado en 1933, con mis primeros pesos; con otros estudiantes amigos nos reuníamos en un sótano, con una victrola a cuerda, para escuchar a Louis Armstrong y a Duke Ellington. Después pude agregar otras cosas, y llegué a tener unos doscientos discos de primera línea. Realmente ahora no sabía qué hacer; a mis amigos no les interesa el jazz, de manera que prestar esos discos era imposible. Por otro lado alguien me ofreció un precio conveniente por el total. Yo miré el asunto metafísicamente, y descubrí que mi deseo de conservar los discos obedecía al maldito sentimiento de propiedad que es la ruina de los hombres. La vendí a ojos cerrados, cierto que sufriendo mucho (el saber que no se está errado no causa ningún placer ni alivia la sensación de desgarramiento y de pérdida). Después me puse a distribuir discos de los otros entre amigos que podrán aprovecharlos. Vendí muchos, y los otros, los más queridos, los puse en manos que sabrán oírlos. Me gusta pensar que en algunas noches de Buenos Aires, música que fue mía, crecerá en una sala, en una casa, y se hará realidad para gentes a quienes quiero. Me llevo a París un solo disco, metido entre la ropa; es un viejísimo blues de mi tiempo de estudiante, que se llama Stack O’Lee Blues, y que me guarda toda la juventud.
Havas está bien, y me pide le envíe sus saludos. Me dice que no le ha contestado porque no tiene nada que contarle, y que prefiere esperar su vuelta. En la semana que viene empezará un nuevo tratamiento con otro homeópata que le han recomendado; parece ser (hablamos poco o nada de eso) que el otro médico no le sirvió de gran cosa. Está profundamente sumergido en la rutina del estudio; y él solo se basta y sobra para cubrir todo el trabajo. Yo me siento un intruso aquí, en la medida en que la tarea a hacer está por debajo de las posibilidades de los dos juntos. Creo que este año de plena libertad que tendrá Havas en su estudio, le será útil para una de dos cosas: o se cansa y se convence de que hace una tontería malogrando así sus últimos años (cosa que es mi opinión y supongo que la de usted), o directamente se decide a seguir hasta el final, en cuyo caso a mi vuelta yo veré la manera de dejarlo tranquilo y buscarme alguna otra cosa. (Todo esto que quede entre nosotros, Fredi. Havas es siempre el magnífico compañero, y absolutamente fair play. Soy yo quien ve que está obstruyendo su trabajo y quitándole un dinero que él se ganaría solo sin mucho más trabajo.)
Dígale a Natacha que le escribiré desde el barco o al llegar a París. Tengo montones de cosas que hacer todavía aquí, y le pido me perdone. Yo le confirmaré una dirección apenas llegue allá, para que usted pueda avisarme cuándo pasarán por París.
Hasta pronto, Fredi, con todo el afecto de
Julio
10 de octubre / 51
Querida Rosa:
Nada más que dos líneas, pues ya estoy con un pie en el barco. Le agradezco muchísimo su felicitación y sus buenos deseos. Y me acuerdo de lejanas charlas en Chivilcoy, cuando los dos pensábamos en viajes. Hoy me toca a mí, pero mi gran deseo es que también llegue el día para usted. ¿Por qué no? San Juan es sólo un pedacito del mundo. El resto espera, y un día usted entrará en él.
Con todo afecto,
Julio Cortázar
12 de octubre de 1951
A María Renée Cura
Querida amiga:
Perdón por la mucha demora. Hacer las valijas para irse del país es una tarea mucho más larga y complicada de lo que parece. Salgo el 15 para París, donde me quedaré por lo menos un año. Todo este tiempo se me ha pasado en trámites y complicaciones que usted imaginará.
Estas dos líneas no tienen otro objeto que hacerle llegar una vez más mis buenos deseos. Siempre creí que usted se abriría camino (el que usted quiera) en la vida, y estoy seguro de que lo logrará pese a todas las presiones (aludo a su pueblo) y los inconvenientes.
Gracias por sus cartas, y hasta siempre
Julio Cortázar
París 8 de noviembre / 51
Mi querido Eduardo:
Esta tarde, arreglando mis libros que acababan de llegarme, di con una frase de las que, en ciertas circunstancias, duelen como espinas. Más o menos dice: “Los que se van dejan de ser interesantes”. Me dolió porque sé de sobra que es muy cierto, y algo sé de estas cosas. Después salí a la calle, porque París me regalaba una tarde diáfana y llena de sol, y bajando por la rue St. Jacques crucé el Sena, tomé rue St. Martin y acabé, luego de admirar otra vez la torre de Jean Sans Peur, entrando en el Correo para ver si había cartas. Hallé la tuya y de María, y una de Jorge. Entonces, erguido en toda mi estatura, le hice un noble corte de mangas a la frase de marras, y recobré la alegría. Sabes, me cuesta todavía recobrar el equilibrio. No me fui bien de Buenos Aires; después de haber creído que saldría de allí con pena pero sereno, ocurrió que me fui muy poco tranquilo, rodeado de sombras, incapaz de quitarme de los ojos (al menos como espectáculo) la imagen de todos ustedes en el barco y en el muelle. Irse no es nada, la cosa es darse cuenta que hay una mecánica de chicle, que te has quedado adherido y te vas estirando.
Trato de decirlo con humor, pero ya ves lo que sale. En fin, si París me tragó ya los cinco sentidos, no pudo aún sacarme del pozo personal en que vivo. Ordenar papeles, hoy, ver asomar letras, rostros, cosas compartidas, me ha dejado triste; cada libro coincide con un tiempo, una casa, una voz, una polémica. La sola contemplación de un sobre, o el olor del papel, me devuelven a latigazos a Buenos Aires. No estoy triste de estar en París. Está bien, y ahora sé que es necesario que esté aquí. Pero el chicle, sabes.
Y hablemos de esto, del presente puro. Estoy tan contento de tu carta, y de las líneas cariñosas de María. Me hicieron un bien tan grande, eran tan ustedes, y luego que allí se habla de otros amigos, se los nombra, y de los chicos, y también del que va a venir. ¡Mira qué a punto van a mudarse a la nueva casa! Veo que estás contento de tener otro hijo, y me parece tan bien. Aleluya, Eduardo.
Pienso que te interesarán más mis noticias concretas que las cosas que pienso. Después de dos días en un hotelito, ingresé en la habitación 40, tercer piso, del pabellón autóctono de la Cité. La pieza tiene un ventanal que da sobre los parques y sol todo el día. Moblaje suntuoso pero provisto por algún engominado sin noción alguna de lo que conviene a un estudiante. Ej.: gran mesa con dos cajoncitos donde no te cabe ni una tarjeta postal. He tenido que dejar conmigo dos de los cajones que traje, para meter libros, pues en las pulcras paredes no hay un solo estante. La luz eléctrica es pésima, y el reglamento prohíbe reforzarla; creo con todo que se puede hacer. Para mostrar mi discrepancia con dicho reglamento en lo referente a sus úkases sobre las marcas en las paredes, procedí ya a colgar de sendas chinches mi variada pinacoteca. Extraño tu cuadro (que espero me cuidarás muy bien) pero en cambio el pequeño cenicero de Murano chisporrotea bajo el sol y se ve que está contento y que esto le gusta. Mi cabeza de Keats cuelga sobre mi cama.
Gestiones, diligencias y otros ascos: Vi a Ehrard en el Comité d’Accueil, en el curso de un cocktail sardanapalesco que hebdomadariamente se perpetra en honor de los que vamos cayendo al baile. Ambos concluimos que Carré no es mi hombre, y entonces surgió providencialmente una Mlle Monique Godefroy, quien revolotea como empleada en una sección sorboniana que se llama École Supérieure de préparation et de perfectionnement des Professeurs de Français à l’Étranger. Aquí se dicta un curso, reservado a los extranjeros, de literatura contemporánea, a cargo del Prof. Curnier. Mlle Godefroy estimó que ése era el director de estudios que me convenía, Ehrard estuvo de acuerdo y el sábado tendré un entretien con Curnier. Si nos ponemos de acuerdo, podré trabajar un poco en el sentido que me interesa y que tú conoces, llenar honorablemente mis rapports… y piedra libre para lo mío, que por lo pronto es la puesta a punto de mi Keats (necesito 6 meses) y la re-escritura de una buena parte de El examen.
El pobre Sergio está desde hace 15 días en el hospital Ne-cker, después de dos meses de unas crisis asmáticas brutales. Lo visito todos los días, le llevé mi caja de acuarelas para que se entretenga; está mejor, en manos de Jacquelin que es un as. Ojo con esto que te puede interesar: Jacquelin le va a hacer rayos (creo que X) en el encéfalo, pues parece que eso actúa sobre los centros emotivos y los disocia del circuito nervioso que tiene que ver con los espasmos. ¿Hacen eso en B.A.? Me dices que vas mejor pero que tienes cefaleas; no es como para alegrarse, realmente. Yo tuve una “cefalea de desembarco” que me hacía ver enormes estrellas verdes en la oscuridad de mi cuarto.
Trato de comer bien porque estoy muy flaco y las caminatas sumadas a las escaleras (¡ciudad de escaleras!) no ayudan a engrosar. Entro ya al comedor de la Cité, que es muy divertido. Por 75 ƒ. te dan mucho de comer, está realmente muy bien. A contrecœur pero deliberadamente pago 45 ƒ. por un estupendo desayuno aquí en el pabellón. ¡Hasta te dan manteca! Margarita Fernández y Celia Alegret (has de conocerlas) son mis madrinas de guerra; ya me mostraron dónde hay que comprar las baguettes, el jabón y otras vituallas. Tu botella de Lord Byron (que parece whisky) me fue un magno consuelo en el viaje, y le di fin en el Mediterráneo; la tiré bien cerrada al mar, para que jueguen los delfines.
¿Supiste algo de “El juicio”? ¡Pepe269 es tan complicado! Al despedirme de él le llevé un hermoso poema de Blanca Varela, pero tuve de inmediato la sensación de que lo iba a perder –término que emplea Pepe cuando no va a publicarlo. El tuyo en cambio creo que lo publicará; por lo menos fue afirmativo al decírmelo. Deberías preguntárselo tú mismo. Te agradezco que me prometas mandarme lo que estás haciendo; iré a leerlo a la isla St. Louis, en una escalerita al borde del Sena.
¿Va bien la manigance des choses tigresques?270 Cómo me gustaría ver tu casa, el taller donde te será tan dulce pintar. Tus vigilias revólver en mano me parecen más graciosas de lo que te parecerán a ti.
Siento de veras lo que le pasa a De la Sota. Supongo que él será el primero en reconocer que eso es el precio de las cosas, pero me gustaría que saliera a flote y siguiera trabajando como en Isla de luz. Aquí te agrego otras noticias concretas: Victoria271 se me escapó el día de mi llegada pero supe por Octavio Paz (¡a quien mandan a Nueva Delhi, pobre de él y de sus amigos!) que volvería. El 12 estará otra vez aquí y buscaré verla en seguida para que me pilotee en la Unesco. Esta tarde pude al fin hablar con Palací (que me cuesta una fortuna en jetons,272 maldita sea su complicada vida parisiense) y quedamos en que el martes me presentará a los grandes bonetes de Hachette. No tengo mucho optimismo por ese lado, pero vale la pena probar.
El resto de la página será para María solita. Diles a Maricló y a Albertito que los quiero mucho. (Qué suerte tienen, ya se estarán olvidando de mí: primero la cara, después el nombre…) A nuestros amigos comunes diles que estoy bien, que los pienso tanto. Díselo a Danny,273 a Dora,274 a Aurora, a Celestino.275
Un abrazo de
Julio
Gracias por el certificado médico. En la otra semana, si estoy más tranquilo, veré a tus parientes, llevaré lo que me diste, y buscaré a Bayón.276 Por favor dile a mamá que estoy muy bien, y a Jorge, que le escribí por correo simple (¡pobre!) pero que ahora que recibí su carta aérea he entrado en arrepentimiento y le contestaré del mismo modo pese al menoscabo de mi escarcela. Tú mismo tienes suerte, porque estoy decidido a no escribir por avión. A las cartas les hace bien el mar.
……………………………………..(Cortar por la línea de puntos)
Mi querida María:
Te agradezco mucho que me fueras a despedir, lo que realmente me llenó de alegría, y ahora tu linda carta tan fresca y tan tú. No sé cómo podría decirte algo que siento, y sólo se me ocurre repetir lo que tú me dijiste a bordo: Qué lastima que los tres no hayamos ido más seguido a cenar a la cantina de la Boca. No agrego nada más, creo que basta.
Estoy muy contento con la noticia que me das a medias pero que Eduardo orgullosamente subraya en su carta. Yo sé (tú me lo dijiste un día) que te gustará enormemente tener otro hijo. Pero más le va gustar a él tenerlos a ustedes de padres; así escrito suena algo tilingo pero yo me entiendo. De todos modos, hurra! Las frases de los chicos referentes a mí que me cuentas son muy de ellos y me dieron una gran alegría, pero muy mezclada con otras cosas. Ya verás por lo que le cuento a Eduardo que aún no piso en firme en París. Pero esto no importa, y prefiero contarte que en cinco días (resto tres en que diluvió) ya he andado –de mañana, tarde y noche– por el Sena, las islas (donde dije en alta voz tu nombre y el de Eduardo, y tiré hojitas al agua), el maravilloso Marais, Montparnasse, les Halles, la rue Montmartre, Saint Sévérin (donde anteanoche, gratis, vi a los Petits chánteurs de la Cathédrale de Ratisbonne cantar admirablemente Palestrina y Mozart), la place Maubert donde a la una de la mañana se alzan los fantasmas de truhanes y busconas, y en cualquier vagabundo flaco con un perro ves la sombra de Villon –y tantos otros sitios, sin contar las zambullidas en el métro y los poderosos vasos de pelure d’oignon bebidos en diversos zincs de la urbe. Porque el vino (tú entiendes de esto) está más sabroso que nunca. Y el pan cruje en la boca, y las endives son blancas, y en el Jean (¿conociste esa maravilla?) está Mme Simonney más buena que nunca, con sus côtes de veau sabrosas y sus pilaf de chupar el tenedor hasta el mango.
Lamento que me digas que no trabajas… en lo tuyo. Y ahora, con el tercero, ¿trabajarás aún menos? No creo que vaya a ser así. Entonces, ¿nunca me mandarás un grabado para ponerlo en mi cuarto siempre tan solo? Hoy llegaron mis cajones de libros y papeles, y en dos minutos puse un montón de láminas de Matisse, Joan Miró y Klee en mis paredes. ¡Qué cambio! No he querido ir todavía a los museos, un poco porque espero mi pase gratis (¡oh las becas!) y otro poco porque me deleito demorando un placer. Cuando estuve en el 50 me precipitaba como un caballo a los museos, los teatros y los conciertos. Ahora espero el día y la hora perfectos, y entretanto voy por la calle comiendo higos y con el placer infinito de mirar hacia arriba (las ventanas, los techos, y los grises del cielo y las piedras) sin rumbo ninguno, asombrándome de salir de pronto al Luxemburgo –que está maravilloso de dorados y amarillos– o al Parc Montsouris, cuando yo creía que iba a dar a los Inválidos o al Panteón. La vagancia infinita, pero luego vuelvo a mi pieza y leo Le Roman de Tristan et Iseut, que no sé por qué se me ha dado por repasar y es admirable. Escribo un poquito, duermo mal, no estoy contento, comprendes con el contento barato. Hasta creo que me duele París. Pero son los dolores necesarios. Anoche a la una el Sena reflejaba un cielo rojo, y Notre Dame era como un caballero feudal a caballo con todas sus armas, velando. No necesitas pedirme que los lleve conmigo, María; lo haré siempre, sé ser fiel. Tú recuérdame a los amigos, diles que los quiero mucho.
Un beso a Maricló y a Alberto Eduardo, y para ti el mucho afecto de
Julio
256 El papel tiene el membrete del estudio de traductor público.
257 Bestiario, Buenos Aires, Sudamericana, 1951.
258 El examen fue editado por primera vez por Sudamericana, en Buenos Aires, en 1986.
259 Imagen de John Keats, Buenos Aires, Alfaguara, 1996.
260 Unidad, identificación.
261 El cartero siempre llama dos veces.
262 Largo desarreglo de todos los sentidos.
263 Padrino.
264 Es un gran sujeto.
265 En 1952 no se publicó ningún libro de Cortázar.
266 Sudamericana publicó las traducciones de La víbora, de Marcel Aymé, y de La vida de los otros, de Ladislas Dormandi, en 1952; Así sea o la suerte está echada, de André Gide, en 1953; y Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, en 1955.
267 Carmelo Arden Quin, pintor uruguayo.
268 Me inclino ante Aquél por cuya Gracia…
269 José Bianco, escritor, jefe de redacción de la revista Sur.
270 El tejemaneje de cosas tigrescas.
271 Victoria Ocampo, escritora, destacada figura cultural y directora de la revista Sur.
272 Fichas.
273 Daniel Devoto.
274 Dora Berdichevsky, cantante.
275 Celestino Arias, marido de Dora.
276 Damián Carlos Bayón, crítico e historiador de arte, poeta y narrador.