París, 7 de enero de 1952
Querido Pepe:
Aunque vergonzosamente tarde, aquí va un abrazo para el nuevo año, y mis mejores deseos para usted.
Pienso que habrá recibido unas páginas sobre una hermosa película de Buñuel, que le di a Victoria y que ella me dijo que le enviaría.277
No sé cómo leer Sur en París. ¿Puede usted hacérmela llegar a mi domicilio que le detallo al pie? Quisiera ver los números posteriores a mi partida (de octubre en adelante). La administración puede cobrarse sobre las páginas que le dejé al irme y esta nota que ha enviado Victoria –si usted cree que debe publicarse. De lo contrario, avisaré a algún amigo para que me tome una suscripción.
Me acuerdo de usted y quisiera verlo en París. ¡Venga! La Place du Tertre está bonita, y hay una hermosa pelea entre Cocteau y Mauriac a propósito del Bacchus de Jean .278 Hasta ahora gana este último por knock-out. Tal vez le haga la crónica de la cosa, pero primero veré la pieza.
Hay niebla, frío y O.N.U. Esta última es la más tonta, pero las sesiones son divertidas gracias a que uno se pone unos teléfonos y oye los discursos en 6 idiomas moviendo un dial ad hoc. En Saint Germain-des-Prés hay menos barbas y más sagesse. Chartres está más hermosa que nunca. ¡Venga, iremos juntos a verla!
Un abrazo de
Julio Cortázar
Cité Universitaire. Fondation de la République Argentine.
27, Boulevard Jourdan PARIS XIV.
París, 18 de enero / 52
Mi querido Eduardo:
Qué bienvenidas tu carta y la de María, y todos los poemas dentro de ese sobre que de sólo pesarlo en la mano se anunciaba ya como una naranja jugosa. Me alegro de que mis cartas-río les gusten. No sé de otra manera mejor para reemplazar el diálogo, que a ratos me hace tanta falta. Y me gusta escribir largo a los amigos porque es como una operación agresiva contra el tiempo, recortar en el tiempo París dos horas Buenos Aires. No sólo por gusto nostálgico –aunque eso esté, naturalmente– sino por lealtad a las cosas y a los seres definitivamente elegidos. La verdad es que quisiera contar muchas otras cosas, y que cierro cada carta con una pequeña sensación de estafa. Hay tanto aquí, cada día trae tal variedad de experiencias, que sólo un Swift sería capaz de registrarlas todas en una correspondencia. Y luego que el derroche de mi tiempo entraña el del tiempo ajeno, y no debo olvidarlo.
La verdad es que tengo mucho que decirte, aun en reader’s digest. Empezaré por tu carta misma, donde hay cosas que requieren comentario. Primo, parece que ambos hemos sido algo injustos con la mère Victoire. Si bien no parece haberse empleado a fondo, es evidente que me tiene estima, como lo prueba el hecho de que me llamara hace 5 días para: a) invitarme a un cocktail en Gallimard donde debería verlo a Caillois; b) adelantarme que le iba a escribir a López Llausás279 (Sudamericana) para que me den la traducción al español de una revista que dirige o va a dirigir Caillois y que es subsidiaria al parecer de la Unesco. (Convendría que no hables de esto con nadie aparte de Jorge, pues Vic puede tardar semanas en escribir y sería una mala faena que los de Sudamericana oigan el rumor por terceros. O si lo dices a los amigos, pídeles total reserva.) El robusto Roger me confirmó en el curso del cocktail que Vic haría el pedido y que a él le parecía muy bien. Bueno, si esto saliera, puede ser importante. Y ya que de trabajo te hablo, he logrado nuevas conexiones en la Unesco, entre ellas un hijo de Supervielle que se ha mostrado muy cordial. Puede que algo resulte de todo esto.
Je suis très content de tes éloges sur mon français. Je crois que tu exagères, mais je sais que je suis en train de faire des progrès.280
El susodicho cocktail de Gallimard (al que fui con Enrique Revol)281 me dio la gran alegría de poder charlar largo rato con Camus. Cuando lo reconocí (esa carita de mono pálido, ese aire español) me le acerqué con toda la violencia de los tímidos, le dije que había traducido un ensayo suyo, y él entró cordialmente en la charla. Se acuerda con mucho humor de su pasaje por B.A. Torció el gesto cuando le dije que su mejor pieza me parecía Calígula. “Je ne suis pas de votre avis. Caligula, c’est une œuvre de jeune homme. Je préfère Les Justes.”282 Yo le dije que su Roma tenía más poesía que su San Petersburgo, lo que lo divirtió un poco. Y hubiéramos hablado más de no aparecer una lluvia de fans que se lo arrebataron. El ambiente de la reunión era muy semejante al métro a las seis de la tarde, sólo que menos simpático. Había un champagne memorable (al que debo la afonía de hoy, en que no puedo articular palabra) y yo terminé la noche con Revol y Marta Mosquera283 en la Place Pigalle, bebiendo sendas fines y oyendo una jazz negra. Como ves, un parisien accompli.
Mira, Eduardo, nada podía entristecerme más que esos párrafos de tu carta donde me cuentas el episodio de la carta mía a Baudi284 y la mención de amigos. Hay que ser chiquilín para suponer que la ausencia de tu nombre implicaba una descalificación o cosa parecida. Si tú ves ahora seguido a Baudi, no es menos cierto que estando yo allá, no lo veías tanto, y sobre todo no te incluías en ese círculo muy estrecho que abarcaba a Daniel, Alberto,285 Jorge y Baudi, que era mi círculo cotidiano. Al escribirle yo a él, lo justo era que aludiese al grupo y no agregara a nadie más –Castagnino, por ejemplo, o García Onrubia. Ya ves que tus cavilaciones son injustas para conmigo y mucho más para contigo mismo. Y no quiero agregar más nada, porque creo recordar que si alguien ha podido enseñarme a evitar las efusiones, ése has sido tú. Demasiado me costó aprenderlo para olvidarlo ahora fácilmente.
Pero vamos a cosas que cuentan, y a la cabeza la noticia sobre “El Juicio”. ¡Pobre Pepe, eres su juez infernal! Pero me alegro tanto de que haya cumplido. Será muy bueno verlo impreso, a pesar de que ahora lamento el pequeño formato, pues en el viejo Sur tu poema hubiese quedado mucho mejor. Sergio de Castro se entusiasmó con “Masaccio”, y me ha prometido un manuscrito con unas letras muy hermosas que él inventa. Será curioso leer el poema en grandes pliegos y con esos caracteres. Un día vendrás y lo veremos juntos.
Gracias por los poemas, por fin tengo el texto de varios que me gustan tanto (“Cae el Sol”, “Triple Círculo”, “Tiempo de Clausura”). Yo no sé si ya conocía “La Madeja Devanada”, creo que no. Me gusta muy mucho, más que “Mirada adentro”. Y estoy tan contigo en “Hic et Nunc”! Está muy bien que me hayas agregado en tu carta todos esos pedazos de poemas, y sobre todo los cuatro versos para Keats. Ah, pero no es “arrogancia” la palabra, de ninguna manera. No es de Byron que hablas. En vez: “Me dejaron vivo…” es perfecto. Vigilia del extrañado me parece hórrido. No es título para un libro tuyo; déjaselo a Svanascini. Bueno, y ahora lo más importante que reservo para el final: “Plañido placentero…” es, creo, un gran poema. Es un gran poema de tristeza y de admisión (admisión de lo peor) y es la Argentina y es cualquiera de nosotros. Esos “hombres que disertan, sus eructos solemnes…”, ese pasmo ante las dúctiles ovejas, todo. Y además hay allí un lenguaje que me gusta a fondo. Es el tuyo de siempre, pero con una violencia nueva, un no me importa que culmina en el hermoso verso final. Una vez te dije que temía que tu auto-severidad secara las fuentes –lo que sucede en algunos poemas de Crecimiento…; ahora tengo la sensación de que te has tirado hacia adelante, un poco porque estás muy rabioso (como yo cuando escribía Razones de la cólera o El examen) y la rabia empieza a ser necesaria allá, donde todo es felpudo y brillantina. De modo que estoy muy contento con todo lo que mandas, y sólo siento no poder ver tus cuadros de verano.
Aquí ha entrado Sergio hace un rato, y al ver que te escribo se ha quedado quietecito en un sillón y me ha hecho un dibujo en papel avión para que te lo mande de su parte.
Asuntos prácticos, hélas! La modificación cambiaria me fastidia, naturalmente, pero no hablemos de eso. No me quejo, pues de las 6 cuotas de 1.000, 3 me han llegado con el cambio de antes, y sólo en las 3 faltantes me perjudicaré. Lo que más me irrita es que los 21.000 francos que pierdo me hubieran resuelto admirablemente mi plan de pasar 20 días en Inglaterra para las vacaciones de Pascua. Iré lo mismo, claro, pero será más duro. En cuanto a las remisiones, me parece bien que me mandes 2 cuotas de 1.400 (25.000 c/u), pues quizá a los 200 pesos sobrantes (1.400 + 1.400 = 2.800 sobre 3.000) pueda yo hacer agregar más dinero en marzo. De modo que si aún no me hiciste otra remisión de 1.000, hazla por los 1.400 que me sugieres.
Tienes razón, es difícil imaginar una temperatura opuesta a la que uno siente. Leo que te sientes pegajoso de calor… y aquí, esta mañana, hubo una hermosa, breve nevada que transformó en un segundo la Cité. He visto poco teatro, pero sigo fiel a La Comédie, poniéndome al día. Vi a Ledoux en Tartuffe, a Renée Faure (¡exquisita!) en Antigone. Mañana veré Britannicus, nada menos que con Jean Marais en Nerón. El Bacchus de ocasionó una de patadas entre Cocteau y Mauriac, nada favorable a este último. Barrault ha montado muy bien la pieza, que es ingeniosa y elegante, pero… où sont les neiges de Dargelos?286
En la Sorbonne fui a escuchar a Etiemble defender su tesis sobre Le Mythe de Rimbaud. Etiemble va a acabar como Caillois: academia. Con inmenso trabajo ha probado la falacia del Rimbaud vidente, mago, héroe, etc. Ingeniosamente presenta su “divinización” como producto, al igual que la de Galileo, de 4 evangelistas. En este caso son Verlaine, Isabelle, el inefable Paterne… y Paul Claudel. Todo esto con miles de fichas, visitas a 20 países, etc. Y gran inteligencia polémica. Yo te diré con todo que detrás de tanta faena asoma el resentimiento. A Etiemble le molestan las fabulaciones, el surrealismo mitopoyético. Le pasa como a Camus, que en L’homme révolté se las toma con Lautréamont, lo que le valió una carta abierta de Breton de esas que no tienen réplica. Pero en el caso de Etiemble se trata –como chez Caillois y chez Sartre– de insensibilidad a lo poético. Si hemos hecho un Dios de Rimbe, so what? ¿Es para escribir 4.000 fichas en contra? Algo debió tener Jesús para que los evangelistas montaran la máquina. Etiemble no tendrá evangelistas, ya verás. (Soy muy parcial ¿no es cierto?)
Dile a Danny que estoy muy apenado por su silencio, pero que le escribiré otra vez para probarle mi buen corazón. Me alegra de veras que veas a Baudi. Lo quiero tanto, ha sido un camarada admirable y uno de los hombres que más confianza me ha merecido. Te juro por los Dioses que veré a Bayón, pero no a Gischia,287 al menos por ahora. ¿Ya estás instalado del todo en Palermo? Lo deseo sobre todo por Cló y Albertito (y también por María, a quien le escribo ahora). Si puedes telefonear a mamá dile que estoy bien. En otra carta te mandaré algunos poemas.
Un gran abrazo
Julio
19 de enero / 52
Mi querida María:
Acepto el reto, tienes muchísima razón. Lástima que la razón… En fin, tú sabes. Todo lo que me dices es muy cierto y muy justo. No creas que estoy triste, París es tan hermoso! Aquí hasta la tristeza se vuelve una actividad estética. De modo que tal vez esté triste, pero estoy aprendiendo a depositar esa melancolía en tanta cosa bella que me rodea. Quisiera poder mostrarte, por ejemplo, un atardecer en el Pont du Carroussel. Venía del Louvre con una amiga, y nos paramos a mirar Notre-Dame, lejana, entre una bruma azul. Entonces, en menos de un minuto, ocurrió el milagro, la locura absoluta. Los faroles de gas se encendieron de golpe, y la piedra de los pretiles, yo no sé por qué mezcla de aire y luz, se puso intensamente rosa. Nosotros la mirábamos, mudos. Entonces vimos que la proa de la Cité y las torres lejanas habían pasado instantáneamente a un violeta profundo, y a la vez el río estaba verde, un verde lleno de oro. Yo cerré los ojos, desesperado al comprender que eso no podía durar, que esa cosa veneciana iba a degradar instantáneamente, a perderse… Pero duró, dos o tres minutos, el tiempo de ver subir las primeras estrellas. Nos fuimos de allí sin poder hablar, demasiado felices para decir que lo éramos. Cosas así pagan viejas deudas de la vida. Y tú has hecho muy bien en darme un café. Tú sabes que siempre ha sido opinión de mis amigos que yo debía haber nacido a la vera de José Cadalso o de Musset. Soy bastante repugnante en mi sentimentalidad. Tanto que rechazo de plano tu confortadora teoría de la substitución de los amigos que quedan atrás por otros nuevos. Sé que eso no podré hacerlo jamás. Tengo amigos recientes, pero no cuentan más que los pocos (algunos murieron) amigos de la primera juventud. De modo, María, que seguiré escribiendo a B.A. mientras B.A. quiera contestarme. Tu carta es muy hermosa, ¿lo sabías? Y me hizo un gran bien. Es bueno que alguien que está en el Botánico cuidando a un pajarito tenga de pronto el arranque de mandar a lo lejos una página como ésta tuya. “Filósofa?”. Bueno, si quieres. Yo te llamo amiga.
Bueno, aquí van las noticias. Me alegra que Violette te haya hablado de mi visita. Iré seguido a la casa de los Franck, los tres me son simpáticos, hasta ahora sobre todo Violette y Luce. Me gusta que me digas que la nena de Dora es bonita, porque la descripción que me hizo esa petiza desnaturalizada no era para tranquilizarme.
¿Tú visitaste el Marché aux Puces? Ojalá que sí, porque es extraordinario. Estuve hace unos días y si hubiera tenido dinero (por suerte no lo tenía) me vuelvo a la Cité convertido en una especie de buhonero. Jamás creí que las cosas pudieran tener un cementerio semejante. Manzanas y manzanas de stands donde al lado de una cajita de música y un telescopio roto ves una bola de vidrio, un disco de Adelina Patti, un pájaro disecado y un frasco para atraer a los enamorados. (Y en un cafecito, en pleno laberinto, tangos criollos.)
Conocí a la gran Bathori,288 que me confió su gran afecto por Gardel, con lo cual me dio una de las noches más felices de mi vida. He estado en una espléndida exposición del libro inglés, en la Galerie Mazarine de la Bibliothèque Nationale. Dos salas con biblias, salterios y bestiarios del siglo X al XIII, que eran para tirarse en un rincón y quedarse hasta el jubileo. Luego ejemplares de los primeros libros impresos (Caxton, qué rey!) y después un panorama de ediciones isabelinas, románticas y modernas. Junto con eso, la maravilla de los manuscritos: la única firma auténtica de Shakespeare (¡qué viborita de frío por la espalda!), cartas de ese gran bicho Ben Jonson, el original del Don Juan de Byron, poemas de Keats, el original de una novela de Graham Greene, otro de Virginia Woolf, páginas de Ulysses…
Me gusta lo que dices sobre la cerámica. Aquí hay preciosas jaulas con pájaros, y bien habrás visto los hermosos bowls y platos que se encuentran por todas partes. Cada vez me parece que entiendo mejor ese arte; es tan jugoso, tan de la tierra, tan redondo. Me acuerdo de unos “objetos” abstractos en Firenze, con unos verdes profundos… ¿De veras vas a hacer cerámica? Quiero beber vino en un tazón tuyo, acuérdate.
He visto unos Picassos últimos (telas y cerámica) que son de una belleza esencial. Todo desemboca ahí, tú te das cuenta que eso es el centro del mundo, el Omphalos. Veo poco cine, porque en B.A. perdí el hábito y desconfío. Temo perder el tiempo. Prefiero el teatro, en estos días veré la última pieza de Sartre. Y sobre todo camino y miro. Tengo que aprender a ver, todavía no sé.
Gracias por darme noticias de los amigos. Pese a lo que temes, sé que Eduardo y tú son ya para Aurora los amigos que yo quise dejarle. Semanas o días de silencio no significan nada, si después el encuentro de ustedes es el que debe ser. Me gusta tanto saberla un poco cerca de los dos.
Besos a Cló y a Albertito, y que disfruten del río. Ojalá pases un buen verano, madre reincidente. Un abrazo cariñoso de
Julio
París, 24 de febrero de 1952
Mi querido Eduardo:
No tienes por qué disculparte de una carta, digamos, autobiográfica. Aunque me apena mucho verte tan deprimido y hasta desmoralizado, prefiero eso a una carta parnasiana e impersonal. Ya que eso que llaman destino decidió hace mucho que tú y yo no coincidiríamos sino muy poco en esta vida, que por lo menos las tangencias sean cabales.
Me doy perfecta cuenta de que tu salud te afecta de veras, y que mientras alguien no dé con la manera de mejorarte, toda tu persona extra-física estará amenazada y obsedida. Una vez más, ¿no crees que un buen psicoanálisis…? Te lo digo porque (perdóname si macaneo, ya te imaginas que me faltan casi todos los datos) se me ocurre que tus síntomas son sucesivos, es decir que a la mejoría del asma replica la aparición de, por ejemplo, trastornos gástricos. Si esto se curara, quizá surgiría otra vía de escape. Ya sé que el análisis no te gusta, y que le desconfías, aparte de que quizá en B.A. sea difícil dar con el hombre. Pero yo creo que quizá deberías decidirte a hacerlo. Es evidente que tú, como todo hombre de intensa vida de fondo, estás lleno de traumas de infancia y adolescencia, cargado de malos recuerdos y de peores olvidos. Si el pleno equilibrio de una vida, que evidentemente has alcanzado pues tienes todo aquello que realmente querías, no basta para darte felicidad, es claro que en el fondo del acuario hay bichos de barro que cantan con silbidos de asma y con todas las cosas desagradables que te acosan. Mírame a mí metido a consejero, qué gran idiota. Passons.
Pienso que ayer les hablaste a los marplatenses sobre Matisse. ¿Aprovechaste para un chapuzón en el mar? Hace unos días estuve largo rato en la Sala Matisse del Museo de Arte Moderno. Quiero tanto a la muchacha con la blouse roumaine, que se me antoja una perfecta síntesis del arte de ese gran viejo. Quisiera ir al sud para ver la capilla que ha decorado. Andrée Delesalle me escribe que es muy bella, y me ha mandado una reproducción de unas manos que son de verdad hermosas.
Es la noche del domingo, y descanso un poco, solo en mi cuarto, después de una semana llena de cosas, idas y venidas, curiosas experiencias, “peladas de frente” y grandes maravillas. Hay un gran silencio en la Cité porque es medianoche, los últimos grupos de estudiantes se han disuelto, y callan los aparatos de radio –uno o dos– de mi piso. Tengo conmigo a un gatito, que me toca alimentar y guardar esta noche, pues es el hijo colectivo de los habitantes del tercer piso. (Hace una semana lo salvé de morirse helado en la nieve, y como recompensa el tipo me chupó de tal modo un pulóver que había a los pies de la cama, que me lo dejó arruinado para siempre.) Pienso que hace dos años justos yo estaba en Venecia, disponiéndome a venir al misterioso París. Ya llevo aquí cuatro meses, y anoche, al hacer un balance mental de este tiempo, me daba cuenta de la asombrosa familiaridad con que me muevo en este mundo. Ahí está, ahora, el peligro. Es ahora que debo vigilar mi visión, mi manera de situarme frente a cosas que cada vez conozco mejor; es ahora que debo impedir que los conceptos me escamoteen las vivencias. Me aterraría (¡no me ha sucedido, por suerte!) pasar un día apurado frente a Notre-Dame y echarle apenas la ojeada sin intencionalidad que se dedica a los bancos o a las casas de renta. Quiero que la maravilla de la primera vez sea siempre la recompensa de mi mirada. Puedo darme el lujo de pasar cerca del Museo de Cluny y decirme: “Entraré otro día”. Pero entrar ahí tiene que seguir siendo una cosa grave, última, la verdadera razón de mi presencia en París. Nos reímos de los turistas, pero te aseguro que yo quiero ser hasta el final un turista en París, el hombre que anota en su agenda: Jueves, ir a ver el San Sebastián de Mantegna… Es tan horrible advertir a cada minuto cómo las facultades intelectuales empiétent 289 sobre las intuiciones puras, tratando de esquematizarte el mundo… Lo atroz de B.A. es que es materia mucho más intelectual que estética, y apresura ese horrendo proceso de cristalización de un hombre. Por eso los argentinos son gente de tanto “carácter” (!), de tanta “personalidad” –repertorios de ideas definitivamente fijas, cuajadas, sin movimiento posible. Todo el mundo tiene allí su opinión sobre las cosas, pero coincidirás conmigo en que basta opinar sobre una cosa para, en el mismo acto, dejar de verla. La idea de Wilde en su “Retrato de Mr. W. H.” es realmente profunda: si en el acto de probar que una cosa es A o B, ocurre que de golpe se siente una angustia terrible y la sensación del descreimiento total en lo afirmado, ello se debe a que todo hombre inteligente y sensible sabe que una prueba es siempre otra cosa, que no toca para nada la realidad esencial de eso de que se habla. Yo quisiera que París se me diera siempre como la ciudad del primer día. Llevo aquí 4 meses: pero llegué anoche, llegaré otra vez esta noche. Mañana es mi primer día de París.
Empecé a ir al Louvre, luego de un repentino ataque de cólera por mi culpable mandarinismo. Fui con una alegría de chico, entré por esa puerta del Carroussel, me di el lujo de demorarme en el hall de entrada mirando libros y calcos… Después crucé la galería Daru, y desde abajo vi a la Niké con toda su túnica al viento. Llevaba grandes planes exploratorios (en 1950 estuve sólo diez veces, de modo que apenas conozco algunas secciones) pero cuando bajé por la escalerita de la izquierda y me planté ante la Hera de Samos y los Apolos arcaicos… se acabó todo. Ya he estado tres veces, y no salgo de las salas griegas. Ayer a la tarde el sol iluminaba los mármoles, vi una cabeza de atleta con la nariz y los labios transparentes, como de miel. Y el Apolo Sauróctono brillaba como si la luz le naciera de adentro. (Ah, pero antes de irme hice una travesura: bajé corriendo a las salas egipcias y fui a mirar a la diosa dentro del nicho, la que iluminan con “luz negra” y que me enfría la sangre.)
Me alegran las noticias sobre los cursos de Fatone y Jorge en el Instituto. Si le aceptan a Jorge sus condiciones, será –junto con los libros– una posibilidad de concretarse a lo suyo solamente, cosa que en B.A. es tan difícil.
Ya hice la primera grabación para las Actualités. Soy un pésimo speaker, pues mis r hacen saltar el pobre magnétophone, pero parece que lo que digo se entiende muy bien, al revés de lo que sucedía con el tipo a quien reemplazo. No creo que este trabajo me dure más de dos meses, pero son unos francos fácilmente ganados. Y se conocen gentes curiosas: un griego, un árabe, un jefe de sonido que habla el argot más envidiable de la tierra…
Ahora no me acuerdo si en mi anterior te dije que almorcé en casa de tu tía, y que conocí a Henri, a su mujer y a las dos niñitas. Lo pasé muy bien y tu primo me pareció muy simpático. Me hice explicar un poco la política francesa por él. Denise es una real muchacha. Y cómo se acuerdan todos de ustedes dos!
No te diré nada sobre tu sensación de no estar rodeado de amigos como los quisieras. Me duele que también este aspecto de la vida de relación te resulte incompleto. Dices que te sientes culpable de eso, pero no se me ocurre la razón. No me es fácil hablarte de esto, Eduardo, aunque te agradezco tanto tu confianza al decírmelo. (Me duele que Jorge, a quien sé que quieres bien, no esté más próximo a ti. El jueves encontré en mi casillero tu carta y una de él; te aseguro que me hizo una rara sensación. ¡Tantos años ya que los tres nos conocemos, nos encontramos y desencontramos! Y ya ves, el correo juntaba las cartas de los dos para mí… Y si me perdonas agregarte esto, por un instante me pareció como si debajo de esas dos cartas debiera encontrar otra, con la letra de Paco.290 Me hubiera parecido tan justo que estuviera también allí…)
Bueno, me siento no poco feliz al leer que me atribuyes una parte de tu actual actitud frente al lenguaje. Exageras lo que pudo darte mi novela, pero es cierto que tenías prejuicios “hispanizantes”. Y que pareces por suerte decidido a liquidarlos. Por mi parte ese camino lo decidí en los cuentos finales de Bestiario, y en una serie de poemas (Razones de la cólera) que en parte conociste, y tres de los cuales se intercalan en la novela. Ahora junté y copié toda la serie, y si quisieras tenerla un día, avísame y te los copiaré. Escribo poco, porque estoy de cabeza en la horrible tarea de copiar mi Keats. (De paso, nunca me dijiste lo que pensabas del capítulo sobre Fanny Brawne que creo te di en B.A.) La tarea es bastante feroz pues va a dar unas 600 páginas de máquina, maldita sea mi prolífica pluma. Ya tengo copiadas 150, calcula lo que me falta…
Estoy muy contento de saber que salió “El Juicio”. Pepe me mandó 3 números de Sur, pero falta el último; espero verlo bien pronto. ¿Y tus poemas, harás el libro este año? ¿Encontraste título? Cada día me gusta más Georg Trakl. Tengo una amiga que me lee en alemán y luego me traduce cada línea. Tenemos muchos poemas de Trakl, y nos parece un hondísimo poeta. Y ahora la colita de la carta se la dedico a María. Quiero decirte otra vez que has hecho muy bien en escribirme como lo hiciste, y que no hay razón para excusarte. Si mi memoria sigue siendo fiel, este 27 agregas otro año a tu vida. Beberé por ti una gran copa de Beaujolais en un bistrot de la rue du Cardinal Lemoine, al lado de la Place de la Contrescarpe. ¿Te gusta como regalo de cumpleaños?
Un muy gran abrazo, y que ésta te encuentre bien,
Julio
Querida María:
Iré al Louvre, bajaré la escalera de caracol, miraré los sótanos medievales. Todo eso haré cuando pueda despegarme de las salas griegas, que hasta ahora no me sueltan. Ayer estuve un momento en las salas egipcias, pero no quería mirar en serio (aparte de una diosa) y me limité a las vitrinas donde han puesto los juguetes que había en las tumbas. ¿Te acuerdas de las barcas, verdad? Mientras miraba pensé en lo que hubieran dicho Maricló y Albertito de haber estado aquí. Y se me ocurre que también ustedes lo pensaron en su día.
Te regalo una primicia. Hace unos días, en un café de la Place Pigalle, que se llama absurdamente Au Soleil Levant (¡en la Place Pigalle, hazme el favor!) compuse mi epitafio. Es así:
J. C.
CUALQUIER RANITA
LE GANABA.
Me parece, además de cierto, de una gran economía de medios, lo cual es loable en estos tiempos de alto costo de la mano de obra. Espero que mi primicia no te suene muy macabra, ya que es sólo obra de previsión para un lejanísimo futuro. A mí me emociona mucho este epitafio. En realidad debí regalárselo a tu marido que me manda cartas lúgubres estilo José Cadalso (vas a ver cómo lividece de rabia) pero es para ti, con un cariño grande de
Julio
París, 3 de marzo de 1952
Mi querido Fredi:
Creo que estarás contento por mí si te digo que acabo de pasar una muy mala noche. Una de esas noches de revisión, de bilan,291 de preguntarse cosas, de ver qué pequeñas y mezquinas son las respuestas. No he ido más allá de eso, pero me da la medida de lo que fue nuestra conversación de anoche. No había palabras para decírtelo, pero a cada cosa que tú decías o me leías, yo notaba fríamente en mí la resistencia casi demoníaca de un orden ya cerrado, construido, que teme perder su comodidad y su rutina, y se subleva ante la palabra nueva, ante la Noticia. Ahora sé por qué esa hora y media de charla me ha fatigado tan terriblemente. La noche que acabo de pasar (con los sueños más increíbles) me da la justa medida del combate que lo Viejo y lo Nuevo han librado en mí. Hoy me siento como podría sentirse un campo de batalla: sucio, pisoteado, lleno de muertos y lamentaciones. Pero también sé que uno de mis dos ejércitos ha vencido. Sólo que no sé cuál. Realmente no lo sé, Fredi. Lo que puedo decirte (y esta tonta carta tiene ese objeto) es que en ti veo la presencia viva de eso que tus palabras no alcanzan todavía –por mi enorme ignorancia– a mostrarme con claridad. Tú has vuelto de allá con ojos nuevos. Ya te lo dije anoche, y es cierto. Tu cara es la misma, pero te han cambiado la mirada. Tenías una mirada huyente, acechadora, analítica. Ahora miras y ves de una manera que mi propia mirada siente profundamente. En cuanto a tus palabras, espero humildemente entenderlas mejor si tienes el deseo de continuarlas para mí. No sé lo que pasará, porque la batalla es dura y yo me he conformado hasta hoy con lo que tenía y alcanzaba. Pero el hecho de que haya una batalla te prueba (y me prueba) que nuestro encuentro de anoche no ha sido inútil ni estéril. Quisiera que me creas digno de seguir escuchándote.
Con mi afecto para Natacha, un abrazo de
Julio
Carta a la Ardillita
París, 20 de marzo de 1952
Mi abuelita muy querida y chiquitita:
Hace ya bastante que tengo tu última carta, que me escribiste el 4 de marzo y que muchísimo te agradezco. No creas que tardé por haraganería, sino porque esperaba primero otra de mamá, y entonces contestaría las dos al mismo tiempo. (Por el franqueo, ¿comprendes?) Bueno, he oído decir que estuviste en un cine donde resonaba la voz de alguien a quien tú conoces un poquito; no sé quién puede ser, pero me dicen que tú estabas muy contenta y que querías aplaudir. Naturalmente estoy muy celoso contra ese tipo que se permite robarme tu cariño, y en la primera ocasión que me lo encuentre en París, le voy a plantar un puñetazo en mitad de la nariz para que aprenda.
Fuera de broma, me alegro mucho de que por fin me hayan pescado. Supongo que ahora lo harán otras veces con mayor facilidad, porque yo grabo todos los miércoles, de modo que sin duda esos noticieros tienen que darse en Buenos Aires. Ayer justamente me pasé la tarde en Joinville entregado a esa tarea, que ya cumplo con facilidad. Al principio uno está horriblemente nervioso, porque la más pequeña tos, tartamudeo o desliz, estropea por completo la banda sonora, y hay que recomenzar todo. Y eso supone fatiga y malhumor de ocho o nueve técnicos que están controlando los aparatos. He descubierto afortunadamente una maravilla de la ciencia, unas pastillas para la garganta que se llaman SOLUTRICINE (dile a Pate292 que averigüe en las farmacias si ya hay ahí) que atajan toda ronquera en pocos minutos, y son excelentes para este nuevo oficio (¿Y cuántos van?) que me he echado. La cosa se hace así: me encierran en una especie de jaula de cristal con el jefe de grabación. Yo tengo los papeles delante de mí, y el micrófono. Con la mano derecha manejo una palanca que debo mover cada vez que empiezo a decir un párrafo, y soltar cuando me interrumpo (pues en ese instante otro técnico da más volumen a la música de fondo). Yo no veo la película que pasa delante de unos cristales; sólo veo mis papeles, y la mano del director, que me hace un gesto convenido para empezar a hablar cada vez. Todo el problema está en decir el texto con la suficiente velocidad y claridad, para que coincida exactamente con la duración de las imágenes. Una vez que se ha practicado un poco, la cosa es fácil, pero las primeras veces uno siente que se le cierra la garganta, y que te falta el aire. En fin, es bastante divertido, y Joinville es muy bonito lugar.
Mi linda Ranita, veo que tu amigo Bondareff te ha andado de nuevo en la dentadura, y me afligió enterarme de todas esas extracciones que te había hecho. Pero presumo que a esta hora ya estarás muy bien, y que tendrás todo perfectamente arreglado. También mamá me dice que se va a hacer arreglar los dientes. Los míos por el momento andan bien, pero si necesitara dentista, aquí en la Cité tenemos unos excelentes, y además gratis, lo cual tiene su importancia. Ahora que trabajo en Joinville, disfruto de lo que se llama la Securité Sociale, por lo cual me hacen un descuento, pero llegado el caso tengo asistencia médica gratuita y remedios. De modo que estas cosas siempre son una tranquilidad.
Me dices que lees en los diarios que las cosas no andan bien en Francia. No, no andan bien. Las cosas no andan bien en ninguna parte del mundo. Pero aquí hay un pueblo culto y digno –a pesar de sus defectos y sus faltas– y las luchas políticas no vienen a quitarle la paz a aquel que se mantiene al margen. No hay altoparlantes que te crispan los nervios, ni afiches insultantes. Los diarios expresan sus opiniones, y puedes elegir el que más te guste, de derecha o de izquierda. Esto es una democracia con todos sus defectos naturales, pero infinitamente mejor que cualquier otra forma de gobierno. Los franceses son profundamente inteligentes: reverencian el recuerdo de Napoleón, pero tienen buen cuidado de no permitir a nadie que pretenda imitarlo. Eso es sentido común e inteligencia.
Estoy muy bien, voy y vengo, conozco París, paseo en bicicleta, copio un libro mío, leo libros ajenos, bebo leche pasteurizada y vino tinto (para quitarme el gusto de la leche). Ya me plancho las camisas como un rey; la gente se para en la calle para felicitarme. El otro día me pescó el agua a dos kilómetros de la Cité y en bicicleta. Me empapé de tal modo que la concierge tuvo que secarme con una toalla antes de subir a mi cuarto. Pero como no hacía frío no me hizo mal. Es muy linda la lluvia en bicicleta.
Mi querida, mil cariños a Memé y a Pate, espero te gusten las fotos que le mando a mamá. ¿Recibiste las tuyas? Ya te llegarán en estos días. Un gran abrazo y muchos besos de
Cocó
París, 3 de abril de 1952
Mi querido Eduardo:
Siento tanto lo que me cuentas de tu salud, e imagino la tortura de un verano sucio por todos los costados, cuando encima de su sórdido ambiente hay que aguantar los sufrimientos del “hermano cuerpo” que, como buen hermano, suele jugarle a uno los peores trucos. Tampoco yo he andado muy feliz últimamente. Primero fue una especie de uretritis (así lo diagnosticó el urólogo del hospital de la Cité) que me obligó a los molestos tratamientos que puedes figurarte. Por suerte me curé rápido. Después se me encrespó el hígado, tuve unas cefaleas feroces, y tuve que hacer régimen –como si ya no hiciéramos bastante los pobres becarios. Pero ya ando bien de eso. En realidad he pasado un invierno estupendo gracias a Forschner (por quien rezo todas las noches… a Jehovah, se entiende, y no al Junior). Y ahora ya tenemos tímidos asomos de primavera, se puede salir a la calle como un ser humano y no como una especie de felpudo erecto. El Luxembourg está verdecito, y el Bois de Vincennes hace lo suyo. Lo veo todos los miércoles cuando voy a grabar a Joinville, y cada vez está más lindo. Apenas se afirme el tiempo, haré ese viaje en bicicleta y será mucho más agradable (aparte 100 balles293 de ahorro).
Sabedor de que esta noche te empezaría una carta, hablé esta mañana por teléfono con tu tía. Me dijo que todos están muy bien y quedé en ir el domingo a charlar un rato con ella. Miento: iré el lunes, me acuerdo porque me dijo que Denise no estaría. Por cierto que me encanta charlar con tu tía, que me recuerda por el carácter algunos rasgos de mi abuela cuando yo tenía veinte años. Su decisión, su redonda manera de expresarse, me gustan mucho. En cuanto a Denise, es todo lo que tú me dijiste allá. Una gran chica.
Bueno, aquí estuvieron Verdevoye294 y su mujer, y me hicieron pasar una excelente noche (a pesar de una lluvia de perros). Comimos en Montmartre, en un sitio inconcebiblemente pequeño pero muy simpático, y luego me llevaron a mi amado Lapin Agile, donde los tres nos dimos un atracón de viejas canciones francesas. Fue estupendo, y yo me separé de ellos con muchísima pena. Me dijo Verdevoye que confía en volver pronto. A ver si te vienes también tú con María. (Suena cruel, pero no lo es. Ningún deseo así puede ser cruel.)
Te escribo casi en vísperas de cruzar el Canal. Salgo el miércoles 9 y pasaré 6 días en Londres. El asunto de Joinville, que milagrosamente dura todavía, me obliga a estar de vuelta el 16 por la mañana, razón por la cual me limitaré a la ciudad y dejaré para otra vez mis planes de hacer auto-stop hasta Escocia e Irlanda. Por supuesto que seis días de Londres no me darán gran cosa, pero si los camino, miro y olfateo bien, es seguro que acabaré por tener una noción de la capital. Por supuesto que estoy de nuevo envuelto en el mismo clima de irrealidad que me asaltó a mi llegada a Roma, a Venecia y a París. No tengo conciencia clara de que –después de 20 años de deseos– dentro de pocos días estaré en Piccadilly Circus. Tal vez allá, hablando inglés, mezclándome con la gente… Es muy curioso que los “grandes pasos” los doy siempre como si en el fondo no se tratara de eso. Pienso que el deseo acumulado termina por quitar verdadera realidad a las cosas. ¿Tú crees que Penélope habrá gozado con Odiseo, a su vuelta? Yo tengo serias dudas. En realidad pudo llegar a amarlo, pero de nuevo, como a otro hombre. En el fondo Odiseo resultó ser uno de los pretendientes… favorecido por un contrato matrimonial vigente. Yo sé que deberé ver Londres, y que mi deseo nada tendrá de parecido con el goce real que me dé la ciudad. La gran maravilla (como es el caso de París) es descubrir que la realidad es distinta del deseo –porque es mejor.
Tienes mucha razón, a veces uno pasa al lado de todas las grandes “máquinas de hacer belleza” de los museos, y se demora infinitamente junto a una piedrecita que nadie mira, un pectoral, un rostro casi borrado… Yo tengo ya algunos amigos de ese género en el Louvre, por ejemplo un dios entre sirio y fenicio, cuyo rostro de una crueldad increíble está estilizado al extremo. Los ojos son , vale decir apenas lo significativo, y la boca es simplemente una rayita en la piedra (como ciertas caras de Klee). Este tipo y yo somos muy amigos, y enfrente de él hay un león casi amorfo de piedra, al que siempre le meto la mano en las fauces con una estremecida sensación de desafío. Mi otro gran camarada es Gudea arquitecto (sobre el cual quizá recordarás que Andrés decía algo en su Diario295 paralelo a la novela). No, no recuerdo el museo de Valle Giulia, où ça? No he estado en él. Pero me acuerdo (porque fue el primer choque de frente, a mi llegada a Italia) de los mármoles griegos del museo de Nápoles, y de que me sentí tan estúpido y deshecho que tuve que irme a un café. ¡El Doriforo! Y por la noche, en mi albergo, anoté en un cuaderno que hoy me acompaña en París, algo que me parece bello porque se refiere a la sensación que se tiene ante la mayoría de las esculturas griegas:
El tiempo ha roto en ellos las espadas
y las virilidades. Desasidos de la última atadura
van por lo eterno como nubes.
Creo que te gustará saber que fui a Auvers-sur-Oise, cumpliendo con un maravilloso día de sol y tibieza, y mis deseos de conocer el sitio de los últimos días de Van Gogh. (Su pintura de la iglesia de Auvers, que el hijo del Dr Gasquet acaba de donar al Louvre, me estimulaba a ir allá.) Vi la iglesia, el pueblito (adonde me iré a vivir cuatro o cinco días con mi bicicleta apenas haga calor), vi la alcaldía que él pintó, el café donde vivía, su piecita sórdida que conserva aún el papel original. Vi el billar donde lo acostaron agonizante, y por fin su tumba y la de Théo, en un pequeño y delicado cementerio entre los trigales –con esos mismos cuervos y esas nubes bajas que él pintaba hacia el fin. Te extrañé mucho ese día, hubiera sido tan justo y tan necesario que estuvieras allí.
También he conocido la región de Fontainebleau, gracias a la gentil Andrée Delesalle, que es como siempre una excelente amiga. Y la bécane296 me permite intrépidas exploraciones de la banlieue, llena siempre de sorpresas, como por ejemplo encontrar en Arcueil una iglesia del siglo XIII, mucho más digna de atención que el famoso acueducto.
Devoro novelas ad usum beca como quien come uvas. No comparto en nada todo tu entusiasmo (y el de María) por la última de Greene. Por supuesto que es una maravilla de escritura; el inglés alcanza una tensión y una fuerza casi insoportables. Pero la serie de “milagritos” finales me sublevó. De un modo no claramente explicable, me pareció indigno. Está bien creer en milagros; inventarlos en una novela –aunque todo allí sea invención– no es justificable. ¿Cómo se atreve un Greene, católico, a fabricar esos milagros a lo Apolonio de Tiana? Si yo fuera Luciano y tuviera The Times a mi disposición, ya verías qué rapapolvo le sacudía (j’emprunte le mot à Guillaume de Tour).297 Reparo aparte (¡pero es capital!) la novela es magnífica.
Bueno, está bien eso que me dices del capítulo sobre Fanny Brawne. Evidentemente hay 6 capítulos anteriores para poner al lector “en tren”, cosa que no te ocurría a ti. Ahora que estoy acabando de copiar el libro (¡qué tarea!) me doy cuenta de sus enormes desequilibrios, y de que en definitiva no va a gustarle a nadie (como lo digo con inútil desafío en un prólogo). A los profesores les va a parecer delirante y mal educado; a los poetas y adláteres les resultará abrumador y pedante. Moralité: Il faut lire Keats tout court. Que es lo que yo hago; ayer me fui al Parc des Sceaux en bicicleta, me tiré en el pasto cerca del espejo de agua, y leí Hyperion rodeado de las sombras de Colbert y Madame de Montespan.
Razones de la cólera no está aún copiado, pero lo estará y un día lo recibirás. De tus poemas me gustan sobre todo “Compra y venta del hombre”, “El Extrañado” y “Duro demonio…”. Me gusta que me dejes asomarme a tu taller, entre torsos y cabezas inconclusos. “A mí no me conoces…” suena a Salinas –cuya muerte he lamentado mucho– pero no tiene duende (para mí). Ojo! Hay un par de versos que no me gustan nada en “¿Quién reposa…?”. Son éstos: “Remueve la acción la negra hora”, que admitirás es especialmente duro, feo y didáctico. Y el que sigue: “Como costra de sangre coagulada”, donde el reparo apunta al sentido: si la sangre no estuviera coagulada, ¿de ánde la costra? Incluso el agregado “en una herida” es casi tautológico, porque se lo supone tácitamente. Perdóname esta cirujía menor, pero estoy seguro de que no te parecerá mal.
Si puedes, lee Equinoccio de Viola Soto que ha salido en Botella al Mar. Te acuerdas que se trata de aquel amigo cuya salud psíquica me tuvo a mal traer el año pasado. Estoy seguro de que vas a encontrar poemas sorprendentes ahí adentro. En cuanto a mí, mi última obra es mi epitafio que le regalé a María. Por él verás qué séchéresse. Leo mucho a Michaux, a Saint-Pol Roux (sic) y a Shelley. Una chica amiga me ayuda a conocer a Trakl, un poeta! Leo novelas como loco. Les Jeunes Filles de Montherlant es una buena experiencia. Pese al lado cabotin, el autor tiene un talento extraordinario para mostrarte los interiores de la burguesía francesa –aparte de que el problema del héroe es siempre, en alguna medida, el problema de gentes como nosotros.
He visto Los Persas por el grupo teatral de la Sorbonne, y me pareció digno de cualquier representación por profesionales. Para ritmar el coro (que aparece vestido como el friso de los arqueros, lo que es una feliz idea) usan las ondas Martinot, con resultados notables. D’abord es la primera vez que se le entienden las palabras a un coro (admitirás que la cosa tiene su importancia). Y luego el sonido “inhumano” de las ondas aleja toda asociación con los instrumentos modernos, evitando así todo anacronismo. Ya que no sabemos cómo sonaba el aulós griego, nos queda el derecho de suponer que este sonido le hace más justicia que un oboe o un saxo tenor. (Hablando de saxo, extraño mucho a mi jirafita, como me gustaba llamarle.)
Tomo nota del envío de mis últimos $ 600 y de los sorprendentes 1.000 que me manda Baudi. ¡Este Baudi! ¿Ves cómo es? Yo no me merezco amigos como Jorge, él y tú. Ya le he escrito pidiéndole instrucciones, porque mi inopia financiera es un hecho reconocido hasta en los salones de lustrar.
Recibí el recorte con la supuesta anterior encarnación de Aurora. J’ai eu une drôle d’impression qu’on se payait ma tête. Pas toi, bien sûr et Daniel non plus, car il m’aime beaucoup. Peut-être les Dieux, qui se servent toujours des hommes pour mener à bien leur farces… Passons, et surtout oublie ça, car tu n’y es pour rien.298
Dime (por Dios, sin ningún compromiso!): ¿es que no habría alguna posibilidad para mí de conseguir revistas literarias? Tu bondad y tu generosidad me inculcaron ese lujoso vicio desde 1946, y ahora que veo La Nef, Temps Modernes y Cahiers du Sud en las librerías y no me los puedo comprar, la bilis me revolotea por los lóbulos cerebrales. Es casi cómico que haya que vivir en B.A. para tener paquetes maravillosos de revistas… Te repito: no te preocupes. Pero si por algún azar fuera posible que yo me beneficiara aquí de algunos números, me sentiría muy feliz.
Diles a Maricló y a Albertito que Julio no se olvida nunca de ellos, y que los quiere mucho. Cuídate, no hagas tonterías con la salud. (Mira qué tono de tío viejo!) Tus cartas me hacen mucho bien, y te agradezco la paciencia. Si ves a Jorge dile que la mano derecha sirve también para escribir.
Un gran abrazo de
Julio
5 de abril / 52
A María tan buena y gentil:
¡Pobrecita! De entrada me dices “Estoy gorda…”. Bueno, consuélate pensando en Hécuba, que lo estuvo cincuenta veces. Y luego que, en el fondo, estás encantada. Lo que de veras siento son los líos de la casa y la mala salud de Eduardo. Aparte de las hórridas noticias que me das sobre precios y comidas en B.A…. Sí, tienes razón, me fui a tiempo. Pero si crees que eso es un consuelo, te equivocas. Estar fuera del incendio no es un consuelo, cuando los que se están quemando te son queridos. Muchos días hay en que me siento un desertor, y la cosa no es bonita. Por suerte en mí hay un gran canalla que coexiste con un hombre pasablemente bueno; entonces aquél hace lo suyo para que éste se distraiga mirando la ciudad y sus maravillas. Pero el mal gusto en la boca subsiste.
Meto este papel en la máquina para copiarte una prosa que les regalo a Maricló y a Albertito, aunque ellos no podrán todavía captar su gracia –que es puramente verbal y rítmica. Pero para esto están Eduardo y tú. Guárdala para cuando tus hijos sean como ustedes (esos dos no saben la suerte que les ha tocado al tener padres como ustedes; ojalá sepan aprovechar esa buena fortuna). ¿Por qué cosas que uno dice en serio suenan a veces tan tontamente? Yo podría tirar esta hoja y hacer otra más “inteligente”. Honradamente la dejo tal cual. Y aquí está el
OSO299
Soy el oso de los caños de la casa, subo por los caños en las horas de silencio, los tubos del agua caliente, de la calefacción, del aire fresco, voy por los tubos de departamento en departamento y soy el oso que va por los caños.
Creo que me estiman porque mi pelo mantiene limpios los conductos, incesantemente corro por los tubos y nada me gusta más que pasar de piso en piso resbalando por los caños. A veces saco una pata de la canilla y la muchacha del tercero grita que se ha quemado, o gruño a la altura del horno del segundo y la cocinera Guillermina se queja de que el aire tira mal. De noche ando callado y es cuando más ligero ando, me asomo al techo por la chimenea para ver si la luna baila arriba, y me dejo resbalar como el viento hasta las calderas del sótano. Y en verano nado de noche en la cisterna picoteada de estrellas, me lavo la cara primero con una mano después con la otra después con las dos juntas, y eso me produce una grandísima alegría.
Entonces resbalo por todos los caños de la casa, gruñendo contento, y los matrimonios se agitan en sus camas y deploran la instalación de las tuberías. Algunos encienden la luz y escriben un papelito para acordarse de protestar cuando vean al portero. Yo busco la canilla que siempre queda abierta en algún piso, por allí saco la nariz y miro la oscuridad de las habitaciones donde viven esos seres que no pueden andar por los caños, y les tengo algo de lástima al verlos tan torpes y grandes, al oír como roncan y sueñan en voz alta, y están tan solos. Cuando de mañana se lavan la cara, les acaricio las mejillas, les lamo la nariz y me voy, vagamente seguro de haber hecho bien.
Espero que The Power and the Glory te haya gustado, a mí me pareció extraordinario. En cuanto a Il celo è rosso veré de leerlo como me lo aconsejas. Aquí se está dando una película sobre ese tema, y es de suponer que el libro andará en traducción francesa –pues en italiano no me le animo. Una vez leí una novela en italiano, con diccionario y todo. Cuando la terminé, estaba convencido de que los protagonistas hacían juntos un viaje a la Polinesia y que perecían en un naufragio, estrechamente abrazados. ¡Craso error! Una persona que sabe italiano me demostró que no había tal viaje, y que los personajes terminaban felizmente sus días en un pueblecito tibetano. Desde entonces opto por los idiomas que por lo menos creo saber.
Me gusta tanto que me digas que los chicos me recuerdan “por su cuenta”. No durará, pero es muy dulce, sabes. Estoy seguro de que de haberme quedado en B.A. me hubiera entendido siempre muy bien con Maricló (por quien te confieso mi debilidad) y Albertito. Fíjate que toda esta carta les está poco menos que dedicada.
Siento lo de Saulo.300 ¿Y van cuántos…? Pobre país, pobre cosa blanda. Un bofe tirado en el pasto. Hoy estamos aquí con la bandera a media asta. Cuando la vi esta mañana el corazón me dio un vuelco. Pero no, era Quijano nomás. Qué le vamos a hacer.
Dales mis cariños a los chicos y a los amigos que tú sabes. Cuídate mucho y hasta bien pronto, con todo el afecto de
Julio
París, 21/4/52
Mi querido Eduardo:
Acabo de recibir tu carta, y siento una perfecta cólera al ver por ella que mi última se ha perdido. Tú pensabas que acaso yo no había recibido tu anterior, lo que hubiera explicado en parte mi silencio. Pero la recibí, y te la contesté en seguida y muy largamente. Te confieso que me duele especialmente que mi carta se haya perdido, porque era muy extensa, llena de noticias, y además te decía un montón de cosas sobre los poemas que me enviaste. Además te hablaba de mi encuentro con Verdevoye, y copiaba para María una prosa dedicada a Maricló y a Albertito. Todo esto –que ya no podría “cocinar” con la espontaneidad de entonces– justifica mi enorme rabia. Máxime cuando pienso que ustedes han podido creerme haragán o despreocupado. La primera sospecha de lo ocurrido me la dio una carta de mamá, donde me dice que tú aludiste a mi silencio. Y ahora ya no me quedan dudas. Maldito correo! ¿Y si en el futuro te escribiera a tu casa? (Porque hay que tener presente la posibilidad de que las cartas enviadas a embajadas… Si lo crees mejor, dame la dirección exacta.)
Bueno, ahora creo que lo mejor será desandar mentalmente el camino, y rehacer lo mejor posible algunas cosas que te decía. Me acuerdo por ejemplo que discrepaba con ustedes sobre The End of the Affair (que tú mencionas ahora de nuevo). La colección de milagritos finales me dio náuseas. Y lo peor es que me cuesta explicar el motivo, porque un milagro es un alto misterio, ante el que me detengo respetuoso. Oscuramente siento como si Greene, católico, no tuviera derecho de inventar esos milagros –aun en una total invención como es su novela. Il triche, voilà tout.301 La invención de milagros en la literatura hace que uno se ponga a pensar si los otros –los que se consideran sucedidos– no reposarán en la misma mecánica fabulatoria. Mi reproche a Greene es, en el fondo, de orden ético. Aparte de eso, el libro está escrito con una fuerza y un talento extraordinarios.
Releo tus poemas, de los que muchas cosas te decía, entre otras que te agradezco la confianza de mandarme los primeros “estados”. Sí, “Duro demonio” me parece hermoso como forma, pero de una tremenda angustia que toca lo personal –y que me apena por eso. (Lo cual nada tiene que ver con el poema en sí.) Creo, en suma, que el fragmento que más me gusta es “El Extrañado”, que ojalá hayas terminado. Mándamelo cuando esté. Te señalaba también (por suerte acabo de acordarme) dos versos que no me gustan (en “¿Quién reposa?”): “Remueve la acción la negra hora” avanza a tumbos y carraspeando. ¿No te parece duro? Fais la preuve du gueuloir302 y verás. Y luego el verso siguiente: “Como costra de sangre coagulada…”. Aquí los reparos son de orden conceptual. Si hay costra, la sangre obviamente está coagulada. Agregas: “En una herida…”. Es casi tautológico, ¿no? Perdóname este reparo a lo Pescatore di Perle, pero cosas así se le resbalan a uno sin darse cuenta.
Con esto se acaban mis recuerdos de mi carta perdida. (¿Dónde están las cartas “perdidas”? ¿En qué estante, saca, desván, se van pudriendo poco a poco, envueltas en su tristeza de no haberse cumplido?) Ahora recuerdo otras cosas: te agradecía tu último envío y te anunciaba que pediría instrucciones a Baudi (cuyo gesto es de los que lo hacen sentirse a uno casi digno de tener amigos como él y tú). Ya lo hice, y ahora veré de mezclarlo al pobre Jorge en la operación de los U$S.
Te preguntaba además cómo debo enfocar la posibilidad de continuar como patronné por ustedes. ¿Haré aquí el trámite, llegado el día? Me dicen que es una diligencia muy rápida, creo que en el Quai d’Orsay. Pero si es mejor que intervenga B.A., tú me lo dirás. Por cierto que lo pasé muy bien con Verdevoye y su mujer. Comimos en Montmartre, y oímos estupendas canciones en mi amado Lapin Agile. Tuve un gran gusto en ver aquí a Verdevoye, que fue muy gentil y me hizo pasar una excelente noche.
Bueno, vuelvo de una linda semana en Londres. Me tocó el comienzo real de la primavera y hasta hizo calor, lo cual tenía perplejos a los buenos londinenses. Me metí en un hotelito de Victoria Station, para estar bien en el centro, y caminé seis días como no creo que vuelva a caminar en mi vida. (Si te interesara un relato bastante detallado de esto, no tienes más que telefonearle a Castagnino, 50-4527, que ya debe tener una larga carta que, como comprenderás, no puedo repetir hasta por razones estéticas.) Pero sí puedo hablarte, oh pintor, de la pintura. Porque los ingleses han reunido cosas tales, que es absolutamente necesario que veas cuando desembarques otra vez en Europa. La National Gallery, entre trescientas maravillas, me dio la perfección de sus tres Piero della Francesca (El bautismo de Cristo, La Natividad, y San Miguel y el dragón). Todo bien pesado, mi recuerdo vuelve incansablemente a esos tres cuadros. Pero luego está el Uccello (con lo cual completé la visión total de La Rota di San Romano), Sassetta, los Lorenzetti… ya te imaginas, toda la serie del 300 y 400. Me impresionaron dos óleos inconclusos de Miguel Ángel, de un ritmo maravilloso. Y, claro, La Virgen de las Rocas de Leonardo. Pero como siempre fueron los “primitivos” los que me atraparon. Volví a mirar con una frialdad que lamento los magníficos Tiziano, Tintoretto y Veronés que invaden salas y galerías. De los flamencos podría hacerte una larguísima lista. Hay Dirk Bouts y Memlings perfectos… y 16 Rembrandts colgados uno al lado del otro, que te dejan sin habla. Pero otra gran impresión me la dio la Venus del espejo de Velázquez. Es simplemente sobrecogedora, y está en una salita con 3 Grecos magníficos (entre ellos Cristo echando a los mercaderes –en una de sus últimas versiones, que aprendí a distinguir gracias a Malraux). Por su parte la Tate Gallery te pone ante Turner, cuya época final me parece de una grandeza indiscutible. Los franceses deberían tenerlo más presente cuando hacen –tan chauvinistamente– su historia del impresionismo. Me divertí con los prerrafaelistas (que me devolvieron al Tesoro de la Juventud y a mis primeros amores pictóricos) y que son aplicadamente idiotas. Los contemporáneos tienen salas riquísimas. Te cito un nombre por si te dice algo: Ben Nicholson. Lo creo el más interesante. Pero el gran artista de hoy, allá, es fuera de dudas Henry Moore. Sus esculturas (vi más de veinte) son profundas, apuntan a misterios elementales; cada forma es recipiente de algo que devuelve a oscuros sentimientos atávicos, a reencuentros con las Madres.
En cuanto al British Museum, ya puedes imaginarme (sonriendo, me temo) frente a los frisos del Partenón. Toda la sección griega es incomparable, y requeriría por lo menos diez visitas para ceder un poco de esa terrible concentración de belleza. En cuanto a Egipto y Asiria, de sobra sabes lo que se han robado los ingleses. La parte asiria borra del mapa a la del Louvre. Hay una sala con los frisos de Nimrud y los de Nínive, imposible de ver en un día. Y China, y los víkings, y los celtas… Uno sale estropeado de ahí dentro.
Pasé toda una mañana en Hampstead, en la casa de Keats, en el bosque y los brezales por donde le gustaba vagar. Hacía diez años que esperaba ir…
Vi bien los arrabales de Londres, la parte victoriana, Chelsea (donde te gustaría vivir) y la vida nocturna de Piccadilly Circus y el Strand. Estoy muy contento de haber ido, y no me pesó estar solo… Bueno, si a esta altura me empezara a pesar eso, podría considerarme un modelo de fracaso.
Por aquí andan conocidos. Encontré a Guillermo de Torre,303 sobre el cual cuanto menos se diga mejor será. Vi a Zamora Vicente.304 Veo al diminuto heleno, que ha venido por 15 días. El domingo lo llevé a Versailles junto con dos niñas del pabellón argentino. Nunca había visto los jardines tan hermosos, porque aquí la primavera se ha soltado de pronto y París está admirable. Piensa lo que es esto para mí, que nunca había visto la primavera (tú sabes que allá no la tenemos). Hay que estar aquí para comprender cómo nace una mitología, una poesía de la primavera. Realmente se la siente, hay una tensión en las cosas y en uno que habla de savias, de jugos que remontan. El paisaje francés, de Dunkerke a París, y sobre todo Chantilly, me pareció admirable (mucho más que lo que alcancé a ver de Kent al otro lado del canal).
Estoy tan contento de que por fin tengas tu casa, y te agradezco tu buen deseo de verme alguna vez estirar mis piernas en tu sala azul turquesa (¡qué bizantinos, María y tú!). No hay duda que allí podrán los dos trabajar, que tú pintarás furiosamente (no me hablas de eso, dicho sea de paso) y que el invierno será más tolerable.
Comparto bastante ese desconcierto que te invade por razones “culturales”. Siempre lo tuviste un poco, si recuerdo bien, siempre te reprochabas una falta de método y de perseverancia. Pero si elegiste la poesía, ¿por qué quejarte de no ser un scholar? De sobra sabes que son actividades excluyentes. Me haces pensar en Keats (¡y dále!) que también se torturaba por su falta de sistematización, de un conocimiento organizado… Tú sabes –o lo sabrás cuando leas, oh mártir futuro, las 500 páginas de mi libro– que fue justamente Keats quien descubrió que el poeta es ese ser que se asemeja al camaleón, que no tiene self-identity. Una cultura sistematizada es quizá compatible con ciertas poesías (Eliot, Ezra Pound, Wallace Stevens) pero no con la poesía de “temor y temblor” a que tú te asomas. El otro día leí notas sobre Valéry, y supe que este perfecto civilizado tenía unas lagunas culturales impresionantes, que pasmaban a sus amigos. Pensé si no sería en esas lagunas donde cantaban las ranas y los cisnes de La Jeune Parque. Tú no has nacido para tener método, pero eso no te autoriza a ponerte ligeramente histérico (je tiens à te le faire remarquer)305 y describirte a ti mismo como un “respetable empleado”, etc. Ya sé que no pasas por una crisis de rimbaldismo y que hace un rato que salimos del Mariano Acosta. Pero no te tortures cuando, con el revés de esa tortura, eres capaz de escribir “Compra y venta del hombre” y otras cosas que te justifican como hombre y como poeta, y que te dan derecho de ciudad.
Estoy muy contento de ver a Jorge tan lanzado a sus cosas. Acabo de recibir una carta suya. En cuanto a Daniel, me resigno a seguir sabiendo de él a través de María y de ti, porque el muy doctor se ha olvidado de su amigo. Sin duda su instalación –que me describes– lo absorbe por entero. No hay como tener casa para volverse serio y dejar de lado las pamplinas de la correspondencia con los conocidos. (Advertirás que escribo todo esto con la secreta esperanza de que ese maldito acridio lea estos párrafos y se ponga verde.)
Me preguntas por mi Keats. En la carta perdida te agradecía tus frases sobre el capítulo acerca de Fanny, aun cuando te preocupaste seriamente por tu primer juicio, y lo corregiste en parte en otros párrafos. Oye, pero si está muy bien lo que piensas. Ahora que estoy terminando de copiar el libro, se me alcanzan tristemente sus defectos: 1º) Es amorfo, es sudamericano, es decir le falta estructura. Yo creí que para hablar de un poeta como John lo mejor era ser un poco como él durante la redacción del libro, y me dejé ir en libertad. Pero esto resiente evidentemente la articulación de la obra. Chopin, comprendes. 2º) Es egotista, es decir que a propósito de John se habla bastante de otras cosas que me interesan, y que van a aburrir o distraer al lector. Defensas posibles del libro: está lleno de intuiciones muy felices sobre materia poética, y contiene varios descubrimientos sobre Keats que asombrarían a los scholars ingleses –que no lo leerán jamás.
En mi carta anterior (que voy recordando a jirones, y cada vez con más rabia) te hablaba de una peregrinación que hice a Auvers-sur-Oise, para ver el pueblito donde murió Van Gogh. Cómo me hubiera gustado tenerte ese día de compañero. Vi la pequeña iglesia pintada en los últimos tiempos (el cuadro acaba de entrar al Jeu de Paume), la mairie, el café donde vivía (su piecita con los jirones del empapelado, a la que subí luego de convencer al hotelero) y el billar donde lo tendieron, agonizante. Y vi su tumba y la de Théo, en un pequeño cementerio rodeado por los trigales que él pintó con aquellos soles enormes y el vuelo de los cuervos. Tengo intención de irme en bicicleta, con una amiga, y quedarnos tres o cuatro días allá. Auvers es la paz, y hay días en que París se le trepa a uno en los hombros y le picotea la cabeza.
Veo teatro: Le Prince de Hombourg de Kleist, por Jean Vilar y Gérard Philipe, y Le Profanateur de Thierry Maulnier: dos bellas cosas. Freddy Guthmann ha vuelto de la India, y me ha llevado en auto a ver “los misterios de París”, cosas y zonas indescriptibles, y que no figuran precisamente en Le Guide Bleu. Personalmente no trabajo mucho, pero te prometo copiarte Razones de la Cólera. Si ves el libro de Viola Soto, Equinoccio, léelo un poco. Es un tomo de “Botella al Mar”. En mi anterior te hablaba de un problema tragicómico, el de las revistas como Les Temps Modernes, La Nef, Cahiers du Sud. Tu bondad me habituó a leerlas sistemáticamente desde 1946 hasta ahora… en que los precios me impiden por completo comprarlas. Dime –por supuesto que sin preocuparte en absoluto– si no habría alguna combine para beneficiarme aquí en la misma forma. Te aseguro que las extraño, y que cuando las veo en las vidrieras me da una rara sensación de despojamiento. ¡Cómo nos habituamos a lo que viene solo a las manos! En cuanto a libros, me he suscrito a una librería circulante, y bien que mal voy encontrando cosas. Pero leer, en París y en abril, es tarea de sordomudos. Mi bicicleta me lleva a todas partes, y siempre acabo tirado en el pasto en el Bois de Vincennes o en Saint Cloud. Ayer di toda la vuelta a la ciudad por los bulevares exteriores, sintiendo el sol en los brazos y la nuca. Me dejo ir, soy un inmenso vago. Pero creo tener algún derecho a hacerlo.
Bueno, Eduardo, siento mucho este largo y no voluntario silencio. Ojalá sigas bien (aunque hablas de asma en tu carta) y estés contento en tu casa. Bien quisiera llegar allá una noche y charlar horas con ustedes, y mirar tus cosas, ver a los chicos, y saberme entre amigos tan buenos.
Un gran abrazo de
Julio
N. B.- No tengo nada para esa revista. ¿Quieres un pedazo de El examen? ¿O fragmentos del diario de Andrés?
Mi querida María:
Ahora ya sabes que no los olvidaba. Lamento tanto las malas noticias que me das, porque me imagino cuánto han de afectarte. Hay tiempos en que uno tiene que vivir como apretado por el dolor de los demás, y se acaba por perder el sabor del día y las promesas del mañana. Yo pasé así los años 41 y 42, en que perdí sucesivamente a tres personas que quería profundamente, y sé que esas ausencias eran como enormes manchas sobre la Creación. Después se vuelve al equilibrio, y tú tendrás además la no pequeña tarea de tu nuevo niño (que me gustaría niña, sabes).
Me alegra mucho lo que me cuentas del oso Sergio. ¡Tiene tanto talento! En 1947 pasé unos días en su casa (hablábamos de ti a veces, pues ya sabes que te quiere mucho) y me daba una pena enorme verlo perder deliberadamente todo un día cocinando –aunque los resultados eran memorables– o charlando con otros vagos de la colonia mendocina. Yo admiro muchas de sus xilografías, y sé que puede hacer todavía mucho. Ojalá siga adelante.
En la carta perdida te copié a máquina un cuentito para Maricló y Albertito, pero no me animo a repetirlo aquí para no atraer otra vez al Gran Ángel Enemigo del Correo, comedor de cartas. Irá en otra.
Me alegro de saber por Eduardo que te gustó Londres. Yo fui muy feliz allí, y me hubiera quedado mucho más tiempo. Los pobres ingleses te dan una comida horrible, y se ve lo apretados que están. ¡Pero qué buen humor, qué coraje tienen! En una de las enormes cicatrices de la ciudad, en plena Ludgate Hill (cerca de St. Paul’s), han convertido las ruinas en viveros y florerías. De los trozos de paredes ves brotar tulipanes y narcisos… Eso es un pueblo, qué diablos.
La casa de Ocampo debe estar encantadora. Descríbeme algo de ella cuando me escribas; tengo una gran aptitud para visualizar las palabras, y entonces los tendré a ustedes ubicados. Porque ahora los sigo viendo en Malabia, y no me gusta. Es como errar el tiro, o confundirse de dirección.
Cariños a los chicos, y para ti un abrazo
Julio
16 de mayo de 1952
Mi querido Eduardo:
Empiezo a creer que tú y yo estamos como las víctimas de ese famoso practical joke consistente en que a cada uno le dan a tener el extremo de un piolín, tras lo cual el bromista desaparece dejando a los pobres tipos entregados a una espera que no acaba nunca. La cosa es que yo te escribí, y como mi carta (por razones que no entiendo) te llegó muy retrasada, tú me enviaste una que yo a mi vez contesté, justo cuando tú recibías la anterior, y… Of! Parezco Sojit306 transmitiendo fútbol. En mi modesta opinión, yo debía quedarme esperando una tuya, pero como no llega, ahí salgo yo por el aire. Espero no cruzarme con una tuya, aunque una vez que estos juegos empiezan… La verdad es que extraño tus noticias y quisiera saber de ustedes. De Jorge me llegan informes indirectos, pero de ti nada. Quiero creer que María, los niños y tú están bien. No sé si en mi anterior alcancé a decirte que había visto de nuevo a Mme Crès, que estaba muy bien. Le llevé violetas y estaba contenta.
Aquí hay una violenta y magnífica primavera, y París se ha convertido en una inconcebible barbaridad. La sola idea de quedarse encerrado en una pieza resulta impúdica, de modo que la vagancia es, como la poesía, un lujo necesario. Además mayo ha convertido sus cuatro semanas en algo como una granada: cada hora contiene un jugo, un color, un sonido. Este “Congreso para la libertad de la cultura” lo obliga a uno a hacer proezas de ubicuidad, pero paga con creces las carreras y los cansancios. Música, a montones y de altísima calidad: Alban Berg, Stravinsky, Schoenberg –lo que quieras. Debates y conferencias: Faulkner, Montale, Stephen Spender, Piovene… Pintura (aquí me siento un poco cruel al hacerte la crónica): ayer he estado en el Musée d’Art Moderne, donde se exponen 125 telas traídas en su mayoría de EEUU. Es tan extraordinario que a la mitad justa me sentí aplastado de fatiga y tuve que irme. Alcancé a ver (pero ver es poca palabra) 10 Picasso, 5 Braque, 1 maravilloso Ozenfant (¿te acuerdas de mi entusiasmo de muchacho por él?), el Enlèvement d’Europe de Bonnard, que es perfecto, 2 Joan Miró de una poesía irresistible, los famosos Duchamp (Nu descendant un escalier, La Mariée) 8 Chirico surrealistas, un gran Ernst, 7 Juan Gris (¡qué pintor!) y unos Douanier Rousseau de una ternura inagotable, sobre todo Le lion dévorant l’antilope –magia pura. Hay abstractos: Mondrian y Kandinsky, y luego toda la escuela de París en los grandes años. Me quedan por ver Picabia, Chagall, Grosz, Ensor, Kokoschka, Modigliani, Derain… ¿Te das cuenta lo que es eso? Por si fuera poco, esta tarde no resistí al llamado del sol y me largué en bicicleta a los beaux quartiers (a veces me da por ahí); cuando ya estaba cansado, me decidí a entrar en el Petit Palais, donde acaban de inaugurar Les Trésors du Moyen-Age Italien. Otra tarde de increíble hermosura. La cosa empieza con el arte romano de la decadencia (?) (siglos III y IV), luego el arte “bárbaro” (que es ídem), la etapa bizantina, el románico, y al final, cuando ya no podés más, te tiran a la cara un montón de Simone Martini, Duccio, Lorenzetti, y el Saint Etienne de Giotto! (Y los Meses de la Catedral de Ferrara, que ojalá conozcas, porque como esculturas del románico italiano me parecen admirables.) Todo lo que antecede se refiere a mis andanzas de ayer y hoy. Calcula si fuera a hacerte una crónica de todo este tiempo… A veces siento no tener el entusiasmo poligráfico del doctor Capdevila o de Guillaume de Tour (que me jodió una noche de París, enano maldito!). Pero es mejor abstenerse. Además, ¿qué crónica puede dar una idea de la cosa misma? (Estoy pensando en una escultura en madera de Henry Moore, y de cómo la palabra es inútil en cuanto pretende servir de intermediaria para comunicar algo. Por eso la poesía es, en el fondo, la única justificación del lenguaje. Me acuerdo de Juan Ramón: “Que mi palabra sea / la cosa misma / creada por mi alma nuevamente…”.)
Empiezo a permitirme lujos de especialista, a saber que dedico tardes enteras a la exploración de zonas marginales (en el sentido Guide Bleu) de París. Por ejemplo, después de leer Le Paysan de Paris de Aragon, me dediqué a conocer las Butte-Chaumont, que son un sitio fascinante, con su aire 1900 (optimista, “progresista”, el-mundo-va-muy-bien, los reyes visitan las exposiciones, la bella Otero, etc.). En ese sentido mi bécane me es muy útil porque la noción de paseo es completa si uno prescinde del métro. Descubrí, con reverente maravilla, le Parc de Saint-Cloud (¡Boboli!) y los jardines Kahn, que no sé si viste. El jardín japonés es increíble, lo mismo que el jardin bleu y la reproducción de la selva de los Vosgos. Te debo dar la sensación de que, como becario, soy el atorrante más perfecto salido del regazo de tu Embajada. Pero también trabajo, sabes. Leo aplicadamente a Proust, del que mi ya lejano recuerdo de 1940 no me daba más que una sombra. Una cosa es leer a Proust en Chivilcoy, envuelto en cafard e inocencia, y otra leerlo en París, cuando se es a sadder and a wiser man.307
De mi futuro no puedo decirte gran cosa, pero estos dos meses próximos habrán de decidir la cosa. En la Unesco no hay vacantes por el momento. Jean Supervielle hace lo que puede, pero su puesto no es ejecutivo y no le permite hacer más. Sigo grabando en Joinville, y ayer participé de una reunión más o menos clandestina de speakers a los efectos de pedir aumento de salarios. No me creo en absoluto con derecho a ello, pero naturalmente debo estar al lado de los compañeros. El resultado será un aumento, o la cesantía en masa… Por lo demás sigo buscando dónde vivir, pero es increíblemente difícil encontrar habitaciones. Vuelvo a pasar por todas las torturas de B.A. cuando buscaba un departamento. (¡Tú has de saber de eso!)
En mi anterior te pedí consejo sobre lo que debo hacer para continuar como estudiante patronné; te ruego me aclares este asunto en tu próxima. Mil gracias por tu decisión de mandarme revistas, que me vendrán admirablemente bien. Estarán lindísimas, después de su doble viaje por el Atlántico, y ese absurdo regreso a París… Me hacen pensar en los relatos de Giraudoux.
Acepto tu explicación sobre “la costra de sangre coagulada”. Es perfectamente lógica, sólo que… Ahí tienes, para mí la fricción, la molestia continúa cada vez que releo el poema. Me permito preguntarte si el solo hecho de que yo haya sentido esa molestia no indica que algo no funciona en esa parte. (Por lo menos te queda un punto de vista de lector.) ¿Has trabajado más? Yo terminé, con inmensa alegría, de copiar mi Keats. 548 páginas de máquina! Lo suficiente para convertirlo en una nueva Medusa, o máquina-para-petrificar-editores, como diría Jarry. Me siento tan libre, tan en paz conmigo mismo al terminar ese libro. Hay diez años de mi vida ahí dentro (ocho de lectura y dos de trabajo). Ahora quisiera escribir otra novela antes de empezar a olvidarme del español. Llegué a manejarlo lo bastante bien como para desear este –quizá– último libro de prosa argentina. El examen me vale como tubo de laboratorio; hay allí errores que no repetiré, y cosas in nuce que esperan desarrollo.
Me alegra saber que mi oso les gustó a los chicos. Aquí ya es popular, habita en casa de una amiga a quien le gustó la historia, y forma parte de la mitología doméstica, lo que me divierte mucho. Me esperan con noticias: “El oso se ha mudado al tercer piso… Anoche gruñó a las once…”. Es encantador presenciar ese nacimiento y esa liberación de las criaturas poéticas.
Ahora que tengo la máquina libre, copiaré para ti Razones de la cólera. Avanzo trabajosamente en mi proyecto teatral que se llamaría El Ángel Muerto (creo que te hablé de eso hace meses, pues la idea me nació al llegar a París). Pero me aburro. Esas primeras escenas, que deben preparar lo que de veras cuenta, son terribles de hacer. ¡Qué inutilidad! La marquise sortit à cinq heures… A veces creo que Valéry tenía razón. Pero después, una buena noche, me zambullo de veras en lo mío y me olvido de todo.
Sergio te saluda. Aquí estuvo Julio Payró,308 quien luego de entusiasmarse con las pinturas de Sergio, acabó por decirle que se encargará de hacer una exposición de 40 dibujos en B.A. Me parece muy bien, porque los dibujos son extraordinarios (sobre todo unas series últimas). Y me alegra pensar que tú podrás verlos allá (creo que en la galería Bonino). ¿Pintas? Supongo que ya tienes tu taller bien montado en Ocampo.
Interrumpí esta carta para ir a un concierto del que acabo de regresar (es la una de la mañana). Después de una hermosísima obra de Schönberg, escuché el Œdipus-Rex de Stravinsky. Hace exactamente 15 años que se lo oí al mismo Stravinsky en Buenos Aires, y pienso que tú estabas conmigo y que nos emocionó (aunque no tanto como La Sinfonía de los Salmos, que es más pura). Para esta representación, Cocteau preparó siete cuadros vivos, que se cumplen en el fondo de la escena, detrás del coro. Ha hecho unas máscaras increíblemente hermosas, con inmensas cabezas, ropajes de colores finísimos. Las máscaras miman la acción que el mismo Jean leía como recitante. Creo que te alcanzará mi especial emoción de esta noche, en que por primera vez he visto y oído a ese hombre que, salvadas las distancias y las diferencias, fue mi primer maestro. Piensa que yo leía a Pierre Loti cuando el azar me hizo comprar Opium… Sí, he tenido una terrible sensación de gratitud, y a la vez de vejez, de acabamiento, de mundo liquidado… Hacia el fin hubo una bagarre fenomenal, a cargo de una cabale enemiga de , que interrumpió su lectura. Con una estupenda serenidad, Cocteau dijo: “Stravinsky y yo hemos trabajado con un profundo respeto hacia el público. Yo pido que el público nos devuelva ese respeto”. Hubo una ovación, y la obra pudo terminarse. Cocteau saludaba como un volatinero –como el juglar que es. Había mucha poesía en la escena y fuera de ella… y yo tengo casi dislocadas las manos, y un cansancio monstruoso. Como si toda mi vida me pesara ahora sobre la cabeza. Los que silbaban eran los jóvenes. Yo aplaudí, yo estoy ya entre los viejos. Así sea. Esta noche ha tenido algo de testamento, pero de un testamento que pudiera ser muy bello.
Mis cariños a María y los chiquitos. Un gran abrazo para ti de
Julio
Saludos a Verdevoye.
30 de mayo de 1952
Mi querido Eduardo:
¡Qué mal barajados andamos! Nuestras cartas se han cruzado en el aire, pero espero que ésta te llegue antes que vuelvas a escribirme, para ordenar mejor una correspondencia tan revuelta. En mi última te mandé una buena cantidad de noticias, y no es mucho lo que puedo agregar hoy, pese a que la última semana de mayo ha sido memorable por lo que respecta al Congrès que sabes. Los debates siguieron dentro de un clima de mediocridad lamentable. Estuve en uno donde se discutía nada menos que la pintura del siglo XX. Il signor Lionello Venturi, que escribiendo no me parece nada tonto, se alzó majestuoso para prorrumpir, durante veinte minutos, en las pavadas más increíbles. Me hacía pensar –hasta en el físico– en Gherardo Marone:309 tan pedante y aburrido como éste. Herbert Read dio en la tecla (creo que los ingleses han sido los mejores del torneo), pero Dorival, un tal Richter y otros críticos me produjeron una vez más la sensación de ver a los bizantinos arguyendo sobre cuántos ángeles caben en la punta de un alfiler. Creo que en Moscú deben haberse reído de este Congreso. Jean Cassou dijo bellas cosas, y me ha quedado una frase suya sobre Apollinaire, cuando hablando del gran Guillaume aludió a son énorme et généreuse festivité. Esta tarde se clausuran las sesiones; hablarán Malraux y Faulkner, pero no me parece que el balance vaya a ser favorable. Aparte de demostrar en todos los tonos la inoperancia espiritual de la URSS (cosa que se sabe con sólo leer lo que escribe Aragon para probar lo contrario), no veo que de estas voces haya surgido, no te diré una dirección, pero al menos un sentido de esta marcha occidental hacia quién sabe dónde. Quizá yo sea demasiado exigente; el hecho es que estoy decepcionado. En cambio las artes han sido muy bien mostradas, y en estos últimos días hubo conciertos inolvidables, como uno con música de Dalla Piccola, Les Choéphores de Milhaud, y música de cámara de Schönberg. Por cierto que te agradezco lo que me cuentas sobre las clases de Jorge; es excelente saber que eso puede liberarlo económicamente y permitirle hacer lo que le gusta. Ojalá pueda venirse un tiempo como desea; verlo en París sería muy hermoso. A veces notábamos Jorge y yo que en tantos años de amistad que harto bien puedo llamar íntima, jamás hicimos un viaje juntos, ni siquiera a Mar del Plata! Jorge y B.A. son tan uno para mí, que me parecerá muy curioso verlo y oírlo en París. De ti podría decir casi lo mismo, pero por lo menos conocimos juntos una playa. Si vinieras a París estando yo aquí, te aseguro que me parecería perfectamente natural; una alegría diferente, menos basada en el encuentro insólito que en la continuación lógica de gustos comunes. Por eso tu sorprendente referencia a un eventual encuentro en París, cuando agregas: “y acaso tuerzas el gesto”, me parece digna de mi más profundo y despectivo silencio. De hablar, tendría que volver al censurable vocabulario de El examen.
No comentaré lo que me dices sobre tu libertad interior –que va más allá de toda otra libertad, llámese Venecia o la Luna… Lo comparto demasiado para no estar de acuerdo; creo tan sólo que la resolución de ese gran enigma consistente en saber para qué cuernos está uno aquí, y por qué le ha sido dada una facultad expresiva peculiar, sólo puede quizá entreverse al cabo de una extenuante cacería espiritual. Es aquí donde el viaje, el amor, la felicidad y la infelicidad se insertan como llaves en la medida en que uno los provoque. Para mi vecino de al lado (un plácido biólogo) París es –SIC– “una ciudad incómoda donde no hay buenos cafés.” Para mí, en el ápice de experiencias a veces extenuantes, esto es el punto donde la placa del microscopio se vuelve de pronto nítida, después de tanta vida pasada en el ajuste minucioso del lente. No dura más que un segundo, pero en ese segundo veo. Veo lo que yo tendría por hacer si no fuera tan incapaz. Veo lo que espera del otro lado de esto que llamamos realidad. Cuando recaigo en el poema, sé que lo que escribo tiene menos de creación que de mostración. En B.A. inventaba; aquí siento (¡tan raramente, pero con tanta fuerza!) que nada verdadero es inventado, y que el mot de Picasso sobre encontrar y no buscar es la clave de toda creación con un sentido.
Leo a Proust. Ya era tiempo de leerlo bien; al final te diré algunas cosas sobre él que espero no te alarmen sobre mi salud mental. Leo Sur, donde encuentro bellos poemas de Olga Orozco. Tu idea de dar un volumen a “Botella al Mar” me gusta; les tengo cariño a esos tomitos, y en realidad es la única colección actual de poesía viva en la Argentina.
Tu croquis del retrato de Baudi me permitió imaginar, con violentísimos esfuerzos, lo que será el cuadro. Sugiérele a Baudi que le haga fotos y me mande una. Te regalo este poemita:
Veo el mundo como un caos y en su centro una rosa
Veo la rosa como el ojo feliz de la hermosura y en su centro el gusano
Veo el gusano como un trocito de la inmensa vida y en su centro la muerte
Veo la muerte como la llama de la nada y en su centro la esperanza
Veo la esperanza como un vitral cantando a mediodía y en su centro el hombre
Ahora le escribo a María. Un gran abrazo,
Julio
(No me mandes La Révolte en question. Mil gracias. ¿No precisas que te compre o te mande libros?)
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Querida María:
Me han nacido unos nuevos bichos que se llaman cronopios. Mira por ejemplo lo que le pasa a uno de ellos:
HISTORIA
Un cronopio pequeñito buscaba la llave de la puerta de calle en la mesa de luz, la mesa de luz en el dormitorio, el dormitorio en la casa, la casa en la calle. Aquí se detenía el cronopio, pues para salir a la calle precisaba la llave de la puerta.
Mis enemigos (como diría Manuel Gálvez)310 insistirán en que la historia precedente moja su pan en Zenón de Elea o en Franz Kafka. Que reconozcan al menos que me busco víctimas reales.
Tu carta era linda y llena de noticias que me alegra tanto recibir. De Daniel no sabría nada si no fuera por ustedes, y tampoco de los Arias (aquí la culpa es mía porque no les escribo, pobres ángeles). Es muy dulce saber que Albertito me recuerda y que tiene estrellas federales en la ventana. Aquí en mi balcón del 3er. piso tengo un árbol lleno de gorriones, grandes amigos míos desde que les desmigajo pan en la ventana. A las seis de la mañana me picotean insolentemente en las persianas, reclamando su ración. En cuanto a Juliette, mi gata, me bebe inmensas tazas de leche condensada, y duerme sobre un álbum de Matisse, lo que confirma mi teoría de que Matisse es un gran gato (ojo, no lo digo a la manera criolla) y que Juliette adivina las afinidades. Veo que caíste otra vez en las zarpas de Fiodor, otro gato real. Yo leí los Karamazof en el invierno, y tuve miedo. Aliocha, Mitia, el storetz Zósima, cuánto más cerca están del misterio que gentes como yo! Los occidentales buscamos siempre el equilibrio, en el fondo los griegos están todavía ahí a pesar de veinte siglos de combate. Pero ese equilibrio supone siempre un sacrificio, el de los extremos. ¿Y no estará la verdad en los extremos, en la desmesura, en la caída? Todo clasicismo –equilibrio estético– supone sacrificar la verdad a la belleza. Pero Mitia Karamazof no sacrifica nada, es el enorme histérico, el alucinado asaltante de Dios. Y Mitia es una de las formas del mismo Dostoievsky. Comprendo que te trastorne, y también que te enerven las teorías yankófilas de Baudi. ¡Abajo el Doctor Baudizzone! Estoy plenamente contigo, y todo París nos acompaña. Merde aux américains es aquí ya una frase de saludo. Se la tienen bien ganada. Supongo que no tienes ahora tiempo ni ganas de trabajar en tus cosas, pero me gustaría saber si siempre estás dispuesta a hacer cerámica. Aquí se ven cosas tan hermosas. Hace días conocí a una pintora joven, que me invitó a su estudio, un sitio encantador cerca de la Cité. Comimos una cena muy divertida que improvisamos los dos (había 1 k. de espárragos, 3 huevos, vino y queso), y conocí su colección de cacharros, tazas y platos, hechos por una mujer que vive en Arcueil y trabaja muy poco y para pocas personas. Cada objeto era maravilloso. Había cosas cretenses (pero sin pastiche, un poco como Picasso es cretense y cien cosas más sin molestarse en imitar) y por ejemplo el vino, bebido en tazas ásperas de un color verdeazul con venas casi negras, se convertía en algo como un rito. Ella se enojó porque le dije que la cerámica es erótica, pues reclama, más que los ojos, el tacto, la palpación demorada. Pero creo que es así. Dime si harás cerámica, y si un día me regalarás una taza para beber mi vino. Gracias, mil gracias por darme noticias de aquellos que tú sabes que me son tan caros.
Besos a Maricló y a Albertito, y un abrazo cariñoso para ti de
Julio
14 de junio
Mi querido Eduardo:
Los dioses escucharon tu desesperada invocación, y Hermes el de alados talares sopló con violencia sobre tu carta para que llegase a mí antes de que se armara otro cruce en mitad del aire. Tienes razón, nuestra correspondencia era para un cuento del babilónico Jorge Luis B. (De todos modos es curioso pensar que esas cartas se cruzaban realmente en el aire, sobre Dakar o Tenerife o Lisboa, que dos aviones las acercaban y volvían a distanciarlas vertiginosamente.) Ahora tengo para escribirte muchas cosas, puesto que tú has sido generoso y me has mandado tantas noticias, dos poemas y sobre todo deseos de contestarte, esa especial tensión que tú eres capaz de crear con todo lo que dices (y cómo lo dices). Voy por partes, como enseña Daniel, para no olvidarme nada. Ante todo debo haberte dicho una enorme burrada acerca de los idiomas, pues tu casi indignada réplica me da la medida de tu alarma. Oye, no tengo la menor intención de cambiar de idioma, a lo Conrad. Primero, porque Conrad no hace verano: es un fenómeno aislado y realmente asombroso. Y luego porque nada me parece más sabroso que escribir en español. Lo que me ocurrirá con el tiempo (y es a eso que sin duda quise aludir aunque ya no me acuerdo del pasaje) es que el francés me irá minando el español. Yo no puedo ni quiero hacer en Francia la vida de los pestilentes orangutanes que deshonran el pabellón argentino, y que después de cuatro años en Francia no se hacen entender ni por nuestro santo concierge Frédéric, que es un ángel des-cielado (pues estando en la tierra, ¿cómo decir “desterrado”?). Ni lo que hacen Serrano Plaja y los españoles exilados, juntándose en Les Deux Magots para putear contra los gachupines, y necesitando de un intérprete para pedir un citron pressé. Lo lógico es que el francés, que será mi idioma diurno, vaya incidiendo rápidamente sobre el español, que será el nocturno, la región del sueño. Bien sabes tú que los sueños se fabrican en la vigilia… En ese sentido, estoy apurado: quisiera escribir una novela, terminar ciclos de poemas deshilachados… y después se verá. Como prueba de mi apuro te hago saber que he escrito dos cuentos, uno de ellos muy bueno. Si me animo a copiarlo en papel avión, irá para ti. Se llama “Axolotl”, nombre de unos animalitos mexicanos que descubrí en los acuarios del Jardin des Plantes, y que me produjeron terror. Volviendo a lo primero, tienes toda la razón al defender el español. Diablos, creo que lo escribo bastante bien como para quererlo. Eso sí, yo escribo argentino. Y lo tengo a honor –como dicen en sus cartas los monstruos de la Editorial Kapelusz.
La noticia de que Danny se presentó a las becas me tiró al suelo. ¡Que la gane, que la gane! En justicia la tiene ganada, porque ¿quién le pisa el poncho a nuestro Doctor? Pero me parece casi irreal pensar que en ese caso vendría a París. ¡Con lo que no le gusta venir! ¡Y qué alegría si viene! ¿Tú te lo imaginas a Daniel en un bistró de la rue Montmartre? Le voy a escribir en seguida aunque no lo merece (esta lapicera tiene hemorragias) pues el malvado se olvidó de mí tiempo ha. Si viene a París, ya se va a acordar… Acabo de recibir una alegre y afirmativa carta de Jorge. Me gusta tanto que sus cosas marchen bien. No parece que podrá venir por el momento, pero si se afirma como conferenciante, puede llegar a manejarse tan bien como el gran Buda de la Pintura311 (sin alacranería lo de Buda, sólo comparación somática… ¿No era el soma la bebida ritual de los indios…? Perdón, perdón!).
Muchas gracias por tus informes sobre los études patronnées. Naturalmente haré lo que me decís (tiens, me salió criollito!) y llegado el día infausto en que Marianne cese de mantenerme, veré a Ehrard y le suplicaré ser tutelado. Sé que tú informarás desde allá, y que todo andará bien. Las ventajas que me enumeras son considerables aquí, sobre todo las manducatorias. Los almuerzos a 75 ƒ. no son despreciables aunque te descosen hilito a hilito el duodeno. Yo he tenido una noble enteritis, y aunque parece que no hay parásitos, ando con un tratamiento. Si consigo la pieza que busco como loco, tendré quien me cocine (tú sabes que aquí en el pabellón el régimen de androceo y gineceo es riguroso. Ah, sí, la moral primero). Yo podría cocinarme cosas, pero bastante me harta lavar y planchar y fabricarme el desayuno. Aquí en el pabellón hay tipos con alma de cocinera, que se pasan el día subiendo y bajando las escaleras con platitos, cacerolitas y sambayones. Es positivamente inmundo. Para haber llegado al tomo VII de Proust se requieren ciertos sacrificios, y uno de ellos es no perder tiempo cocinando. Además lo que entre dos sería agradable (me acuerdo de cuando el Mono312 y yo nos cocinábamos teros y loros en Misiones) resulta infernal para uno solo. Casi como masturbarse. Eso de revolear un bife y después comérselo, qué asco! Estos últimos dos días un ángel ha cocinado para mí en la Cité. La causa de este milagro está en que casi me rompí un pie al saltar como un imbécil de un parapeto en la isla St. Louis, creyendo que la distancia a franquear era de un metro cuando en realidad había dos. Felizmente estaba con el ángel que ahora cocina para mí, y habíamos dejado las bicicletas en la rue du Cloître. Apoyándome en el ángel llegué a mi máquina, y volví mal que bien a la Cité. Pero ayer fui al hospital y me hicieron una radiografía. Por suerte no hay fractura, sólo el shock del golpe en el talón derecho. Collard, nuestro secretario (que es un tilingo insigne), no autorizó visitas femeninas en mi cuarto, pero en cambio me prestó un bastón. Apoyado en él bajo a comer al office, y realmente lo paso muy bien. En tres días le devolveré el bastón a Collard. Y ya que cité la isla St. Louis, hace días conocí un encantador departamento que Andrée Delesalle acaba de comprar sobre el quai Bourbon. ¡Pensar que está a cien metros del Hotel Pimodan! Yo busco tenazmente una pieza en la isla, entablo insidiosas pláticas con las inverosímiles concierges… Andrée también se preocupa con su gentileza habitual. Me gustaría enormemente convertirme en isleño.
Estoy contento de saber que pintas, y espero algún día la foto del retrato de Baudi. ¿Cómo va the man in the rocking-chair? Para que te salga bien debías comprarte la maravillosa melodía de Hoagy Carmichael (por los Mills Brothers, digamos) que se llama Rockin’ chair, y escucharla mientras pintas. Como consejo a lo Des Esseintes no puede ser más 1935. Sobre todo porque los negros llaman así a la muerte, vale decir que hay todo un simbolismo de la mecedora, etc. Sergio abre el 24 su primera exposición en París, en la Galerie Jeanne Chastel de la Av. de Messine. Será una cosa muy ceñida (creo que 25 telas sobre unas 80 posibles) y me parece que va a producir una sensible impresión. Sergio tiene ya le lieu et la formule, eso es evidente. La sombra de Torres-García planea aún sobre él, pero freudianamente ya se ha cumplido la liberación, el hijo ha matado al padre. Hay una serie de naturalezas muertas de una esencialidad y una armonía magníficas. Además de su casi insolente talento, Sergio tiene los rasgos típicos del puro artista, es decir es de un casi monstruoso egotismo, se ordena en torno de sí mismo como un perfecto caracol marino. Nada le importa que no sea “echar p’alante”; il est de la race des diamants, qui coupe la race des vitres, como decía Jean el de la estrella. Creo que sin confesárselo a sí mismo está renunciando poco a poco a la música: la pintura lo devora, y trabaja mucho. No todo lo suyo me gusta, ni creo que sea un “gran pintor”. Pero siento que ha encontrado la sola cosa necesaria, y que ya nadie podrá alejarlo.
El Ángel Muerto, ay, lo está demasiado para mis fuerzas. Debía ser teatro, una cosa muy clara donde el misterio tuviese esa calidad de pleno día que lo hace más bello, sin afeites nocturnos. Sólo tenía el centro de ese misterio: dos chicos, dos hermanos adolescentes, encuentran en un bosque a un ángel muerto. Ellos lo ven, pero otros vendrán luego que no verán nada. Los juegos de la pureza y la gracia debían dar su sentido a la pieza. Ahora bien, yo parezco haber nacido para manejar verbalmente (es lo menos que puedo decir) materias impuras. “Circe” me sale redondo, pero un ángel muerto no me deja acercar… Renuncié después de tres escenas. Me aburre el teatro, hacer teatro. “Escena 1”, “entra”, “sale” “(mirándolo fijamente)”, “(va al fondo y se da vuelta)”, qué pegajosa utilería! Por lo menos en el cuento o la novela (cuya materia te espanta a la vez a ti) las acotaciones forman un cuerpo verbal con el todo, son la cosa misma. Y luego, en el teatro, esa enervante presencia previa del público en tu labor; cada réplica, cada entrada, hay que calcularlas con vistas a su aprehensión por la platea. Salvo que escribas poesía dialogada, sin importársete nada de la estructura teatral, pero ya se sabe cuál es el destino de esas obras: incomprensibles en el teatro y aburridoras en el volumen… (Un buen ejemplo, Nucléa de Henri Pichette, estupendamente dada por Jean Vilar y Gérard Philipe, pero de un verbalismo plúmbeo, un tedio infinito. D’Annunzio “poetizaba” la escena, pero con todos sus defectos era hombre de teatro y no olvidaba la acción. Por ej. La Città Morta. Pero Pichette no. Te aseguro que me marché indignado.)
Por supuesto que me acuerdo de Danny (y hasta de algo que se llamaba “Palabras para el canto de Danny”, mirá que memoria lujosa); me alegra mucho verlo tan bien lanzado en la vida. Tienes mucha razón, estamos viejos, y de pronto los primeros pasos independientes de los “chicos” nos valen como un espejo mucho más implacable que el de azogue. Sin embargo no estoy de acuerdo con tu ad marginem de “El Extrañado” (que es muy hermoso, muy hermoso poema, y al que ya no deberías tocarle ni una coma); no creo –pero hablo por mí– que en la madurez todo quite. Tal vez porque mi vida ha sido un poco a contrapelo en tantas cosas, pero ahora que he renunciado por mí mismo a imaginarme lo que no era, y me he quedado solo en un cuarto vacío, me siento mucho más pleno y más rico. Ahora las cosas bellas llegan realmente a mí, y el dolor no me empobrece. No creo haber perdido aptitudes, el árbol guarda todavía sus hojas. Me falta, claro, el arrebato, el “claro fragor de los días”, las nociones juveniles llenas de petulancia y absolutismo. No tolero más que antes, pero comprendo. A los veinte años hubiera hecho matar a los filisteos, considerándolos como entes subhumanos; ahora los mandaría a la muerte igualmente, pero como Pilatos al Cristo, o los jefes de Cantón de Malraux a sus adversarios: sabiéndolos en otro bando, pero no demasiado lejos de mí. ¿Tú no crees que la pérdida de la intolerancia es la puerta de una enorme riqueza? A los veinte años se cree enormemente en unas pocas cosas, y se descree –casi siempre por ignorancia, por cortar en bloque la realidad– de muchas más. “Si se es A no se puede ser B”, es la aristotélica conclusión de todo adolescente que opta rabiosamente por A y, en el mismo golpe de dados, rechaza de B a Z todo el alfabeto. Después viene la vida (pero fíjate que justamente esta frase nos daba asco cuando se la oíamos a nuestros mayores) y nos revela que A y B no se excluyen porque en una síntesis dialéctica superior hallan de pronto conciliación. Los “compromisos” nos eran odiosos, pero cometíamos el error de extender la noción de compromiso moral, ético (que es siempre odioso) al arte, a la poesía, al amor. On crachait sur Victor Hugo.313 Después vienen los años cruciales, de los 23 a los 30; uno lee cosas como The Seven Pillars of Wisdom y vive personalmente, humildemente, su camino de Damasco (lo digo por T. E. L., pero vale también por Pablo). ¿Cómo, después de eso, sentirse empobrecido? Ser capaz de mantener intacto el amor a un Picasso (aun con retaceos críticos) y a la vez admitir el menudo horizonte de un Pacenza, ¿es pérdida? Creo que los únicos riesgos de la madurez son morales: el encanallarse poco a poco, tolerar el trato y el comercio de gentes que nos hubiéramos negado a saludar a los veinte años. En eso hemos perdido. Por equis pesos mensuales, yo he dado mi tiempo en la Cámara del Libro a una cáfila de gallegos brutos que naturalmente me manoseaban como todo patán a un hombre fino. Y tú sabrás lo tuyo. Pero siempre se puede rescatar eso, no es una pérdida absoluta. (El tema es infinito. Si te interesa que hablemos más de él, fais moi signe.) Pero agrego que tu poema me parece afirmativo, y no un producto de ese miedo que citas al margen. Creo que en ti el poeta l’emporte sur le philosophe –heureusement!
Te agradezco con inmenso orgullo de autor que hayas vuelto a picotear en esos dos capítulos de Keats. No, eso no se podrá publicar aquí, ni allí, ni en Marte. Un día lo leerás a máquina, ya sabes que soy un prolijo taquimeco. Los cronopios van bien, día a día me entero de nuevas costumbres y andanzas de estos bichos. Hay otros que se llaman “famas”, y también las “esperanzas”, que son perversas y persiguen a los cronopios. Un día tendré varios textos con sus aventuras, y te los mandaré. Pero prefiero hablarte de París, comprendo que tu París 1939, tu doble venida aquí en invierno te haya dado de la ciudad el envés maligno y sordo. Acordándome de algunos relatos que me hiciste hace un año, me acordaba de ellos la otra noche en la rue de la Gaîté, con ese nombre monstruosamente irrisorio. La rue d’Odessa, la rue Delambre, y la presencia continua del cementerio ahí tan cerca, con Baudelaire enterrado, y Aloysius Bertrand… Pero ven en primavera, y París te dará también todo lo que me está dando, los jardines de St. Cloud, los paseos al anochecer por los muelles, las papas fritas y la cerveza en las terrazas de Place Pigalle. La noche en que me estropeé el pie, había estado viendo el fin del día sentado sobre el río en el Square du Vert-Galant, después de dar vueltas por la Place Dauphine. Había como una paz provinciana, poquísima gente, unos violetas perfectos sobre el agua. Y en el fondo, bajo el arco del Pont-Neuf se veía latir como una arteria la Place St. Michel, el tráfico amarillo y rojo. Ya a salvo de Malte y otras pegapegas, ven a París en primavera, y te lo encontrarás de verdad.
Tu balada de Landino me deja perplejo. O algo no marcha, o tu manera de copiármela, con un sistema de calligramme que se arrastra por todos los blancos sobrantes de la página, me confunden. La copiaré a máquina y la leeré despacio. Amo demasiado la música de Landino como para no llegar a sentir tu poema.
Tomo nota de tu envío ad usum librorum. Se hará como vuesa merced desea, y gracias por incitarme a utilizar la blanca. Creo no será menester. Si algo sobra se lo doy a tu tía. Puesto que calculas que el dinero llegará en agosto, te diré que muy probablemente estaré aquí. Tengo un vago plan de irme a Marsella y el Midi en camión con Marta Mosquera, pero nada es seguro.
Siento tanto que María no esté bien, aunque presumo que si espera su liberación en estos días, reaccionará rápidamente. Realmente somos menos que nada al lado de las mujeres. No creo que sabríamos soportar ni la centésima parte de sus dolores. Dile que ahora mismo doy órdenes al oso para que no la incomode de noche. Y que le envío un muy fuerte abrazo.
Si tienes un minuto, telefonéale a mamá y dile que estoy bien; olvídate, please, de mi pie lastimado, que en su imaginación se convertiría en triple fractura.
Te cuento una última cosa que, por lo del “azar poético”, encantaría a Breton. Fui a una muestra de Trésors du Moyen-Age en Italie en el Petit-Palais, donde había maravillas. Encontré una Crucifixión de ese enorme bicho Andrea Pisano, y me asombró ver que Cristo tiene los brazos en alto y la cruz también: Y. Aquello adquiere un ímpetu de vuelo casi terrible. Al otro día le dije a Sergio: “Si yo fuera pintor o escultor, iría más allá: ¿por qué no tallar un Cristo que sea a la vez su cruz?”. Sergio encontró que la idea era atendible. Cuatro días después entro en una inconcebible exposición de arte mexicano en el subsuelo del Musée d’Art Moderne. En una sala de obras coloniales, veo mi idea realizada por un imaginero indio: una terrible cabeza de Cristo que se continúa por la cruz en sí. Créeme que tuve casi miedo. (By the way, esa exposición reúne increíbles esculturas y cerámicas pre-colombinas; el período colonial (con una sala de naifs increíble… sobre todo para los franceses, que creen que su Douanier es el único), el barroco, y luego sendas salas para Orozco, Rivera, Siqueiros, Tamayo, y los jóvenes. Hay para ir una semana. Si mi pie lo decide así, volveré innúmeras veces.) Veo que llevo tres horas escribiendo y que son las tres de la mañana. Oh vida disoluta! Un gran abrazo a María y a los chicos y a ti de
Julio
Querido Eduardo: Sé portador de esta carta para María. Espero tengas ya una mía.
Un abrazo de
Julio
18 de junio
Querida María:
Tu carta fue una gratísima sorpresa, porque realmente no la esperaba. Estoy habituado a descubrir tu carta a continuación de la de Eduardo, y como sé que en estos días darás la bienvenida a tu nuevo cachorro, presumí que no te sentías con ganas de escribir. Y en cambio recibo una preciosa y larguísima carta, llena de noticias –de esas (¡cómo me conoces!) que tanto me gusta recibir. Es muy dulce para mí saber que también estuve presente esa tarde de domingo en que los amigos fueron a tu casa. También yo, tantas veces, los convoco a todos ustedes para que me acompañen cuando estoy frente a algo que me parece bello. Como no estoy llamado a tener un hogar donde congregarlos, los cito en distintas partes. A ti, ya lo sabes, en el Louvre frente a estatuillas que se me ocurre te han de gustar tanto. Para cada uno tengo mi lugar de elección. Pero créeme que ese domingo quisiera haber sido el huésped de tu casa, que conocí desmantelada y fría pero que soy capaz de imaginar ahora a la medida de ustedes dos: simple y rica a la vez, es decir llena de cosas hermosas pero dejando al mismo tiempo que el aire se pasee. Sí, me hubiera gustado estar para ver ese ritual que me cuentas, la llegada de Aurora con su tapado celeste, de Daniel y los Arias con Arietta –de quien acabo de recibir dos lindas fotos que me manda Chiche, más mona que nunca. Me aterra un poco tu descripción de cómo mis cartas anduvieron de unos a otros, porque el afecto de ustedes dos hacia mí no debería incidir sobre la paciencia de los demás. En el fondo, como bien te lo sospechas, estoy encantado. Y además gozo ya de los resultados, porque Dora me ha escrito dos deliciosas páginas que sólo ella sobre el vasto mundo hubiera sido capaz de redactar. Es absolutamente la misma hablando que escribiendo, y eso te dará una idea. Yo creo que Chiche es un avatar de Rabelais. ¡Qué alma buena y jocunda, qué alegría cervantina, qué bodas de Camacho se juegan en su corazón! No te imaginas la profunda admiración que le guardo. (Pero esto sí harías bien en no circularlo, porque Chiche se emociona mucho, y va a llorar.)
Me gusta que la voz de Ariana314 se haya alzado en una escena de B.A. Es una linda sorpresa y te agradezco la noticia. Inda Ledesma era la mujer de Sebastián Salazar, y yo le oí recitar muy bien César Vallejo (poeta nada recitable por cierto). Un día sería lindo oír entero Los reyes; estoy seguro de que sonaría bien, siempre que no lo declamaran. ¿Sabes que acabo de vivir una semana fructífera? Tres cuentos, uno tras de otro, y creo que buenos. Como ando chueco, según le conté ya a Eduardo, tuve tiempo de escribir, y además ganas. Hasta me metí con lo gótico y esbocé un poema a los vitrales (mejor, sobre los vitrales) de Bourges,315 que me parecen increíblemente maravillosos, y que invoco así:
Coral de hierbas, mar y vino, por donde la teoría de figuras y de nombres sale al aire,
La grave vocación de las figuras y los nombres
Que al ocultar el cielo, abierto como un árbol sobre el tronco de la viva catedral,
Urde este nuevo cielo de cumplidas profecías,
De milagros y martirios, este jardín regado por la lluvia impalpable del espacio.
Hablo de Santa María Egipcíaca, cuyas imágenes de colores quedan en el corazón de las muchachas que se la llevan consigo,
Y lejos del vitral va por las calles como entonces,
Y otra vez un león de humildes ojos ayuda a sostener su cuerpo en el instante del sepelio.
Todavía le falta mucho, pero siento un gran deseo de que me quede hermoso. En cuanto a los cuentos, uno ocurre en un concierto, otro en un acuario, y el tercero en el Cine Ópera (es algo que me pasó a mí).316
Me mandarás el libro del P. Castellani317 con tu tapa? Me gusta que trabajes, y en cuanto a la cerámica, tú que sabes hacerla, hazla apenas tengas un poco de libertad. ¿No podrías armar un horno en el garage de tu casa? Puedes usar como combustible los libros de arte de Eduardo (para obtener la “llama sagrada”) o las telas que a ti no te gusten mucho. Luego tienes todas estas cartas, que arderían como duendecitos azulados. Estoy segurísimo de que el oso te ayudaría a soplar el fuego y a cuidar los cacharros. ¡Decídete! Yo quiero beber vino en una taza salida de tus manos.
Estoy muy asombrado porque el otro día, mirando cuadernos del año 47, encontré un soneto318 tan hermoso que a mí mismo me parece de una perfección total. Para que lo leas mejor, meto esta hoja en la máquina.
SONETO
Así, cuando la vida rezagada
retorna leve, apenas en el paso
breve de un aire, de una nube, un vaso
que irisa al sol la curva de su nada,
así, grisalla de la madrugada,
sombra del ave por el cielorraso,
menos que imagen o recuerdo, paso
del beso por la boca ya olvidada,
te contemplo, naciendo de la ausencia,
halo de juego de agua donde juegas
con la infancia liviana del reflejo,
y alza otra vez su duro ser tu esencia
sobre esta soledad donde me entregas,
oh amor, la vana entrega del espejo.
Es muy perfecto este soneto, pues su simple estructura, sin un solo punto, ni paréntesis, es exactamente una masa continua y líquida que llena el vaso de su forma. Tú sabes que ahora es de buen tono aborrecer el soneto, sobre todo a causa de los millones que se perpetraron en América entre 1920 y 50. De esos millones, yo me declaro culpable de unos ciento cincuenta, cantidad afortunadamente inédita salvo pecadillos de juventud. Pero realmente no sabía que era capaz de alcanzar un soneto tan alto como éste. (Y un “Tombeau de Mallarmé” publicado sin pena ni gloria hace 4 años,319 y que te copiaré si te interesa.) No te extrañes del auto-elogio. Primero que no soy nada “violeta”; segundo, que como he redescubierto este soneto entre papeles viejos, es a él a quien elogio, con un total desprendimiento. (Dile a Eduardo que no se tape la nariz.)
Procedo a aclararte que mi gata Juliette no se llama así por vuestro Romeo, por la sencilla razón de que acabo de enterarme de la existencia de este último –y su probable óbito. Mi última adquisición en materia viviente es un regalo que me han hecho para consolarme de mi pie chueco: una plantita formada por tres gordas y petulantes hojas verdes en una diminuta maceta. Intentaré darte una idea: →
Como verás tiene más de tres hojas. Como siempre la inteligencia, perra maldita, simplifica y deforma. Cuando tomé la macetita para dibujar, advertí mi error. Esta planta me da trabajo pues parece que precisa bastante agua. Mi femme de chambre me dijo hoy encantadoramente que lo mejor era poner debajo de la maceta un plato con agua. Y agregó: “Comme ça, elle boit ce qu’elle veut. Chaque fois qu’elle veut boire, elle a de l’eau…”.320 ¿No es maravillosa esa confianza en la conducta y los deseos de la plantita?
María, que estas líneas te encuentren bien, y que todo marche de la mejor manera. Un abrazo a Eduardo, cariños a Maricló y a Albertito, y para ti todo el afecto de
Julio
París, 30 de julio
Mi querido Eduardo:
Perdóname este culpable atraso. He vivido unas semanas llenas de complicaciones que recién hoy, y no del todo, me dejan respiro. Ocurrió que la SNCF321 me llamó para el doblaje de un film que les ha comprado el Ministerio de Transportes argentino. Ensayos, puesta a punto, grabación, un trabajo loco. De la Radio me llamaron para probarme en unas presentaciones de programas y de paso me hicieron una interviú y me indujeron a que a mi vez yo reporteara a otros becarios argentinos. (Por cierto que apenas tenga los números de esos discos los comunicaré a casa para que a su vez te pidan a ti la fecha en que serán irradiados en B.A. Son esos programas que dirige Jeaninne Schmidt.) Nada de todo esto me significa trabajo estable, pero sí unos francos que me vienen muy a punto ahora que el maná de la beca cambia una letra y se convierte en el “¡Maní!” porteño.
Quiero pues excusarme de mi atraso, y decirte que a todo lo anterior se sumó una fenomenal batida por todo París en procura de una pieza. Después de treinta o cuarenta fracasos, di con la habitación desde la cual te escribo, y cuya dirección te ruego uses desde ahora para escribirme. Es una linda piecita, 5º piso, hélas!, sobre la esquina de la rue d’Alésia y la Avenue du Gral. Leclerc, con métro en la puerta y un escándalo de tráfico nada adecuado para un escritor tan contemplativo como tu amigo. Siete mil balles –lo que es malo pero no tanto– y toda independencia. Por el momento me arreglaré aquí. Pero la mudanza me ha dejado deshecho, pese a la ayuda de Freddy Guthmann y de una camarada. Recién hoy respiro un poco. Además empiezo a malgastar mis mañanas contra 15.000 ƒ. (creo que ya te hablé de eso). Me quedan pues las tardes, que se vuelan aquí como tú lo sabes de sobra.
Después de este aperçu histórico-topográfico-económico podrás ver que los alegres meses de correrías y holganzas se han acabado. Aspiro a una repartición misericordiosa del tiempo, que me permita conceder a Mammón lo necesario para no carecer de un mínimo de comodidad, y dedicar el resto a cosas como la que hago en este instante. Espero conseguirlo, y mi gran esperanza estaba en reunir una o dos cosas como Joinville y poder prescindir de la Unesco, ese Baal que te traga de 9 a 1830 (y te pervierte con “facilidades”, cigarrillos americanos, whiskies baratos, cenas en pandilla, reuniones “culturales” e “intercambios”). Pero incluso Joinville no es seguro. Pese a todos mis esfuerzos (entre otros el alquiler de un magnétophone para ejercitarme en casa y autocriticarme ferozmente) hay elementos físicos que no está en mi poder remediar. Mi voz es mala para locutor, mis rr aunque suavizadas continúan presentes, y en cualquier momento puede aparecer un señor con la laringe adecuadamente provista de las frecuencias, los armónicos y los ciclos necesarios, y me pateará el nido. Lo sé de sobra y no me siento seguro, pese al cariño que me tienen en los estudios y lo bien que hasta ahora salen las cosas. (Ayer grabé los juegos olímpicos con tanto entusiasmo que el jefe de sonido declaró que había tenido la sensación de que yo había transmitido directamente desde el estadio –lo que para un francés ya es decir. En cambio unas frases condolidas sobre la muerte de Evita (gran tema aquí de todo el mundo) me salieron tan frías y sin sentido que me gané censuras universales, dont je m’en fiche pas mal.)322 Te cuento todo esto un poco porque necesito explayarme a mí mismo la situación presente, y escribirte reemplaza (muy mal, por desgracia) un diálogo que me hubiera servido de mucho. Es terrible cómo los amigos forman parte de los espejos de casa. El espejo que habla en Blancanieves, o en La Belle et la Bête, mira qué síntesis extraordinarias: mirarse en lo-que-no-es-uno-y-por-tanto-pueda-mostrar-lo-que-de-veras-es-uno. (Esto en el alemán de Herr Martin Heidegger sería extraordinario.) Sigo: no estando seguro de Joinville (moralmente seguro, entiendes, es decir not being the right man in the right place, and knowing it)323 debo pensar en la probabilidad de que me boten el día menos pensado. La radio está repleta de exilados españoles, y los franceses les reconocen justamente una prioridad respetabilísima. Además sospechan que hablan mejor que nosotros, cosa a discutir pero no con los brains de la Radio. Y luego que aun si estos programas que me han permitido hacer continuaran, y mi budget se redondeara adecuadamente, el problema de insuficiencia física continuaría: soy tan malo en la radio como en el cine. Ergo… Unesco. Y es contra ella que me vuelvo una vez más, y donde acabaré probablemente. Me emociona que hayas tenido la valentía de confesarme que deseabas in petto que aquí me fuera mal. No pierdas toda esperanza, pero sabe desde ya que pelearé hasta el fin y que me jugaré de arriba abajo para quedarme. A veces pienso que mis amigos han de creerme en el fondo bastante indiferente, y que mi partida equivale a una confesión de frialdad y prescindencia. Parecería que permuto valores irreemplazablemente profundos y delicados (el afecto de algunos hombres y mujeres que me han acompañado tanto tiempo) por otros valores de orden estético, por la gran eutrapelia –como hubiera dicho el cronista de El examen– europea. A ti te digo –te lo dije ya un día en que me llevabas a casa en tu auto– que me he ido de la Argentina porque no puedo más. Si me hubiese quedado o si me tuviese que volver por razones de familia o de bomba H o de lo que sea, terminaría en la indignidad. Lo sé, soy muy lúcido a veces y a mis horas. Acabaría en la vulgaridad despreciable del borracho (un penchant contra el cual he debido luchar hace unos años) o del cocainómano, o del que hace de los bares del puerto su peldaño final. Todo el cariño de mis amigos no hubiera podido salvarme de la soledad de Buenos Aires, esa entrañable enemiga que puedo vencer poéticamente pero que me destroza en lo personal. Como ves, en lugar de felicitar-te por tus altos propósitos de enmienda tan detalladamente expuestos en tu carta, soy yo el que da la gran función de self-pity.324 No se repetirá, pero hoy necesitaba hacerlo, sobre todo porque cada carta tuya (y quizá alguna otra) me devuelve a ese conflicto del que se sabe desertor y a quien todas sus razones no le bastan. En cuanto a ti, no debes exagerar, Eduardo Alberto. Si tus cartas a mí continúan un poco tu interrumpido diario, déjate ir sin miedo. Ya es mucho que reconozcas lo excesivo de algunas angustias, menos fundadas que provocadas por epifenómenos. (Aquí debería burlarme del término, pero después de nuestro sabio intercambio de pareceres sobre las palabras y su uso, me planto de firme y te descerrajo el terminucho que es redondo y claro como la luna que le gusta a Maricló.) Tú has tenido siempre, en cuanto poeta, una necesidad pánica y universal, y por supuesto las parcelaciones, tipificaciones y localizaciones de tu cuarta década, te sublevan. La felicidad A supone la renuncia a las felicidades de B a Z. En el fondo lo que uno quisiera es la ubicuidad. En el fondo todo es una nostalgia de Dios. No ser Dios será siempre la lepra del hombre. Caín mata por eso, porque Abel es Dios para él, se identifica con Dios por la vía de la predilección. Por eso el Vedanta (que Freddy me infiere a altas dosis) resuelve ingeniosamente el problema. Cada uno es Dios, desde que cada uno es el centro del mundo, la Conciencia que crea el mundo. (Hegel también vio la cosa como buen zorro que era.) De todos modos me parece bien que te impongas un análisis previo o posterior a todo descontento. Creo que acabarás por verte con más claridad, y que en la humilde aceptación de lo elegido estará tu paz. (Esto último es muy cierto. Porque una cosa es elegir y otra aceptar. Yo elijo Europa pero no acepto la lejanía de personas como tú, o Aurora, o Jorge. Sartre cree a veces que elegir y aceptar coinciden, y se equivoca con toda su alma de pescado inteligente. Jesús elige la cruz, pero qué duro es aceptarla. Tú deberás, como todos nosotros, subir al jardín de los olivos y hacer el resumen, el balance y los saldos. Creo que después descenderás en paz –con toda la relatividad que esta palabra tiene para nosotros.)
Recibí un gran paquete lleno de revistas. ¡Gracias, gracias, son magníficas! Las voy cortando despacito, las leeré una a una en mi nueva casa. Aquí sé que voy a trabajar mejor que en la Cité, que verdaderamente me tapait sur le système.325 Te escribo sorbiendo un mate amargo que es delicioso. En la Cité me prohibí matear, y sólo transgredí dos o tres veces la regla (con lo cual duplicaba su severidad). Ahora que me siento más chez moi, el olor de la yerba me devuelve a mi piso de la calle Lavalle, a las noches entre 11 y 2, cuando escribía Keats y tomaba mate. Cómo quisiera darte a leer Keats! Todavía no tengo copiados los cuentos, porque estoy haciendo una transcripción de textos vedánticos para Freddy, que me valdrán unos francos. Pero juro copiarlos antes de 10 días y mandártelos. Gracias por corregirme las pruebas, ahora ya estoy tranquilo. Por cierto que Salas me ha escrito diciéndome que un señor Valentín Ferrando ha publicado en el último Sur un cuento donde Alberto ve un plagio o poco menos de “Casa tomada”. Je suis très flatté.326 Apenas reciba la revista veré si es exacto. Me complace que te guste la nota sobre Los Olvidados, yo también creo que está bien. Dile a Weibel327 que por quinientos mil francos semanales (con tres meses de vacaciones pagas) puedo hacerle un boletín cultural (sic) en español sobre lo que pasa en París. Se va a lucir, puede hacerlo editar por Kraft (con el notorio buen gusto diplomático de esta casa) y tirar 80.000 ejemplares aparte de separatas y ejemplares numerados…
Mi querido Eduardo, en la semana que viene colectaré cual diligente abeja todos tus libros, incluso el de Malraux. Ya cobré tus 9.000 fr., pero además debo preguntarte –perplejo y maravillado– de dónde salen otros 18.000 fr. que me fueron girados hace –creo– tres o cuatro meses, y de los cuales yo no tenía la menor idea. Aquí están en mi poder. Aclárame esto, porque esa plata no es mía, de eso estoy seguro.
Pasé dos días admirables en Bourges. Me fui un viernes de tarde en auto-stop (¡nueve coches, récord de récords!) y me quedé sábado y domingo. Supongo que conoces bien todo eso, las calles recogidas, los viejos hôtels, el olor a pan que hay en todas partes. Me pareció extraordinaria la distribución de St. Etienne en 5 naves, que convierte el interior en un verdadero bosque de piedra (la imagen es más justa aquí que en Amiens, para la cual la inventó Rodin). Estudié de nuevo los vitrales, uno a uno, con un buen libro que me explicó todas las anécdotas. Aquí las vidrieras se ven mejor que en Chartres, están a altura de hombre. Y afuera, la deliciosa y tierna imagen de St. Etienne en el portal del sud, y el Juicio Final que a pesar de los estucos y los restauros sigue lleno de una terrible fuerza. Me gustó mucho el hotel de Jacques Cœur, y viví en un paraje encantador, fui al mercado a comprar cosas, hablé con viejecitas que me tenían simpatía y hasta hice dibujos (sobre los cuales cuanto menos se hable mejor). Vi Orléans, hecha pedazos y “americanizada” hasta el asco (hay un camp en ella). Almorcé en Vierzon, de vuelta (cuatro autos para volver, qué lujo!) y llegué el domingo de noche a París.
Termino regalándote esta historia de un cronopio:328
Un pobre cronopio va en su automóvil y al llegar a una esquina le fallan los frenos y choca contra otro auto. Un vigilante se acerca terriblemente y saca una libreta con tapas azules.
–¿No sabe manejar usted? –grita el vigilante.
El cronopio lo mira un momento y luego pregunta:
–¿Usted quién es?
El vigilante se queda duro, echa una ojeada a su uniforme como para convencerse de que no hay error.
–¿Cómo que quién soy? ¿No ve quién soy?
–Yo veo un uniforme de vigilante –explica el cronopio muy afligido. –Usted está dentro del uniforme pero el uniforme no me dice quién es usted.
El vigilante levanta la mano para pegarle, pero en la mano tiene la libreta y en la otra mano el lápiz, de manera que no le pega y se va delante a copiar el número de la chapa. El cronopio está muy afligido y quisiera no haber chocado, porque ahora le seguirán haciendo preguntas y él no podrá contestarlas ya que no sabe quién se las hace y entre desconocidos uno no puede entenderse.
Escribe muy pronto y un gran abrazo de
Julio
Qué justo todo lo que dices de Baudi, ese gran muchacho bueno. Qué alto honor es tener su amistad y su afecto.
Mi querida María:
Te veo, sentada en el pupitre que me describes. Te veo caminando un poquito ya, y eso me da una grandísima alegría. Sí, bien pronto estarás curada. No hagas caso de las depresiones, es el mal del siglo, la gran invención del alma para salir de cuando en cuando a tomar el fresco y ver qué pasa. Si la causa mayor es la falta de carne o las dificultades con los domésticos, no te aflijas de tus aflicciones. Have a good cry329 como dicen en la isla, y se acabó. Yo me deprimía mucho al principio por razones análogas; por ejemplo me planchaba una camisa de manera aparentemente inobjetable, y cuando me la ponía para ir a una gran función en Champs-Elysées, descubría con horror que la parte llamada cuello era exactamente igual a un acordeón que quisiera hacer las veces de corbata. Esto me demolía por largas horas, pero ya ni me fijo. La primera vez que mi gata Juliette (que he dejado en la Cité en buenas manos) me comió medio kilo de manteca, comprada a 200 francos, creí que el mundo empezaba a perder sentido. La primera vez que salí de mi bicicleta por una vía que no era normal, es decir por encima del manubrio, y aterricé con todos mis dos metros en el adoquinado, justo delante del Chateau de Vincennes, llegué a estimar que la vida era un error entre tantos otros. Cuando me torcí la pata en la isla St. Louis… pero para qué abundar. Todavía me quedan problemas insolubles, por ejemplo qué hacer para que un pañuelo, tratado por mí con lavandina, sea capaz de resistir mi primer estornudo sin quedar reducido a hilas. ¿Tú podrías aconsejarme? Además, ¿cuál es el tiempo exacto para los huevos pasados por agua? Ya ves la naturaleza de mis angustias, oh alma gemela.
Supongo que Marisandra crece y crece. No importa que pierda sus ángeles, María; ganará en cambio los hombres, que con todas sus macanas son unos bichos extraordinarios. Yo no creo que los ángeles sean felices, hay algo de bobo en la mayoría de ellos que los hacen encantadores pero sin comparación posible con nosotros. Realmente somos grandes. Cuando pienso en lo que somos capaces de hacer, metidos en este pozo de aire, en este saco de carne, en este mar de ignorancia… Creo que a todos les pasa igual después de cumplir el ciclo de las grandes catedrales francesas: uno se siente más fuerte y más seguro. Un animal capaz de construir semejantes colmenas espirituales es mucho más que un ángel, que sólo puede celebrar. (Es la diferencia entre el creador y el crítico, ¿no te parece?) Te escribo mirando una rosa que me regalaron ayer y que se ha abierto esta mañana; te escribo mirando a la joven flautista del Trono Ludovisi. Marisandra crecerá entre cosas así. ¿Qué importa la ley Láinez, la deformación sistemática de su pureza original? Ella será una mujer. El mundo estará ahí para que ella lo camine. Y todas las músicas la esperan, Bach y Ravel, y todos los pintores… Ayer vi fotos de Picasso bañándose con sus hijos y su nieto en el Mediterráneo. Me dio una alegría, una plenitud. Inexplicable, es cierto, pero llena de un oscuro sentido. Renuncio a ser claro, perdón, perdón.
Me hablas de lo que dijo Aurora sobre tu Chesterton. Pues también a mí acaba de decírmelo, ya ves que su entusiasmo alcanza lejos. Y tiene razón pues tus ilustraciones son deliciosas, y sólo un gran tonto como yo pudo venirse aquí sin traerlas consigo. Pero ya las tendré.
No te aflijas por no haber trabajado en estos dos meses. ¡Qué manía de Occidente esta sumisión al trabajo! ¿Tú crees que Baudelaire movía un solo dedo durante meses? Una noche pescaba un lápiz y escribía: “Sois sage, ô ma Douleur… ” ¿Por qué esa fiebre de acción? Mucho has hecho ya, y mucho harás. Te espera toda la cerámica que saldrá de tus manos (con una tacita para mí). Conocí aquí a Diato, un ceramista extraordinario. Hace piezas con tiempo adentro, quiero decir con una especie de tiempo propio (no un pastiche de arcaísmo), fuentes-pescados, toros cretenses (pero no de la Creta histórica sino de una especie de Mediterráneo eterno y por tanto de hoy y de 5000 a. J. C. a la vez). Cuando vengas te llevaré volando a que lo conozcas. Su mujer hace también lindas cosas.
Mis cariños a los chicos, y que ésta te encuentre mucho mejor. Te agradezco tanto que hayas hecho el esfuerzo de escribirme. Dile a Dora, esa gorda maravillosa y querida, que mi carta no era para que te fuese con el cuento de mi inquietud. Quien en mujer confía… etc.
Hasta siempre, con todo cariño
Julio
París está lleno de telefotos y telegramas de lo que te imaginas. Lo único capaz de devolverme el humor es la increíble historia del director del Colegio Militar. Somos un pueblo extraordinario.
91, Rue d’Alésia, Paris XIV
9 de agosto / 52
Mi querido Eduardo:
Aquí están mis cuatro últimos cuentos. Tal como convinimos, tú elegirás uno para Sur, y se lo harás llegar a Pepe, con la condición irrevocable de que te dará a corregir pruebas. Si dudas de que lo haga, no le dés nada. Yo estimo mucho a Pepe, pero no lo creo un buen corrector. Demasiadas malas faenas me han hecho en Sur para no tenerles desconfianza.
Me gustaría mucho que dés a leer estos cuentos a Aurora (a quien ya dije que te los mandaba) y a Danny. Espero tu parecer, porque estoy como siempre lleno de dudas y reparos. Atácame sin miedo, ya sabes que yo me defiendo con la misma fuerza. También me gustaría mucho saber qué piensa María de estas cosas.
Te escribo estas líneas con el lomo partido por la faena de la máquina (llevo dos días copiando todo esto y además un larguísimo ensayo sobre Vedanta para Freddy Guthmann y sus amigos orientalistas). Vuelvo de ver la gran retrospectiva de Rouault, con casi 200 obras. Ya te puedes imaginar que tengo los ojos absolutamente desollados. No todo me gusta, y creo que Rouault está lejos de tener esa dimensión universal de los grandes maestros. Pero un hombre capaz de la cara de la Verónica, el payaso del Miserere, y las crucifixiones, ça chauffe.330 Perdóname esta manera de rematar una frase que de lo contrario me iba a salir pomposa o pedante.
Perdóname el trabajo de elegir y de corregir, pero nadie lo hará como tú.
Un gran abrazo de
Julio
París, 24/8/52
Mi querido Eduardo:
Una vez más discúlpame por escribirte a máquina. Será la única manera de que recibas algunas noticias, pues tengo tu carta hace días y sin embargo no me hago un hueco para contestarte como me gusta hacerlo. Vivo un poco tapado de trabajo, porque de un lado estoy traduciendo en vitesse para Sudamericana el Ainsi soit-il de Gide, y por otro preparo unos textos en inglés sobre Vedanta para Freddy Guthmann; a eso súmale mi trabajo de todas las mañanas, y los departamentos egipcios del Louvre… Tu carta es la tercera recibida desde B.A. donde se me consagra como profeta. Pero ni siquiera mi profecía alcanzó a dar al ritual del hueso las proporciones que ha tenido en la realidad.331 Tienes mucha razón, vivíamos en la feliz ignorancia (en el feliz disimulo, mejor) de que éramos latinoamericanos al igual que los guatemaltecos y los salvadoreños; y que sólo una censura tan falsa como peligrosa mandaba al fondo los auténticos impulsos que un buen día iban a saltar como la lava. Yo hice de sismógrafo, o de gallina-testigo; no sé si sabes que las gallinas prevén los sismos. Cuando quieras erudición sobre eso, interroga a Toño Salazar, que pasó su infancia en un volcán. ¿No sabías? Tengo el relato por Carmela, su mujer. Toño se crió con unas tías, en El Salvador, y al lado de la casa había un pequeño volcán, un volcancito de bolsillo. Las tías miraban el cráter, y si todo estaba en calma, metían allí a Toño para que jugara. De vez en cuando una de las tías mandaba: “Toñín, vente a casa que hoy el volcán tiene mal aspecto…”. Uno comprende que a los veinticinco años Toño se entregara a la marihuana.
Termino en broma lo que debería tener otro tono. ¿Pero qué escribirte, qué decir de todo eso? Me previenes contra mi posible vuelta, because documents. En estas semanas me han ocurrido cosas bastante increíbles, que en pocos días me dieron vuelta todos los planes como un enorme panqueque. Tal vez por Jorge sepas que decidí mi vuelta en octubre, para regresar aquí en diciembre. Hasta le mandé dinero con Freddy, para que me comprara un pasaje de llamada, previa consulta contigo. Previne a mi madre (y es lo único que lamento ahora, tener que explicarle que no voy a ir). Para que veas que no estoy loco, te resumo mi situación en este momento. Acabada la beca, y liquidado Joinville (pues volvió el titular), mi único recurso eran 15.000 francos por medio día de trabajo chez un exportador de libros. Perspectivas: Unesco en enero. Ergo, bien podía yo largar ese solo trabajo, miserablemente remunerado, y pasar mi tiempo hasta fin de año en B.A. Mas he aquí que repentinamente (hace una semana) las cosas dieron un vuelco. El exportador me dobló el sueldo. No sé si sabes que se trata de Victor Leru, que tiene aquí un representante, M. Cornfeld, a cuyo lado trabajo. No sólo me dobló el sueldo sino que me hizo saber que si acepto quedarme con ellos, tendré en poco tiempo lo suficiente para vivir tranquilo. La causa de este súbito favor es que necesitan un hispanoparlante con experiencia en libros (ya ves que caigo justo), y saben que he estado en la Cámara del Libro y que puedo trabajar bien para ellos. Unesco deja pues de ser interesante. Aquí trabajo solamente la mañana, y una tarde por semana. Me queda pues tiempo sobrado para vivir como yo quiero, es decir en una vagancia escandalosa, lecturas, cuadros y vino blanco. Unesco significa la esclavitud el día entero, y si es cierto que te pagan muy bien, no te sirve de mucho. Lo pensé seriamente, y me di cuenta de que si perdía esta oportunidad de hacer pie en firme en París, era un imbécil. Creo que en seis meses puedo llegar a ganar por lo menos 50.000 francos. Con eso estaré tranquilo, y aunque no cenaré en La Pérouse, podré viajar los fines de semana y ver teatro y comprarme algún disquito de Coleman Hawkins, ser angélico. Ahora bien, esta decisión comporta la renuncia total a mi viaje a B.A. Creo que con suerte podré ir dentro de ocho o diez meses, pues una vez organizado mi trabajo con M. Cornfeld, me será posible plantear la necesidad de mi viaje; pero hacerlo ahora representaría renunciar a este empleo, y te repito que lo creo una insensatez. Ya te puedes imaginar todo lo que me duele no ir, porque una cosa es pensar en hacerlo, y otra mandar el dinero, avisar que se va, y ver ya las cosas que van a suceder. Me hubiera hecho tan feliz estar un mes al lado de mi abuela, que está muy anciana y me extraña mucho. Cada carta suya me vuelca a un sentimiento de culpa como no puedes imaginarte. Y eso que no practica en absoluto el chantage sentimental, tan frecuente en las familias hispano-argentinas, donde se cree que la obligación del hijo es vivir bajo el techo familiar. Precisamente porque no me reprocha nada, y solamente se inquieta por mi salud, mi comodidad, mi dinero, me duele mucho más. En fin, ahí tienes el síndrome completo. Me gustaría tu opinión llana y abierta (estas calificaciones son obvias; je m’excuse).
Hablemos de Eugenia Grandet: por paquete postal te mando la mayoría de los libros que me pediste. El paquete salió hace cuatro días, y responde al siguiente detalle y precios (con excelentes descuentos que mi trabajo chez Cornfeld me permitió conseguirte): Malraux: te sale a Fr. 1.267; Deschamps et Thibaut: Fr. 803; los dos números de Art D’Aujourd’hui: 399.- Total gastado: Fr. 2.469.- Ahora bien, el libro de Francastel tardará un par de semanas más, porque Bordas está cerrada por las vacaciones, y como lo sacaré con el 50 %, creo que vale bien la pena. Te busqué asimismo la Legende Dorée. Está completamente agotada la única edición buena, que era la de Rombaldi en tres tomos. Tú me mandaste 9.000 francos. Cuando tenga el libro de Francastel sabremos exactamente el saldo que te queda, que justificaría otro pedido de tu parte. Hazlo, o si no dime si debo entregar el sobrante a tu tía. Espero que los libros te lleguen bien; van por paquete certificado.
Hablando de paquetes, te mandé otro con cuatro cuentos (creo que ya te lo dije). Elige uno para Sur, y dale el resto a Daniel, para que a su vez saque uno para su revista. Pero elige tú primero.
Me gusta saber que pintas bien, y que expondrás en el 53. (“Que pintas bien” es absurdo una vez escrito; curioso que oralmente tiene otro sentido, el que quiero darle, de aplicación, continuidad, etc.) Payró me merece mucho respeto, y su palabra no me parece nunca gratuita ni forzada; puedes estar bien tranquilo. Es cierto que uno no necesita de espaldarazos en un momento dado de su vida, pero los espaldarazos son como ese último nudo que hace uno en el paquete, innecesario ya pero oscuramente requerido. (Desde que trabajo para Leru, los paquetes ingresan en mi repertorio metafórico.) Mándame la revista de Pellegrini332 donde estén tus poemas. Para ella no tengo nada que darte, a menos que saques otro cuento de esa serie; hazlo si quieres. También te podría mandar una antología de pequeñas historias de cronopios y de famas; son bastante divertidas. ¡Qué solemne te pones con Viola Soto! “Alma (o mente) perturbada…” Vamos, vamos. Mis reparos a sus poemas son más insignificantes: prosódicos, y hasta gramaticales. Pero creo que a través de esa confusa aglomeración de imágenes pasa la poesía. Su tono es muy distinto de lo que se lee habitualmente allá; pero no me gusta sólo porque sea distinto (aunque eso cuenta también) sino porque además Viola ha pasado a la ofensiva (como tú en muchos poemas últimos, y yo en Razones de la Cólera), y ataca, muerde, torpemente y a lo perro, pero muerde. Nuestra poesía tenía demasiados moñitos, admítelo. Él está demasiado sucio de un Baudelaire mal digerido y ya anacrónico en demasía; pero hace una poesía de ataque (como Neruda cuando se lanzó a su grandeza, y no lo digo comparativa sino analógicamente). Creo que también por eso me gusta Girri, sólo que éste es mucho más retórico que Viola, y tiene más cosas que decir. (Lo de retórico es en el buen sentido que le da Paulhan.) Assez. Me gusta “Sueño verdadero”, pero no las “Negras, flacas estrellas”. No te podría explicar por qué, algo en el sonido, supongo, donde se apoya siempre el juicio último sobre un poema. Si pescas Les Poésies de Schehadé (NRF) darás con algo bueno. Leo muchísimo a Éluard. No hay hoy en día otro poeta del amor comparable a él. Éluard puede ser aburrido y confuso y hasta prosaico cuando se ocupa de diversas cosas; pero apenas entra la mujer en su poesía, aquello se echa a brillar y a temblar y cantar de una manera absolutamente maravillosa. Su gran antología de la NRF no se me cae del bolsillo hace un mes. Leo también a Queneau (Les Ziaux) que es divertido y a veces emocionante. Termino Proust. Estoy en la quinta sala egipcia del primer piso. Ayer estuve tanto tiempo mirando los anillos de Ramsés II. ¿Te acuerdas del anillo con los dos caballitos, y el del loto? Qué arte tan equilibrado, sin romanticismo ni barroco (en el sentido moderno, aunque dentro de su evolución se vean exageraciones y decadencias). Pero lo más maravilloso es la colección de ostrakas. ¿Te acuerdas de eso? No dejes de decirme si te acuerdas. Doy todas las esfinges por uno solo de esos pedacitos pintados. Y las estatuillas de las concubinas desnudas, y los minúsculos vasos en mármol celeste de Abydos… Creo que en una quincena terminaré ese departamento. Me hizo mucho bien en estos últimos días, en que el episodio del viaje cancelado me apenó y me hizo sentirme como un trapo. Iba a las vitrinas, y frente a esa calma sin hipocresía, esa serenidad de un pueblo con una respuesta para cada problema, me sentía mejor. Y luego mirar Saint-Germain l’Auxerrois desde los ventanales del primer piso, con sus árboles ya completamente rojos de otoño, y montar luego en mi bicicleta y derivar por el Marais, despacito, parándome en las esquinas… París está vacío, desierto, encantador. La cerveza es rica, el Flore está agradable de noche, Freddy me dejó una suntuosa radio; oigo sonatas, jazz, la môme Piaf. Y te abrazo muy fuerte,
Julio
No me has explicado el misterio de los 18.000 francos. Vous êtes prié de me répondre en vitesse.333
Afectos a Verdevoye.
24 de agosto / 52
Querida María:
A Eduardo le explico por qué les escribo a máquina. Perdóname tú también. Estoy tan contento de que estés mejor, que ya salgas, que sigas el curso de Fatone que te gusta (y con razón, estoy seguro), y que los chicos vayan pasando bien este invierno. El solo hecho de disponer de las piernas, de poder moverse, es ya tan admirable, que hay que quebrarse un pie, como yo, o tener una niña, como tú, para descubrir el horror de la inmovilidad. Nunca somos lo suficientemente agradecidos, y lo digo un poco como amende honorable334 después de tu reto, tan elocuente como justo, que leí profundamente ruborizado y maldiciendo el minuto en que se me ocurrió meterme con los ángeles. En esa clase de insolencias uno sale siempre perdiendo. Me dices cosas lindísimas sobre todo eso, y estoy en un todo de acuerdo. Ahora te toca a ti encontrarme versátil o inconsecuente. Pero yo creo con Nietszche que sólo los imbéciles no cambian de parecer. Además ¡qué bien escribes! ¿Lo sabías, no es cierto? Escribes muy, muy bien. Te lo dice alguien que escribe a su vez muy, muy bien. El sol habla de la luna. Ya ves, nada de modestias.
Tu plan de salir mucho, de perder el tiempo (¡pero si es ganarlo, hija!) me parece perfecto. Yo lo vengo practicando desde el día en que descubrí que el trabajo era más bien un asco, y que sólo vivimos una vez. Esto último parece pedestre si se piensa en una vida eterna incomparablemente superior a este pasaje de sesenta añitos sublunares. Pero piensa que la otra vida es en gran medida un resultado de ésta, y que es aquí donde hay que merecerla y ganarla. (Tengo un miedo horrible de seguir, porque en una de esas te amostazas por alguna barbaridad teológica mía, y en ocho días tengo aquí un rapapolvo que me deja tieso.)
Te agradezco el relato que me haces del gran pow-pow indio que tuvo lugar en tu casa con la participación de los Arias y Daniel. Veo que siguen ustedes incurriendo en la reprensible costumbre de inferir mis cartas a las pobres víctimas que se descuelgan a saborear las tostadas que te han de salir riquísimas. Eso de que “se matea mi carta” es una expresión formidable, que no se me hubiera ocurrido jamás y que te envidio desde lo más profundo. ¡Matear una carta! (Pero mira que mi yerba es flojita y llena de palos… No hagas sufrir a los otros con tan magra infusión.) Hablando de mate, una mendocina a quien piloteé por París hace un tiempo, me regaló una bolsa de 5 kilos de excelente yerba. No sabes qué alegría es matear noche y día en mi balcón de la rue d’Alésia. Mi patrona, Mme Develay, me contempla horrorizada. Parece decirse: “Y sin embargo éste no tiene aire de indio… ¿Dónde guardará las flechas envenenadas?”. Lo malo será cuando se me acabe la yerba. Voy a indagar cómo puedo recibir otros suministros de B.A., aunque creo que es imposible. ¿Si juntara pastitos en el Bois de Boulogne?
El párrafo que dedicas a Bayón me ha hecho ver que soy un guarango como de costumbre. El hecho de que uno no sintonice con una persona la primera vez que la ve no es en absoluto prueba de que el futuro no cambiará las cosas. Él fue muy gentil, y hasta al calificarme de “pájaro raro” (sic, tengo pruebas!!) lo hizo con elegancia. Voy a telefonearle, es lo menos que puedo hacer para reparar una grosería de varios meses. Es curioso, por un lado me interesa conocer gente valiosa, y por otro tengo mucho miedo. El resultado es la soledad, o la pueril y obstinada adherencia a las solas amistades de la primera juventud. Complejo de Peter Pan, uno que se le escapó a Freud.
Tu Louvre está más gauchito que nunca. Egipto, Egipto y más Egipto. Cosa a cosa, piedra a piedra, papiro a papiro. (A Eduardo le digo otras cosas de eso.) Ayer estuve en La Hune, mirando libros, y naturalmente lamenté no tener plata para comprarme brazadas de cosas. Hay unas postales con reproducciones de cuadros pintados por niñas italianas, de una cierta escuela a lo Olga Cossetini, que son extraordinarias. ¿Las quieres? Si te interesa, te las mando. No sé si es un género que te atrae. Yo adoro a los naifs, a los pintores populares, y paso unos ratos encantadores en la sala dedicada a ellos en el Museo de Arte Moderno. ¿Dieron Le Fleuve de Jean Renoir, allá? No te lo pierdas; hay imágenes de la India muy hermosas, sobre todo una fiesta de la diosa Kali, y una ceremonia en que se encienden millares de lámparas, que son extraordinarias. Me acusas de estar flaco; pues como mucho, y tomo vitaminas; habrá otra cosa que no anda, quizá, o el clima, o el quinto piso. Recuérdame a los chicos, y no te olvides de mandarme fotos cuando tengas; quiero conocer a Marisandra y ver los ojitos de Maricló. Otra vez te prometo una carta más linda, más para ti. Verás por lo que le digo a Eduardo que no estoy precisamente en mi mejor momento. Todo se andará, espero. Un fuerte abrazo de tu amigo
Julio
París, 20 de septiembre
Mi querido Eduardo:
Ya sé lo que va a pasar, ésta se cruzará con una tuya. Ocurre que recibí tu última hace rato, pero como me la habías escrito antes de recibir una bastante larga que te escribí, explicándote mi cambio forzoso de planes, se me ocurrió pensar que volverías a escribirme y me quedé a la espera. Ya han pasado dos semanas sin noticias, y me decido a enviarte unas líneas. ¿Recibiste los libros? Sé que te llegaron los cuentos, porque Aurora y Daniel me lo dicen, junto con las gratísimas noticias de sus prontos arribos. De Aurora yo sabía que iba a venir, pero no acabo de convencerme de que Daniel va a cruzar el charco. Por supuesto estoy muy contento. Y detrás de ese contento está la contraparte de murria, porque pienso en ti y en Jorge, que no vendrán hasta quién sabe cuándo… Merde alors, como dice Louise de Vilmorin.335
Vuelvo sobre los libros. Espero que te llegaron bien. Aquí tengo Francastel, Peinture et Société. Te lo conseguí asimismo con el 50 %, lo que no está mal. Debito pues en tu “cuenta corriente” la suma de 580 francos. Has gastado en total 3.049, sobre 9.000 que me mandaste. Ya puedes, pues, mandarme otra lista. (El libro de F. me parece lleno de interés, y estuve tentado de abrirlo y leerlo a toda prisa, pero prefiero mandártelo en seguida.)
Te digo francamente que una de las razones por las cuales me he resistido a escribirte todos estos días, es que me apena doblemente la mucha alegría que hay en tu carta frente a la posibilidad de mi visita a Buenos Aires. No sabes lo que me ha dolido decidirme, y cómo me ha lastimado mi propia elección. Si hubiera sospechado que las cosas iban a virar tan bruscamente, en ningún momento hubiera escrito a mi madre y a mis amigos asegurándoles algo que no iba a cumplir. Hasta ese día, el viaje era no sólo posible sino conveniente, pues cubría unos meses muertos aquí en París, y me daba oportunidad de cumplir la promesa hecha a mamá de volver a verla. Te aseguro que el día en que me pusieron frente a la alternativa de aceptar este trabajo con Victor Leru, o perder toda chance futura si lo rechazaba, fue uno de los peores de mi vida –que abunda en días malos. Oh el famoso choix! Hubo un momento (tenía 24 horas, como se dan a todo emplazado) en que el corazón se me trepó a la boca, y estuve dispuesto a perder mis chances y volverme. Para colmo acababa de saber que en la Unesco, cero absoluto, de modo que volver a B.A. significaba, de regresar luego a París, la carencia total de posibilidades. Fue entonces que me pregunté si tenía derecho, después de tanto jorobarme a mí mismo y al prójimo con este viaje, de rechazar un asidero precario pero tangible, un trabajo con el cual empezar a vivir. Entendí que no hacerlo era facilitarle la tarea al hijo de familia que todos llevamos más o menos oculto debajo del chaleco. Me di cuenta que renunciaba. Entonces, dentro de la mejor tradición a lo Leopoldo Marechal, produje una inconmensurable puteada que me incluyó a mí junto con las fundaciones del mundo y el entero orden planetario, y decidí aceptar el empleo. Por supuesto que mi elección no me calmó ni me consoló. Estas decisiones no arreglan nada en el fondo. El sufrimiento evidente que le he causado con esto a mi abuela basta para quitarme toda sombra de satisfacción a lo Bruto o a lo Catón. Porque ahora, aunque le prometo ir dentro de siete u ocho meses (e iré, naturalmente), ella y mamá saben que mi vuelta será sólo una visita. Ahora se han dado cuenta, pues este episodio ha aclarado lo que yo no había querido revelarles de golpe. Ah, Eduardo, la familia es como una culpa que se lleva consigo. Y las familias argentinas, sobre todo, con esa tradición ítalo-española que remonta a Roma, para quien los hijos no deben abandonar jamás el techo paterno… Y lo malo es que yo soy el cómplice secreto de mi abuela y mi madre. Ellas me reclaman con su vida consciente. Y yo les respondo desde abajo, en los sueños sobre todo, en mil reacciones del inconsciente, en el terror que me asalta cuando pasa un correo sin traerme sus noticias… Mi yo nocturno se venga duramente de las inteligentes decisiones que tomo de día.
Está demás que agregue todo lo que siento no ver a mis amigos. Tu casa, los chicos, María, tu pintura, toda esa amistad que ya no necesita de palabras para ser irrevocable. Pienso en Castagnino, en Baudi, en gentes tan fieles y tan buenas. Pero (así soy, qué quieres) no se me ocurre en absoluto lamentar el camino que tomo. Son las consecuencias, las rebabas, que me duelen. Sé que lo que hago es lo único que me cabía hacer. Etcétera, etcétera, y basta de rascarse las picazones. Estoy muy bien de salud, y trabajando fuerte. Liquidada la sección egipcia del Louvre, la emprendo con súmeros, acadios y los horrendos asirios. La sala de Gudea me fascina (creo que te hablé de ella cuando mi otro viaje). Empieza el frío, los museos asumen su aire confidencial y acogedor, y además qué delicia nace de toda familiaridad. Yo me tuteo con el Louvre, entro por él con el aire del que vuelve a su casa, y hasta el hecho de no pagar (bendito laisser-passer!) ayuda a sentirse at home. En las galerías de París vuelve la gran pintura. Vieira da Silva me gusta. Y Zao Wu Ki. Y Piaubert, un abstracto. Un muchacho médico que se vuelve a la Argentina me ha vendido su Vespa por una suma ridícula. Tengo mi carte grise y empiezo a moverme en París. Te imaginas que cuando la domine, podré aprovechar los fines de semana para conocer l’Île-de-France palmo a palmo. Planeo ya viajes cortos de entrenamiento: Versailles, Fontainebleau, mi dulce Provins, Etampes, Reims, Rouen… Trabajo sólo de mañana, y dos tardes por semana. Tengo el sábado libre (lo defendí a capa y espada y lo gané). De modo que si salgo el viernes a las 13 h., puedo llegar a cualquier ciudad dentro de un radio de 200 km en la tarde. Paso la noche en un hotel (tengo un flair considerable para encontrar los baratos) y me queda todo el sábado y parte del domingo para ver lo que haya que ver. La Vespa gasta menos de 3 litros de mezcla cada 100 km. No es caro, como ves. La Unesco, por su parte, me contrata por un mes (noviembre-diciembre) como traductor para su Asamblea (no sé si te dije que di examen y lo aprobé cum summa laudis). Me pagan 16 dólares diarios. Calcula… Eso me afianzará en París. Arreglé con mi patrón, que fue très sport y durante ese mes se conformará con que yo le trabaje los sábados. De modo que eso va bien.
Mi pobre viejo, esta carta es de un aburrimiento digno de La Torre.336 Podría titularse Memorias de un caracol o Veinte mil años debajo de un felpudo, a juzgar por su interés. Pero tenía que decirte todo esto, y en otra te contaré cosas distintas. Dile a María que me alegro de saberla cada vez más repuesta (así me lo dices en tu última), y que sigo conociendo ceramistas increíbles. Tu remoto, lejano, improbable (sic) plan de viaje, ¿es realmente tan hipotético? No quiero creerlo. Desde aquí los ayudo a los dos, con todas mis fuerzas deseo que vengan. Te compraré y mandaré Venturi. Mándame poemas. ¿Será Botella al Mar u otra editorial? Ah, te ruego me mandes la dirección de Fatone. Me han dado un libro para él y no sé cómo enviárselo. Vuelvo a disculparme por esta carta goteante y aburrida.
Un gran abrazo para los dos de
Julio
Tú conoces ya a mis cronopios. Estoy copiando, y te mandaré, Historias de cronopios y de famas. Los famas son distintos de los cronopios. Por ejemplo tú y yo somos un poco cronopios, y Comi es un fama. Ya verás, son cuentecitos y poemas muy graciosos (no arquees las cejas).
Perdón por las manchas de esta página. Son de té con limón, o de naranja. Puede que un día tenga dos mesas, una para comer y otra para escribir.
1º de octubre / 52
Mi querido Eduardo:
Mis siniestras conjeturas se cumplieron, y volvimos a cruzar cartas. Pero no importa, porque esta vez no hay noticias que requieran respuesta, aunque por mi parte confío en que ésta te llegará antes de otra tuya. Despacho los negocios, para poder escribir luego tranquilo. Me alegra que te llegaran los libros. Ayer te despaché el de Francastel, sin esperar el de Venturi, y para que lo recibas un poco antes. El precio de los buenos descuentos parece ser la paciencia, ya que yo debo esperar a que mi patrón haga un bon de commande al editor respectivo, y entonces aprovecho para deslizar mi pedido. De lo contrario, apenas tendría un 10 o un 15 % que no valen la pena. Recibe, pues, tu Francastel, y pronto irá Venturi. (Obedezco tu conminación y me cobro los franqueos. Tienes aún un buen activo, de modo que ordéname nomás.)
Estuve a punto de hacerte un paquete con mis últimas faenas verbales, pero lo pensé mejor y he decidido mandárselas a Baudi. La razón está en que sólo tengo una copia, y que a Baudi no le he mandado nada desde que estoy aquí. Sé que él te pasará el cuadernito (que se llama Historias de cronopios y de famas) y que en el fondo será lo mismo. Además, y por último, sé que tú entiendes muy bien.
Estos cuentecitos de cronopios y de famas han sido mis grandes camaradas de París. Los anoté en la calle, en los cafés, y sólo dos o tres pasan de una carilla. No los considero obra seria, sino un descanso bien merecido después de Keats. Noto que me ha sido dada cierta magia verbal, y los cronopios son la objetivación espontánea de esos juegos de la palabra consigo misma. Pero tú, buen observador, verás que por debajo van aguas más duras e intencionadas. Pienso que en la Argentina un librito así molestaría –como vagamente molestaba Macedonio Fernández, o molesta Ramón–, y que en cambio aquí, después de Plume por ejemplo, o los juegos de Crevel o de Desnos, valdría por lo que vale, es decir se lo aceptaría de lleno y se lo juzgaría con la misma seriedad que a una poesía de intención más alta. Yo te confieso que lo de las intenciones de la poesía me resulta cada día más retórico, y que si bien nunca he sido legítimamente un surrealista (para eso hacen falta otros aires y otros méritos) por lo menos he llegado a no rehusarme el lado liviano y pueril que con toda facilidad me viene a la palabra. Quiero que sepas (pues esto es lo que cuenta) que el escritor de El examen y el de estas Historias no ha cambiado de onda ni de ars poetica para ir de uno a las otras. Yo creo que en el fondo lo que espero de ti y de los pocos lectores que tendrá el cuadernito, es que se diviertan tiernamente (o que se enternezcan alegremente). Me gusta (lo he descubierto) leer en alta voz estos pequeños cuentos. Suenan muy bien y son materia juglaresca, pícara, prosa de alta voz. Ah, me gustaría leértelos. De veras, es libro de juglar, y no está mal que sea así. No sé lo que voy a hacer ahora. Deseos, deseos… Pero nada ensayístico, eso no. Libertad como nunca, y que la inteligencia se las rebusque para ordenar, para dar coherencia y sentido a todo lo que remue sa symphonie dans les profondeurs.337
Los Vestigios es un magnífico título. ¡Albricias por la edición! ¿Cómo se te ocurrió ese nombre, tú que el año pasado me proponías una serie a cual más horrenda? Tiene la calidad de The Waste Land (con quien le encuentro una oscura y necesaria analogía) y además la palabra es bella, redonda, dura. ¡Cuánto me alegraré de leerte en Botella al Mar! Estoy muy contento.
No sabes cómo estoy de acuerdo con tus pareceres sobre mis cuentos. Que “La Banda” sea en el fondo el que más te gusta, me reconcilia abiertamente conmigo mismo. Estaba lleno de dudas, después de darlos a leer a tres personas, que unánimemente ovacionaron “Final del juego” y despreciaron amablemente el otro. Sé –como me lo dices– que “Final del juego” es el más perfecto y logrado, y que contiene poesía a carradas, y un lenguaje que no trepido en calificar de magnífico. Pero “La Banda”, voluntariamente pobre, seco, jodón, porteñísimo, abre para el buen lector una puerta mucho más vertiginosa que el otro. La buena reacción ante el primero es la emoción (o el llanto terrible de una de mis lectoras, aquí); pero la reacción ante el otro es –o debería ser– el temblor. Tú has visto la diferencia, y has acertado doblemente al mandar un cuento a Sur, y preferir personalmente el otro. También tienes bastante razón sobre los otros dos, pero a mí “Axolotl” me gusta harto (como dicen los chilenos). Y no he exagerado en nada mi primera impresión en el Jardin des Plantes, que fue de veras terrible. Hay algo atroz en esas larvas. Desde esa primera vez no he podido volver al acuario, les tengo miedo. Y ahora que el cuento está escrito, no me atrevería a mirarlos. Pequeñas neurosis a lo Malte Laurids Brigge. (Por cierto que estoy leyendo, al fin, María Grübbe, que tanto le gustaba a Rilke.)
Bueno, corté esta carta y esta mañana me cae otra tuya. ¡Magnífico! Ahora sé que no nos cruzaremos, y además estoy bien contento por tanta generosidad tuya y de María (cuya carta me llegó la semana pasada) y por todas las fotos de los chicos, que están deliciosos pese al perceptible aunque involuntario sabotaje del fotógrafo. A Maricló le encuentro un aire español, y Albertito se te parece decididamente (sobre todo en la foto de la verja). Sobre Marisandra, cf. carta a tu cónyuge.
Comprendo muy bien que no hayas tratado de hablar con mamá después de mi brusco cambio de planes. Ella lo tomó con un coraje muy grande, al igual que mi abuela, y las dos me han escrito cartas de verdad conmovedoras. Pobres viejas, es bien duro para ellas, y ahora ponen todo su ideal en mi visita para mayo o junio (que haré, vaya si haré). Si no te molesta, llámala un día a mamá. En su última me decía, con una gran discreción – “de tus amigos no sé nada”. Le darás un gran gusto si le cuentas cosas y le dices cómo estás y qué sabes de mí.
Volví a interrumpirme y en este momento vuelvo de la calle, donde he pasado toda la tarde. Estoy contento porque ha sido mi primera toma de contacto con el centro desde mi cabina de mando de la Vespa. Hasta ahora había andado por el barrio y los bulevares exteriores (y los dos Bois). Pues hoy me fui de aquí a la Unesco, de ahí a la Radiodifusión (toujours des boulots, des traductions, histoire de me faire un budget passable).338 Luego bajé por la avenue Kléber hasta Alma Marceau, y me fui al Museo de Arte Moderno a ver los Picassos y los Matisses (los miré prestándote los ojos, para ayudarte en tu conferencia) y los Marquet (que antes no me gustaba y ahora sí). Le hice un saludo a Dufy, ce fils de chinois et de parisienne, y me dediqué a Dunoyer de Segonzac. A las cinco me echaron. Vespa otra vez, y no te imaginas la maravilla de los árboles en los quais, rojos de otoño, chorreando bronce, azules, verdes… Como esos bosques de metal que soñaba Baudelaire, pero sin dejar su vegetalidad, su temblor vivo. Los miré hasta no poder más, pero después recobré mi buen sentido y continué hasta el Pont Neuf, y entré a La Belle Jardinière para encargarme un pantalón, que me hace bastante falta. Me costará 6.100 francos y lo tendré el 17,339 día en que naturalmente me los pondré imbuido de fervor patrio. De ahí crucé el puente, subí el Boul Mich, y miré un rato el Luxemburgo. Luego mi caballito de lata me trajo aquí. Esta jornada la dedico a la disipación. Me lo merezco después de tanta copia de cronopios y corrección de textos; de modo que dentro de un rato me voy a buscar a una copine y nos largamos a verlo a Fernandel en Le Petit Monde de Don Camillo. Veremos qué pasa…
La suntuosa llegada de Danny through Air France me parece repugnante. Que un tipo que jamás ha cruzado otro mar que el de Ajó se pierda la delicia de un viaje en barco… No me lo explico, pero supongo que él lo hará. Ya imagino las caminatas y las charlas, hasta horas inverosímiles… Aurora me escribe que llegará el 22 de diciembre. Muy navideña, pues. Mi pasada Navidad fue bastante sórdida, y me merezco esta compensación.
Te mando unas fotos que saqué en Auvers el 27 de julio, aniversario del suicidio de Van Gogh; espero que te gusten. El campo, los trigales, estaban maravillosos ese día.
Última hora: tomo nota de tu nuevo pedido, y veré de mandar a la vez Venturi y el Skira (y René Char, que me alegro te interese). No olvides tu promesa de mandar poemas. Sigo tan insaciable para la poesía como cuando tenía los dorados veinte años y devoraba a los griegos y a Virgilio. Mándame también tu conferencia, eh? Pones un carbónico al copiarla y ya está. Le escribo ahora a María, con otras noticias.
Un gran abrazo de
Julio
Pedí ser patronné. Tendré mi carte a fin de mes.
4 de octubre / 52
Querida María:
Tu carta tristona me dio un mal rato, porque en el fondo tenemos el egoísmo de la generosidad y nos gustaría hacer algo en seguida para alegrar a nuestros amigos, verlos salir de sus abatimientos y sus penas. Realmente hubiera querido tenerte al alcance de mi voz, tal vez para decirte cosas amables, o tal vez para tratarte de gran tonta (siguiendo tu propio y sensato ejemplo). Te diré que todos nosotros (ese grupo que conoces y que no necesito nombrar) somos seres tristes, y en el fondo llenos de tedium vitae. Nous sommes les Romains à la fin de la Décadence… de Verlaine. Por eso valoramos y construimos de tal modo la amistad, para crear de a dos, de a tres o de a cinco unas islas en el tiempo, islas de nueve a una, islas en Ocampo o en Hipólito Yrigoyen (y ojalá en París, un día). Pienso que no te gustará demasiado que siga sobre este tema, pero déjame agradecerte la mucha confianza que me tienes, y desear que estés bien, muy bien, y que ya te rías un poco de todo lo que me dices. (Yo también te he mandado cartas apesadumbradas, cuando llegué a París. Hace tanto bien. Ayudan a la curación, y ése es su único mérito en el fondo…)
Gracias, gracias por todas las fotos y sus dedicatorias. ¡Qué lindos están los chicos! Y ahora recibo aún más, que me manda Eduardo. La foto en que Maricló y Albertito están junto a la cuna de Marisandra es muy encantadora, y también la de la verja. ¡Qué hijos lindos tienes! Y tú estás muy bien con la chiquita en brazos. Marisandra es secreta y misteriosa en las fotos. Sólo deja ver una gran placidez (que no creo le venga de los padres) y una decidida voluntad de no hacerse mala sangre. Veo que Maricló sigue bailando, y que Albertito sigue grave y un poco triste… Aquí van unas fotos que tomé y que me tomaron en Auvers-sur-Oise, y que me parece que te gustarán. Cuando vengan a París iremos juntos allá, ¿eh? Hace mucho bien andar por el pueblo de Vincent, y mirar su simple y hermosa tumba.
Estoy bien, con una nueva época de migraines (vieja enfermedad mía) pero nada más. Sigo estudiando paso a paso nuestro Louvre, y ando por el friso de los arqueros de la Apadana. Egipto fue una maravilla, y volvería a empezarlo hoy mismo… si no hubiera tanta otra cosa que me espera. El Museo Guimet, por ejemplo. Ya hace frío, se acabó el auto-stop, on redevient citadin. París vuelve a ponerse uno a uno sus grises de maravilla, y los muelles del Sena están rojos y dorados. Empieza la música, el teatro, el cine… ¡Qué avalancha! Realmente aquí uno debería tener mucho dinero, y sobre todo más tiempo (aunque no me quejo, pues trabajo menos que en Buenos Aires). Veo en una foto la puerta-ventana de tu casa. ¡Qué linda y amplia es! El estudio tendrá luz a montones. ¿No tienes tiempo para dibujar? Me reí mucho de tu temor a molestarme con tus opiniones sobre los dibujos de Sergio de Castro. Vamos, una opinión como la tuya es siempre válida en sí, aunque no estemos de acuerdo en absoluto. A mí sus dibujos me sumergen en un clima de –no sé cómo decirlo– de rigurosa poesía. O algo por el estilo. Y sus cuadros mucho más todavía, sobre todo las naturalezas muertas. Pero concibo perfectamente que puedan no gustarle a otros. ¿No me ocurre a mí –salvadas las distancias– aburrirme a muerte con las óperas de Mozart, que maravillan a Jorge y a unos treinta millones de seres humanos? Me gustaría mandarte una rosa que tengo aquí sobre mi mesa y que compré a mi florista de la esquina (je fais mon marché, tu sais). Es de un rojo admirable, y toda la luz de esta tarde gris parece depositada en ella. Me ayuda a trabajar, y a despedirme de ti, de Eduardo y de los chicos, con todo mi afecto
Julio
Me alegra que te gustaran los cuentos.
París, 31 de octubre / 52
Mi querido Eduardo:
Te escribo a los tres días de recibir tu carta. Es un viernes frío y gris, y tengo un rato de tiempo antes de irme a trabajar. Hoy es un doble aniversario para mí. Hace diez años murió Paco, en la noche del 30 al 31. No me puedo olvidar de la luna llena, dura y canalla, que se burlaba sobre el estrecho pasadizo adonde me había refugiado para estar solo, como si no lo estuviese ya demasiado después de esos últimos minutos que vuelvo a repasar como las pesadillas que se repiten. Sé que puedo hablarte de esto a ti, que eras amigo del Mono y que lo querías bien como él a ti (desde tanta parecida diferencia…). Necesito escribir estas palabras, influido por esa tonta sumisión a las fechas, a un tiempo inventado por nosotros, y que da al sentimiento de “diez años” un valor inevitable. Siempre, con cualquier motivo o sin ninguno, pienso en Paco, en su gusto por la vida que la enfermedad le fue retirando poco a poco. Cuántos reproches tengo que hacerme sobre mi conducta para con él; nunca creí que pudiera morir así, y mil veces le reproché su haraganería, sus proyectos abandonados, su dejarse ir… No comprendía que él estaba seguro (su cuerpo al menos lo estaba) de su condena, y que la vida con un futuro, con algo que hacer (estudios, trabajo) carecía ya de sentido para él. Años después, a través de Sartre (en Le Mur) descubrí lo que Paco no quiso decirme nunca: la pérdida total de comunicación con los demás que invade al condenado. Y yo lo molesté con reproches, fui duro ante sus negligencias, sus resbalones, en lo que yo creía, gran imbécil, el deber. Me acuerdo de sus últimas palabras a mí, cuando todavía le quedaba un hilo de conciencia. Yo le tenía las manos, y me dijo: “Julio, yo te he hecho tantas…”. Quería agregar algo, pero no lo dejé, lo interrumpí con una frase de aliento, con la mentira fácil de que todo va a andar bien y que no hay que fatigarse. Ni siquiera lo dejé desahogarse en su último minuto. Me merezco bien morirme, cuando me toque, con una radio a toda fuerza al lado de la cama. Perdón por todo esto, pero hoy no es un día fácil para mí. (Si fuera lo que no soy te escribiría dentro de dos días y te evitaría estas muecas inútiles.)
El segundo aniversario es que hace un año desembarqué en Marsella. Llovía y estaba lúgubre. Yo andaba con una pianista brasileña, medio estúpida por lo demás, de cuya custodia me había encargado caritativamente hasta París. (Por suerte he podido dejar de custodiarla desde entonces, gracias a un sórdido juego de groserías deliberadas, plantones y desaires.) Anduvimos todo el día por Marsella, puerto admirable que me gustaría explorar por lo menos una semana, como quizá lo has hecho tú. Después fue el tren, y París. Te aseguro que me cuesta creer que llevo aquí un año. A veces, andando en la Vespa por el centro, me asalta una sensación de irrealidad casi angustiosa. ¿Qué es esto? ¿Qué hago aquí? Por un segundo me invade la angustia de mi estado absoluta y deliberadamente precario, reducido al solo presente, sin la menor previsión. Miedo, lástima… Y entonces me río y se me pasa. El futuro se lo dejo a los empleados de banco y a los señores con planes de vida y ambiciones. Creo que mi total indiferencia en materia de publicación de obras nace de esto, porque publicar presupone planear y organizar el libro futuro. Lo que cuenta es la enorme alegría de hacer el libro, letra a letra, en el riguroso presente. Pero ya esto parece Juan Ramón Jiménez. ¡Azúcar!, como dice Losada.
Hablando de libros, parlons affaires. Ya salió un paquetazo conteniendo: SKIRA: Peinture Espagnole (des fresques romanes au Gréco); Venturi, Pour comprendre la peinture…; René Char, Anthologie. Es decir todo lo encargado hasta tu lista de hace tres días. He podido conseguirte jugosas remises. Skira, 3.920 francos; Venturi, 480; Char, 260. O sea: 4.660 francos, plus 285 de correo = 4.945. Ya tenías gastados 3.365, y el total a la fecha es de: 8.300 sobre 9.000 que me mandaste. Ergo tienes 700 francos, cantidad con la cual espero no pretenderás que te compre ni siquiera las contratapas de la poderosa lista que me mandas. Ergo, procede a mandar dinero. Claro que si precisas con apuro esa lista, te la compraré apenas me lo digas, y arreglaremos después. El paquete salió el 28/10, dûment recommandé.
A esta hora ya habrás dado tu conferencia sobre Matisse. ¿Anduvo bien? Mándame el texto (por correo marítimo, para no arruinarte, pero mándalo, eh!). Ayer me llegó el primer número de Buenos Aires Literaria. Después de darle un vistazo, no estoy lejos de discrepar con sus autores, y darle la razón a Baudi (en la discusión que me cuentas). Pienso que la revista no crea nada, y apenas si agrega un poco a lo mucho y mediocre que se escribe por allá. “La Tarasca”,340 por ejemplo, que debería ser copetona y vivaz como un barrilete, es un bodoque aburrido de A a Z. Toda la revistilla tiene un aire de querer codearse de entrada con Sur y sus análogas. Pero Sur envejeció después de una movida juventud (acuérdate de los números de 1937 y 38, llenos de Michaux, Huidobro, Breton, Borges y el mejor Mallea). Esto nace acartonado y no me gusta. Tengo que decirle todo esto a Daniel, pero me pregunto si no será preferible decírselo aquí delante de un buen Beaujolais. Como no he visto las pinturas de Ocampo, no sé decirte nada preciso sobre tu nota, aparte de lo bien escrita que está y las no despreciables advertencias que contiene. Tengo casi la obligación de reprocharte, ya que de pintores se habla, el silencio que me has guardado sobre la exposición de dibujos de Sergio. Curiosamente supe por María que a ella no le gustaban, y por Jorge, que a ti te habían decepcionado “terriblemente”. Pues está muy bien. Nadie tiene obligación de aprobar lo que no le toca de cerca, ahí donde un cuadro es una verdad. Pero me hubiera gustado que me lo dijeras, nada más que porque yo te alenté a ver esos dibujos y merecía recibir tu opinión. Aquí empieza la locura de todos los años, en l’Orangerie se ha abierto una exposición del retrato flamenco, que va desde Van Eyck hasta… hasta no me acuerdo quién, pues todavía no he ido. Hay Memling, Petrus Christus, Pourbus, Van Der Weyden… He visto el catálogo y es la caída de la estantería. Por cierto que aproveché para darle un buen vistazo a tu libro de Skira antes de empaquetarlo con un suspiro de nostalgia. Los primitivos catalanes son extraordinarios, pero el gran pintor, el unicornio desatado es FERRER BASSA. Este tipo es tan grande como cualquiera de los italianos de ese tiempo. ¿Sabes que Skira acaba de sacar otro volumen sobre pintura etrusca? He visto un prospecto: es magnífico.
Aquí la pintura me ha atrapado con sus diez uñas, restableciendo en mí un equilibrio que en Buenos Aires, por razones que Taine explica muy bien, se quebraba en favor de la música. Lo noto en que sólo ciertos conciertos especialísimos se ganan mi asistencia, y en que la TSF341 me da en el metacentro. En cambio devoro cuadros y museos, necesito ver y aprendo a ver, y un día sabré ver. Lo noto en detalles, casi ridículos, por ejemplo en que he tirado corbatas que antes apreciaba (esto le hubiera encantado a Wilde) y en que estoy casi dispuesto a admitir que el Tintoretto es un buen pintor. Necesito ir a Flandes (¿cuándo, pobre de mí, empleadito cotidiano?) y volver a Italia, a Italia, a Italia. (La idea genial para Italia me la ha dado el médico que me vendió el caballito de lata: lo mandas por tren a Florencia –1.700 francos– y te vas en auto-stop!!! Allá sacas tu Vespa de la estación, recorres alegremente Italia, y de vuelta haces lo mismo. Astucieux, hein?)
Tu idea de dar cine para los amigos en tu casa me da una gran alegría (y nostalgia). Me imagino lo que será el panorama de las salas porteñas… Aquí se están viendo cosas hermosas: Jeux interdits, el film de René Clément, es asombroso de frescura, magia y horror, tout ensemble. Elle n’a dansé qu’un seul été es un film sueco de una belleza clara y fría, con unos amantes que acaban por unirse a orillas de un lago, después de imágenes donde los cuerpos desnudos vuelven a ser lo que deberían ser los cuerpos desnudos si Dios, furioso por el truco de la poma, no se hubiera aliado por la eternidad con la casa Perramus. Rashômon (La puerta de los demonios), el film japonés premiado en la Bienal, tiene escenas increíbles. Y luego, hace dos días, está aquí Limelight, el film de Chaplin, que ha dejado asombrado a Londres. Ya te contaré. Como teatro vi en la Salle Luxembourg la versión de Seis personajes. Si te digo que Ledoux era el padre, y María Casares la hija, me ahorro otros comentarios… Más frívolamente, j’ai pas mal rigolé avec Nina,342 donde la ultrasexagenaria Popesco continúa desatada en escena como un bólido humano. En la diminuta Huchette (¿la conociste?) dan dos piezas de Jean Ionesco, que son excelentes como ejercicio verbal y humor negro –aunque como teatro me parecen flojas. Es un surrealismo de segunda mano, pero uno se ríe y tiembla a la vez. Mi gran emoción de estos días es que el domingo 9, a las 21.30, veré y oiré en el teatro des Champs Elysées… a Louis Armstrong. Te imaginarás, creo, lo que es esto para mí. Sé que Louis está viejo, y naturalmente no espero de él lo que durante tantos años me han dado sus discos. Pero él ha sido uno de los grandes cariños de mi juventud, y verlo en escena me parece como un cumplimiento, algo como lo que sentí en ese mismo teatro al ver a Cocteau que abrazaba a Stravinsky después de Œdipus Rex. Poco a poco voy encontrando en el camino a mis dioses de la adolescencia. Es un signo de muerte y de vejez, pero qué importa. Me faltan Duke Ellington, Colette, Earl Hines, Picasso. Tal vez me sea dado verlos un día.
Gracias por haber pedido el disco de Ohana. Trata de oírlo cuando llegue, yo creo que es extraordinario (bien que mis tuyaux343 no parecen dar en el blanco contigo…). Mira, con respecto a Sur y a Pepe, ya sabes que eres plenipotenciario. Si quieres hablarle a Pepe, hazlo en la forma y el tono que prefieras. Me gustaría que “Final del juego” apareciera allí, à cura di te, pero si Pepe se olvida o no le gusta o da de largas, je m’en fiche éperdument.344 Se me da un solemne bledo que me publiquen o no. Yo te lo dije, creo, una vez: lo único que hubiese querido ver noir sur blanc era El examen. Y en cierto modo la novela ha ocurrido en la realidad, ¡y con qué primera actriz! No puedo quejarme, vamos.
Espero tu libro, mándalo volando (literalmente). ¿Leíste el de Girri? Lo recibí hace poco y tengo que escribirle. Hay varios poemas que esta vez resueltamente no me caminan, pero hay otros cinco que son perfectos. Joder con el niño, qué poeta. En cuanto a Lozano (cf. Sur) está gagá. Con el père Ubu, habría que lui tordre le nez et les oreilles avec extraction de la langue et ablation des dents, lacération du postérieur, déchiquètement de la mœlle épinière et arrachement partiel ou total de la cervelle par les talons.345 Eso le aclararía quizá un poco las ideas. Oh Argentina, cómo resecas a tus hijos, cómo los metes en un molde lleno de dibujitos y los reduces al estado de flanes decorativos, dont je suis le premier à me proposer comme exemple!346 Fíjate Bernárdez: su poema gallego de B.A. Literaria, escrito hace 20 años, es una maravilla de encanto y poesía. Fíjate luego en el Bernárdez de hoy, artículo para 25 de Mayo o seminario catequístico… ¿Qué nos pasa? (Leí mucho a René Char estos tiempos. No me convence –quiero decir, no me obliga poéticamente. Prefiero toda la vida a Éluard. Pero encontré esta frase de él, bellísima: Ceux qui regardent souffrir le lion dans sa cage, pourrisent dans la mémoire du lion.347 Es como el revés del soneto de la pantera de Rilke. Y cuánto más viril.)
“La rosa de los muertos” me gusta profundamente. Es muy, muy hermoso. (¿Es completamente necesario el “se” del último verso?) “Paso del verano” me desconcierta (no lo tomes como un eufemismo pues no lo es, y cuando algo no me gusta te lo digo y te lo diré siempre). Las imágenes son ahí más bellas que el poema, como esas mujeres en quienes numerosas partes acabadísimas no logran hacer un todo satisfactorio. Me choca que, al final, el verano tenga un látigo dormido que sea a la vez capaz de crujir, restallar, silbar y flamear (él o quien lo empuña). Ya sé que la lógica… Pero es que analógicamente no me funciona.
Siento de veras lo que cuentas de Fatone. Le escribo unas líneas y le mando un libro que me han dado para él. Siguen unas palabras para María. ¿Qué harás este verano? Las dos construcciones coloreadas parecen pectorales ramésidas; gracias, y un abrazo
Julio
Querida María:
¿Terminaste tu grabado “a tres colores por lo menos”? Quiero uno; así, dictatorialmente. Me gustaría que pudieras ver mi última obra de arte, que cuelga de un hilo sobre mi mesa y se balancea aprobatoriamente al compás de esta carta. Consiste en una cara hecha con un pedazo de alambre recogido en la calle. Además, dicha cara posee una misteriosa cabellera de plata, de la que creo ya te hablé una vez, formada por finísimos hilos de grabador de alambre. Estos hilos contienen mi voz, y mi voz dice poemas ajenos y propios. Contiene además música de Frescobaldi y Scarlatti, grabada especialmente para mí por una pianista amiga. Ya te imaginas la potencia mágica de esta cabellera de plata que envuelve el perfil de alambre. De noche, en plena oscuridad, la siento allí, cerca, y no sé si tengo miedo o si me gusta. Daniel diría que todo eso nace del mal ejemplo de Cocteau, y tendría razón. Pero lo de la música en el pelo es autóctono y vernáculo. Abraza muy queridamente a los tres cachorros, y ponte las manos en los hombros, y serán mis manos.
Julio
París, 19 de diciembre / 52
Mi querido Eduardo:
Ya sabes que me incomoda escribirte a máquina, pero con todo lo que tengo para decirte no veo cómo podría salir del paso sin mi vetusta y fidelísima Royal. Casi me haría falta un “plan de clase”, como aquellos famosos del Mariano Acosta, a fin de ordenar previamente una punta de noticias y comentarios que me andan por la cabeza, enmarañados y confundidos. Pero lo mejor será empezar por poner en orden las cronologías. Tengo aquí tu penúltima carta, con una de las charlas; la segunda charla, que viajó sola en un sobre especial para ella; una carta de María, conteniendo además poesía tuya; tu última carta, que debuta con airados reproches sobre mi silencio. Cher monsieur, vous vous trompez. L’arrivée de quelques amis ne me fait pas oublier ceux, misérables, chétifs (sic EAJ) qui restent là-bas. Bien au contraire, ceux qui arrivent apportent avec eux l’absence douloureuse des autres.348 Donc, no seas cochino, y entérate de las razones de mi silencio. Pero antes terminaré de enumerar lo que tengo en mi poder, aparte de la correspondencia más arriba mencionada. Tengo tu dibujo, tengo las fotos de los cuadros, y tengo Los Vestigios. Es tanto, pero tanto, y se me ha amontonado tan maravillosamente sobre la mesa y sobre el corazón, que no sé por dónde empezar. Lo mejor será que te explique previamente el porqué de mi mudez. El 5 de noviembre empecé a trabajar en la Unesco, con contrato por cuarenta días; vale decir que he emergido de dicha loable institución hace apenas cinco días, deshecho y quebrantado, pero con doscientos mil francos en la faltriquera, que así pagan allá a los traductores de primera fuerza, trilingües y débrouillards.349 En una carta a mamá, le pedí que te explicara por teléfono las forzadas razones de mi silencio. No tuve un solo momento libre en todo el mes de noviembre, y en lo que va de éste. Fíjate que mi horario consistía en entrar a las tres de la tarde y salir (entre reptando y arrastrándome) a medianoche. Como variante, hubo una semana en la que entraba a las siete de la mañana y salía a las cuatro de la tarde. Como sabes, tengo un empleíto en Agimex, y aunque mi patrón fue muy sport y aceptó que yo aprovechara la oferta de Unesco, evidentemente yo tenía que darle una mano a cambio de su gentileza, de modo que encima de las nueve horas de traducción, me aguantaba otras dos o tres de hacer facturas para Víctor Leru de Buenos Aires. Moralité: j’étais plutôt esquinté.350 Me tiraba medio muerto a dormir, y por suerte tuve una amiga caritativa que cocinó para mí durante todo este tiempo, se ocupó de mi ropa, de plancharme las camisas, y hasta de cortarme el pelo. Fue una verdadera pesadilla. Reconozco que pude escribirte unas líneas desde la Unesco, pero como no había podido leer tu libro, ni tus charlas, me daba vergüenza salir del paso con noticias generales. Preferí liberarme, y tener como tengo hoy una gris y fría y mojada tarde de París, para escribirte tranquilamente, tomando mate amargo (Daniel me ha traído toneladas de yerba, oh ángel verde) y sintiéndome muy feliz dentro de la sencillez del conjunto –como decía alguien.
Me considero, pues, perdonado por María y por ti, y puedo escribirte a gusto. Despacho previamente algo concreto: lo de Manolo Ángeles Ortiz es cosa hecha. Cobré, fui a la rue de Londres (que a pesar de su nombre es una calle francesa habitada por un pintor español) y le di el dinero. Le ofrecí además que utilice mi cuenta si lo necesita, cosa que supongo contará con tu asentimiento.
Bueno, ya es hora de que te hable de Daniel. El gran barbudo llegó en mi peor momento, es decir que apenas si pude ir a buscarlo a la Gare de Lyon, y debí abandonarlo escandalosamente a los azares parisinos durante estas primeras semanas. Pero la forma en que este tipo se las ha arreglado es pasmosa. Al segundo día ya los autobuses paraban para él a mitad de cuadra. Con su poncho puesto a la criolla (y no vergonzosamente arrollado como suelo llevarlo yo) se pasea por las calles provocando verdaderos torbellinos de curiosidad, de los que él s’en fiche éperdument. Está realmente muy bien, muy aplomado, y como en realidad lo sabía todo de París, y sólo necesitaba la confrontación, uno diría que lleva aquí tanto tiempo como yo. (Hasta me corrige las correspondances del métro, el maldito.) Huelga decirte que apenas recobrada mi libertad, hemos hecho algunas parrandeadas memorables. El domingo, cuando yo estaba todavía con la maravilla de redescubrir la ciudad después de un mes y medio de actas y planillas presupuestarias, nos largamos juntos a caminar. Primero le hice conocer las delicias del asiento posterior de mi Vespa, a la cual se encaramó Danny con un julepe perceptible pero heroicamente disimulado. Yo, por mi parte, sabedor de que pesa algo más de noventa kilos, me preguntaba en qué terminaría el paseo. Pero a las tres cuadras los dos nos convencimos de que todo marchaba bien, y ahora Daniel es gran proselitista de los scooters. El otro día, por ejemplo, lo acompañé a comprar objetos de menaje a Montparnasse. El tipo adquirió: una enorme palangana para lavarse los pies (según dice) y poner en remojo las camisetas; dos platos de cerámica, varios tenedores y cuchillos, y una escudilla cuyas finalidades continúan siendo enigmáticas para mí; además me regaló un cuchillo para abrir ostras, que me había gustado (y cuyo mango estoy perfeccionando y coloreando poco a poco), a tiempo que yo se lo retribuía regalándole un enorme jabón Cadum. Cargados con todo eso (y un calentador eléctrico, adquirido en la rue de la Gaité, esa misma de tus bonitos recuerdos) nos volvimos a la Cité Universitaire en la Vespa. Puedes imaginarte el espectáculo, y lo que parecería Danny con la boina, el poncho y la palangana, instalado en el asiento trasero y agarrado de mi cintura como un ahogado a una tabla. Pero volviendo al domingo, dejamos quieta a la Vespa y nos fuimos en métro a Montmartre, donde principiamos por devorar ostras en cantidades sobrenaturales. Almorzamos, trepamos la rue Lepic, y nos pasamos horas explorando la Butte, metiéndonos en los zaguanes y descubriendo pequeñas y grandes maravillas. De ahí, al caer la tarde, nos volvimos a pie atravesando todo París hasta el Panteón, a fin de visitar a Bathori (que por suerte no está en el Panteón sino cerca). Al no encontrarla, cruzamos hasta las islas para ver a Notre Dame iluminada, y yo naturalmente me lo llevé a Daniel a ver las escenas de la vida de María que se les escapan a casi todos y que yo quiero tanto. Cenamos en el Jean, en la Cour de Rohan, y bebimos acentuadamente. Todavía me duelen las rodillas de esa caminata.
Más arriba de mi cabeza, al lado de mi dibujo de Keats enfermo, estoy viendo tu dibujo. Te lo agradezco tanto, me ha hecho tanto bien recibirlo. Es una cosa viva, no una reproducción ni una fotografía; y es muy hermoso, tan pulcramente construido y a la vez con tanto aire para el misterio (sin literatura, entiéndeme bien). Me escribes que estás haciendo otros mucho mejores; es posible, pero por ahora no te los cambio ni aunque me dés tu palabra. ¿Me guardas bien mi otro cuadro, no? Ya lo iré a buscar un día, porque también lo quiero mucho. Me acuerdo de su color, de la frutera que vuelve en otras cosas tuyas de ese tiempo. Fui un tonto en no retirarlo del marco y traérmelo. Ahora tengo una naturaleza muerta de Sergio, que me gusta mucho, tu dibujo y la cabeza de Keats. A veces me dan ataques de color y lleno mi pieza de reproducciones de Picasso y de Joan Miró; pero hace unas semanas que paso por una zona ascética, y todo está desnudo y lamido que da asco. Las formas de tus cuadros me hacen suponer lo que serán con toda la fuerza del color que falta en las fotos. Qué profundo goce has de sentir al alcanzar esas formas, al cerrar esos campos de fuerza (siento un gran dinamismo, ahí, pero sin la estridencia de los que pintan “para afuera”; tus cuadros son antes imanes que ventiladores). En el fondo es el mismo goce que se logra cuando la palabra toca fondo, ancla en la realidad que importa. No quisiera hablarte a renglón seguido de tu libro, porque esto acabará por parecerse a una reseña, y no quiere serlo. Pero por otro lado tu libro está ahí, lo leí por primera vez en el Parc Monceau, y después lo he llevado en el bolsillo de la canadiense por todos lados, y de pronto asoma entre monedas y boletos de métro, y mete su lengua azul en todas partes. Ahora te puedo decir que la suma de los poemas –conocidos uno a uno, y no todos– me parece mucho más importante (oh las palabras) que Crecimiento del día. Me explico: Crecimiento contiene algunos de tus más hermosos poemas, pero sigue siendo todavía diario de viaje, cosecha sucesiva de experiencias y de sentimientos. Los Vestigios es obra, organon, en el sentido de que cada uno de sus poemas sostiene todos los otros, conforme a una misión de columna libremente sometida al logro final del edificio. ¿Suena muy pomposo? Ya sabes que escribo sin hacer borradores –a pesar de mi pulcritud mecanográfica, junto a la cual tus copias de tus charlas son la cosa más horrorosa salida de diez dedos humanos–. Je reviens aux Vestiges:351 del primero al último poema, una misma afirmación se continúa, se perfecciona, se concluye. Lo malo es que se trata de la afirmación de un desencuentro, de una amarga y continua duda, de una sospecha de frustración que nace de ti como individuo y nos envuelve a todos como especie. No es grato leer tu libro, muchacho. Por la misma razón que, honestamente, no es grato mirarse al espejo. Te especializas en recorrer las camas del gran hospital, y arrancar vendajes y piernas postizas, y enyesados. En todo tu libro no hay un solo soplo de alegría, como lo había en los primeros, como yo creo que debería haberlo en éste y en los venideros. Sólo Marisandra ha sido capaz de devolverte al cántico. Y aún así tu cántico es casi un desafío, un decirse: sí, todo andará bien, como cuando no se está del todo seguro. Tú lo dices, con tu mendigo: se te escarcha el tiempo en la garganta. ¿Seguirás así, no te volverás hacia el oriente? Tu libro es el inventario de la catástrofe del día; es el libro de las seis de la tarde, el recuento vespertino. ¿Pero no dormirás, después, y te despertarás mirando hacia el este, hacia la fidelidad del sol? Ya sé, ya sé; basta con leer “Hic et nunc” donde te has atrevido a decir la circunstancia local y general. Ya sé, con tu León Felipe, que no es la hora de la flauta. ¿Pero todo deberá terminar en el toque de difuntos? ¿No hay trompetas, no hay címbalos, no hay manos para tocarlos? ¿Y por qué no las tuyas, a veces? Sé el campanero, pero llama a veces a rebato, como en tus grandes odas de Crecimiento del ser352 y en otras cosas tuyas que recuerdo porque estaban llenas de luz, esa luz legítima que empieza a brillar desde las lágrimas, y se apoya en ellas para hundirse en el aire y encenderlo.
Ya en un análisis parcial, ni que decirte que vuelvo a admirar la “Queja del complaciente” y “El Juicio”. Usando el índice (que nos juega un chiste al fichar como poema el título del libro) y a fin de ganar espacio, te digo con números mis poemas preferidos: 4, 8, 10, 14, 15, 20, 21, 22, 23, 24, 25, 26, 30, 31, 32 y 33. El 4 es “El Extrañado”; lo cito a causa del posible error derivado del chiste susodicho; tú mismo puedes así reconocer los otros. Tu poema sobre Van Gogh es magnífico, porque es exactamente Van Gogh, y aparte del texto de Artaud sobre Vincent, no he leído nunca nada que le ande tan cerca. Tu Keats, en cambio, no habla de John Keats sino de lo que ha llegado a ser John Keats una vez pulido por la fábula y el tiempo; no te lo digo como reproche, al fin y al cabo la cabecita que viste en casa y que te llamó a esos versos, es también una versión estilizada de la verdadera, un horrible dibujo de Severn en donde se siente el olor a la agonía sudada del tuberculoso. (Ese dibujo pasa por ser de Keats muerto, pero aún faltaban unas semanas.) Hablando de él, empiezo a corregir las copias de mi libro, para darle la suya a Daniel que me la reclama enfurecidamente.
Me divertí con tu reseña de la reunión pro número especial de los Cahiers du Sud. Pero será lindo ver poemas tuyos en francés y aquí; por mi parte espero verlo a Pierre Seghers para sugerirle una antología de poetas argentinos discretamente jóvenes (diez, digamos, entre ellos tú, Girri, Lozano, Daniel); como Seghers se dedica a publicar poesía del mundo entero (y cuánta, y qué generosamente) puede ser que le guste la idea. En ese caso yo te pediría inmediatamente poemas, que supongo tú mismo traducirías (la idea es una edición bilingüe). La nota de Viola Soto sobre el libro de Girri es excelente; en cuanto al libro, tiene de lo mejor y lo peor de Alberto (acabo de decírselo así); lo mejor es una capacidad de producir máquinas poéticas que casi da miedo; el individuo hace poemas como piedras, seres concluidos y cerrados, guijarros ontológicos. Lo peor es la tendencia a olvidarse de que la poesía no es comunicable sino por el puente de plata de una lengua, de una construcción extrovertida (como una flor, por ejemplo; ¿cómo imaginar una rosa al revés, digamos con los pétalos hacia adentro o cosa parecida? Hasta el erizo, para rechazar, tiene que dirigir las espinas hacia la mano del que lo coge). Girri fabrica por ahí unas cosas que tendrán gran sentido para él, pero que para mí se quedan en la formulística más sibilina. Con todo, dos o tres poemas de su libro (“Plegaria del mago”, “Imparcialidad”, “Subsistir, subsisto”) son de lo más hermoso de la poesía argentina hasta este día del Señor.
Por paquete postal marítimo (que naveguen, que naveguen, la sal y las gaviotas les harán bien) te mando poemas de estos dos últimos años. Responde duro y parejo, como es tu higiénica costumbre. Te tengo miedo, pero eso es lo bueno.
¿No te pasó Baudi mis pequeños cronopios, mis famas y esperanzas? Quiero que las leas porque son muy encantadores, muy tristes y muy enternecedores. Estoy muy contento de esos ejercicios, pero me temo que a Baudi le hayan parecido horrendos, a juzgar por su ominoso silencio.
Hace un mes estuvo aquí nada menos que Louis Armstrong. De lo que fue eso para mí, nada puede darte mejor idea que un papelito que escribí al día siguiente del concierto y que también te mandaré.353 (Podrías decirle a Valenti Ferro354 que lo publique en B.A. Musical, así lo ves llevarse la mano al pecho (o a esa excrecencia de la que le cuelga el chaleco y que presumo hay que llamar pecho) y desplomarse víctima de una ataque de estética ofendida.) Ver y oír a Louis, después de veintidós años de amor y fidelidad, ha sido para mí una cosa admirable.
Bueno, he leído tus dos conf. (tú las llamas charlas, pero son más que eso). ¿Por qué tienes ese complejo de creer que no hilas bien las ideas, que la prosa no sé cuánto, que la exposición, etc? Te quejas al divino cohete, porque las dos charlas están sólidamente construidas, y además son muy interesantes desde un punto de vista “conferencia”. (Si encima de eso te saliste del texto y hablaste, la cosa habrá sido aún mejor, me imagino.) Para mí la más interesante es la referente a Matisse, pero seguiré tu consejo y me iré papeles en mano a leerte frente a las reproducciones del Museo. Menuda ventaja le llevaré a tus oyentes rosarinos, que tuvieron que conformarse con la linterna mágica. Me avergüenza saber tan poco sobre pintura románica, y quiero informarme mejor, incitado por tus páginas (no te sonrías sardónicamente, porque como no puedo verte, pierdes tu tiempo y te gastas los labios). Una consulta sobre el asunto del apocalipsis de Saint-Sever. (Me acuerdo de que lo vi una noche en tu casa, y que me pareció asombroso.) Dices que fue “copiado por los talleres del sur de Francia… sobre el modelo español o mozárabe…”. No entiendo. ¿Qué modelo? ¿Existe ese modelo? Explícame.
Bueno, creo que te he hablado ya en dosis suficientes como para excitar todas tus reservas de somnolencia. Nada tengo que comentar sobre tus melancólicas comprobaciones acerca de Jorge. Qué quieres, a todos nos toca aceptar alguna vez que los amigos, o ciertos amigos, no sean exactamente lo que uno esperaba o quería. Ya que de amigos se habla, cumpliré tu encargo cuando llegue Aurora y le explicaré el asunto del dinero. Resignadamente acepto tu sugestión de informar a la embajada sobre mis actividades intelectuales; lo haré apenas me haya puesto al día con la correspondencia. ¿Es necesario que el informe sea frondoso, o basta con una página más o menos detallada?
Me alegra saber que se van a Necochea. Playa, playa, y los chicos en la arena, y ustedes dos quemándose dulcemente cara al mar. Aquí ya ha habido nieve, una nieve chiquita y como para que Daniel la conociera por primera vez. Cinco minutos, y se acabó. Pero hace frío, llueve, los grises de la ciudad ya andan sueltos, y el río está verde y bastante alto. No te puedo contar nada en materia de espectáculos, a menos que te agrade una descripción detallada de la Unesco, que como espectáculo se las trae. Pero ahora empezaré a moverme un poco, y a ponerme al día. Jean Vilar está dando Asesinato en la catedral, y tengo curiosidad por oírlo en francés. Aparte de eso tengo enormes ganas de escribir un montón de cosas, para seguir juntando inéditos en mis cajones. Una novela, por ejemplo, no estaría nada mal; me ronda y ya está prefabricada. No pude seguir con El Ángel Muerto, que quería ser una pieza de teatro. Me falta la inocencia necesaria, es un tema para Supervielle. A mí los personajes me salen trop astucieux. Lástima, porque en los cuentos consigo que los adolescentes lo sean de veras, como en “Final del juego”, que presumo Pepe habrá perdido definitivamente en sus famosos archivos de la calle San Martín. Me divirtió releer “Axolotl” en la revista de Daniel.355 Y la divertida nota de Paz sobre los músicos vernáculos.
Lo que sigue es para María. Te deseo una Navidad en paz, junto a los que quieres, y un 53 que no sea demasiado peor que el 52. Beberé por ustedes un gran vaso de vino, y me sentiré un poco más cerca. Escríbeme desde el sol y la arena. Un gran abrazo,
Julio
Mi querida María:
Tres hurras por Peuser y tu futura exposición. Supongo que estás decidida a hacerla, y si así no fuera, te conmino y conjuro solemnemente a que recapacites y te dejes de locas pasiones, como se dice en mi casa, y trabajes como una verdadera María Rocchi hasta totalizar la suma de belleza necesaria para cubrir las paredes de la precitada Peuser S. A. He dicho.
Tu lindísima carta espasmódica, vale decir escrita a sucesivos empujones hebdomadarios, me pareció mucho más linda que si la hubieras tirado y me hubieses escrito conforme a las reglas sociales del profesor Maidana (cuyo libro debería leer tu marido, no sé exactamente para qué, pero digamos que por disciplina interior). Ya habrás visto más arriba todo lo que les cuento sobre Daniel, y la forma en que este gran gordo se las gasta en París. Está aterrado por lo caro que sale todo, pero al mismo tiempo no hace más que comprar libros, chocolate, castañas calientes, y adminículos domésticos, que en mi opinión no sirven absolutamente para nada. El individuo es tan maniático por lo que respecta a la ducha, que se ha resignado a compartir su habitación con otro estudiante, que para peor se llama Winston. ¡En vez de vivir solo en una piecita, el gran zonzo! Pero nuestro sistema parisino de lavarnos con esponja no lo convence. (Además han aceptado por dos semanas a un mexicano que no tiene plata, y que duerme sentado en el sillón. ¿Te lo imaginas a Daniel metido en ésas? Si tú me lo hubieras escrito, yo te habría tratado de mentirosa.)
María, quiero que esta Navidad sea muy hermosa para Maricló, Marisandra, Albertito, y para ustedes dos. A todos les mando un gran cariño, y mis mejores deseos. Cuelga un farolito para mí en el pino, ¿quieres? Y dile a Maricló que, una vez más, le regalo la luna para ella solita.
Tu amigo que te quiere,
Julio
277 “Luis Buñuel: Los olvidados”, Sur, Buenos Aires, n.º 209-210, marzo-abril de 1952.
278 Jean Cocteau, que siempre firmaba con una estrella.
279 Antonio López Llausás, director de la editorial Sudamericana.
280 Estoy muy contento con tus elogios de mi francés. Creo que exageras pero sé que estoy haciendo progresos.
281 Crítico y escritor argentino.
282 No soy de su opinión. Calígula es una obra de juventud. Prefiero Los justos.
283 Escritora argentina; a ella le está dedicado “Los buenos servicios”.
284 Luis Baudizzone, abogado.
285 Alberto Salas, escritor.
286 ¿Dónde están las nieves de Dargelos?
287 Léon Gischia, pintor.
288 Jeanne-Marie Berthier, Jane Bathori, mezzosoprano y pianista.
289 Desbordan.
290 Paco Reta.
291 Balance.
292 Juan Carlos Pereyra Brizuela.
293 Francos.
294 Paul Verdevoye, hispanista.
295 Diario de Andrés Fava, editado póstumamente (Buenos Aires, Alfaguara, 1995).
296 Bicicleta.
297 Guillermo de Torre.
298 Tuve la curiosa impresión de que me tomaban el pelo. Tú no, desde luego, tampoco Daniel, que me quiere mucho. Tal vez los dioses, que se sirven siempre de los hombres para sus bromas. No importa y sobre todo, olvídalo, pues tú no tienes nada que ver.
299 Historia incluida en Historias de cronopios y de famas como “Discurso del oso”.
300 Saulo Benavente, escenógrafo.
301 Trampea, eso es todo.
302 Prueba a decirlo en voz alta.
303 Escritor español, director literario de la editorial Losada.
304 Alonso Zamora Vicente, escritor español, había dirigido el Instituto de Filología de la Facultad de Buenos Aires.
305 Insisto en señalártelo.
306 Luis Elías Sojit, locutor deportivo.
307 Un hombre más triste y más sabio.
308 Crítico de arte.
309 Catedrático de Literatura Italiana de la Universidad de Buenos Aires.
310 Escritor argentino.
311 Se refiere a Jorge Romero Brest.
312 Paco Reta.
313 Escupíamos sobre Victor Hugo.
314 Referencia a Los reyes.
315 “Los vitrales de Bourges”, incluido en Salvo el crepúsculo.
316 Se refiere a “Las ménades”, “Axolotl” y “La banda”.
317 Leonardo Luis Castellani, sacerdote y escritor.
318 Publicado como “Final” en Salvo el crepúsculo.
319 Reseña de Artes y Letras, n.º 3, Buenos Aires, agosto de 1949.
320 Así, bebe lo que quiere. Cada vez que quiere beber, tiene agua…
321 Société Nationale des Chemins de Fer Français (Sociedad Nacional de Ferrocarriles Franceses).
322 Que me importan un rábano.
323 No ser el hombre justo en el justo lugar, y saberlo.
324 Autocompasión.
325 Me daba en el epigastrio.
326 Me siento muy halagado.
327 Roberto Weibel Richard, agregado cultural de la Embajada de Francia en Buenos Aires.
328 Publicada como “Vialidad” en Papeles inesperados, Buenos Aires, Alfaguara, 2009.
329 Mándate un buen llanto.
330 Mejor, imposible.
331 Se refiere a un episodio de El examen en el que multitudes se agolpan a la entrada de la Casa Rosada para adorar un hueso de la difunta Eva Perón.
332 Aldo Pellegrini, poeta, crítico y editor.
333 Le ruego que me responda cuanto antes.
334 Pidiendo disculpas.
335 Poeta francesa.
336 Revista General de la Universidad de Puerto Rico.
337 Remueve su sinfonía en las profundidades.
338 Siempre el trabajo, las traducciones, cuestión de llegar a fin de mes.
339 Aniversario de la manifestación popular que tuvo por objetivo exigir la liberación del entonces coronel Perón.
340 Sección final de la revista, con comentarios y noticias literarias.
341 Télégraphie sans fil: la radio.
342 Me he divertido un poco con Nina.
343 Datos.
344 Me importa un rábano.
345 Retorcerle la nariz y las orejas, con extracción de la lengua y ablación de los dientes, laceración del trasero, desgarramiento de la médula y arrancamiento parcial o total del cerebro por los talones.
346 De los que yo soy el primero en ponerme como ejemplo.
347 Los que miran sufrir al león en su jaula, se pudren en la memoria del león.
348 Estimado señor, se equivoca usted. La llegada de algunos amigos no me hace olvidar a esos, miserables, poca cosa (sic EAJ) que se han quedado allá. Por el contrario, los que llegan traen con ellos la ausencia dolorosa de los otros.
349 Espabilados.
350 Estaba bastante molido.
351 Vuelvo a los Vestigios.
352 Cortázar se confunde: los títulos de los libros anteriores eran Crecimiento del día y Permanencia del ser.
353 “Louis, enormísimo cronopio”.
354 Enzo Valenti Ferro, musicólogo.
355 Fue publicado en el n.º 3 de Buenos Aires Literaria, en diciembre de 1952.