HALEY pensó que si la policía no se daba prisa en solucionar el caso, moriría bien por un ataque de ansiedad, causado por las explosiones del coche de Eleanor cada vez que lo arrancaba, o bien de puro aburrimiento.
Habían pasado dos días bastante tensos, pero la situación se mantenía interesante gracias a las chispas que se generaban entre Sam y ella. Chispas de deseo, y Haley pensó que si continuaba así, acabaría por incendiarse.
Sabía que Sam no pretendía asustarla cuando le dijo que no llamara la atención, y en el fondo, sabía que tenía una buena razón para decirlo. Pero no podía evitar sentirse nerviosa al pensar que alguien podría querer asesinarla.
Pero ni siquiera aquello era suficiente para acabar con la creciente atracción que sentían el uno por el otro.
Suspiró y abrió uno de los ficheros del despacho. Estaba hecho un desastre.
El sheriff Matthews quizá fuera un buen policía, pero desde luego no sabía cómo mantener ordenado un fichero. Aunque pensándolo bien, la culpa era de Eleanor.
Sam probablemente no tenía ni idea de cuál era el estado en el que estaban sus ficheros, porque si lo supiera, tendría pesadillas todas las noches.
Haley se dispuso a ordenar el cajón. Al menos la ayudaría a mantener la cordura.
—¿Está el sheriff?
Haley levantó la vista para ver a la cuidadora de Prudie, Sarah, de pie en la entrada del despacho. Eleanor, que estaba charlando con Haley, dejó su taza de té sobre la mesa.
—Ha salido a un aviso. ¿En qué podemos ayudarte?
—Resulta que mi novio, Karl, se ha dejado las llaves dentro del coche —explicó Sarah mientras consultaba su reloj—. Tiene una entrevista de trabajo a las cuatro y si no le llevo las llaves, la perderá.
—Llévale las llaves y no te preocupes. El sheriff no tardará en llegar, y yo cuidaré de Prudie hasta entonces —le dijo Haley.
Sarah sonrió agradecida.
—Gracias, Haley. Prudie está en el cuarto de estar viendo la televisión —dijo Sarah y se marchó.
Haley miró a Eleanor.
—Al sheriff no le importará, ¿verdad?
—Tranquila. Has hecho lo correcto. Vete con Prudie que ya termino yo aquí.
Media hora más tarde, Sam entró a la cocina por la puerta trasera de la casa.
—¡Ya estoy en casa!
Recogió una pila de cartas que había sobre la mesa y las ojeó, apartando las más importantes. Miró por la ventana de la cocina en dirección al despacho y sintió una abrumadora necesidad de ir a ver cómo estaba Haley. Quizá no fuera mala idea ponerla al día sobre los progresos en el caso. Seguramente ella se lo agradecería y en cuanto se la imaginó sonriendo, abrió la puerta y salió apresuradamente al jardín.
Pero se dio media vuelta y volvió a la cocina.
Si iba a verla, acabaría invitándola a cenar, y después a sentarse un rato en el sofá. Y una vez que estuviera en el sofá, acabaría pasando el brazo por encima de sus hombros para acariciar sus suaves rizos. Y ya no podría parar.
Dejó el correo sobre la mesa y se dirigió al cuarto de estar, donde estaría seguro.
—¡Prudie! —llamó, pero no recibió contestación—. ¡Sarah! ¡Prudie! ¿Hay alguien en casa?
Caminó hacia las escaleras y se detuvo para escuchar. El sonido de unas risillas bajaba del piso de arriba. Confuso, subió las escaleras de dos en dos.
La puerta del cuarto de baño estaba entreabierta y la radio estaba encendida a todo volumen. Llamó con los nudillos y empujó la puerta.
El cuarto de baño estaba sumido en el caos.
Razor estaba de pie en la bañera, ocupándola por completo. Prudie estaba sentada en el lavabo, columpiando las piernas al ritmo de la música mientras echaba agua con una taza sobre la espalda del perro. Y atrapada contra la pared por el perro, estaba Haley. Tenía la camiseta y los pantalones cortos empapados y se pegaban de la manera más seductora a su cuerpo.
Tanto Razor como ella estaban cubiertos de pies a cabeza por unas burbujas perfumadas. El aroma a vainilla invadió sus sentidos y Sam inspiró profundamente.
Prudie levantó la mirada y gritó encantada. De un salto, se bajó del lavabo.
—¡Papá! Ya has vuelto.
Haley sonrió débilmente y lo saludó con la mano.
—Hola, sheriff. No sabíamos que volverías tan pronto.
—Ya lo veo —dijo él y se agachó para darle un beso a Prudie. Después, bajó el volumen de la radio—. ¿Dónde está Sarah?
—Pues… tuvo que marcharse pronto. Su novio se dejó las llaves dentro del coche y…
Haley no terminó la frase y se concentró en frotar nerviosamente el pelaje de Razor. El perro levantó la cabeza extasiado y miró a Sam de reojo. Si pudiera hablar, Sam estaba seguro de que le diría que se largara y que no interrumpiera el masaje más maravilloso que le habían dado nunca.
—Razor se revolcó en un excremento de vaca. Haley y yo decidimos lavarlo antes de cenar.
—Hablando de la cena, ¿por qué no vas al restaurante chino a por algo para comer? —sugirió Sam y sacó unos billetes de su cartera.
Prudie sonrió ampliamente.
—¿A ti qué te gusta, Haley? —preguntó la niña.
Sam se calló que la señorita Simpson no cenaría con ellos. Sobre todo porque estaba demasiado mojada, jabonosa y seductora para sentarse a la mesa en su cuarto de estar. El hecho de que su aspecto estuviera causando estragos en sus adentros no tenía nada que ver. Haley pareció darse cuenta de lo que estaba pensando.
—No te preocupes, Prudie. Terminaré de limpiar a Razor y volveré al despacho.
—Pero tienes que cenar con papá y conmigo —se quejó la niña—. ¿Verdad papá?
Sam le dio el dinero a la niña.
—Claro que sí. Ahora ve por la comida que tengo hambre.
Prudie sonrió de manera triunfal y corrió por la comida. Cuando se marchó, Razor hizo un intento de salir de la bañera para seguirla, pero Sam lo empujó hacia dentro. Las patas traseras del animal resbalaron y se cayó hacia atrás, golpeando a Haley. Ella gritó y antes de que Sam pudiera sujetarla, se cayó debajo del perro.
Preocupado, Sam se apresuró a sujetar uno de sus brazos, pero ella se reía con tantas fuerzas que cuando tiró de ella, fue como un peso muerto. Razor vio su oportunidad, saltó por encima de la bañera y desapareció por la puerta, dejando a su paso un rastro de burbujas perfumadas de vainilla.
—Lo siento —dijo Haley cuando pudo hablar, aunque no parecía sentirlo en absoluto.
No podía dejar de reírse.
—¿Estás bien? —preguntó él mientras la ayudaba a levantarse.
Haley asintió. Ya ni siquiera podía hablar.
Sam la dejó de pie y la soltó, y ella estuvo a punto de volver a caerse, así que Sam la tomó en brazos y la sacó de la bañera. Se sorprendió al notar lo ligera que era.
Sin dejar de reírse, Haley se agarró a él, completamente ajena al hecho de que estaba empapándolo.
Sam la dejó sobre la alfombra y dio un paso hacia atrás, repentinamente consciente de lo mojados que estaban los dos.
Haley dejó de reírse y lo miró fijamente.
—Lo siento. No pretendía empaparte.
Sam tragó saliva para aliviar la repentina sequedad de su garganta.
—No te preocupes. Parece que hace un poco de calor aquí.
Ella alargó la mano y le aflojó la corbata. Después, le desabrochó el primer botón de la camisa. Él movió la mano para detenerla, pero algo parecido a la timidez y la vulnerabilidad se reflejó en sus ojos. O quizá fuera el miedo al rechazo, por lo que Sam dejó caer la mano.
La atmósfera se hizo densa y caliente.
Ella se acercó y él sintió el roce de su piel.
—Haley…
Ella lo ignoró y deslizó una mano por su pecho. Sam sintió el calor de su tacto a través de la tela mojada de su camisa, sintió que se le aceleraba el pulso y la mirada de Haley lo atrapó. Parecía suplicar su aceptación.
Con la otra mano, Haley lo agarró del cinturón y lo acercó hacia ella. Se puso de puntillas y apretó los labios contra su piel, justo por encima del botón que ella misma le había desabrochado.
Sam agachó la cabeza y exhaló un suspiro cuando ella comenzó a recorrer su cuello, hasta su oreja, con la lengua.
—Me has salvado. Eres mi héroe —susurró ella antes de poner sus labios sobre los de él.
Eran suaves y parecían dudar, pero cuando él se inclinó sobre ella, se armaron de valor y Haley profundizó el beso. Su apasionamiento sorprendió a Sam.
Aquel beso no se parecía al de la noche anterior. Aquel era más apasionado, salvaje y profundo. Incontrolable.
Sam se estrechó contra ella y sujetándola por las nalgas, la levantó hacia él. Haley dio un pequeño salto y enrolló las piernas alrededor de él, sin dejar de besarlo. Sam sintió cómo su lengua se deslizaba suavemente por sus labios mientras esperaba a que le diera acceso a su boca.
Haley emitió unos suaves sonidos suplicantes; sus dedos se entrelazaron en su pelo y con un pie lo apretó contra ella. A Sam se le nubló la vista y sintió que una ráfaga de calor invadía su cuerpo. Aquella mujer era deliciosa.
Haley se apretó aún más contra él y su beso se hizo más exigente.
En aquel momento escucharon cómo se cerraba la puerta de abajo y la voz de Prudie subió por las escaleras.
—¡Ya he vuelto! Daros prisa en bajar.
Haley y Sam se apartaron el uno del otro como si se hubieran dado un calambre.
La expresión de Haley era de sobresalto. Tenía la mano sobre los labios y dio unos pasos hacia atrás hasta que se chocó con el vestidor y se sentó. Incapaz de apartar la mirada de ella, Sam se apoyó contra el marco de la puerta mientras recuperaba el aliento.
Estaba tan duro que le resultaba doloroso el solo hecho de pensar en parar.
—Supongo que hemos vuelto a repetir el pequeño error de la otra noche —dijo Haley suavemente, con la respiración entrecortada.
—Eso parece —dijo él con sequedad.
Ella se estremeció al oír su tono de voz y cruzó los brazos sobre el pecho, tapando la camisa mojada y pegada al cuerpo. Sam enseguida se arrepintió del tono de voz que había empleado. No era culpa de Haley. Ella se había limitado a responder a la atracción que él sentía por ella. Sam sabía que debería haberla detenido en cuanto lo tocó; en vez de eso, se había deleitado bajo su tacto y la había animado a que continuara seduciéndolo.
—Lo siento mucho, Sam —susurró ella.
El color verde de sus ojos era tan intenso que Sam pensó que podría ahogarse en ellos.
—No es culpa tuya. Podía haberte detenido en cualquier momento y no lo hice —dijo él y se pasó una mano por el pelo—. Te dejaré una camisa seca y unos pantalones de chándal para cenar —añadió y sonrió—. Tendrás que ponerte un imperdible para que no se te caigan, pero al menos estarás seca… y algo menos deseable.
—¿Crees que soy deseable, Sam?
—He estado a punto de atravesarte, Haley. Si eso no te dice lo deseable que me pareces…
Sam miró hacia las escaleras, pero todo estaba en silencio. Prudie estaría en la cocina abriendo los paquetes del restaurante.
Él se encogió de hombros.
—Quiero ser sincero contigo. Ahora mismo no puedo comenzar una relación con nadie.
Haley ladeó la cabeza.
—¿Te refieres a este momento de tu vida o a este instante concreto?
Sam se quitó la corbata y la envolvió alrededor de su mano mientras pensaba en una respuesta que no le hiciera demasiado daño.
Pero las cosas ya se habían complicado bastante. A Sam lo preocupaba la reacción de Haley a su rechazo, como si le importaran sus sentimientos. Entonces la miró a los ojos y se dio cuenta con un sobresalto que realmente le importaba lo que ella sentía y realmente lo preocupaba su reacción. Por un momento consideró la posibilidad de no decir nada, o de decir algo tierno y bonito. Unas pocas palabras agradables para que ella volviera a rodearlo con sus brazos. Pero la parte racional de su cerebro le enumeró los peligros de aquel comportamiento y se dio cuenta de que las cosas tenían que volver a su cauce normal. Y cuanto antes mejor.
Haley pareció notar su duda y se inclinó hacia delante ofreciéndole sus labios, húmedos y deseables incluso en aquel momento en que iba a apartarla de él. No quería hacerle daño.
Solo quería abrazarla y estrecharla contra él hasta que los dos fueran uno.
—Me refiero a este momento de mi vida.
La decepción se reflejó en la cara de Haley.
—Al menos eres sincero.
—Te lo mereces.
—¿Puedo preguntarte por qué no?
—Porque tú vives en Nueva York y yo vivo aquí. Tengo una hija por la que preocuparme y tú tienes un programa de formación pendiente.
—Pero esos programas de formación también los hay en ciudades pequeñas —dijo ella—. Y aunque no los hubiera, podríamos vernos los fines de semana. Podríamos probar a ver qué pasa.
Sam sintió que sus viejos sentimientos de ansiedad por verse atrapado en una situación que invariablemente acabaría haciéndole daño, volvían a invadirlo.
Se agachó sobre la bañera y aclaró los restos de jabón. Podía sentir la mirada de Haley sobre su cuello. Estaba esperando una contestación. Sam se irguió.
—Y porque las relaciones a distancia no funcionan.
—Sí. Lo entiendo —dijo Haley.
Intentó ignorar la insensibilidad que le recorría el cuerpo. Sacó una goma de pelo de su bolsillo y se recogió el cabello en una coleta. Después, lo miró y sonrió cansinamente. Le pareció que su sonrisa era tan falsa y seca como la de él.
Se puso de pie y lo rodeó. Necesitaba salir de aquella habitación. Necesitaba refrescarse.
—Espera. Iré por la ropa para que puedas cambiarte y cenamos —dijo él.
Haley negó con la cabeza.
—No hace falta. Disfruta de tu cena con Prudie. Yo quiero darme una ducha para quitarme este olor a vainilla. Gracias por la invitación de todos modos.
Haley bajó corriendo por las escaleras antes de que él pudiera decir nada. No quería que él le dijera algo por lástima.
Si al menos pudiera resistirse a la obvia atracción sexual que ambos sentían, podría ser tan fuerte como él.
Pero Prudie no permitió que Haley se marchara y tuvo que quedarse.
Durante toda la cena, Haley evitó el contacto visual con él.
Sam suspiró. Tenía que aclarar la situación. No quería que ella sintiera que no quería tenerla a su alrededor. Le gustaba aquella mujer, mucho, y algo le decía que ella lo sabía.
Pero realmente no era un buen momento de su vida para comenzar una relación con nadie. Por muy bien que ella encajara.
Sam se detuvo y se dio cuenta de que encajaba perfectamente. Era como si estuviera hecha para estar allí sentada con Prudie y él…
Pero se negó a aceptar aquello. Le habían asignado su custodia, no un romance con ella. Y por mucho que deseara tenerla en sus brazos, en su cama, Sam sabía que lo mejor era dejarla marchar en cuanto terminaran de cenar.
Una relación con aquella mujer de ciudad, que llevaba zapatos de tacón y estaba a punto de comenzar un curso de formación, no tenía futuro.
Hacía nueve años que se había dado cuenta de que su lugar estaba allí.