CUANDO llegaron a casa de Sam, Haley aún sonreía. Sam apagó el motor del coche y durante un instante, los dos se quedaron sentados sin moverse.
Ella escuchó cómo se apagaba el sonido del motor, y se deleitó un momento con la suave brisa que entraba por la ventanilla.
—Me lo he pasado muy bien. Gracias por todo —dijo ella.
Sam asintió y se bajó del coche. Se detuvo junto a la puerta y la miró con una sonrisa.
—Yo también me lo he pasado bien.
—¿A pesar de que te he obligado a bailar?
—Sí. A pesar de eso —afirmó Sam y dio la vuelta al coche para abrirle la puerta—. Vamos, te acompañaré a tu celda.
Haley no pudo evitar fijarse en el brillo divertido de sus ojos.
—No te rías de mi celda particular. Mucha gente de la gran ciudad daría el sueldo por tener tanto espacio. Además, le estoy tomando cariño.
Pero lo que Haley no le dijo, quizá porque no podía, era que el cariño era hacia él. Hacia su hija y hacia aquella bonita ciudad y Haley sabía que si tan siquiera lo mencionaba, lo espantaría. Y aquello le dolería más que mantener enterrados sus sentimientos.
Sam sonrió y torció el gesto con dolor
—¡Ay! No me hagas reír.
—Pobre.
Haley se acercó al borde del asiento y rozó su mejilla con suavidad. El golpe se había puesto de color morado y azul, y empezaba a extenderse por la mejilla.
—¿Te duele?
Él la miró y Haley sintió que sus ojos la atraían hacia él.
—Solo cuando me río —dijo él y se quedó quieto mientras ella acariciaba el golpe con sus dedos—. Por fortuna o por desgracia, según se mire, me río bastante cuando estoy contigo.
Haley se inclinó hacia delante y le besó suavemente la mejilla, mientras le acariciaba el cuello y bajaba hasta el pecho.
—Ten cuidado. No creo que quisieras estar cerca de mí si estuviéramos casados y yo anduviera dándote la lata.
Haley notó que él se tensaba y quiso retirar el comentario; sabía el miedo que le tenía al matrimonio y a los compromisos, y ella le estaba metiendo demasiada prisa.
Sam dio un paso hacia atrás y Haley se fijó en el cansancio que se reflejaba en sus ojos, y quiso decirle que se relajara, que dejara que las cosas ocurrieran sin necesidad de controlarlas a cada instante. Quería recordarle que ella no era Peggy.
Haley apartó la mirada y se quitó los zapatos, decidida a ayudarlo a relajarse.
—Vamos. Aceptaré tu ofrecimiento de acompañarme a casa, pero solo si me dejas hacerlo descalza —dijo Haley y plantó los pies sobre el suave césped.
Sam se agachó y recogió los zapatos de Haley.
—Eres la única mujer que conozco que está igual de seductora con unos zapatos de tacón que con unas botas de montaña.
—Pero si nunca me has visto con botas de montaña.
Sam enarcó las cejas varias veces y un brillo juguetón se encendió en sus ojos.
—Sí que te he visto. De hecho, te he imaginado con varios atuendos distintos.
—¡Vaya! Qué interesante —dijo ella, acercándose a él—. Y, ¿en alguna de tus fantasías estaba vestida con seda y encaje negro?
—Desde luego —dijo Sam, acercándola hacia él—. Puedo ser muy imaginativo cuando se trata de fantasías.
Haley puso una mano sobre el pecho de Sam y sintió el latir de su corazón; sus miradas se encontraron y Haley sintió que podía ver a través de ella, y sabía lo que quería. Sintió que una ola de calor invadía su cuerpo, haciendo que la sangre se le calentara en las venas. Y en aquel momento, Haley sintió un deseo tan poderoso que quiso desnudarlo allí mismo, en el jardín, echarse en sus brazos y suplicarle que le hiciera el amor.
Ella sonrió. ¿A quién le importaba lo que pensaran los vecinos?
Haley levantó la mano y la deslizó a lo largo de su camisa hasta la cintura de los pantalones; donde por un momento lo acarició con los dedos, excitándolo ligeramente.
No iba a haber lugar a dudas de lo que quería; Haley se merecía al menos una noche de amor antes de que él le dijera que hiciera las maletas y la mandara a casa.
—Que mala suerte que mi maleta esté tan lejos. Estoy segura de que podría encontrar algo negro de encaje para que tu fantasía se hiciera realidad.
Sam inclinó la cabeza y le besó la comisura de la boca.
—Por muy excitante que sea eso, no lo necesito. Solo te deseo a ti.
Haley quería que la besara en la boca, pero él pareció sentir su excitación y comenzó a besarla el cuello. La sensación de sus labios sobre la piel era exquisita. Era como fuego extendiéndose por todo su cuerpo.
Haley echó la cabeza hacia atrás y Sam comenzó a deslizar los labios a lo largo de su escote. La respiración de Haley se hizo entrecortada, igual que la suya.
—Si no tenemos cuidado, acabaremos haciendo realidad tu fantasía aquí afuera —susurró ella.
Él se rio suavemente sin dejar de besarla y Haley se estremeció al sentir su respiración sobre sus pechos.
—Será mejor que entremos en casa entonces.
Antes de que pudiera decir nada, Sam la levantó en sus brazos y entraron dentro. Con una pierna cerró la puerta y después cruzó el cuarto de estar y subió por las escaleras. Haley se rio y apoyó la cabeza sobre su hombro.
—Espero que no te caigas. Tu entrenador me acusaría de abusar de un inválido.
—Eres más ligera que una pluma.
Haley miró por encima de su hombro.
—Razor nos está siguiendo. Creo que lo preocupa que nos caigamos.
—Yo creo que lo preocupa que tú ocupes su lado de la cama.
—¿No dormía con Prudie?
—Razor duerme donde quiere.
Sam se tropezó al subir el último escalón.
—¡No te sueltes!
Sam hizo amago de soltarla y Razor gruñó detrás de ellos, no demasiado contento con sus juegos.
—Vamos, date prisa —dijo Haley, estirando el brazo para darle un cachete.
—Sigue así y haré realidad mi fantasía aquí mismo.
—Promesas, promesas.
Haley pasó las manos por detrás de su cuello y comenzó a mordisquearlo suavemente. Sam se apoyó contra la pared, la estrechó contra él y la besó en los labios. Ella le acarició el pequeño corte del labio y después entró en su boca.
—No creo que sea capaz de llegar a la habitación —suspiró él.
Se deslizó por la pared hasta sentarse en el suelo con ella en su regazo.
Razor echó un vistazo, sopesó la situación y se marchó agitando la cola.
Sam le desabrochó los botones de la camiseta y en cuestión de segundos sus labios estaban sobre sus pechos, mordisqueando suavemente un pezón, mientras bajaba las manos hacia sus pantalones. Haley gimió suavemente y le deslizó la camisa por encima de los hombros. Sin querer, rozó el golpe que Sam tenía en el ojo.
—¡Ay!
—Lo siento —dijo ella y le besó la mejilla.
—No te preocupes —dijo Sam con la voz entrecortada.
Se terminaron de desnudar el uno al otro y Haley se colocó encima de él, cubriéndolo con su calor y su devoción. Sintió un escalofrío que le recorría todo el cuerpo y se deleitó en la cercanía de sus cuerpos. Al mirarlo a los ojos, pudo ver su pasado y su futuro, su compromiso. Y cuando él rodó suavemente para colocarse encima de ella, Haley sonrió y supo que aquello era lo que había estado buscando, el intenso placer, la total aceptación y la dulce entrega.
Sam sonrió y susurró su nombre, urgiéndola a sentir el éxtasis con él. Y Haley lo hizo gustosa.
Haley rodó sobre su espalda y se estiró. Las sábanas le acariciaban su desnuda piel y con una sonrisa, alargó el brazo hacia Sam. Pero su sitio estaba vacío.
Haley se incorporó y vio que él estaba sentado en una silla junto a la ventana, poniéndose las botas.
—Te has vestido —dijo ella, sonriendo.
Sam no levantó la vista.
—Le prometí a Andy que desayunaría con él —le explicó.
Se levantó y se acercó al tocador, se metió la cartera en el bolsillo y se abrochó el cinturón.
Algo andaba mal. Su expresión era tensa e inexpresiva.
—¿Qué ocurre? —preguntó Haley, mientras se tapaba con la sábana.
—Nada. Simplemente tengo que marcharme.
—Te estás arrepintiendo de lo de anoche, ¿verdad?
Sam sonrió secamente.
—En absoluto. Fue maravilloso.
—Entonces, ¿por qué no me miras?
Sam se acercó a la cama y le dio un beso en la cabeza.
—Escucha, Haley, me encantaría quedarme a hablar de esto, pero tengo una reunión. Hablaremos más tarde —dijo él y se dirigió hacia la puerta.
—No se te ocurra salir corriendo, Sam —dijo Haley, poniéndose de pie encima de la cama—. Solo estás asustado porque bajaste la guardia un momento y me dejaste entrar. No huyas.
—No estoy huyendo. Me marcho a trabajar.
—Te prometo que no te haré daño.
Sam se detuvo y Haley supo que estaba decidiendo si quedarse a hablar o no. Si se daba la vuelta y se quedaba, ella tendría una oportunidad.
—Sé que voy a arrepentirme —dijo él, dándose la vuelta—. ¿De qué estás hablando?
—Estás asustado porque me dejaste entrar.
—No estoy asustado. Llego tarde.
—Estás asustado porque piensas que te haré sufrir igual que lo hizo Peggy.
Sam negó con la cabeza.
—Sé que no eres Peggy, pero también sé que tienes veinticuatro años y estás empezando a vivir. No soy tan tonto como para creer que estás dispuesta a enterrarte en vida en una pequeña ciudad como esta, atada a un marido y su hija.
Haley contuvo el aliento y apretó los dientes. ¿Es que no se daba cuenta?
—¿Quién te has creído que eres para decidir dónde y cómo tengo que vivir mi vida?
Haley puso los brazos en jarras pero enseguida se arrepintió, porque se le cayó la sábana con la que se estaba tapando. Se agachó, la recogió y se volvió a tapar.
—Lo siento, Haley —dijo él, cansinamente—. Pero verdaderamente creo que sé algo más que tú de estos temas. Estábamos excitados, hicimos el amor y nos despertamos. Fin de la historia.
—¿Excitados? —dijo Haley incrédula y sus mejillas se inflamaron—. ¿Así que eso es lo que pasó anoche? Yo estaba excitada —dijo y se pasó una mano por la frente—. Pues gracias por aclarármelo. Jamás me habría dado cuenta yo sola.
Sam no contestó. Se quedó junto a la puerta, mirándola con tristeza aunque sin inmutarse.
—No te enteras, ¿verdad?
—¿De qué?
—Que te amo. Que no renuncio a nada si me quedo aquí. Me gusta esta ciudad.
Sam movió la cabeza.
—Eso lo dices ahora, pero cuando deje de ser una novedad para ti, cuando la rutina se instale, te arrepentirás de tu decisión. Márchate y haz lo que tengas que hacer, y si dentro de dos años sigues pensando lo mismo, hablaremos.
—Lo tenías todo planeado, ¿verdad?
Haley se dio cuenta de que él pensaba que así tenían que ser las cosas. Todo hecho con corrección, sin dejar cabos sueltos. Nada de alegrías espontáneas.
Era como si lo que había ocurrido la noche anterior, no hubiera ocurrido de verdad.
Haley se volvió a sentar en la cama y suspiró.
—De acuerdo. Como quieras. Solo date prisa en solucionar el caso, quiero volver a casa.
Haley se dio por vencida. Con aquellas pocas palabras renunció a todo y se puso a llorar. Sam asintió y se marchó sin decir una palabra.
Haley sintió que se llevaba su corazón con él.