Capítulo 15

 

 

 

 

Dos semanas más tarde…

 

 

CÓMO que no vas a ir? —preguntó Melanie, agitando el correo en el aire—. Hoy es tu primer día de clase.

Haley se abrazó las piernas y enterró la cara en el cojín.

—No voy a ir, así que deja de darme la lata.

Melanie se acercó a ella.

—Me preocupas, Haley. Desde que volviste de Reflection Lake has estado gimoteando como si el mundo fuera a acabarse. ¿Qué te pasa?

—Nada.

—No me mientas. Es por Sam Matthews, ¿verdad?

Haley no se molestó en mirarla.

—¿Me estás escuchando? —preguntó Melanie.

—Claro que sí —mintió Haley.

—¿Qué he dicho?

—Se me ha olvidado.

Melanie resopló.

—Claro. Te he dicho que te ha llegado una carta de Reflection Lake.

Haley se incorporó inmediatamente.

—¿Dónde? Dámela.

Melanie agitó la carta delante de ella.

—No estoy segura. No te has portado muy bien conmigo durante esta última semana.

—Dame la carta o morirás —dijo Haley, arrancándosela de las manos.

Miró el remite y sintió que la decepción se apoderaba de ella.

La carta era de Eleanor. La abrió pero no había ninguna carta. Al volcar el sobre hacia abajo, un recorte de periódico cayó hacia el suelo. Era una oferta de trabajo:

 

Se necesita recepcionista mecanógrafa con experiencia. Con conocimientos de ordenador y don de gentes. Jornada completa. Buena remuneración.

 

Escrito a mano en el papel, Haley vio la fecha de aquel día y las cinco y media de la tarde. Debajo, Eleanor había escrito: ¡Ni se te ocurra llegar tarde!

—¡Cielos! —exclamó Haley.

—¿Qué es? —preguntó Melanie.

—Eleanor se jubila. Van a contratar a otra recepcionista y me ha concertado una entrevista de trabajo.

—¿Cuándo?

—Hoy —dijo Haley moviendo la cabeza—. No podré llegar a tiempo.

Melanie tomó el teléfono inalámbrico y se lo dio a Haley.

—Date prisa y llama al aeropuerto. Tienes el tiempo justo para vestirte, llegar al aeropuerto y tomar un avión.

—No puedo permitirme un billete de avión —dijo ella y agarró el teléfono con fuerza contra su pecho—. No puedo hacerlo.

—¡Claro que puedes! Utiliza mi tarjeta de crédito y ya me devolverás el dinero cuando cobres tu primer sueldo.

Melanie pasó las páginas del directorio en busca del teléfono del aeropuerto.

—Si ni siquiera intentas convencerlo de que tu vida está junto a él, te arrepentirás el resto de tus días.

—Tienes razón —dijo Haley.

Pensó que se pondría la minifalda de color plateado y la camiseta a juego que se había comprado la semana anterior, y los zapatos de tacón con dibujo de cocodrilo. Sam se impresionaría tanto que no podría rechazarla para el puesto. Ni para nada.

 

 

Sam se estiró y echó un vistazo al reloj de la pared. Una entrevista más y tendría el resto de la tarde libre. Volvió a mirar la nota que Eleanor le había dejado:

 

Vendrá una mujer a las cinco y media para una entrevista. No me acuerdo de su nombre, pero la cité porque reúne todos los requisitos. ¡No lo estropees!

 

Era mejor que Eleanor hubiera decidido jubilarse. El hecho de que hubiera olvidado el nombre de la candidata lo irritaba sobremanera. ¿Cómo iba a dirigirse a aquella mujer?

Se recostó en la silla y pasó las manos por detrás de la cabeza.

Se las arreglaría. De todos modos, estaba casi seguro de a quién contrataría; la mujer que había acudido a la entrevista vestida con traje de pantalón y sin ningún sentido del humor era la mejor candidata para el puesto. Seria y sin aspecto de ser charlatana, entre los dos lograrían sacar todo el trabajo adelante.

Mientras hacía una nota mental para llamarla más tarde, Sam intentó ignorar la vocecilla que le decía que era un idiota. Haley se había marchado a su querida ciudad hacía dos semanas y aún no sabía nada de ella. Tampoco lo había esperado, y aquello le demostraba que no se había equivocado; le gustaba la ciudad demasiado como para quedarse en Reflection Lake.

Escuchó el sonido de la puerta abriéndose y levantó la vista.

Por supuesto, no había cambiado ni un ápice en aquellas dos semanas: unos maravillosos rizos y una amplia sonrisa lo saludaron, y Sam no pudo evitar sonreír. Era maravillosa.

—Buenas tardes, sheriff. Creo que soy tu cita de las cinco y media.

—Llegas tarde —dijo con la voz ronca.

Haley movió la cabeza.

—Creo que tu reloj va adelantado. Tendré que ponerlo en hora cuando me contrates.

—Estás muy segura, ¿verdad?

Haley sonrió aún más.

—Sí. Estoy muy segura de mí misma.

Haley se acercó a la mesa y se sentó en una esquina, y él la miró con deseo mientras ella cruzaba las piernas.

Sam se humedeció los labios.

—Tendrás que cambiar tu forma de vestir, si tienes intención de trabajar aquí.

—No lo creo, sheriff —dijo ella, inclinándose hacia delante y tirando de su corbata—. Tengo la sensación de que te va a encantar mi forma de vestir. Y te encantará mi forma de vestir cuando esté en tu dormitorio.

—Creo que te estás pasando de lista. Hoy solo voy a contratar una recepcionista.

Haley se acercó aún más y puso una pierna a cada lado de él, y le tomó la cara entre las manos.

—Estás muy equivocado, porque yo he venido por el puesto de «señora Matthews».

Haley se quitó los zapatos y se sentó en su regazo.

—Me siento un poco intimidado.

Haley se rio. Su risa era profunda y ronca.

—No creo que te sientas intimidado.

Sam se rio y la estrechó contra él, y su corazón se inflamó por la alegría cuando ella lo besó con pasión.

—Estás contratada —dijo él, cuando se apartaron para tomar aire.

—Acepto. Claro que tendrás que tener en cuenta que tengo clase. Aún sigo decidida a sacarme el título de higienista dental.

Él le tocó la cara y Haley vio que le daría cualquier cosa que ella pidiera.

—Por supuesto.

Haley lo besó en los labios y se maravilló por lo fácil que era todo cuando dejaban de preocuparse por cómo saldrían las cosas.

—Cuando me marché, pensé que nunca volvería a sentirme completa.

—Te amo, Haley Jo Simpson.

—Yo también te amo, sheriff Matthews.

En aquel momento, la puerta se abrió con estrépito.

—¡Haley!

Haley levantó la mirada para encontrarse con Prudie junto a la puerta. Los ojos de la niña se llenaron de lágrimas.

—Has vuelto —susurró ella.

Haley alargó la mano hacia la niña.

—Claro que sí. Tenía que volver para ganarte a las damas…

Prudie corrió hacia ellos y se echó en sus brazos, sujetándolos a los dos con fuerza.

—Creía que no volvería a verte —sollozó la niña.

Haley la agarró con fuerza, deleitándose en la maravillosa sensación de estar con su hombre y la que sería su hija.

Su calor y su amor la hicieron sentirse segura, y Haley supo que la vida no podía ser mejor.