HALEY movió el hombro, intentando enterrarlo en el colchón. Aún medio dormida, intentaba explicarse por qué su cama tenía tantos bultos y por qué le dolía todo el cuerpo.
—No tienes muy buen aspecto —dijo una vocecilla.
Sorprendida, Haley se apoyó sobre un brazo y se quitó la máscara que utilizaba para dormir. La luz la deslumbró y miró con los ojos entrecerrados hacia el lugar de donde venía la voz; la borrosa cara de Prudie Matthews la observaba desde el final de la cama.
Haley miró a su alrededor, sintiéndose un poco desorientada.
¡Cielos! No había sido un sueño, estaba realmente durmiendo en una celda. Gruñó y volvió a echarse, tapándose la cara con la almohada.
—¿Qué hora es? —le preguntó a la niña.
—Las seis.
Haley la miró por debajo de la almohada.
—¿Las seis de la mañana? —preguntó incrédula y Prudie asintió.
—¿No irás a dormirte otra vez? Resulta muy difícil leer mientras roncas.
Haley echó la almohada a un lado y la miró furiosa.
—¡Yo no ronco! —exclamó y se incorporó sobre un brazo—. ¿Qué estás leyendo?
—Mi libro favorito —dijo la niña y, después de cerrarlo, lo apartó a un lado—. Sí roncas.
—No es cierto.
En aquel momento, Haley oyó el ruido de la puerta y unos pasos entrando en el despacho.
—¡Prudie! Sarah ha venido a recogerte —gritó el sheriff desde la entrada.
Prudie se bajó de la cama y se dirigió hacia la puerta.
—Tengo clase de piano. Hasta luego, Haley.
Al momento de que la niña se marchara, el sheriff entró en la celda con una bandeja.
—Buenos días. Te he preparado algo para desayunar. No sabía cómo te gustarían los huevos, así que los he hecho revueltos.
—Buenos días. Huele muy bien —dijo ella y se acomodó en el colchón cruzando las piernas.
Se colocó el tirante de la parte de arriba del pijama, pero este se volvió a deslizar hacia abajo, y los pantalones se le habían subido hacia arriba, dejando las piernas a la vista, así que se tapó con la manta.
Quizá él no se hubiera dado cuenta. Pero suspiró para sus adentros. ¿A quién intentaba engañar?
Efectivamente, cuando levantó la cabeza, se encontró con la mirada de él en sus piernas. Haley alargó el brazo y sacó unos pantalones de la maleta.
—¿Podrías darte la vuelta un momento?
—Claro.
Cuando él se dio la vuelta, Haley se puso los pantalones y mientras lo hacía, no pudo evitar fijarse en la espalda de él. Sonriendo, contempló la anchura de sus hombros y los músculos de sus brazos, que se marcaban bajo la recién planchada camisa. Bajó la mirada hacia su esbelta cintura y se detuvo por un momento a observar cómo los pantalones se estrechaban sobre su firme trasero. Aquel hombre estaba muy bien formado.
Haley se mordió el labio. ¿En qué estaba pensando? Aquel hombre era el sheriff.
Se obligó a sí misma a terminar de vestirse y a retomar el control de sí misma.
Quizá Sam Matthews se sintiera atraído por ella, pero la noche anterior le había dejado bastante claro que no pasaría del apasionado beso que habían compartido. Tenía que dejar de fantasear.
—¿Ya has terminado? —preguntó él con impaciencia y comenzó a darse la vuelta.
—Sí. Puedes mirar —contestó ella, sentándose de nuevo en la cama.
Sam la observó por un instante antes de dejar la bandeja sobre la mesa que había junto a la cama.
Haley se fijó en que su pelo estaba húmedo y el fresco aroma a jabón la invadió. Se lo imaginó en la ducha, con aquel bronceado y musculoso cuerpo cubierto de jabón bajo el agua y tuvo que hacer un esfuerzo por no gemir en voz alta. Aquello era peor de lo que había pensado; solo llevaba un par de minutos a su lado y ya lo deseaba.
Aceptó el plato que él la ofrecía y se sorprendió al ver que se sentaba en una silla.
La miró fijamente.
—Anoche dijiste que tu familia no vive aquí, en Nueva York.
—Supongo que esto significa que estás interrogándome, ¿verdad? —dijo Haley y empezó a comer los huevos revueltos.
Estaban deliciosos.
—No es un interrogatorio. Solo se trata de una amable conversación mientras desayunas.
—Entonces no te importará que yo también te haga preguntas.
Haley lo miró con detenimiento e intentó convencerse de que no era tan sexy como parecía; de que sus largas piernas y el mechón de pelo rizado sobre el resto del pelo liso no eran los causantes de que el estómago le diera vueltas.
Serían fueran los huevos revueltos.
—Adelante. ¿Qué quieres saber?
«Todo».
—Me preguntaba cuánto tiempo llevas en el puesto de sheriff —le preguntó finalmente.
—Unos cinco años. Antes fui ayudante del sheriff.
—¿Has vivido aquí toda tu vida? —le preguntó, pero Sam negó con la cabeza.
—Me toca a mí.
—No sabía que íbamos por turnos.
Él sonrió y el hoyuelo de su mejilla se hizo más profundo.
—Es justo. ¿Siempre has vivido en la ciudad?
Haley asintió y continuó comiendo.
—Desde que tenía quince años —lo informó.
—¿Tienes familia?
—Tengo dos hermanos mayores. Mi padre murió de un ataque al corazón cuando yo tenía veinte años. Mi madre vive en California, cerca de mis hermanos —explicó Haley—. Lo cual está muy bien, porque aunque nos queremos mucho, solemos discutir bastante —dijo y se detuvo justo antes de llevarse el tenedor a la boca—. ¡No vale! Me has hecho dos preguntas. Ahora me toca a mí.
Sam puso un brazo en el respaldo de la silla y apoyó la barbilla en la mano. Parecía divertido.
—¿Por qué se divorció tu esposa de ti con lo bien que besas?
Haley se fijó en que abría ligeramente los ojos. Por lo visto, lo había sorprendido y ella sabía que era la clase de hombre que no estaba acostumbrado a que lo sorprendieran. O quizá no se había esperado que empezase tan pronto con las preguntas personales.
—Supongo que no le gustaba besar tanto como te gusta a ti.
Haley sonrió.
—Ella se lo pierde. ¿Cuánto tiempo… ?
Sam levantó la mano para interrumpirla.
—No tan deprisa. Me toca a mí.
—Pero tengo que hacerte dos preguntas.
—No. ¿Por qué quieres ser higienista dental?
—Cuando empecé a trabajar como recepcionista para el doctor Rocca, me di cuenta de que los higienistas dentales ganan mucho más dinero. Y una de las higienistas que trabaja en la consulta me empezó a enseñar lo que hacía y lo encontré fascinante.
Haley lo miró para ver si se había dormido, pero le estaba prestando atención. No parecía aburrido.
—El doctor Rocca se fijó en mi interés y me animó a que me apuntara a un programa de formación.
—¿Y Melanie? ¿A ella no le interesa?
—No soporta las lenguas… al menos las que no está besando. Tampoco le gusta ver a gente quejándose o gimiendo… por el dolor, porque por otras razones no le importa.
Sam enarcó una ceja y Haley se dio cuenta de que estaba parloteando otra vez. Suspiró.
Aquel hombre no se daba cuenta de que con su cercanía, la hacía pensar en cosas que no debía.
—Pero a Melanie le gusta su trabajo. Soy yo la que busca un cambio.
—¿No era Melanie la que originalmente iba a acompañar al doctor Rocca?
Haley asintió.
—Pero si no quiere ser higienista, ¿por qué venir al congreso?
—Melanie es un poco «cabeza loca» cuando se trata de relaciones. El doctor Rocca y ella tuvieron una aventura hasta que ella conoció a su actual novio. Yo acepté venir en su lugar para que no tuviera que enfrentarse con el doctor Rocca.
—¿Tú también tenías una aventura con él? —preguntó Sam y Haley lo miró furiosa. Él levantó la mano—. De acuerdo. Ya lo sé.
—Me alegro de que te acuerdes.
—¿Sabía el doctor Rocca que…?
—Espera un momento —lo interrumpió ella—. Me has hecho más preguntas de las que te correspondían. Es mi turno —le dijo.
No podía evitar sentirse sorprendida por la facilidad con la que se había apartado del tema de su matrimonio.
—Me has dicho que estás divorciado, pero no me has dicho si tienes otra relación.
Él alargó la mano, tomó la taza de café que había en la bandeja y bebió un poco.
—No. No tengo ninguna relación.
Haley le quitó la taza de las manos y también bebió, mientras lo miraba por encima del borde.
—¡Qué interesante!
—Pero tampoco estoy interesado en tenerla.
Aquel fue un golpe bastante directo y Haley hizo un esfuerzo por ocultar su decepción.
—Pues siento oír eso.
—No te ofendas. Es solo que estoy demasiado ocupado criando a Prudie.
Sam volvió a tomar la taza, rozando la mano de ella con sus dedos, y antes de que pudiera contestar, alguien se aclaró la garganta.
—¡Qué escena tan acogedora!
Sam levantó la vista y vio a Andy mirándolos divertido desde la entrada de la celda.
—Buenos días, Andy —dijo Sam mientras se recostaba en la silla.
De repente fue consciente de que había estado inclinado hacia Haley, observándola con demasiado interés. Sentía que sus dedos ardían por el roce con la mano de ella.
—Haley me estaba hablando de su plan para convertirse en higienista dental.
«Y como un hombre durante su primera cita, has acabado hablando sobre tu vida personal», se dijo a sí mismo.
Haley sonrió y agitó el tenedor.
—Hola, teniente Grant. Me alegro de verte.
Andy acercó una silla y se sentó junto a ellos.
—¿Ha habido algún progreso en el caso del doctor Rocca? —preguntó Sam.
Andy se inclinó hacia delante y tomó una tostada que había en la bandeja. Mientras la mordisqueaba, pensó en la pregunta que Sam le acababa de hacer.
—El departamento de policía de Nueva York está colaborando con nosotros —dijo Andy y sonrió a Haley—. Te alegrará saber que tu historial está limpio.
Sam vio la triunfal mirada que Haley le dedicó.
—Ya lo sé —dijo ella—. A pesar de lo que ciertas personas puedan pensar, soy una ciudadana ejemplar.
—Nadie ha dicho que no lo seas, Haley. Pero tengo que tomar precauciones —le dijo Sam—. No pretenderás que me olvide del hecho de que estabas medio desnuda en una habitación con un hombre muerto e igualmente desnudo.
—No eres el único que lo recuerda —dijo Andy secamente—. Por los informes que me han llegado, te aseguro que muchas personas no olvidarán la escasez de ropa de la señorita Simpson.
Haley sintió que sus mejillas se sonrojaban y al verlo, Sam intentó no sonreír.
—Pero ahora necesitamos saber más acerca de lo que pasó antes de que encontraras el cuerpo del doctor Rocca.
—¿Te refieres a cuando estaba en la habitación? —preguntó ella.
—Eso y lo que puedas recordar desde el momento en que os registrasteis —dijo Andy—. No pases nada por alto. Cualquier detalle que te pueda parecer insignificante, a nosotros nos puede decir mucho.
Haley se inclinó hacia delante y dejó el plato en la bandeja.
—Nos registramos y el doctor Rocca pagó con su tarjeta de crédito. Después, un botones subió nuestras maletas. Yo me quedé en mi habitación y el doctor Rocca se esforzó en hacerme saber dónde estaba la suya, pero yo ya había hecho planes para salir a dar una vuelta antes de que él hubiera deshecho la maleta —dijo ella.
Miró a Sam y después apartó la vista.
Andy se inclinó hacia ella.
—¿Qué más? No pases nada por alto, aunque no te parezca importante.
Haley negó con la cabeza.
—De verdad, no estoy ocultando nada —dijo ella y se pasó una mano por el pelo—. Lo siento. No recuerdo nada más.
Sam notó la angustia que había en su voz; Haley se sentía culpable de no poder ayudar, y aquello la estaba poniendo nerviosa. Tenía que conseguir que se relajara, así que se acercó a ella, puso una mano sobre su pie descalzo y le sonrió. Ella tembló ligeramente y lo miró.
—Está bien, Haley. Lo estás haciendo muy bien.
Ella tragó saliva y asintió, pero seguía en tensión, así que Sam tomó la mano de Haley entre las suyas y le dio unos minutos para tranquilizarse.
—Ahora quiero que pienses en el momento en el que salisteis del ascensor —le dijo él y ella asintió—. ¿Había alguien en el pasillo?
—El doctor Rocca estaba a mi lado y el botones justo detrás —dijo ella y de repente apretó la mano—. Había alguien junto al extintor… creo que era un hombre. Llevaba una gorra de béisbol y uniforme marrón. Parecía un mensajero.
Sam miró a Andy. Por fin llegaban a algo.
—¿Te dijo algo? ¿Le dijiste tú algo?
—Yo lo saludé con la cabeza, pero el doctor Rocca pasó de largo.
—¿Qué aspecto tenía?
—Era un poco más alto que yo y parecía estar en forma. Noté los músculos de sus brazos.
—¿Llevaba manga larga?
Haley negó con la cabeza.
—No. Llevaba manga corta. Él… —dijo ella y se detuvo frunciendo el ceño.
—¿Qué, Haley?
—Tenía algo en la mano, entre el dedo gordo y el dedo índice… pero no recuerdo qué era —dijo ella con voz temblorosa y se mordió el labio.
—Relájate, Haley —la reconfortó Sam y ella se dio con la mano en la frente.
—¡Piensa, maldita sea!
Sam alargó el brazo y le apartó la mano de la frente.
—Respira hondo y deja que la imagen venga sola.
Ella asintió, inspiró profundamente y cerró los ojos.
—Era pequeño… y redondo —recordó Haley y de repente, abrió los ojos—. ¡Era un ciclón! —exclamó de manera triunfal—. Era un pequeño ciclón negro.
—Bien —dijo Sam sin poder evitar sonreír—. Es un tatuaje interesante, pero no tan raro que no podamos rastrearlo. ¿Cómo empezamos? —le preguntó a Andy.
—Empezaré a buscar en el ordenador —dijo Andy poniéndose de pie—. Enviaré a un dibujante para que haga un retrato robot con la ayuda de la señorita Simpson. Hasta entonces, si recuerdas algo más, díselo al sheriff.
Sam también se puso de pie.
—Te acompaño afuera. Quiero hacerte algunas preguntas.