Capítulo 7

 

 

 

 

 

ANDY abrió la puerta de su coche y se sentó en el asiento del conductor.

Es una mujer muy lista.

Cuando su amigo lo miró, Sam no pudo ignorar su amplia sonrisa y pensar que estaba dedicada a él. Se preguntó cuánto tiempo tardaría Andy en empezar a preguntarle acerca de lo duro que debía de ser custodiar a una mujer tan guapa.

—Y muy guapa —añadió.

—¿De verdad? No me había fijado —mintió Sam.

—Claro. Y ahora mismo hay vacas volando por encima de Reflection Lake.

—Lo siento. No las he visto —dijo Sam de manera ausente.

Había centrado su atención en un grupo de adolescentes que estaban jugando a la salida de la biblioteca.

—¿Me estás ignorando? —preguntó Andy.

Sam miró a su amigo.

—No. He escuchado todo lo que has dicho.

—Ya, y mientes cuando dices que no te habías fijado en lo guapa que es la señorita Simpson. ¡Pero si cuando entré en la celda pensé que tendría que ponerte un babero!

—De acuerdo, admito que es atractiva. Pero eso no cambia el hecho de que está chiflada y de que es una mujer complicada.

—¡Lo sabía! —exclamó Andy golpeando el volante—. Estás colado por ella, admítelo… ni siquiera eres capaz de pensar con claridad.

Sam suspiró.

—¿Y qué? ¿Acaso le vas a mandar una nota para ver si quiere salir conmigo?

Andy se rio.

—No hace falta. Ya sé lo que siente por ti.

Sam intentó resistirse a la tentación de preguntarle, pero no pudo.

—Y según tú, ¿qué siente ella exactamente? —preguntó Sam y frunció el ceño—. ¿Y por qué ibas a saberlo?

Andy sonrió ampliamente.

—¡Eres tan ingenuo cuando se trata de mujeres! ¿Qué harías sin mi ayuda?

—Para empezar, sacar más trabajo adelante. Entonces, ¿cómo sabes lo que siente?

—Lo que tú realmente quieres saber es qué siente ella por ti.

—Pues deja de andar por las ramas y dímelo.

Andy se rio.

—No podía dejar de mirarte. Cada vez que te movías, hablabas o respirabas ella te miraba con aquellos maravillosos ojos verdes.

Sam agitó una mano despreocupadamente.

—Eso es ridículo. Solo está nerviosa por tener que estar aquí encerrada mientras tú decides si está en peligro o no.

—¿La tienes encerrada? ¡Menudo diablillo estás hecho!

Sam hizo un gesto de impaciencia con los ojos. Sabía que no conseguiría averiguar nada útil. Andy tenía reputación de ser incansable cuando pensaba que podía tomarle el pelo a un amigo.

—Vamos. Admítelo —insistió Andy—. Te gusta.

—Me gusta el hecho de que es una persona con la que se puede hablar.

—No me interesa saber si piensas que es buena conversadora.

— De acuerdo —concedió Sam—. Es atractiva. ¿Estás satisfecho?

— Pues no. Y por razones personales, necesito saber si vas a invitarla a salir.

—¿Es que te has olvidado de que estás casado?

—No. Pero mi cuñado anda un poco alicaído desde que su novia lo dejó, y estoy buscándole una sustituta. Haley podría ser la persona ideal.

—Olvídalo. Nadie va invitarla a salir mientras esté bajo mi custodia.

—Eso parece un poco posesivo —dijo Andy sonriendo.

—En absoluto. Solo hago mi trabajo.

Andy movió la cabeza.

—Eres triste, Sam.

—Ya estamos —dijo Sam—. Déjalo ya, hazme el favor.

—Por si no te habías dado cuenta, siempre que conoces a una mujer la comparas con Peggy. Y ella ya no está, colega —dijo y giró la llave para arrancar el motor del coche—. Sabes que tengo razón.

— No. No tienes razón. Yo no comparo a ninguna mujer con Peggy.

—Entonces, ¿por qué no has tenido ni una sola relación seria desde que se marchó hace nueve años?

—Porque no he sentido la necesidad.

—Las relaciones esporádicas no son para los hombres mayores.

—Eso no es cierto. Y son muy liberadoras.

—Aunque no quieras admitirlo, los hombres también necesitamos relaciones íntimas —protestó Andy.

Sam se rio y resopló.

—Como quieras. En cualquier caso, yo no necesito relaciones íntimas. Sobre todo con una complicada muchacha que no puede esperar a volver a la ciudad en cuanto acabe la investigación.

—¿Y si supieras que se quedaba, lo reconsiderarías?

—¿El qué?

—Pues salir con ella.

—¡Por el amor de Dios! Estoy custodiándola. No es una entrevista para el puesto de novia. Concentrémonos en el caso del doctor Rocca por el momento, ¿de acuerdo?

Sam no se molestó en decirle a su amigo lo equivocado que estaba sobre aquel tema. Le llevaría demasiado tiempo y esfuerzo, y Sam no pensaba que tuviera fuerzas en aquel momento. Sobre todo cuando algo en lo más profundo de su ser le susurraba lo mismo que su amigo.

 

 

Haley salió del cuarto de baño y miró a su alrededor. No había nadie. Por lo visto, Chester se marchaba en cuanto Sam llegaba por la mañana al despacho.

Se preguntó quién estaría al cargo de las cosas cuando Chester se marchaba y el sheriff salía a patrullar.

A través de la ventana podía ver a Sam y a Andy hablando. Sam estaba de pie, con la cadera apoyada en el coche de Andy, y su musculoso brazo estirado despreocupadamente sobre el techo del coche. El sol le brillaba en la cara haciéndole entrecerrar los ojos.

Haley intentó ignorar el nerviosismo que le provocaba su sola visión.

Sin embargo, la expresión de su cara no era tan despreocupada como su pose. De hecho, parecía irritado por lo que estuvieran hablando, y le alivió pensar que había alguien más, aparte de ella, capaz de irritar al sheriff.

Haley se secó el pelo con la toalla y pensó en arreglárselo con la ayuda del secador, pero decidió que no merecía la pena. ¿Quién iba a verla? ¿El sheriff? Él le había dejado muy claro que aunque se sentía atraído por ella, no iba a hacer nada al respecto.

Haley levantó la mirada y se sobresaltó al ver que él se había erguido y la miraba directamente a ella a través de la ventana. El color azul de sus ojos parecía ser capaz de cortar el cristal.

Por un momento, se preguntó si él le habría leído los pensamientos, pero sabía que aquello era ridículo, así que sonrió y lo saludó agitando la mano. Sam asintió con sequedad y volvió su atención a Andy. Quizá lo preocupaba el hecho de que ella estuviera en medio de su despacho con el pelo mojado y en bata.

Haley se encogió de hombros. No había sido decisión suya la de instalarse allí.

—Tú debes de ser la muchacha involucrada en el caso de asesinato —dijo una voz.

Haley se volvió para ver a una mujer mayor, de pelo gris, junto a la puerta de entrada.

—Hola —dijo Haley, tapándose el escote con la toalla.

—A buenas horas te tapas. Llevas cinco minutos delante de la ventana, y ya te habrá visto toda la ciudad.

La mujer adelantó una muleta hacia la entrada, se sujetó al marco de la puerta y con esfuerzo, entró en el despacho.

—Siempre le digo a Sam que añada un escalón para facilitarme la entrada, pero no lo hace —dijo la señora y miró furiosa a Haley a través de sus gruesas gafas—. El muy desconsiderado.

Haley tragó saliva. No sabía qué decir, así que asintió y sonrió educadamente.

Apoyándose en la muleta, la mujer se acercó a la mesa más cercana a la entrada y se dejó caer en una silla con cojín.

—Soy Eleanor Seals.

—Yo soy Haley Jo Simpson —dijo y se acercó a estrecharle la mano.

La señora Seals la apartó agitando la suya.

—Yo no doy la mano, muchacha. Tengo artritis y no toco nada hasta que los medicamentos me hacen efecto —dijo la señora y miró el ordenador—. Incluyendo aquel horroroso teclado. Y por si te lo preguntas, es algo que irrita mucho al sheriff.

La mujer se rio. Su risa sonaba cascada, como papel arrugándose. Se acomodó en la silla, haciendo una pequeña mueca de dolor mientras lo hacía.

—Supongo que el sheriff se alegrará cuando me jubile. Piensa que podrá contratar a una secretaria de verdad, que sepa manejar todas esas máquinas nuevas.

Haley asintió pero miró a su alrededor confusa. No veía nada por el estilo en aquel despacho. De hecho, las únicas máquinas un poco modernas eran el ordenador, el aparato de fax y la destartalada fotocopiadora. Pero la mueca que se dibujó en la cara de la señora Seal le dijo que no aceptaba una discusión al respecto.

—¿Te vas a quedar ahí medio desnuda o tienes intención de ponerte algo de ropa?

Haley se sobresaltó.

—Lo siento. Estaba a punto de vestirme.

Miró una vez más por la ventana y vio que Andy se alejaba en su coche y Sam cruzaba la calle hacia la biblioteca. Por lo visto no tenía ningún reparo en dejarla allí con la mujer «dragón». Aunque no le sorprendía, ya que tampoco tuvo reparos en dejarla plantada la noche anterior después de haberla excitado. Haley suspiró y se marchó a su celda.

 

 

Veinte minutos más tarde, Haley estaba ordenando su celda cuando escuchó el sonido de la muleta de la señora Seals acercándose por el pasillo. Como ya estaba vestida, no la preocupaba que la mujer la regañara por su apariencia, pero quizá no le gustara ver los cambios que había hecho en la celda.

Haley movió la cama al otro lado de la celda, apretando los dientes cuando las patas metálicas chirriaron contra el suelo.

—¡Cielos! Qué ruidosa eres. ¿Qué estás haciendo? —le preguntó la señora Seals.

—En realidad nada —dijo Haley mientras se erguía y se sacudía las manos.

Esperó que la señora Seals no tomara por costumbre hacerle visitas, y quizá no notaría los cambios.

—Pues a mí me parece que sí —dijo la mujer observando la celda.

Su mirada lo captó todo: el mantón que había colocado en la ventana de barrotes y el chal que había puesto sobre la cama a modo de colcha.

—¡Qué bonito! —dijo la mujer y una inesperada sonrisa se dibujó en su arrugada cara.

—¿De verdad le gusta?

—Tanto como un agujero como este pueda gustarme.

Haley se rio.

—Tiene razón. Estoy muy limitada en lo que puedo hacer —dijo ella y se agachó para guardar la maleta debajo de la cama—. Pero como tengo que quedarme aquí, pensé que unos toques personales le vendrían bien —añadió mientras se erguía de nuevo—. ¿Cree que lo molestará al sheriff?

—Cielo, a ese hombre le molesta que se mueva hasta un insignificante clip. Pero no te preocupes, no dejaré que grite demasiado.

Haley se sintió aliviada al oír aquello y algo le dijo que Eleanor Seals era capaz de mantener el tipo frente al sheriff.

—Me gusta lo que has hecho —dijo la señora Seals—. De hecho, la celda parece más espaciosa. No le vendría mal un cambio al resto del despacho —añadió pensativa—. Pero antes de empezar a arreglarlo todo, he venido para decirte que ha llegado el dibujante de la policía.

 

 

Unas horas más tarde, Sam abrió la puerta del despacho y entró mientras se secaba el sudor de la frente con la mano; no había esperado acalorarse tanto. De hecho, después de perseguir a los chavales fuera de la presa, había sentido ganas de zambullirse él mismo.

—Eleanor… —comenzó a decir pero se detuvo y miró a su alrededor boquiabierto.

Haley y Prudie estaban de pie, paralizadas en medio del despacho, Hal, el dueño de la ferretería, estaba delante del mostrador con una sierra eléctrica entre las manos y Sam se fijó en que había un agujero en el centro del mostrador.

Hal apagó la sierra y los cuatro se quitaron las gafas protectoras, sonriendo tímidamente. Eleanor fue la primera en recobrar la compostura.

—No te esperábamos tan pronto. Creía que estabas haciendo la ronda.

—Resulta obvio —dijo Sam con sequedad—. ¿Puedo saber qué está pasando en mi despacho?

Eleanor frunció el ceño.

—Este despacho no ha cambiado en treinta años y ya va siendo hora. Y Haley es la persona indicada para ayudarnos —dijo Eleanor con firmeza.

Prudie sonrió.

—Estoy de acuerdo. ¿Qué hacemos ahora, Haley? —le preguntó Prudie.

Pero Sam levantó la mano.

—Resulta que a mí me gusta como estaba —dijo él, pero Eleanor agitó la mano.

—Te daría un ataque de nervios si a alguien se le ocurriera cambiarte la marca del papel higiénico, así que déjanos continuar.

—No hay nada de malo en ser un cliente fiel —se quejó Sam, defendiéndose—. ¿Y qué hay de malo en querer las cosas de una manera determinada? —añadió, pero nadie contestó—. Escuchad, aprecio vuestra buena intención, pero tengo que trabajar. La redecoración del despacho no está en el orden del día.

—Pero papá…

—Ayuda a recoger, cielo.

Prudie apretó los labios y Sam se dio cuenta de que se había enfadado. Prudie recogió la escoba y comenzó a barrer irritada.

—Lo siento, sheriff. Debería haber esperado a que regresaras antes de cambiar nada —dijo Haley—. No te enfades. No pasa nada —le dijo a la niña y se agachó para ayudarla con el recogedor.

La tranquila resignación de Haley lo hizo sentirse más culpable aún.

—No pasa nada. Dejaremos las cosas como están, por el momento.

Sam se sentó a su mesa y fingió ordenar el correo mientras los demás recogían. Cuando terminaron, Prudie agarró la mano de Haley y se marchó con ella a la celda. Sam las observó. Lo preocupaba la rapidez con que la niña se había apegado a su huésped temporal.

 

 

Una hora más tarde comenzó a llover y en poco tiempo, el día se tornó gris y desapacible. Sam estaba de pie delante de la ventana mirando cómo llovía y después de un rato, miró por encima de su hombro a Eleanor, que trabajaba en el ordenador, con los labios apretados como muestra de su desaprobación.

Si no se equivocaba, Eleanor no le dirigiría la palabra durante unas cuantas horas, o quizá días. Claro que a la mujer siempre parecía irritarla que sus desaires no tuvieran el efecto deseado de ponerlo en su sitio.

En vez de eso, Sam aprovechaba aquellos enfados para sacar trabajo adelante.

Pero aquella ocasión no era igual que las demás, y Sam tuvo que hacer muchos esfuerzos por concentrarse.

Levantó la mirada hacia el techo. ¿Cómo se las había arreglado para disgustar a sus tres mujeres a la vez?

De repente se paralizó. Sus tres mujeres. Aquello no era una buena señal.

Se apartó de la ventana y miró a su alrededor. No se había molestado en poner las cosas de nuevo en su sitio, principalmente porque sabía que si no hubiera sido tan testarudo, se habría dado cuenta de que el despacho realmente tenía mejor aspecto.

Incluso él se daba cuenta de que había más luz y más sensación de amplitud.

Se metió las manos en los bolsillos. Ya no podía hacer nada al respecto. Había actuado como un idiota, pero incluso un idiota podía enmendarse y pedir disculpas, así que se dirigió hacia el pasillo.

—Procura disculparte como es debido —dijo Eleanor, mirándolo de manera triunfal por encima de las gafas.

—¿Qué te hace pensar que voy a disculparme?

—Porque tú sabes cuándo has sido un idiota. ¿O no?

—Sigue con el informe, Eleanor.

Sam se encaminó por el pasillo.

Encontró a Haley sentada en un extremo de la cama, tapada con una manta y leyendo un libro. Al otro lado de la cama había un tablero de Monopoly. No dudaba de que Prudie la hubiera convencido para echar una partida antes de marcharse a su clase de baile.

Se apoyó contra los barrotes de la puerta y esperó. Haley no levantó la vista inmediatamente, pero Sam sabía que ella había notado su presencia por la forma en que sus hombros se tensaron. Cuando finalmente lo miró, su expresión era cansina, pero no parecía irritada ni disgustada.

Sam pensó que se había tomado un momento para ocultar su expresión porque estaba casi seguro de haber herido sus sentimientos aquella tarde.

—He venido a disculparme —dijo él.

Ella cerró el libro y se apartó unos rizos de la cara.

—No tienes por qué disculparte. Es tu despacho y yo no debí haber hecho nada sin antes consultarte.

—Mi reacción fue excesiva.

—No. Solo te gusta tener las cosas ordenadas. Eleanor me lo dijo y yo debería haberla escuchado —dijo ella y sonrió ligeramente.

Sam se sintió aliviado.

—Ese tipo de cosas no suelen afectarme.

—¿Estás seguro?

Sam se rio.

—Me has pillado. No se me da bien asimilar los cambios.

—¿Y no te sientes mejor ahora que lo has admitido? —preguntó ella y señaló hacia la silla—. ¿Quieres sentarte?

Él asintió y se sentó.

—Pensé que sería mejor aclarar las cosas, de lo contrario Eleanor no me dirigirá la palabra durante unos días.

—No sé por qué tengo la sensación de que eso no te preocupa en absoluto.

—A veces es la única forma en que puedo tener un poco de tranquilidad —dijo él, riéndose y miró el tablero del juego—. Te agradezco que juegues con Prudie. Le encantan los juegos de mesa.

Sam sonrió, se inclinó hacia delante y entrelazó las manos. No quería volver a irritarla, pero tenía que hablar con ella acerca de su estrecha amistad con la niña.

—Prudie es encantadora. Tú le gustas, pero…

—Pero no quieres que la decepcione acercándome demasiado a ella para después marcharme.

Sam enarcó una ceja.

—¿Cómo lo sabías?

Haley sonrió y se encogió de hombros.

—En cualquier caso, te agradecería que no te acercaras demasiado a ella. No quiero que sufra cuando tengas que marcharte.

—No puedo decir que la ignoraré, pero procuraré tener cuidado con sus sentimientos.

—Es todo lo que te pido. Eso y que no llames la atención.

Ella se rio de manera muy seductora.

—¡Cuántas normas! No sé si me acordaré de todas.

Sam no dijo nada, se limitó a esperar. Finalmente, ella suspiró y asintió.

—De acuerdo. Procuraré pasar tan desapercibida como un ratón.

—Gracias —dijo Sam poniéndose de pie—. Agradezco tu cooperación.

—Solo una cosa más.

Él se detuvo junto a la puerta de la celda y se dio la vuelta. Haley se había movido hacia el borde de la cama. Sus piernas colgaban hacia el suelo, tenía la cabeza ladeada y el pelo le caía sobre los hombros como una cascada roja.

—Eso no significa que tenga que quedarme aquí atrás el resto de la semana, ¿verdad?

—No. Simplemente no llames la atención.

Ella sonrió abiertamente.

—De acuerdo.

Sam asintió y volvió a su mesa, pero tuvo la sensación de que no iba a ser tan fácil que Haley no llamara la atención.