Capítulo 8

 

 

 

 

 

LAYLA se estaba dando una ducha y lavándose el cabello. Como le había desgarrado la blusa la noche anterior, Drake le había dado una de sus mejores camisas de algodón antes de marcharse a comprar cruasanes calientes y mermelada casera de una pastelería cercana para desayunar. Cada vez que recordaba detalles de los momentos tan intensos que habían compartido la noche anterior, el cuerpo le latía lleno de pasión. Había dormido muy poco, pero aquella mañana se sentía el rey del mundo.

Entró en la casa y se dirigió a la cocina. Entonces, lo recordó y sintió un jarro de agua fría. Recordó que se había despertado en medio de la noche y, durante unos segundos, se había visto de nuevo empujado a la pesadilla que había sido su infancia.

Tomó el hervidor de agua y vio cómo le temblaba la mano. Aún no podía comprender por qué Layla no había insistido para que él le diera explicaciones. Había tenido todo el derecho de hacerlo. ¿Qué se habría pensado ella cuando le dijo que jamás dormía con las luces apagadas?

Contuvo el aliento cuando recordó lo que ella había hecho en vez de exigir respuestas. Se había acercado a él y, en un instante, le había llevado del infierno al cielo. Drake se había olvidado rápidamente de su pesadilla, en la que revivía cómo estaba encerrado con llave en la oscuridad y luego oía el portazo que le indicaba que su padre se había marchado al pub.

Ni siquiera cuando su padre regresaba, iba a abrirle la puerta a su hijo para ver si se encontraba bien. No. Drake se veía obligado a quedarse allí hasta que conseguía quedarse dormido llorando.

Para olvidarse de todo aquello, se centró en preparar café. Luego, colocó los fragantes cruasanes en un plato. Cuando se disponía a acudir al frigorífico para sacar la leche, se dio cuenta de otra cosa. Algo que lo dejó completamente inmóvil de sorpresa e incredulidad. Recordó que, en aquella segunda ocasión, presa del deseo y la fantasía de que Layla podría ser la mujer que de verdad pudiera ayudarlo a poner fin a las pesadillas y a la soledad para siempre, se había olvidado de utilizar preservativo. Además, dado que había estado tanto tiempo sin tener relaciones sexuales, dudaba mucho que Layla estuviera tomando la píldora. Por lo tanto, existía la posibilidad de que la hubiera dejado embarazada. Si eso se producía, sería el acto más descuidado que había cometido desde sus años de la adolescencia.

–Hola… ¿estás haciendo café?

Layla estaba en el umbral, con el cabello recién lavado iluminado por el sol. Llevaba puesta la camisa de Drake sobre los vaqueros y estaba tan hermosa que él se quedó sin aliento. Estaba convencido de que jamás había visto a una mujer más hermosa o deseable que Layla.

Cuando se acercó a ella, sintió que el corazón se le detenía.

–Hola. No solo estoy haciendo café, sino que he salido a comprar cruasanes y mermelada.

Layla se dejó abrazar como si fuera lo más natural del mundo.

–Debes de estar tratando de ganar el título de hombre más considerado del año. No te preocupes. Por lo que a mí respecta, ya has ganado el premio –dijo antes de darle un beso en los labios.

Drake se echó a reír.

–Ciertamente me he ganado un premio… Te aseguro que no voy a volver a lavar esa camisa cuando me la devuelvas.

–¿Por qué?

–Porque tendrá el aroma de tu sexy cuerpo. A partir de ahora, va a ser mi prenda favorita.

–Bueno, ahora, creo que deberíamos sentarnos para comernos esos deliciosos cruasanes que has comprado. Por supuesto, tan pronto como reacciones y termines de preparar el café –añadió ella, bromeando.

Cuando ella se apartó de él, Drake le tomó la mano y fue besando con veneración todos y cada uno de los dedos.

–¿A qué ha venido eso?

–¿Acaso necesito más razón que me apetezca? En realidad, no es del todo cierto –dijo sin soltarle la mano. Sentía en su corazón una calidez adictiva que no recordaba haber sentido antes–. Solo quería darte las gracias por lo de anoche… por comprender.

–No me gustó verte tan asustado. Fuera lo que fuera lo que estabas soñando, yo solo quería tratar de ayudarte a olvidarlo.

–Y lo conseguiste.

Drake le soltó la mano para poder regresar junto a la cafetera y terminar de preparar el café. Entonces, Layla frunció ligeramente el ceño y le tocó suavemente el brazo.

–Drake…

–Anoche cuando… cuando hicimos el amor por segunda vez, no utilizamos preservativo.

–Estaba pensando precisamente lo mismo antes de que entraras. Normalmente tengo mucho más cuidado con esa clase de cosas, pero me temo que el poder de los acontecimientos me privó del sentido común. Comprendo que estés muy preocupada…

–Lo que ocurrió no solo depende de ti, Drake. Tú no eras el único que no estaba pensando en lo que debía, pero voy a tener que encontrar la farmacia más cercana cuando hayamos terminado de desayunar para poder comprar la píldora del día después.

Sin saber por qué, Drake se vio invadido por un extraño sentimiento. Si tuviera que describirlo de alguna manera, lo describiría como indignada protesta… como si algo que ni siquiera hubiera sabido que era muy valioso para él se le hubiera arrebatado de repente.

–Bueno, desayunaré primero y luego iré a buscar una farmacia. ¿Sabes si hay alguna por aquí?

–Sí –respondió él apretando la mandíbula–. No te preocupes. Te llevaré.

–Gracias –dijo ella. Bajó la mirada y se abrazó con fuerza, como si quisiera protegerse. Entonces, se dirigió en silencio hacia la mesa y se sentó.

En ese momento, Drake no pudo encontrar el valor suficiente para preguntarle por qué parecía estar tan triste…

 

 

El tiempo era bastante bueno, por lo que decidieron comenzar el día visitando una de las famosas galerías de arte de la ciudad. Sin embargo, mientras recorrían los pasillos del museo, la píldora del día después que Layla había comprado en la farmacia parecía estar haciéndole un agujero en el bolsillo del abrigo.

Parecía existir entre ellos el acuerdo tácito de no volver a hablar del tema. Ciertamente, Drake no le había sugerido que se tomara inmediatamente el contraceptivo. Seguramente era una locura y Layla no sabía por qué debía dudar tanto a la hora de tomarse la píldora con la botella de agua mineral que se había comprado también. Sin embargo, si era sincera consigo misma, sí que sabía por qué. Desde la noche anterior, tenía el corazón lleno de un romántico anhelo que no parecía poder controlar. Mientras paseaba por la galería, de la mano de su guapo acompañante, ese sentimiento se iba haciendo cada vez más fuerte.

¿Cómo se sentiría al ser la madre del hijo de un hombre tan enigmático? ¿Lo adoraría tanto como estaba segura de que ella lo querría? Aún había muchas cosas que desconocía sobre Drake. En más de una ocasión, se le había pasado por la cabeza que la pesadilla que había tenido seguramente implicaba algún terrible recuerdo de su infancia. El día anterior, él le había confesado que no había conocido mucha alegría en la casa en la que había crecido. Si pudiera persuadirle de que compartiera algunas de las experiencias que lo atormentaban tal vez podría ayudarlas así a desaparecer.

Se detuvieron delante del autorretrato de uno de los artistas cuya obra habían ido a admirar. Layla observó los profundos ojos azules que parecían estar llenos de dolor y de pena.

–¿Qué te pasa? –le preguntó Drake.

–Pobrecillo, parece ser un alma tan atormentada…

–Y así era. Van Gogh vivía presa de la depresión y, al final, terminó suicidándose. Sin embargo, al menos mientras vivió hizo lo que más le gustaba.

–Supongo que deberíamos dar las gracias por eso. ¿Sigue gustándote a ti lo que haces, Drake?

–Por supuesto.

–¿Dibujaste o pintaste de niño? –le preguntó como por casualidad.

Una sombra cubrió inmediatamente el rostro de Drake.

–Solo cuando estaba en el colegio.

–¿Y te gustaba hacerlo?

–Sí –admitió él con una media sonrisa–. Parece ser que tenía algo de talento para la pintura. Supongo que era la antesala de mi amor por diseñar casas, por lo que terminé eligiendo la arquitectura como profesión. Siempre creí que las casas en las que vive la gente deberían ser hermosas y que si yo las diseñaba podría hacerlas tan hermosas como quisiera.

–Es una bonita intención. ¿Y en casa no pintabas nunca?

–No.

–¿Acaso no querías?

Drake guardó un preocupante silencio.

–Evidentemente, este debe de ser uno de esos temas de los que no debo hablar, ¿verdad?

–Mi vida en casa no me permitía la libertad de dibujar o de experimentar con el color. Eso es todo lo que te voy a contar por el momento. Tal vez podamos hablar de esto en otro momento. Ahora, creo que deberíamos disfrutar del arte, ¿no te parece? Después de todo, para eso hemos venido.

Aunque la respuesta de Drake no había sido la que habría deseado, despertó en ella una ligera esperanza de que, por fin, estuviera pensando en decirle algo de su pasado.

Por alguna razón, de repente no pudo soportar el pensamiento de la píldora que tenía en el bolsillo. ¿Por qué no se la tomaba? No era una inmadura adolescente, sino una mujer hecha y derecha. La situación requería que fuera sensata y realista.

¿Por qué se había obsesionado tanto con la idea de tener un hijo de Drake? En su relación no había compromiso alguno. Ella tenía un trabajo por el que recibía un pequeño sueldo. Drake por su parte, tenía el importante proyecto de regenerar la ciudad en la que ella vivía. Lo último que ninguno de los dos necesitaba era tener que enfrentarse a la posibilidad de tener un bebé. Si a eso se añadía el hecho de que hacía muy poco tiempo que se conocían y que la tensión sexual que existía entre ellos en aquellos momentos podría desaparecer en breve, lo más lógico era tomar la píldora. Era la decisión correcta. Con cualquier otra cosa se estaría engañando, tal vez incluso peligrosamente.

Miró a su alrededor y vio el aseo de señoras al final de la galería. Se soltó de repente de la mano de Drake y murmuró:

–Perdona, pero tengo que ir al cuarto de baño. No tardaré mucho.

–Layla…

–¿Sí?

–¿Te encuentras bien?

–Sí.

–Cuando vuelvas, iremos arriba para tomar un café en el restaurante. Después de ver todo lo que hemos venido a ver aquí, me gustaría llevarte de compras para que puedas comprarte una blusa nueva.

–No hay necesidad…

–Claro que la hay. Quiero que me devuelvas mi camisa –replicó él con voz ronca.

–Está bien –dijo ella–. Nos tomaremos un café, veremos el resto de la exposición y luego nos iremos de compras…

Con eso, se dirigió directamente hacia el final del pasillo sin volverse para mirar ni una sola vez si él la estaba observando.

Cuando salió del aseo de señoras, había estado sentada en el retrete al menos durante diez minutos. Entonces, cuando se hubo calmado lo suficiente para darse cuenta de la inutilidad de su comportamiento, se dirigió al lavabo para retocarse el maquillaje y ponerse el perfume que le quedaba de cuando aún trabajaba en Londres y se tomó la píldora. Entonces, levantó la barbilla y regresó a la galería para reunirse con Drake.

Lo vio sentado en uno de los bancos, con las manos en las rodillas y la cabeza gacha. No resultaba difícil deducir que no estaba meditando sobre el arte. Una vez más, estaba perdido en su propio mundo.

–Drake…

–Has vuelto –susurró él mientras se levantaba. Entonces, se acercó a ella y le dio un beso en los labios.

Aquella delicada caricia y los fuertes brazos que la rodearon sirvieron de antídoto para las dudas y los miedos que la habían acompañado al aseo de señoras.

–¿Acaso creías que no iba a regresar?

–Has estado mucho tiempo ahí dentro. Me estaba empezando a preocupar.

–Bueno, no había necesidad alguna de eso –replicó. Entonces, al ver la expresión del rostro de Drake, sintió que el corazón se le detenía–. ¿Y qué era lo que te preocupaba? ¿Acaso pensaste que me había marchado por la puerta trasera y te había abandonado?

–No bromees con ese tipo de cosas.

–Te aseguro que no era mi intención.

Entonces, Drake la miró a los ojos y le preguntó en voz muy baja:

–¿Te has tomado la píldora?

–Sí.

Drake la miró como si no supiera qué decir.

–Era lo que debía hacer –añadió ella–. Lo más sensato.

–Por supuesto…

–¿Hay algo de lo que ocurrió entre nosotros de lo que te gustaría hablar?

–¿Qué más podemos decir?

–Supongo que se pueden decir muchas cosas si estás dispuesto a ser más abierto sobre tus sentimientos. Dijiste que me permitirías conocerte, ¿lo recuerdas? No puedo dejar de preocuparme sobre cómo lo voy a conseguir si sigues bloqueando todos los caminos que yo intento recorrer.

Drake se apartó de ella y se cruzó de brazos.

–Sé que no te va a gustar mi respuesta, pero este no es el lugar adecuado para una conversación tan personal. ¿Por qué no esperamos hasta que regresemos a mi casa para hablar allí?

–¿Lo dices en serio? –preguntó ella esperanzada–. ¿De verdad quieres hablar abierta y francamente, sin negarte a responder ninguna de mis preguntas aunque estas te incomoden? Para tranquilizarte, ya sabes que yo no soy una reportera sin escrúpulos que quiera conseguir un titular sobre tu vida. Drake… tú… tú me importas mucho.

–¿De verdad?

–Por supuesto que sí –respondió ella, molesta porque él dudara de su sinceridad–. ¿Por qué si no crees que decidí venir a Londres para verte? Además, a pesar del estúpido error que cometí con mi jefe, te aseguro que no tengo por costumbre tener aventuras de una noche. Me acosté contigo porque significaba algo para mí… ¿acaso no lo sabes?

Drake se encogió de hombros. Se notaba que se sentía molesto con el giro tan personal que había tomado aquella conversación.

–Está bien. Seré tan sincero contigo como pueda, pero solo si respetas el hecho de que hablar sobre mi vida y mis sentimientos no me resulta fácil. Si surgen temas particularmente difíciles, no quiero que te sientas molesta ni que te tomes personalmente el hecho de que no quiera hablar al respecto.

Como respuesta, Layla le atrapó una mano y la estrechó con fuerza.

–Te aseguro que no voy a someterte a la Inquisición, Drake. Si hay cosas sobre las que creas que no puedes hablar, por supuesto que las respetaré y, para que estemos iguales, te prometo responder a cualquier pregunta que quieras hacerme, ¿trato hecho?

Drake le rodeó los hombros con afecto y la estrechó contra su cuerpo.

–Ahora sé por qué se dice que las mujeres sois un poco mandonas –bromeó.