Antonino Reyes no quiso estar presente en la ejecución. Sabiendo que, algún día, los restos de los infelices Camila y Ladislao serían reclamados por sus deudos, hizo encerrar los cadáveres en un cajón con una división interna y les dio sepultura.
Carlos, Enrique y Eduardo O’Gorman, al enterarse del fatídico final de su hermana, se acercaron hasta Santos Lugares y pidieron audiencia con el edecán. Querían el cuerpo de Camila. Fue en vano, Reyes se negó a recibirlos.
Adolfo O’Gorman murió al año y medio del fusilamiento de su hija. Se había sumido en el más absoluto silencio, igual que su esposa, que no le dirigió la palabra nunca más. Ella murió el 10 de mayo de 1852, meses después de la caída de Rosas. Tras la muerte de su hermano, Tomás vendió el campo de Matanza.
Cuenta Domingo Faustino Sarmiento que, luego de la batalla de Caseros, llegó, junto con Bartolomé Mitre y otros jinetes, a Palermo de San Benito. Al ingresar, fueron a visitar la tumba de Camila O’Gorman y oyeron del cura los detalles tristísimos de aquella tragedia horrible. Se dice que la jovencita estuvo enterrada en un lugar próximo al caserón de Rosas.
Gracias a la insistencia de su querido Eduardo, los restos de su hermana ingresaron el 2 de septiembre de 1852 en el Cementerio de la Recoleta, trasladados desde Palermo y depositados en la bóveda familiar.