Con razón se dice que el hecho culminante del hombre es su religión. De un hombre o un pueblo de hombres. No entiendo aquí por religión el credo profesado por él, los artículos de fe aceptados o defendidos de palabra u otro modo; ni ese conjunto ni nada de eso en muchos casos. Los que se distinguieron por su valía o por su vileza no profesaron todos los mismos credos. No considero religión esas creencias y aceptaciones, por ser muchas veces cosas accesorias, producto de su argumentación, si llega a tal profundidad. Lo que realmente cree (cosa que basta, sin que argumente para sí y menos para los demás), lo que el hombre toma a pecho, lo que sabe de cierto referente a sus relaciones vitales con este misterioso Universo, su deber y destino, es siempre lo principal para él, determinando todo lo demás, produciéndolo. Eso es su religión, o tal vez su mero escepticismo e irreligión: la manera cómo se siente unido espiritualmente al Mundo Invisible o al No Mundo; si me decís qué es eso, me diréis cabalmente qué es el hombre, qué hará.
—Thomas Carlyle, “Sobre los Héroes, el Culto al Héroe y lo Heroico en la Historia”
Reducir la masculinidad a un puñado de virtudes tácticas puede parecer tosco, apabullante e incivilizado. ¿Qué pasa con la virtud moral? ¿Qué pasa con la justicia, la humildad, la caridad, la fe, la rectitud, la honestidad y la templanza?
¿No son, también, virtudes masculinas?
Los hombres no son monstruos sin corazón, no son máquinas. Los hombres piensan acerca de algo más que cazar, matar y defenderse. Son capaces tanto de la compasión como de la crueldad.
Los hombres reflexivos preguntan “por qué”. Ganar nunca es suficiente. Los hombres quieren creer que tienen razón y que sus enemigos están equivocados . Para separar el nosotros del ellos , los hombres encuentran faltas morales en sus enemigos y crean códigos de conducta para distinguirse como buenos hombres. Uno de los ejemplos más claros es el caballero cristiano —un asceta comprometido con la piedad y la violencia, luchando con brillante armadura por la bondad, con Dios de su parte. La mayoría de los hombres estarían de acuerdo en que es mejor ser un buen hombre que planta cara a los malos. Preferirían ser héroes en vez de villanos. La mayoría quieren verse a sí mismos como buenos hombres luchando por algo mayor que la supervivencia o las ganancias.
Cuando les preguntas sobre lo que hace un auténtico hombre, muchos de ellos se alzarán sobre sus corceles y empezarán a hablar sobre lo que significa ser un buen hombre.
“Un auténtico hombre nunca pegaría a una mujer”.
“Un hombre que no pasa tiempo con su familia nunca podrá ser un auténtico hombre”.
“Un auténtico hombre asume la responsabilidad de sus acciones”.
“Un auténtico hombre paga sus deudas”.
“Los auténticos hombres aman a Jesús”.
Sin embargo, si les preguntáis a esos mismos hombres para que enumeren sus “películas de hombres” favoritas, muchos de ellos incluirán películas como El Padrino, Scarface, Uno de los Nuestros y El Club de la Lucha.
Don Corleone, Tommy DeVito y Henry Hill eran todos unos mafiosos despiadados. Scarface era un asesino y un señor de las drogas. Tyler Durden era, básicamente, un terrorista doméstico. Hay guiones sobre bandas populares y cintas sobre atracos, entre ellas: Ocean´s Eleven (y 12, y 13), Snatch, Ases Calientes, The Italian Job, Heat, Ronin, El Golpe, Sospechosos Habituales, Reservoir Dogs y Pulp Fiction . 33 El asesino a sueldo calculador y moralmente ambiguo ha encontrado una posición especialmente simpática en el panteón cinematográfico de la hombría: El Profesional, Matador, Escondidos en Brujas, The Mechanic, El Americano, Collateral, Camino a la Perdición, No es País para Viejos . Hitman era una película y un videojuego. Dos de las franquicias de videojuegos más vendidas en la última década han sido Assassin´s Creed y Grand Theft Auto . Hijos de la Anarquía, una serie sobre una banda de moteros, es popular en televisión. ¿Son personajes afeminados por estar fuera de la ley? ¿Qué pasa con Tony de Los Soprano o Al Swearengen de Deadwood ?
¿Darth Vader era una nenaza?
A pesar de la postura moral, los hombres sienten atracción por estos personajes precisamente porque son masculinos. Los tipos malos tienden a funcionar en clubes de chicos brutales, rudos y sin moderación, y parecen estar particularmente preocupados con el tema de comportarse como hombres. Los gánsters son hombres conscientes del status , agresivos, tácticamente orientados, con pelotas y unidos a sus hermanos. Los asesinos a sueldo solitarios son retratados como operadores capaces pero cuidadosamente delicados, que son maestros de su peligroso oficio. No son buenos hombres, pero son buenos haciendo el tipo de cosas que se les han pedido a los hombres a lo largo de la historia de la humanidad. No son buenos hombres, pero son buenos siendo hombres.
Antes de las películas, niños y hombres se emocionaban con cuentos de forajidos, piratas, bandoleros y ladrones. Aunque estas historias eran idealizadas o relatadas como advertencias, capturaban la imaginación masculina con relatos de osada y maliciosa virilidad.
En La Vida del Rey Enrique V de Shakespeare, el Rey prometía a sus enemigos que, a menos que se rindieran, sus hombres violarían a sus hijas entre gritos, destrozarían la cabeza a los ancianos y empalarían a sus bebés desnudos en picas. Hoy en día, si un líder militar hiciera una promesa tan poco delicada, sería despedido y etiquetado públicamente como un psicópata malvado y disfuncional. No puedo decir que el personaje de Enrique V es afeminado sin parpadear.
Considerad también el caso de un preso. ¿Realmente creéis que hombres que se mueven en un mundo violento y totalmente masculino a diario, son menos hombres que un tipo simpático que trabaja de 9 a 5 en una granja de cubículos y pasa su tiempo libre haciendo todo lo que le dice su mujer?
¿Qué pasa con los terroristas suicidas? Diría que secuestrar un avión con un cúter y lanzarlo contra un edificio requiere pelotas de acero. No tiene que gustarme, pero si tengo que ser honesto conmigo mismo, no puedo decir que esos tipos son afeminados. Enemigos de mi tribu, sí; afeminados, no. Recordad que hay cientos de miles de niños y hombres que consideran a los terroristas suicidas como héroes martirizados y valientes, que asumen riesgos sustanciales y llevan a cabo el sacrificio definitivo por una causa. Nosotros los vemos como el mal y nos recreamos llamándolos cobardes porque no son de nuestro equipo, porque no comparten nuestros valores y porque ponen en peligro nuestros intereses colectivos.
Queremos que nuestros enemigos externos sean imperfectos y antipáticos. Muchos han escrito sobre nuestra tendencia a deshumanizar a nuestros enemigos. Emascularlos es otro aspecto de ello —añade insulto a la herida. También queremos pavonearnos ante ellos y desmoralizarlos. Es una buena estrategia. Insultar el honor de un hombre —su identidad masculina— es una buena forma de ponerlo a prueba. Es una buena forma de calentarle. Es una buena forma de empezar una pelea.
Queremos que nuestros villanos interiores resulten igualmente antipáticos. Retratar a los malos hombres como afeminados es una buena manera de disuadir a los jóvenes de que se porten mal. Hacer que vuestros propios héroes culturales parezcan más grandes que la gente común, eleva el orgullo y la moral del grupo. Tiene sentido querer que vuestros jóvenes emulen a hombres que defienden los valores de vuestro pueblo, y especialmente los jóvenes tienden a escoger al caballo más fuerte.
Las culturas le han dado vueltas, durante miles de años, a la idea de lo que significa ser un buen hombre. Waller R. Newell, profesor de ciencias políticas y filosofía, recopiló una amplia gama de reflexiones sobre este tópico, para su libro ¿Qué es un Hombre? 3000 Años de Sabiduría sobre el Arte de la Virtud Masculina . Newell criticaba a aquellos que alcanzaron la mayoría de edad en los 60, por establecer una tendencia cultural ortodoxa creyendo que, antes de su época, no había ocurrido “ nada justo, bueno o auténtico ”, y por causar “ la desaparición de la tradición positiva de virilidad por medio de una caricaturización y simplificación sin descanso ”. 34 Mostraba a lo que se refería como “u n pedigrí inquebrantable en la concepción occidental de lo que significa ser un hombre ”, que definió como “ el honor templado por la prudencia, la ambición templada por la compasión por el sufrimiento y los oprimidos, el amor refrenado por la delicadeza y el honor en pos de lo amado ”. 35 Su libro estaba lleno de extractos de Platón, Aristóteles, Marco Aurelio, Francis Bacon, Geoffrey Chaucer, William Shakespeare, Benjamin Franklin, Ralph Waldo Emerson, Winston Churchill, John F. Kennedy y muchos otros.
Hay un movimiento que reclama esta idea de hombría virtuosa—mostrar a los jóvenes como hombres buenos y viriles. En 2009, el aventurado capitalista Tom Matlack comenzó un “esfuerzo cuádruple para promover una discusión sobre la masculinidad”, llamado The Good Men Project (N.d.t: El Proyecto de los Buenos Hombres). The Good Men Project existe actualmente como fundación, revista online, documental y libro. El libro está repleto de historias de hombres que luchan por ser buenos hombres en el siglo XXI, e intenta averiguar qué significa eso.
El sitio web The Art of Manliness (N.del.T: El Arte de la Hombría) fue creado en 2008 por Brett McKay y su esposa Kate, y cuenta con unos 90.000 suscriptores. 36 Los McKay han publicado dos libros presentando su postura sobre la cuestión de la hombría: The Art of Manliness — Classic Skills and Manners for the Modern Man, y The Art of Manliness — Manvotionals: Timeless Wisdom and Advice on Living the 7 Manly Virtues . El sitio en sí, venera figuras históricas masculinas y buenas, como el “ Rough Rider ” Theodore Roosevelt, y tiene cierto sentimiento nostálgico. Es un poco como un manual de boyscouts para machos adultos, ofreciendo consejo y artículos sobre “cómo hacer” para ayudar a los hombres que intentan ser buenos protectores, proveedores, maridos y padres. El ejercicio de The Art of Manliness no es solo un ejercicio; se convierte en un “entrenamiento de héroes”.
Le pregunté a Brett McKay acerca de cuál creía que era la diferencia entre ser un buen hombre y ser bueno siendo un hombre. Dijo que ser bueno siendo un hombre significa “ser eficiente con tu habilidad para conseguir y conservar el ideal de hombría de tu cultura”. Se extendió señalando que, aunque había similitudes interculturales, “para los bosquimanos del Kalahari, ser bueno siendo un hombre significa ser persistente y lograr cazar. Ser bueno siendo un hombre para alguien que vive en los suburbios de Ohio, probablemente signifique tener un trabajo para mantener una familia, ser capaz de arreglar cosas de la casa o, si está soltero, ser capaz de interactuar con mujeres”. McKay me dijo que, para él, ser un buen hombre era más sencillo.
Escribía: “desarrollar virtudes como la honestidad, la resiliencia, el coraje, la compasión, la disciplina, la justicia, la templanza, etc. Un hombre puede ser muy virtuoso e íntegro pero ser horrible ´siendo un hombre´. Tal vez no pueda cazar, o se le den mal las mujeres, o no pueda usar un martillo para salvar su propia vida. También es posible encontrar a un hombre que es bueno siendo un hombre pero que no sea buen hombre. Puedes ser el mejor cazador o mecánico del mundo pero si mientes, engañas y robas, no eres un buen hombre”.37
McKay parecía decir que ser bueno siendo un hombre es como cumplir con un puesto de trabajo que venga definido por lo que vuestra cultura necesite (o quiera) que hagan los hombres, y ser un buen hombre tiene más que ver con la clase de virtudes morales que Newell defendía. Un hombre puede fallar en la tarea de ser un hombre pero aún puede ser una buena persona. Uso la palabra “persona” aquí porque estos valores morales son neutrales en cuanto al género. Quizás, siguiendo estas líneas de pensamiento, ser un buen hombre es una cuestión de equilibrar las demandas culturales de la hombría con el compromiso privado con la integridad moral.
La receta positiva de McKay para la hombría es un buen cambio a la concepción mayoritaria que entregan las “revistas para hombres”, que están más interesadas en crear metrosexuales sociópatas y superconsumidores, que en escribir positivamente acerca de la hombría. Estoy de acuerdo con McKay en que ser bueno siendo un hombre es más parecido a un puesto de trabajo y que dicho puesto cambia mucho de una cultura a otra.
Sin embargo, detenernos ahí juega en favor de aquellos que dicen que ser un hombre puede significar lo que cada uno quiera que signifique. ¿Es la hombría un concepto tan flexible que una comunidad puede reescribir la descripción del trabajo de la forma que desee? No si aceptamos cualquier modelo de naturaleza humana que reconozca diferencias entre la psicología masculina y la femenina. A lo largo de las últimas décadas, los esradounidenses han llevado a cabo una transición hacia una economía de servicios y los educadores han tratado a los niños como a chicas traviesas con problemas de actitud. Los hombres tienen menos interés en el éxito académico, están menos conectados con la vida política, menos preocupados por sus carreras y más interesados en formas de entretenimiento que representan dramas de bandas ajenas —como los videojuegos y los espectáculos deportivos.38
Es más, si la “descripción de trabajo” de ser un hombre está escrita de tal manera que las cualidades que hacen a un buen hombre son básicamente idénticas a las de una buena mujer, entonces dichas cualidades están más relacionadas con ser una buena persona que con cualquier otra cosa. Es bueno ser honesto, justo y demás, pero estas virtudes no tienen mucho que ver, específicamente, con ser un hombre. La hombría no puede ser simplemente un sinónimo de “buen comportamiento”.
Fui criado por una familia decente en la Pennsylvania rural. Asistía a la escuela dominical. Me enseñaron a ser educado y respetuoso con los demás. Doy propina de más incluso cuando recibo un servicio pésimo en los restaurantes, le sujeto la puerta a las ancianitas y soy honrado sin tacha. Cuando trato mal a la gente me siento mal por ello —a menos que realmente se lo hayan buscado. Al igual que muchos hombres, me rebelé contra los valores paternos cuando era más joven. Sin embargo, quizás al igual que Brett McKay o Tom Matlack, cuando después empecé a reflexionar seriamente sobre la masculinidad y lo que significaba, la siguiente frase comenzó a aparecer en mi cabeza: “No se me ocurre nada mejor que ser un buen hombre”.
Aún no se me ocurre. Mis primeros intentos de describir, sobre papel, el valor de la masculinidad tradicional estaban enlazados con la moralidad con la que crecí.
Respeto a los hombres que lo dan todo intentando ser buenos hombres —incluso aunque no esté de acuerdo con ellos respecto a cada pequeño detalle de lo que eso significa. Muchos hombres eligen carreras en las fuerzas del orden, los bomberos, la educación o incluso en el ejército, porque realmente quieren ser buenos hombres. Guerras, leyes y política no son siempre justas, pero tengo que quitarme el sombrero ante hombres que rescatan civiles y sacan a niños de edificios en llamas. Solo los histéricos descompuestos se refieren a todos los soldados y polis como “carne de cañón”, “cerdos” o “herramientas”.
Sin embargo, a menos que el autosacrificio y la moderación sean cualidades definitorias masculinas —a menos que la masculinidad sea solamente una disciplina ascética— se llega a un punto del camino del rendimiento decreciente en el que ser un buen hombre no compensa. Llega un momento en el que un hombre que quiere “sentirse útil” acaba “sintiéndose usado”. Cuando el sistema ya no ofrece a los hombres lo que quieren, ¿cuánto tiempo puedes esperar que sigan haciendo trucos a cambio de una palmada en la cabeza? ¿Cuánto tiempo hasta que el perro hambriento y despreciado se vuelva contra su amo?
Estoy de acuerdo con Newell en que existe una larga y orgullosa tradición de virilidad moral en Occidente y, por lo que veo, hay una tradición comparable en Oriente. Los hombres musulmanes rezan cinco veces al día porque también quieren ser buenos hombres, a su manera.
Sin embargo, el discurso de Newell lleva incorporada una dualidad: el honor templado por la prudencia, la ambición templada por la compasión por los que sufren y los oprimidos, el amor moderado por la delicadeza —y así sucesivamente. Todos los intentos seculares y religiosos civilizados por mostrar a los hombres cómo ser buenos hombres, parecen incluir esta clase de marcas y equilibrios. Estos códigos del “buen hombre” les dicen que sean viriles —pero no demasiado viriles . Defiende la moderación. ¿Moderarse con qué? Parece como si en una mano tuviéramos la moralidad y en la otra algo más —una especie de hombría de la que hay que protegerse.
Si permitimos que los moralizadores de la masculinidad la definan por nosotros, o bien nos entregamos al “auténtico código de la virilidad” y nos volvemos completamente etnocéntricos respecto a ello —lo que sería la norma histórica— o acabamos con un infinito número de “masculinidades”, nos empantanamos en los detalles de sus incontables contradicciones y declaramos, como ha hecho un famoso sociólogo transgénero, que “la masculinidad no es un objeto coherente sobre el que se pueda producir una ciencia generalista”. 39 Resulta cierto que, si una palabra o un concepto pueden significar cualquier cosa, no significan nada. Raewyn “Bob” Connell escribió que “hacer afirmaciones sobre una base universal de la masculinidad nos dice más sobre los valores del declarante que sobre cualquier otra cosa”. 40 Connell era un pacifista feminista que defendía la desgenerización de la sociedad, y también un hombre que quería ser mujer. Finalmente se desgenerizó a sí mismo. Sus afirmaciones sobre la no existencia de una base universal de la masculinidad también revelaban sus propios valores.
Todos los hombres y las mujeres tienen intereses emocionales y materiales en lo relativo a cómo se construye o deconstruye la masculinidad. La auténtica objetividad en este asunto es una pose más o menos exitosa. Todos tenemos algún interés.
Por si sirve de algo, las evidencias científicas de las diferencias biológicas entre sexos y las semejanzas interculturales entre hombres han continuado acumulándose desde que Connell publicara Masculinities en 1995, y no es difícil encontrar aspectos que se repiten en las “masculinidades hegemónicas” de las culturas del mundo y a lo largo de la historia. Es mucho más difícil encontrar “masculinidades” que no tengan nada en común. Las tecnologías y las costumbres varían, pero las similitudes entre las ideas culturales de la masculinidad ofrecen más a la hora de explicar lo que significa ser bueno siendo un hombre que sus efímeras diferencias. Lo que tienen en común tiene más que ver con la banda —con cazar y luchar, con trazar y defender el límite entre nosotros y ellos — que con cualquier sistema ético o moral culturalmente específico.
Resulta indecente pretender que los hombres que no cumplen unos determinados estándares morales son afeminados. Los hombres pueden decir que los inmorales no son auténticos hombres, pero su comportamiento —incluyendo la admiración pública por la virilidad del tipo criminal y canalla— demuestra que no lo creen así.
Para comprender realmente El Camino de los Hombres , debemos observar dónde se solapan la masculinidad del gánster con la del abnegado caballero, dónde se solapan las ideas modernas con las antiguas. Debemos contemplar el fenómeno de la masculinidad de forma amoral y tan desapasionadamente como podamos. Debemos hallar lo que el Hombre sabe a ciencia cierta, en lo que respecta a su relación vital con el Universo misterioso. La “religión” del Hombre no es un código moral, aunque éste podría seguir su propio código hasta la muerte. Un hombre lucha por mantener su honor —su reputación como hombre— porque una parte de él lucha por ganar y mantener una posición de valor, su status y su sentimiento de pertenencia dentro de la banda primitiva. Los hombres quieren ser buenos hombres porque estos están bien considerados, pero ser un buen hombre no es lo mismo que ser bueno siendo un hombre.
Hay diferencia entre ser buen hombre y ser bueno siendo un hombre.
Ser un buen hombre tiene que ver con ideas sobre moralidad, ética, religión y comportarse productivamente dentro de cierta estructura de civilización. Ser buen hombre puede o puede que no tenga nada que ver en absoluto con el papel natural de los hombres en un escenario de supervivencia. Es posible ser un buen hombre sin ser especialmente bueno siendo un hombre. Este es un área en el que los hombres que eran buenos siendo hombres han buscado el consejo de sacerdotes, filósofos, chamanes, escritores e historiadores. Las sinergias productivas entre estos tipos de hombres se perdieron, tristemente, cuando los hombres de palabras e ideas se distanciaron de los hombres de acción, o viceversa. Los hombres de ideas y los de acción tienen mucho que aprender los unos de los otros y los hombres realmente grandes son aquellos capaces tanto de la acción como de la abstracción.
Ser bueno siendo un hombre consiste en estar dispuesto y ser capaz de cumplir el rol natural de los hombres en un escenario de supervivencia. Ser bueno siendo un hombre consiste en demostrar a otros hombres que sois la clase de tipos que querrían tener en su equipo si todo se va a la mierda. Ser bueno siendo un hombre no es una búsqueda de la perfección moral, trata de la lucha por sobrevivir. Los buenos hombres admiran o respetan a los malos cuando éstos demuestran fuerza, coraje, maestría o compromiso con los hombres de su misma tribu renegada. La preocupación por ser bueno siendo un hombre es lo que tienen en común los tipos buenos y los malos.
* * *
Con tiempo suficiente, toda banda creará alguna clase de código moral o sistema de reglas para dirigir a sus miembros. Los hombres quieren creer que tienen razón y se distinguen a sí mismos acuñando juntos cierta idea de lo que significa tenerla.
En la temprana cultura de la mafia , el honor representaba una lealtad “más importante que los lazos de sangre”. Los mafiosos juraban no obtener dinero de la prostitución ni acostarse con la mujer de otro. 41 Se esperaba de ellos que fueran hombres de familia y no se les animaba a ser mujeriegos. Si la frase “Un hombre que no pasa tiempo con su familia nunca puede ser un auténtico hombre” nos resulta familiar es por que proviene de El Padrino .
Los yakuza se modelaron a sí mismos como a samuráis y aumentaron su posición social dentro una comunidad más amplia demostrando generosidad y compasión por los débiles y los desfavorecidos. 42
Una banda mejicana, conocida como La Familia Michoacana , predicaba recientemente los “valores familiares”, distribuyendo su propia versión de la Biblia y empleando parte de sus beneficios en ayudar a los pobres. 43 Se sabe que los líderes de La Familia han sido influenciados por los escritos “macho-cristianos del autor contemporáneo americano John Eldredge”. 44
En épocas difíciles, los hombres que no son buenos siendo hombres no durarán lo suficiente para preocuparse por ser buenos hombres. La fuerza hace posible el resto de valores. Como decía Han en Operación Dragón : “¿Quién sabe qué delicadas maravillas han desaparecido del mundo por falta de fuerza para sobrevivir?”.
Los hombres que han tenido éxito en la primera tarea de ser hombres —los que han hecho posible la supervivencia— pueden y a menudo se preocupan por ser buenos hombres. A medida que el sangriento límite entre la amenaza y la seguridad se aleja, los hombres tienen tiempo y pueden permitirse el lujo de cultivar virtudes más “elevadas” y civilizadas.
Las bandas de hombres con identidades independientes e intereses propios siempre son una amenaza para los intereses establecidos. Para proteger los intereses de aquellos que dirigen nuestro mundo civilizado y altamente regulado, se mezcla a hombres y mujeres para que no formen bandas. Feministas, pacifistas y miembros de las clases privilegiadas reconocen el hecho de que los hombres que son buenos siendo hombres, si están hermanados, siempre serán una amenaza, pero olvidan que algunos de esos hombres son necesarios para primero crear y mantener un orden. Hay un llamamiento a acabar con lo que, incluso Naciones Unidas, han considerado “estereotipos desfasados” de masculinidad que están asociados con la violencia. 45 “Desfasado” es una palabra que veréis frecuentemente en escritos académicos sobre la masculinidad. Los llamados expertos hablan de la hombría como si fuera la moda del año pasado, en parte porque se adhieren a las convenientes pero desacreditadas teorías homogeneizadoras sobre el género, por estar éste “ tan levemente vinculado al sexo como la ropa, las maneras y la forma de los tocados que la sociedad asigna a cada sexo en un momento determinado ”. 46
Tanto hombres como mujeres han intentado remodelar al hombre para hacerlo encajar en su sueño de un mundo perfecto. No importa qué credo profesen, ya quieran crear al “Hombre Democrático”, al “Fiero Caballero” o al “Guerrero Interior”, no parecen poder escapar del tirón gravitatorio de ciertas ideas básicas sobre la subyacente religión de los hombres. 47 Para atraer a los hombres, hablan de fuerza y coraje. Los moralizadores y reinventores de la masculinidad juegan con la primitiva preocupación del hombre por su status dentro del grupo masculino, la preocupación por su reputación, su disgusto por ser visto débil, temeroso o inepto —apelan a su sentido del honor . Sus moralistas y reinventadas interpretaciones de la fuerza y el coraje son, simplemente, versiones domesticadas y pacificadas de las antiguas virtudes de la banda, encastradas en la vida civilizada en una época de paz, abundancia y reparto del poder económico y político con las mujeres.
Para proteger y servir a sus propios intereses, los ricos y los privilegiados han usado a feministas y pacifistas para promover una masculinidad que nada tiene que ver con ser bueno siendo un hombre, y sí ser un “buen hombre”. Su versión de un buen hombre está extraída de sus parejas, emocional y efectivamente impotentes, fáciles de manejar y tácticamente ineptos.
Un hombre que está más preocupado por ser un buen hombre que por ser bueno siendo un hombre, se convierte en un esclavo muy bien educado.
Siempre ha existido un tira y afloja entre las virtudes civilizadas y las virtudes tácticas de la banda. Sin embargo, la clase de masculinidad aceptable para las sociedades civilizadas está, en muchos casos, relacionada con la masculinidad del grupo de supervivencia. La masculinidad civilizada requiere de dramas en la banda masculina para que esté más controlada y sea más indiferente y metafórica. Las sociedades humanas empiezan en la banda y después crecen hasta las naciones, con deportes y un clima de competencia ideológica, artística y política. Finalmente —como vemos hoy en día— el hombre medio ha acabado en una competición económica y con un puñado de desahogos masturbatorios para su hombría enjaulada. Cuando una civilización falla, ahí están las bandas de hombres jóvenes para escarbar entre sus ruinas, marcar nuevos perímetros y reiniciar el mundo.