La Epopeya de Gilgamés es uno de los primeros trabajos de literatura conocidos y es producto de una de las primeras civilizaciones complejas. Cuenta la historia de Gilgamés, un mortal con una tremenda fuerza y destreza naturales. Ningún hombre podía hacerle frente hasta que una diosa creó un igual para él, llamado Enkidu; un hombre peludo y salvaje de virtudes bélicas que “nada sabía de la tierra cultivada”.
Enkidu era amigo de los animales y recorría los campos ayudándolos, causando problemas a los tramperos y pastores de la zona. Los hombres conspiraron contra él. Enviaron a una ramera desnuda para tentarlo y hablarle de Gilgamés y de las maravillas que se encontraban en la lujosa ciudad de Uruk, para que Enkidu abandonara las montañas y dejara de ser una amenaza para su subsistencia. Enkidu era curioso y deseaba un amigo que fuera su compañero, otro hombre que lo comprendiera. Siguió a la ramera hasta las tiendas de los pastores, y ésta lo vistió y le dio a probar pan y un fuerte vino. Enkidu se unió a los pastores y cazó lobos y leones para ellos. Con Enkidu como vigilante, prosperaron.
Un hombre visitó a Enkidu y le recordó a Gilgamés y la ciudad de Uruk, dónde éste se comportaba como un tirano. Enkidu decidió ir a la ciudad y retar a Gilgamés. Los dos hombres lucharon entre sí, bufando, rompiendo jambas y haciendo temblar los muros como dos toros. Mientras luchaban, ambos se ganaron el respeto del otro y decidieron hacerse amigos.
Enkidu y Gilgamés vivieron juntos en la ciudad como hermanos, pero Gilgamés estaba atormentado por su gran potencial y deseaba hacer algo que fuera recordado. Enil, padre de los dioses, le había concedido a Gilgamés “ el poder de atar y desatar, de ser la oscuridad y la luz de la humanidad ”. Enkidu se quejó a Gilgamés de que sus propios brazos se habían debilitado y que se sentía “ oprimido por la desidia ”. Para cumplir sus destinos, sabían que tenían que abandonar la comodidad de la ciudad y sufrir y luchar juntos. Gilgamés le gritó al dios Shamash:
“ Aquí en la ciudad, el hombre muere con el corazón oprimido, perece con el corazón desesperado. He mirado por encima del muro y veo los cuerpos flotando en el río, y esa será también mi suerte. Además sé que es así, porque aquél que es el más alto entre los hombres no puede alcanzar los cielos, y el más grande no puede abarcar la tierra. Por ello me aventuraría en el campo: como no he podido dejar mi nombre tallado en la piedra como dicta mi destino, donde el cedro está talado. Marcaré mi nombre dónde están inscritos los nombres de hombres famosos; y donde no hay grabados nombres de hombres, levantaré un monumento a los dioses´. Las lágrimas corrieron por su rostro y dijo, ´Es un largo viaje el que debo emprender hacia la Tierra de Humbaba. Si esta empresa no debe completarse, ¿por qué me empujas, Shamash, con el incansable deseo de llevarla a cabo? ”. 65
Si hay una “crisis de masculinidad”, es ésta, y el problema es tan antiguo como la civilización.
La auténtica “crisis de masculinidad” es la constante y siempre cambiante lucha por encontrar un compromiso aceptable entre la virilidad primitiva de la banda, para la que los hombres han sido seleccionados a lo largo del curso de la historia de la evolución humana, y el grado de moderación requerido a los hombres para mantener un nivel deseable de orden en una civilización concreta.
La vida civilizada y la tecnología ofrecen muchos beneficios para el hombre. Las durísimas y simples vidas de nuestros ancestros primitivos tal vez no fueran tan sucias, brutales o cortas como creía Hobbes, pero sería estúpido decir que los hombres no han ganado con la innovación agrícola o la división del trabajo. Sin esos cambios, no habrían existido las grandes obras de arte o de la literatura, ni grandes edificios o monumentos, ni prensa impresa, ni portátil para que pudiera escribir. A lo largo de la historia han muerto incontables personas a causa de infecciones que cualquiera puede curar hoy en día con medicamentos baratos sin receta. Disfrutamos de comida en abundancia y vinos recios de importación y —quizá más importante— tenemos un suministro constante de agua limpia y potable. Los hombres querían estas cosas hace miles de años, cuando se concibió la Epopeya de Gilgamés.
Enkidu se quejaba de que se había debilitado y que se sentía oprimido por la desidia de la vida civilizada.
Los hombres saben, desde Gilgamés, que la civilización conlleva un coste.
Las virtudes viriles están en bruto y son perecederas. Los hombres son normalmente más fuertes por naturaleza, tienen una gran tendencia a correr riesgos y tienen un fuerte impulso de dominar el mundo que los rodea por medio de la técnica —pero todas estas aptitudes deben ser cultivadas.
Los músculos se atrofian cuando no se alimentan como deben y se usan con poca frecuencia. Un hombre que nunca lleva sus fuerzas al límite jamás atisbará su potencial físico, como puede atestiguar cualquiera que haya conseguido ganancias sustanciales de fuerza gracias al entrenamiento físico. La fuerza es una aptitud de las de “usar o perder”.
Tal vez los hombres corran riesgos por naturaleza, la confianza y la seguridad al caminar que reconocemos como coraje masculino es el producto de la prueba constante. Que los hombres que no se han probado saquen pecho apenas es coraje; Hobbes lo llamaba “gloria vana”, porque “una confianza bien fundada suscita potencialidad, mientras que suponer una fuerza inexistente no la engendra”. 66 O, con palabras de Tyler Durden, “¿Cómo vas a conocerte si nunca te has peleado?”. Los hombres modernos no solo carecen de una iniciación hacia la hombría, como algunos han sugerido, carecen de pruebas de fuerza y coraje significativas. Pocos hombres modernos llegarán a “conocerse”, como hombres, de la forma en que lo hicieron sus antepasados.
Del mismo modo, las habilidades deben ser dominadas y practicadas para ser auténticamente útiles. El talento solo te llevará hasta cierto punto. Si nunca os ponéis a prueba, de forma significativa, y solo tenéis que interpretar procedimientos corporativos a prueba de idiotas para conseguir comida y refugio, ¿podréis estar, de verdad, lo suficientemente comprometidos alguna vez para decir que estáis vivos, si quiera que sois hombres?
Al final, en la Epopeya de Gilgamés, después de que éste matara al Toro del Cielo y derrocara al monstruoso Humbaba, su camarada Endiku moría. Gilgamés estaba desolado y buscaba una forma de burlar a la muerte. Conoció a una joven que hacía vino, y ésta le dijo que no tenía forma de evitar la muerte. Le dijo que llenara el estómago con cosas buenas, que bailara y fuese feliz, que festejara y se regocijara. Le dijo que cuidara a sus hijos e hiciera feliz a su esposa, “ porque esta también es la ventura del hombre ”. 67
Esta también , es la ventura del hombre.
En épocas de paz y prosperidad, cuando tienen el estómago lleno y se sienten seguras, las mujeres siempre han aconsejado a los hombres que abandonen los afanes viriles y el camino de la banda, que disfruten de los placeres seguros como espectadores y se unan a ellas en la vida doméstica. Cuando no hay amenaza inminente, las mujeres siempre han tenido interés en calmar a los hombres y reclutarlos para ayudar en casa, educar a los niños y arreglar la choza. Ese es El Camino de las Mujeres .
Los hombres también son personas. No es mi intención caracterizarlos como monstruos sin corazón que solo se preocupan de la sangre y la gloria. Los hombres aman; a veces de forma más apasionada e incondicional que las mujeres. Los hombres pueden ser tiernos y cariñosos; cualquier hombre que discuta eso, odia a su padre. Los hombres escriben y cuentan historias y crean cosas de notoria belleza. Todas estas cosas pueden ser parte de ser un hombre.
Hombres y mujeres tienen mucho en común, pero este libro no trata de las cosas que hacen humanos a los hombres, sino de las cosas que los hacen hombres.
Las feministas desechan la biología y las ideas “trasnochadas” sobre la masculinidad y argumentan que los hombres pueden cambiar si quieren. Los hombres tienen libre albedrío y pueden cambiar hasta cierto punto, pero no son simplemente mujeres imperfectas. Son individuos con sus propios intereses y no necesitan que las mujeres les muestren cómo ser mejores hombres. Las mujeres no son guías de espíritu generoso sin motivaciones o intereses propios. Los hombres siempre han tenido su propio camino, El Camino de la Banda , y siempre han habitado en un mundo apartados de las mujeres.
“¿ Pueden cambiar los hombres?”, no es la pregunta correcta.
Son mejores preguntas: “¿Por qué deberían cambiar los hombres?” y “¿Qué saca con ello el tipo medio?”
Cuando se sienten presionados para responder a estas preguntas, las feministas y los activistas pro-derechos de los hombres nunca parecen ser capaces de proponer nada que no sean promesas de un incremento de la seguridad física y financiera y la libertad de mostrar debilidad y miedo. Ninguna masa de hombres se echó nunca a la calle pidiendo libertad para mostrar debilidad y miedo, y nunca desafiaron con armas de fuego y hachas de batalla en pos del derecho a llorar en público. Sin embargo, incontables hombres han muerto por los ideales de libertad y autodeterminación, por la supervivencia y el honor de su tribu, por el derecho a formar su propia banda.
Feministas, élites burocráticas y ricos, tienen todos algo que ganar favoreciendo la expansión de la pasividad masculina. El camino de la banda perturba los sistemas estables, amenaza los intereses comerciales (y el status social) de los ricos y genera peligro e incertidumbre para las mujeres. Si los hombres no pueden averiguar qué tipo de futuro quieren, hay mucha gente lista para decidir qué futuro darles.
Les darán una jaula adornada.
Les darán una Fleshlight ®, un portátil, una consola de videojuegos, un cubículo y les pondrán un goteo.
Les darán algún nuevo y excitante cacharro.
Les darán algo que les haga sentir un poquito como ser hombres.
Las mujeres seguirán burlándose de ellos y lo tendrán merecido.
Lionel Tiger escribió que los hombres “ no consiguen lo que están a punto de no tener ”. 68 El mundo está cambiando y a los hombres les dicen que lo nuevo siempre es mejor, que el cambio es inevitable, que el futuro que feministas y globalistas quieren es inexorable. A los hombres les dicen que su futuro es lógico, que es moral, que es mejor y que mejor aprendan a que les guste. ¿Pero para quién es realmente mejor este nuevo mundo?
La civilización llega a costa de la hombría. Llega a costa de la naturaleza, del riesgo, de la lucha. Llega a costa de la fuerza, del coraje, de la maestría. Llega a costa del honor. Una mayor civilización exige un peaje por la virilidad, empujando a la hombría hacia reductos de contemplación y abstracción. La civilización le pide a los hombres que abandonen sus bandas tribales y se sometan a la gran y única banda institucionalizada. La civilización globalista exige el abandono de la narrativa de la banda, del nosotros contra ellos. Exige el abandono de los grupos de identidad a escala humana en favor de la “tribu única mundial”. Los mismos hombres que una vez contemplaron su propia valía en los ojos de sus compañeros, que dependían de ellos para sobrevivir, tendrán que sentirse satisfechos con un “número de la seguridad social” y el alegre control manipulativo de sus compañeros zánganos. La civilización feminista exige el abandono del patriarcado y el hermanamiento, tal y como los hombres lo conocen desde el principio de los tiempos. El futuro que están soñando para nosotros no necesita reimaginar la masculinidad; finalmente demanda el fin de la hombría y el suave abrazo del ser persona, que ha sido desde hace mucho tiempo la receta feminista para esta antigua crisis de la masculinidad.
Este fin de los hombres, este declive del macho, esta nueva sociedad masturbatoria bonobo de paz y prosperidad —esta Tierra Sin Hombres — no es inevitable. Necesita del consentimiento tácito y expreso de miles de millones de hombres. Como toda civilización, debe construirse sobre la espalda de los hombres y la mayoría de ellos deben estar de acuerdo en obedecer y hacer cumplir sus leyes. No podéis tener prisiones sin guardias, ni seguridad sin ninguna clase de policía. Los hombres tendrán que levantarse por las mañanas e ir a trabajar a sus cubículos, sonreír, consumir y seguir entreteniéndose según las normas. La civilización necesita un contrato social y los hombres tienen que cumplir su parte para que funcione.
Este futuro solo puede existir si los hombres ayudan a crearlo.
Como escribía en el capítulo de apertura de este libro, los hombres deben elegir un camino.
Para tomar esta decisión, deben preguntarse a sí mismos:
“¿Qué es lo mejor de la vida?”.
La “crisis de la masculinidad” plantea exactamente esta cuestión filosófica.
Si decidís que la auténtica felicidad para los hombres está en eliminar el riesgo, saciar el hambre, huir del trabajo y buscar “diversión”, nuestra futura sociedad bonobo puede parecer una especie de Las Vegas Mundial .
He llegado a la conclusión de que la ventura del hombre es encontrar un equilibrio entre el mundo doméstico de comodidad y el mundo de conflicto viril. Los hombres no pueden ser hombres —y mucho menos héroes o buenos siendo hombres— a menos que sus acciones tengan consecuencias significativas para la gente que les preocupa de verdad. La fuerza necesita una fuerza opuesta, el coraje requiere riesgo, la maestría requiere trabajo duro, el honor demanda responsabilidad ante otros hombres. Sin estas cosas, no somos más que niños jugando a ser hombres y no hay retiro de fin de semana, ni mantra, ni rito de paso cutre que pueda cambiarlo. Un rito de paso debe reflejar un cambio real en el status y la responsabilidad para que sea algo más que puro teatro. Ninguna hombría reimaginada de conveniencia puede ir con la cabeza alta mientras la tierra sea la tumba de nuestros ancestros. Los hombres deben tener trabajo que merezca la pena hacer, algún sentido de acción significativa. No basta con estar ocupado. No es suficiente ser alimentado, vestido, aceptar refugio y seguridad, a cambio de entregar la autodeterminación. Los hombres no son hormigas, abejas o ratones. No puedes montar un hábitat de plástico y decir que es lo suficientemente bueno. Los hombres necesitan sentirse conectados con un grupo de hombres para poder sentir que son parte de él. Necesitan un sentimiento de identidad que no puede comprarse en el supermercado. Necesitan el nosotros , y para tener el nosotros , debéis tener también el ellos . No estamos conectados a una “tribu mundial única”.
No he sido creyente en toda mi vida, pero me pondría de rodillas y rezaría a cualquier dios justo que echara abajo esta Torre de Babel y esparciera a los hombres por la Tierra en un millón de bandas, tribus y culturas viriles y competitivas.
El honor, tal y cómo entiendo su definición, necesita esa clase de “diversidad”.
No digo esto porque crea que personalmente estaría mejor en una sociedad primitiva. He pasado los últimos seis meses leyendo y escribiendo, no entrenando para un apocalipsis zombie .
Espero que los hombres, citando a Guy García, “ agarren sus cadenas y echen abajo el templo entero con ellas ”, 69 porque odio pensar que éste sea el fin de El Camino de los Hombres. Todos, desde profesores de escuela hasta Naciones Unidas, se están dando prisa en erradicar los modelos de masculinidad “desfasados”, pero no los están sustituyendo con nada mejor. En un análisis del libro de Steven Pinker sobre la violencia, James Q. Wilson mencionaba que el auténtico cambio tiene lugar cuando los hombres se preocupan más de enriquecerse que de ensangrentarse. 70 Resulta trágico pensar que el gran destino del hombre heroico sea convertirse en economista, que los hombres sean reducidos a criaturas pusilánimes que se arrastran por el orbe compitiendo por dinero, que pasan las noches soñando con nuevas formas de estafarse unos a otros. Esta es la senda por la que caminamos ahora.
Que final tan fulminante e innoble...
La humanidad necesita adentrarse en una Edad Oscura durante unos cuantos cientos de años y pensar en lo que ha hecho.