Niko lo miró extrañado. Le molestaba que Eldwen fuese tan enigmático. Le hacía sentirse tonto, así que preguntó:
—¿Puedes explicarte de manera que te entienda?
—En este punto, el universo puede comportarse de tres maneras. La primera, y la que menos nos conviene ahora mismo, es que siga expandiéndose para siempre. Hasta el infinito.
Niko resopló. Si aquello crecía sin parar, acabarían aplastados. ¡Todo por culpa de haber abierto aquella cajita!
—La segunda es que simplemente se detenga —prosiguió Eldwen.
—¿Y la tercera? —preguntó impaciente, al ver que el universo no paraba de hacerse más y más grande.
—La tercera posibilidad es que todo se vuelva a encoger, como cuando deshinchas un globo. En ese caso, el universo entero se concentraría en el punto de luz que viste al principio y se metería de nuevo en la caja. A eso se le llama Big Crunch.
Justo entonces, el universo dejó de crecer.
—¡Ha ganado la segunda posibilidad! —dijo Niko entusiasmado.
—No estés tan seguro, esperemos a ver.
Acto seguido, el universo empezó a encogerse a cámara lenta. Niko tuvo la impresión de que el espectáculo que había presenciado se representaba ahora hacia atrás. Las galaxias empezaron a desagruparse. Los planetas ya no seguían las órbitas alrededor de sus estrellas.
Al llegar a ese punto, los acontecimientos empezaron a acelerarse. Parecía como si todo pasase a cámara rápida.
Las estrellas y los planetas se desintegraban ante sus ojos. Tras unos segundos, lo único que se veía eran los átomos, que empezaron a descomponerse en partículas más pequeñitas aún.
En cuestión de segundos, el universo entero se concentró de nuevo en el intenso punto de luz que había visto al iniciarse la explosión.
Las gradas, el marcador del partido, los grandes focos…, todo había desaparecido. Todo menos los extraños habitantes que ahora estaban de pie en la sala vacía.
El punto de luz se metió otra vez en la caja de donde había salido. La tira de seda roja volvió a enlazarse por sí misma alrededor de la caja sellándola de nuevo.
Todo quedó a oscuras.
Eldwen sacó un mechero para iluminar la habitación. Niko se sintió agradecido por ese gesto, aunque al resto de personajes no parecía importarles la falta de luz.
—¿Qué ha sido esto? —disparó Niko con la mirada fija en el elfo—. ¿Dónde estoy? ¿Qué está pasando? ¿Quién o qué eres tú?
—Paso a paso. Ya me he presentado antes: mi nombre es Eldwen. Soy el equivalente a un científico en tu mundo. Me dedico a la investigación, y mi especialidad es el universo de la física clásica. Es decir, tu mundo.
Aquellas dos palabras hicieron que el pensamiento de Niko volviera a su habitación y a casa de sus padres. Habría pasado apenas una hora desde que había abandonado «su mundo», pero el universo en el que se encontraba era tan extraño que parecía haber transcurrido una eternidad. En el mundo de donde él venía sucedían «cosas normales», y cada día era igual al anterior. Uno no iba abriendo universos como quien abre una caja de zapatos.
Un escalofrío recorrió su espalda al recordar las galaxias y los planetas que se habían descompuesto ante sus ojos. ¿Habría pasado lo mismo con sus padres? A fin de cuentas, ellos vivían en uno de esos planetas.
La voz del elfo hizo volver a Niko a aquella oscura sala.
—Has entrado en el mundo cuántico. Aquí vas a ver cosas muy extrañas, totalmente distintas al mundo que has conocido hasta ahora.
—¿Y qué diablos hago yo aquí? —le preguntó frunciendo el ceño.
Eldwen se rio ante la evidente desorientación de Niko. Aquello hizo que el chico se enfadara más aún. No le gustaba sentirse el bufón de la clase, y menos aún por culpa de un elfo enano, así que le dijo:
—Mira, muchas gracias por todo, pero me va a caer un marrón si no llego al instituto antes del recreo. De modo que será mejor que me vaya.
Niko apartó las largas cortinas para dirigirse a la puerta por donde había entrado.
Pero ya no estaba allí.
Donde antes había una puerta de entrada, ahora solo encontró una pared.
—Por ahí no podrás salir —le advirtió Eldwen—. Será mejor que vengas conmigo. Hay un motivo por el que estás aquí…, pero todavía no es el momento de hablar de ello.
Niko suspiró resignado y lo siguió hasta una de las paredes negras. No podía llevarlo muy lejos, pues en aquella habitación no había ninguna salida. ¡Estaban atrapados!
En el centro de la gran sala, la euforia de los elfos hinchas había disminuido. Hablaban entre ellos en corros.
—¡Es una pasada! Up será el quark más pequeño de todos, pero es el mejor jugador con diferencia —exclamaba uno de ellos.
—Yo sigo pensando que los neutrinos están infravalorados, con eso de que casi ni se los ve…
—¡Van a retransmitir el partido en diferido en la taberna Braket!
—En cualquier caso, hay que largarse. ¡Aquí no queda nada! Vayamos a la Braket, dicen que se pueden tomar unos perritos calientes extraordinarios.
Niko contempló boquiabierto cómo, de repente, los elfos cogían carrerilla para lanzarse contra la pared. Algunos rebotaban, dándose un buen trompazo y cayendo de culo contra el suelo. Al instante se levantaban y volvían a intentarlo una y otra vez.
Para su sorpresa, de vez en cuando alguno de ellos lograba atravesar la pared.
—¿Quieres intentarlo? —lo desafió Eldwen.
Niko lo miró perplejo. No daba crédito a lo que estaba oyendo.
—ESTÁN HACIENDO LO QUE AQUÍ LLAMAMOS «TUNELEAR».
—¿QUÉ DEMONIOS ES ESO?
—Verás, en nuestro mundo a veces podemos atravesar las paredes.
—¡Como Kitty Pride, de los X-Men! —exclamó al recordar su cómic favorito.
—La diferencia es que ahí fuera, en tu mundo, la posibilidad de que puedas atravesar la pared de tu casa es pequeñísima. ¡Casi imposible! Deberías estrellarte contra ella durante una eternidad para conseguirlo. Probablemente, antes de conseguirlo te habrías molido los huesos.
Justo en aquel momento, otro elfo desaparecía a través del muro.
—Esta pared es muy fina —lo desafió el elfo—, de modo que la probabilidad de pasar no es tan pequeña. Como mucho, te darás unos cuantos porrazos si lo intentas. ¿Te atreves?
Niko se había picado. Si aquellos estúpidos hinchas podían «tunelear», él también podía hacerlo. Apretó los dientes y corrió contra la pared. Cruzó los brazos por delante de su cabeza para protegerse del choque inminente. Pero el impacto no llegó.
¡Había atravesado la pared!