5 EL HADA CUÁNTICA

Estaba tan sorprendido por su hazaña que tardó un par de segundos en ver a la chica que tenía delante.

Era tan alta como él, de tez morena y pelo negro, y sus ojos oscuros y rasgados parecían orientales. Llevaba un ceñido vestido de seda y un cinturón con un extraño signo griego en la hebilla.

Sus labios carnosos le sonrieron mostrando una dentadura perfecta. Un delicado aroma a flores silvestres lo embriagó.

Era sin duda la chica más guapa que había visto jamás.

Deslumbrado por aquella belleza, tardó un rato en fijarse en que sostenía una delicada varita de cristal que bajó mientras le hablaba en tono desdeñoso.

—Cierra la boca o se te va a caer la baba.

Niko sintió como sus mejillas ardían de vergüenza. Siempre reaccionaba así cuando bromeaban con él las chicas de su clase. Y eso que eran bien normalitas comparadas con aquella criatura, que se presentó:

—Soy el Hada Q.

—¿Qué dices? ¿Un hada? Me estás tomando el pelo, ¿verdad?

—No sé si lo sabes, pero es de mala educación cuestionar a un hada de ese modo —dijo la muchacha antes de dar media vuelta con indignación.

—Si eres un hada…, ¿por qué no tienes alas?

Niko se arrepintió enseguida de hacer una pregunta tan impertinente.

«Está claro —pensó— que no soy un crack en esto de ligar…»

—¡Por eso estoy aquí! No te dan las alas hasta que te doctoras.

—¿Hasta que te doctoras… en qué?

La chica era realmente guapa, pero Niko empezó a dudar de que estuviese en sus cabales.

—Me estoy doctorando como hada cuántica —declaró orgullosa—. Mientras tanto, voy sacando algún dinerillo haciendo de guía en este mundo.

—Ah… ya entiendo —dijo sin entender nada—. ¿Y cómo es que tienes varita?

—La varita te la dan al licenciarte. Veo que eres tan tonto como pareces.

«Definitivamente —pensó Niko— está como una regadera. Pero ¡qué guapa!»

—Mi misión es ayudarte a que cumplas la tuya —prosiguió el Hada Q.

—¿La mía? No sabía que tuviera una misión. Simplemente he subido mi calle en lugar de bajarla. Aunque, por primera vez, pienso que ha valido la pena.

—Pues claro que ha merecido la pena, chico clásico.

Niko se miró los tejanos a la última moda sin entender por qué lo había llamado así. Luego recordó lo que le había dicho el elfo sobre los diferentes mundos. Eso le hizo volverse hacia la pared.

—Verás, estaba con mi amigo, un elfo llamado Eldwen. Estoy esperando a que «tunelee» para reunirse conmigo.

Al terminar de hablar, Niko se dio cuenta de que ahora el loco parecía él.

—¿Eldwen? —repuso ella con una sonrisa maliciosa—. Tal vez sea un cerebrito, pero en lo que respecta a la práctica… es un patán. Mucho me temo que te van a salir canas si te quedas esperando a que consiga pasar. Mejor será que me sigas.

Niko dudó: el elfo empezaba a caerle simpático, y no era muy bonito por su parte dejarlo tirado, pero, sin duda, el Hada Q era mucho más guapa.

«Total —pensó—, si Eldwen era tan cerebrito, sabría dónde encontrarlos.»

El hada levantó la varita de cristal, y el resplandor que emanaba de ella iluminó todo lo que había a su alrededor. Así se dio cuenta de que ya no estaban en una habitación cerrada, sino en un callejón en el centro de una ciudad antigua.

Aquel callejón daba a una calle adoquinada, pero amplia y luminosa. Contempló asombrado a la gente que se agrupaba ante los escaparates de las tiendas. Hablaban todos alegremente unos con otros creando un ambiente de jolgorio.

Mientras se preguntaba adónde diablos había ido a parar al cruzar la pared, siguió a su guía, que avanzaba grácilmente entre la multitud. Nadie parecía sorprenderse por su extraordinaria belleza, como si las hadas fueran lo más normal en aquel mundo.

—Y bien, ¿adónde vamos? —preguntó Niko en un intento de dar conversación a aquella chica fantástica.

El Hada Q se detuvo en seco y lo riñó:

—Haces demasiadas preguntas y, además, metes la pata. Ya te lo he dicho antes:

¡SI QUIERES LLEGAR A ALGUNA PARTE, HAZ LAS PREGUNTAS CORRECTAS!

Entonces fue Niko quien se quedó petrificado. Recordaba muy bien aquellas palabras: las mismas que había oído justo antes de abrir la puerta de los tres cerrojos.

—Has sido tú quien me ha contestado cuando he llamado a la puerta de este mundo, ¿verdad?

—¡Basta de preguntas! Vamos a cambiar las normas del juego. Ahora te toca a ti contestar:

¿QUÉ NECESITAS PARA CERRAR UNA PUERTA?

La pregunta pilló totalmente desprevenido a Niko.

—¿Se trata de un enigma?

—No puedes evitar hacer preguntas y más preguntas… —resopló ella—. ¡Eres un plomazo! Ya puedes ir preguntando, que no habrá respuestas hasta que soluciones mi enigma.

Acto seguido, continuó andando calle abajo.

Niko se apresuró a seguirla, aunque no era fácil perderla, pues tenía una vista privilegiada de la calle. A la mayoría de los transeúntes les sacaba más o menos una cabeza.

Entre la multitud de elfos multicolores corrían algunas de las partículas que había visto en el partido de la materia contra la antimateria. Algunas de ellas se arremolinaban alrededor de una tiendecita propiedad de una mujer fornida que voceaba:

—¡¡¡Por solo unos electronvolts pueden viajar a un nivel de energía superior!!!

Las partículas que se acercaban a esa parada compraban algo a la señora y salían disparadas.

Antes de que Niko pudiese preguntar al hada qué eran esos electronvolts que compraban las partículas, ella ya había abierto la puerta de una tienda antigua. En las ventanas se podía leer en grandes letras doradas:

Niko tuvo que dar dos pasos rápidos para alcanzarla.