7 LOS GEMELOS

Dos elfos, uno joven y otro anciano, entraron en la tienda discutiendo. Niko pensó que debían de ser familia, pues a pesar de la clara diferencia de edad entre ellos guardaban un asombroso parecido. Al ver al relojero, el más joven sonrió y saludó alegremente:

—Hola, Kronos, ¡suerte que te encontramos! Volvemos a necesitar tu ayuda.

El aludido suspiró y volvió a hacer simétricos aros de humo con su pipa. Fingió un semblante serio al regañarlos:

—No podéis recurrir a mí cada vez que os pasa. Deberíais poneros de acuerdo y viajar juntos la próxima vez.

El más anciano de los recién llegados se adelantó y refunfuñó:

—Lo sé, Kronos, le he dicho mil veces que deje sus viajes por un tiempo, pero no me hace caso. Es un culo inquieto, ¡y yo tengo demasiado trabajo para hacer estúpidos viajes cada dos por tres!

—¡Venga ya! Era una ocasión única: esta vez conseguimos ir casi a la velocidad de la luz. Fue una experiencia atómica, Kronos —replicó el joven, lleno de entusiasmo—. Además, tú podrás arreglar este lío, ¿verdad?

—¿Qué os ha sucedido? —lo interrumpió Niko.

El elfo joven se acercó a Niko, Eldwen y Quiona y se presentó:

—Hola, me llamo Oort, y este es mi hermano gemelo Öpik.

El hada cuántica se adelantó para presentarse al joven recién llegado, y lo mismo hicieron Eldwen y Niko, que miró a ambos hermanos y preguntó extrañado:

—¿Tu hermano gemelo? ¡Pero si podría ser tu abuelo!

Mientras guiñaba un ojo al hada en un intento de ligar con ella, Oort le contestó:

—¡Incluso un bebé sabe que se debe ir con cuidado al viajar a la velocidad de la luz!

Niko puso cara de enfadado. El tal Oort había pasado de parecerle divertido a ser un pedante. Le alegró que Quiona contestase a su guiño con una mueca desagradable.

Öpik se adelantó hacia él y le aclaró:

—Yo soy astrónomo y mi hermano es explorador, un apasionado de las altas velocidades. Te recomiendo que no viajes con él: es un temerario.

—No le hagas caso, chico, puedes acompañarme en mi próximo viaje si quieres. Será una experiencia inolvidable —le aseguró Oort.

Asustado, Niko dio un par de pasos hacia atrás. Coincidía con el elfo viejo. ¡Aquello parecía peligroso! Temía que Oort lo llevase en su vehículo a velocidades cercanas a la luz. Podía visualizar claramente cómo se hacían puré al chocar contra cualquier edificio.

—Quizá en otro momento, gracias.

—Hace apenas unos años, mi hermanito se empecinó en viajar a una estrella lejana —prosiguió Öpik con su explicación—. La estrella está tan lejos que solo podía llegar a ella viajando a velocidades relativistas, es decir, cercanas a la velocidad de la luz. Como ya debes de saber, al ir tan rápido, el tiempo no pasó igual para él que para mí. De modo que el par de años que para Oort duró su viaje supusieron unos veinticuatro para mí, que me he quedado en casa.

—¡Ya lo entiendo! —dijo Niko eufórico—. El tiempo se estira al ir más rápido. Por eso Oort sigue siendo joven y tú, Öpik, has envejecido.

—Claro que tú no tienes que preocuparte por esto, pues los humanos no habéis construido nada que se mueva tan rápido —lo tranquilizó Eldwen.

Al instante, Quiona le dio una colleja y lo increpó:

—¡Fantástico, Eldwen! A eso se le llama ser un bocazas.

Öpik miró asustado a Kronos y le dijo:

—¿UN HUMANO?

¡PERO ESO ESTÁ PROHIBIDO!

No podemos contactar con humanos y, mucho menos, traerlos a nuestro mundo.

En cuando terminó aquella frase, unas vocecitas estridentes empezaron a cuchichear:

—¡Un humano!

—¿Habéis dicho un humano?

—¡Yo no me lo pierdo! Sacad las cámaras.

—Sí, sí, ¡ha dicho que es un humano!

Un grupo de cucos con cámaras de fotos empezaron a salir de los relojes. Al parecer, estaban entusiasmados de poder ver a un humano en carne y hueso.

Los flashes de las cámaras cegaron a Niko, que no entendía qué estaba pasando. A su lado, Quiona parecía disfrutar de lo lindo. Hacía poses divertidas, procurando salir guapa en todas y cada una de las fotografías. Eldwen se había llevado las manos a la boca, arrepentido de que se le hubiera escapado la palabra «humano».

Kronos se acercó al mostrador y sacó un silbato plateado. Tomó aire y, al soplar, liberó un agudo pitido que hizo callar a los cucos. Luego les ordenó:

—¡Todos a vuestros relojes!

Mientras los cucos obedecían, Quiona dio unas palmaditas en la espalda de Eldwen y le dijo:

—Mi atolondrado amigo, mucho me temo que la palabra prohibida que acabas de pronunciar nos va a traer graves consecuencias.

El relojero intentó calmar así a los gemelos:

—Eldwen tiene un permiso especial para contactar con este humano. Es una excepción. Tienen una misión muy importante que cumplir.

A continuación sacó una mochilita de debajo del mostrador y se la entregó a Eldwen.

—No perdáis esto. Llevadlo siempre con vosotros.

Después empujó a los gemelos hacia la trastienda, mientras los reprendía:

—La próxima vez, en lugar de dejaros jóvenes a los dos, os vais a quedar viejos como Öpik. ¡Tenedlo en cuenta!

Eldwen se ajustó la mochila a su espalda y le dijo a Niko:

—Vamos, tengo que llevar esto a casa. ¿Te vienes?

Niko seguía plantado en medio de la tienda. Eldwen y Quiona eran sin duda una compañía agradable, y su mundo cuántico le parecía cada vez más intrigante. Ya no le preocupaba perderse todo un día de instituto. Lo que en realidad quería era seguir con aquella aventura.

—Claro, voy con vosotros —contestó.