16 CRÍPTEX CUÁNTICO

Tres grandes motos estaban aparcadas al final del callejón. Eldwen se acercó a una de ellas y exclamó:

—¡Wow, una Harley Quantumson con sidecar! Son las mejores motos anti-gravitones que existen.

El hada añadió satisfecha:

—¡Esto es atómico! Ya tenemos medio de transporte.

—Ni hablar, ¡no vamos a robar esas motos! —replicó el elfo—. ¿Os habéis vuelto locos?

—No hay tiempo para discutir. Solo tomaremos prestada una, palabra de hada.

Eldwen protestó.

—Pero…, Quiona, ¡yo no sé conducir este aparato!

Niko examinó la moto fascinado. A simple vista parecía una Harley corriente, pero en el manillar reconoció un botón con la inscripción:

—Yo la sé conducir —fanfarroneó Niko—. He llevado muchas veces el ciclomotor de mi primo a hurtadillas en el pueblo. Es más o menos como esta.

Sin pensarlo dos veces, se montó en ella. El hada se sentó detrás de él y se agarró a su cintura. Eldwen se acomodó en el sidecar y dio instrucciones a Niko:

—Con este botón, la moto repelerá los gravitones.

—No sé de qué diablos me hablas. ¿Es algún tipo de escudo?

—Digamos que son los policías de la gravedad. Su misión es mantenernos pegados al suelo, pero con ese botón vamos a burlarlos.

—No es momento para discursos —lo cortó Quiona—. ¡Larguémonos de aquí!

Al primer intento, la moto se caló. Aquella Harley era mucho más complicada que el ciclomotor de su primo. El hada se mofó de él:

—Pensaba que eras un experto motorista…

Niko fingió ignorar a Quiona y trató de arrancar con más ahínco. A la tercera, la moto arrancó y Niko aceleró por el callejón.

Al doblar la esquina, pulsó el botón «gravit-off» y la moto se elevó con su sidecar. Niko no pudo evitar soltar un grito de entusiasmo.

Gracias a las indicaciones de Eldwen, que de vez en cuando se atrevía a quitar las manos de sus ojos, en menos de media hora llegaron a casa del Maestro Zen-O.

Niko había disfrutado del viaje mucho más que sus compañeros. Bajo los efectos de la emoción, tardó unos segundos más que Quiona y Eldwen en darse cuenta de que la puerta de casa del Maestro Zen-O estaba abierta. Por los cristales rotos, parecía haber sido forzada de un puntapié.

Toda la estancia estaba destrozada. Junto a sillas y mesas derribadas, había libros, carpetas y todo tipo de circuitos por el suelo. Alguien había llegado antes que ellos.

—¿Crees que lo han capturado? —preguntó Niko a Quiona.

—¡Por supuesto que no! Zen-O tiene grandes poderes. Además, en el CIC, los que no lo admiran lo temen. No se atreverían a enfrentarse a él.

Bajo una ventana rota, encontraron los restos de un pergamino. Lo único que se podía leer era el nombre de

Eldwen

en uno de sus bordes. El hada recogió los restos y les anunció:

—Alguien ha interceptado este mensaje. Está claro que iba dirigido a ti, Eldwen.

El elfo se acercó a Quiona y tomó el pergamino.

—Es un mensaje cuántico —explicó el hada—. Se basa en la superposición.

—¡OTRA VEZ LA FAMOSA SUPERPOSICIÓN!

—suspiró Niko.

—Al escribir un mensaje encriptado cuánticamente, las letras de cada palabra son todas las letras del abecedario al mismo tiempo. Cada una de las letras está en un estado de superposición.

—¡Pues vaya lío de mensaje!

—Si algún intruso lo intenta leer, con solo mirarlo destruirá la superposición, como si abrieras la caja del gato. Las letras se colocarían al azar y el mensaje no tendría sentido, quedaría inservible. Solo si lo lee primero la persona a la que iba destinado el mensaje, este tendrá sentido. ¿No es genial?

—Yo era el elegido para leer el mensaje encriptado —dijo el elfo apesadumbrado—, pero los agentes del CIC lo han destruido. ¡Demasiado tarde! Seguro que Zen-O nos indicaba los pasos a seguir. ¡Estamos perdidos!

Eldwen se derrumbó en el sofá del maestro y se cubrió la cabeza con las manos. Quiona observó el cuarto y cómo lo habían dejado todo patas arriba. De repente, tuvo una idea:

—No creo que todo esté perdido. Zen-O tal vez ha previsto que alguien iba a llegar antes que nosotros. Él siempre tiene un plan B. Lo conozco muy bien. Estoy segura de que ha escondido otro mensaje en algún lugar de la casa para que lo encontremos.

—Quizá tengas razón, Quiona —dijo el elfo súbitamente animado—. Si es así, lo encontraremos.

Al instante, los tres se pusieron a rebuscar por todas partes.

Después de rastrear cada palmo de la casa, casi se dieron por vencidos. Pero al revolver por tercera vez los cojines del sofá, los ojos de Niko se fijaron en un cesto de tela al que no habían dado importancia.

Parecía la cama de un felino. Su memoria voló al gato de Schrödinger.

—Por cierto, ¿tenía Zen-O un gato?

Quiona se acercó al lecho de tela y respondió confusa:

—Yo nunca he visto uno en casa del Maestro.

Acto seguido, levantó la mantita que cubría el cesto. Un cilindro de madera aterrizó sobre la cama del gato.

—¡Aquí está el críptex! —exclamó el hada entusiasmada—. Zen-O ideó este artefacto para guardar mensajes encriptados cuánticamente. Dentro debe de haber un pergamino… ¿Cómo has sabido que estaría aquí?

Niko se encogió de hombros. No sabía por qué, pero había relacionado al Maestro con el gato de Schrödinger.

—Sobre todo, no mires el pergamino cuando lo abra Eldwen —le advirtió Quiona—. Si lo ves antes que él, se colapsará y destruirás la superposición.

Eldwen abrió el críptex. En el pergamino aparecieron dos frases escritas:

Nos encontraremos en Shambla. Desde allí podemos enviar a Niko sano y salvo a casa.